ESTIVALES
No sólo de sol, clericó, tablas de windsurf y gafas Rayban se alimenta el exigente veraneante de Punta del Este. También de filosofía. Los clásicos seminarios estivales de Juan José Sebreli ya fueron. Ahora el must reflexivo del Este es el doctor Walter Dresel, un cardiólogo aficionado a la impuntualidad y losinterrogantes existenciales. Un cronista de Radar asistió a su última conferencia y sobrevivió para contarla.
Muy a principios de este nuevo año, tal vez demasiado, el desprevenido lector de El País de Montevideo que hubiera tropezado con el recuadro oriental de la sección “Tiempo libre de verano” (“Punta del Este”) no podría no haberse detenido, estupefacto, incrédulo, en el siguiente anuncio: Conferencia: “¿Cuál es el lado profundo de la vida?” Por el Dr. Walter Dresel. Sábado 3 a las 20 hs. en el Barceló Club del Lago Hotel. Entrada GRATIS. Primeras reacciones: ¿una broma? ¿César Aira decidió cruzar el charco para presentar su último libro? La segunda: tal vez el sol uruguayo pegue demasiado. La tercera: no pensar más. Ir.
Cae la noche meridional
Al Hotel Barceló (que la ruta anuncia mediante un cartel oficial, como
si se tratara de un poblado o de un monumento patrio) se llega a través
de un sinuoso camino flanqueado por casas de dimensiones poco menos que ofensivas.
El cinco estrellas se yergue más allá de la cancha de golf, a
la vera del mismo lago que en alguna otra orilla moja la mansión de Carlos
Perciavale. Camino al ascensor panorámico se puede apreciar el gimnasio
del establecimiento, la pileta térmica, las boutiques.
A las ocho, el salón está casi vacío. Luz tenue, melodía
relax fluyendo de los parlantes. Los ventanales de la izquierda traslucen una
majestuosa vista al lago, rojo de atardecer, quieto y bello como un animal dormido.
Los de la derecha proyectan una piscina iluminada por dentro. Quitándole
los objetos artísticos expuestos a la venta en la entrada y el stand
que promociona los libros del Dr. Dresel, hay que admitir que el lugar es inmejorable
para la reflexión. Sin embargo, un cálido sábado a la noche,
de vacaciones en Punta, alojado en semejante hotel, ¿quién te
manda a torturarte? Es notable cómo el mundo se ha puesto exigente hasta
para las personas que tienen los medios para vivir fuera de él.
Diez minutos pasadas las ocho, el salón ya se ha llenado de rostros tostados,
ropas sedosas, onerosos collares, liftings. Una mujer rubia cubierta de telas
blancas, sonrisa angelical y parsimonia mística, oficia de anfitriona:
por su discreta obsecuencia para con los que van entrando se puede deducir quién
es más importante que quién, aquí donde todos parecen ser
importantes. Salvo una obesa camisa a la que le sobra un botón de menos,
un inverosímil reloj con calculadora y una barba abundante y desprolija
en la primera fila, el ambiente es de un inmaculado elegante sport.
Veinte minutos pasadas las ocho, con el salón casi lleno, el conferenciante
sigue sin aparecer. La charla susurrada y las miradas de soslayo ya no se sostienen;
la paz se vuelve ligeramente agresiva.
Ya y media, y nada. La sospecha general flota en el aire como un mal olor: el
Doc nos cagó. ¿O será que la respuesta a la pregunta acerca
del lado profundo de la vida es una mesa vacía con un micrófono
mudo encima?
La profundidad de la superficie
A las 8.37 entra un cincuentón de camisa roja y cara apurada. Bajo el
brazo, dos libros, ambos de su autoría. La dama de blanco agradece las
obras de arte ofrecidas por “Olga Rivera y Alejandro... ehhh, bueno, un
apellido alemán”, y presenta al Doctor de apellido teutón,
sin titubeos, como “el más indicado para respondernos esta pregunta
que tanto nos interesa”. Dresel, “emocionado” por sus palabras,
agradece “el desafío” de hablar del tema “en una época
del año en que uno está en tren de no pensar en grandes cosas”.
Deliciosamente ambiguo, el cardiólogo se presenta como “médico
del corazón” y aclara que desde hace 16 años conduce el
programa de radio Buen día, salud (por la 92.5 de Montevideo, para los
que tengan onda corta). La pedantería es innecesaria: su dicción
es clara, su frases cortas y bien estructuradas, su voz grave agradablemente
radial. Como guiado por un manual del buen conferenciante, el uruguayo inicia
su charla con un análisis de su título. “Una palabra nos
pide detenernos”, dice. ¿La idea de que la vida tiene “lados”?
¿La idea de que un lado puede ser “profundo”? No: la palabra
“vida”. El análisis: “Tenemos que agradecer que estamos
vivos”. Luego habla de su primer libro, el bestseller El lado profundo
de la vida (que se puede comprar en el hall de entrada). Una obra, dice, hecha
“sin palabras técnicas, escrita con los sentimientos”, a
modo de “herramienta para enderezar los conflictos personales”.
Porque nuestro problema, puntualiza el facultativo, es que “no vemos el
lado profundo de la vida, y por eso repetimos siempre los mismos errores”.
“Hurgar en la profundidad nuestra” significa “hacernos preguntas
trascendentes, que llevan implícitas las respuestas, que sólo
nosotros mismos nos podemos dar”. En “estos tiempos tan complejos”
todos sentimos “la imperiosa necesidad de cambiar”, pero “la
puerta del cambio se abre sólo desde adentro”, por lo que es necesario
“vencer el riesgo a lo desconocido, ser audaces sin por ello ser imprudentes”.
La solución: Tomate un café contigo mismo. Que es, precisamente,
el título de su segundo libro (que se puede comprar en el hall de entrada).
Así persisten los siguientes 45 minutos: un perro persiguiéndose
la cola a modo de publicidad de comida para perros. Dresel habla de que “la
clave del éxito es la autoestima”, de que “uno viene a este
mundo con una misión”, de que “hay tantas verdades como individuos”.
Atento a su público, despliega la imagen del ser humano como empresa,
de la vida personal como un producto de buena calidad. Hacia el final (la barriga
del botón faltante sube y baja con sospechosa regularidad, el reloj-calculadora
ha desaparecido subrepticiamente del salón), el Doc aclara que “no
se van a levantar mañana siendo diferentes”, pero que nos llevaremos
“conceptos” para vivir mejor. No se entiende si la broma apunta
a lo insípido de su charla o a la improbabilidad de que sus adinerados
oyentes puedan vivir mejor de lo que ya viven. Eso sí, la pregunta queda
contestada: el lado profundo de la vida es El lado profundo de la vida, del
Dr. Walter Dresel.
Los (a)premios
Concluido el monólogo, vienen las preguntas del público. Olga
Rivera, la autora “de las obras de arte que tengo expuestas acá
en el hall de entrada”, dice que todo lo que dijo el Doctor es cierto.
La barba desprolija de la primera fila no está de acuerdo: “Usted
propone un ábaco de no soluciones”, casi le grita. (Es probable
que haya querido decir “abanico”, no “ábaco”;
fue una suerte, en todo caso, que no hubiera chinos sensibles en la sala.) Profesional,
el Doc neutraliza el ataque con más publicidad: “Mi libro es para
ser leído con resaltador, para ser subrayado. Léalo. Después
le doy mi tarjeta y me puede hacer todas las críticas que quiera.”
Para sacarnos a todos del brete, alguien aclara que ya leyó sus dos libros
y le pregunta si está trabajando en uno nuevo. Por supuesto, estoy trabajando,
se explaya el Doc.
Poco antes de dar por concluida la sesión interactiva, Dresel anuncia
que el lunes hará un workshop en “grupos reducidos para trabajar
mejor”. (Los precios pueden consultarse a la entrada.) Porque –aclara–
hay que detectar los problemas antes de que se nos vengan encima. Y lanza una
comparación temeraria: “El ser humano es como la DGI: puede demorar,
pero no perdona jamás”. Incómodas risas acompañan
su osadía.
La charla ha llegado a su fin, pero una mujer de aros y piel naranja se levanta
y pregunta: “¿Cómo hacemos, doctor, para sacarnos de encima
a los locos que nos gobiernan?”. La de blanco intercede con su sonrisa
angelical y explica que “el doctor no puede responder a toodas las preguntas”.
Luego nos pide que nos quedemos, porque “vamos a sortear entre los presentes
dos libros del Dr. Dresel”. Evidentemente, es hora de partir. A ver si
todavía ganamos.
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