Las partículas
elementales
Con una estética a la vez mínima y sofisticada,
Elemental –el nuevo trabajo de Marcelo Katz– despliega una
formidable batería de recursos (sombras chinas, globos, proyecciones,
diapositivas) para narrar el hipnótico viaje de un hombre en busca
del amor.
De elemental no tiene
nada. Al contrario: va a contramano de las obras para grandes y chicos
que empalagan, abrevan en lugares comunes, multiplican compulsivamente
los estímulos y subestiman al público. Elemental, la nueva
creación de Marcelo Katz, uno de los fundadores –junto a
Gerardo Hochman– de La Trup (el grupo de nuevo circo que produjo
espectáculos renovadores como Emociones simples y En órbita),
tiene una estética a la vez despojada y elaborada, mucho humor,
poesía e ingenio. Mariana Rub, una de las jóvenes intérpretes
del elenco, lo explica con claridad: “El título surgió
durante el proceso de creación. Empezamos a trabajar con los juegos
de la infancia, con elementos como agua, arena, aire. De ahí lo
de ‘elemental’”.
Como en un bello sueño se suceden imágenes potentes y sintéticas,
que por momentos parecen surgir del pincel de Rousseau o Magritte y, por
otros, de algún artista naïf. Casi no hay palabras, pero sí
una banda sonora muy rica que recorre un amplísimo espectro musical:
jazz, música de circo, música clásica, bolero, letras
en francés y hasta una voz grave como la de Leonard Cohen. Los
enteritos coloridos, tan típicos del vestuario teatral infantil,
han sido reemplazados por smokings rigurosos o por kimonos blancos, además
de pelucas ingeniosas y máscaras blancas como en el teatro oriental.
Con estos elementos, el elenco desgrana su amplia batería de recursos:
sombras chinas, proyecciones de luces y figuras sobre una pantalla, globos
inflados con helio y su hipnótica lentitud aérea (que usan
a modo de sables o palos manejados por los samurais), interacciones de
los personajes con diapositivas y hasta una orquesta que se va ensamblando
al ritmo de Blue Moon con instrumentos de lo más raros. “No
sacamos del todo la palabra pero sin dudas privilegiamos lo visual”,
asegura Rub. Responsable de puestas elogiadas como Allegro ma non troppo
y Guillermo Tell, Katz sabe cambiar los climas, dosificar el uso de objetos
y enhebrar los distintos números en la historia de un hombre que
busca un amor y se topa con toda clase de dificultades. El personaje de
Rub es el objeto de esa búsqueda; ella es la que causa –en
parte– las idas y vueltas escénicas, materializadas por una
especie de cinta transportadora (que el público no ve y acaso ni
exista, en cuyo caso es asombrosa la habilidad con que los actores cambian
el ritmo de sus desplazamientos) que hace que los personajes, ni bien
la pisan, se muevan velozmente.
Allí el protagonista pierde su eje: ya no sabe dónde está,
ha perdido de vista a la mujer que lo desvela y luego debe soportar el
acoso de tres doncellas. Entonces suena Bésame mucho en una versión
cómica, con mucho acordeón, mientras en una gran pantalla
blanca se proyecta la imagen del hombre y del trío que le canta
sin ningún tipo de tapujo. “Se puede seguir el cuento, pero
también es bueno que la gente se deje llevar por las imágenes
y disfrute”, comenta la actriz. A esa entrega casi hipnótica
invita el espectáculo al comienzo, con la aparición del
protagonista rodeado de unos jarrones con luz que se mueven y generan
reflejos parecidos a los de la luz en el agua, o cuando las tres chicas,
totalmente envueltas en sábanas, bailan un rap con aires fantasmales.
Lo que el público ve, en ese caso, son las tres figuras proyectadas:
sombras nítidas que desconciertan, porque son sólo formas
oscuras sobre un fondo blanco, sin detalles, meras variaciones de colores
y texturas.
Puede que el final no sea del todo feliz, pero para Mariana Rub el acento
está en otro lado: “Más allá del resultado,
lo que importa es el viaje: es ahí donde al protagonista le pasan
cosas buenas”.
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Elemental, de jueves a domingos a las 21 horas en la sala A-B del Centro
Cultural San Martín (Sarmiento 1551). |
Del mismo
barro
José María Muscari reunió una galería
de freaks en bikini para postular su concepto actual de teatro: no hay
escenario sino ring, las relaciones entre personajes son un torneo de
obscenidades y la lucha libre la única forma de conflicto dramático.
“El espectáculo
es una aplanadora. Produce un impacto muy fuerte. Hay tipos que leen lucha
de barro y sexo entre mujeres y van a ver eso y punto. Pero buscan algo
que no encuentran, porque si bien es caliente, la experiencia no es un
porno-show. Y también hay gente que se levanta y se va porque no
se lo banca.” El que habla es José María Muscari,
el director y actor que sacudió el under con Mujeres de carne podrida
y tuvo una deslucida incursión en el teatro comercial con Desangradas
en glamour, y la “experiencia” que describe es Catch (Lucha
de barro + sexo entre chicas), su última creación, recién
desembarcada en el Teatro Lorange de la avenida Corrientes.
La obra tuvo un comentado preestreno en el Centro Cultural Adán
Buenosayres el año pasado, cuando un integrante del elenco –un
chanchito– generó una serie de problemas judiciales. Una
vecina denunció que el Centro Cultural mantenía en cautiverio
a un animal no doméstico, lo que obligó a someterlo a distintos
tipos de pericias para comprobar su estado. Aunque los resultados de las
pruebas fueron satisfactorios, Muscari prefirió devolver el animal
al campo donde lo compró y hacer la última función
con un elenco ciento por ciento humano, para luego aceptar la propuesta
de Carlos Rottemberg de trasladarse al Lorange.
De jueves a domingos, unas cuatrocientas personas por función (principalmente
gente joven y hombres solos) hacen cola para ver el show con entrada a
la gorra. Los primeros cuatro días pasaron cerca de dos mil personas.
La acción comienza en plena avenida, con un travesti y una actriz
que recorren la larga fila invitando al festín. Adentro se oye
a todo volumen el tema Malchik Gay, del popular dúo ruso TaTu,
y las actrices se lanzan a un feroz entrenamiento de lucha y boxeo.
En el ambiente se respira el aire provocativo que ya es un sello personal
del director. Las chicas, que manejan un lenguaje procaz, se desnudan,
se insultan, se dividen en dos bandos rivales, se golpean, rechazan y
atraen. En el ring que ocupa casi todo el escenario, los dos personajes
del comienzo comandan la rutina; la mujer –una morena estilizada,
de gestos mandones y voz imperativa– impone cierto orden en la agresión
que traspasa las cuerdas. Las mujeres se maltratan en función de
sus rasgos físicos, y su principal objetivo parece ser ganarse
un lugar a costa de la otra.
“Ninguna de las actrices es Pampita”, comenta Muscari. “Todas
salieron de un casting. Hay morochas, una pelirroja, hay gordas y viejas,
hay una del interior y otra con cuerpo de patovica. Están fuera
de los cánones socialmente aceptados. Y me interesó reflejar
qué pasa con el diferente, cómo se lo trata, qué
se le dice. También jugar con una idea bastante subvertida del
sexo: un hombre que quiere ser mujer, una mujer que quiereser hombre,
mujeres entrenando para alcanzar una especie de masculinidad que las legitimaría.
La lucha de barro me atrajo por la onda patética. Quise investigar
el tema y usarlo como excusa para hablar de los distintos niveles sociales
que solemos ver como peligrosos. Y volviendo a Pampita, mientras miramos
sus curvas en las revistas, hay un montón de cosas que suceden
y de las que no nos percatamos, porque son dolorosas y difíciles
de sostener. Pampita, como universo, es inofensivo.”
Las ideas de Muscari suenan interesantes, pero para acceder a ellas hay
que sortear primero el impacto que produce esta performance con su arsenal
de malas palabras y sus toques de lesbianismo guarro. Los dos maestros
de ceremonias hacen pis en escena, hay una mujer casi anciana que se desnuda
y Cristian Morales –el actor que hace de travesti– se hace
cargo de muchos momentos de humor (algunos distienden, otros cansan por
lo soez) y se pasea entre las butacas para encarar con menor o mayor sutileza
a algún caballero de la platea. Inútil esperar algún
tipo de crecimiento dramático: el fuerte de Catch son los antagonismos
brutales, primitivos, esquemáticos. Según Muscari, “en
un ambiente tan hostil como el que aparece en escena, la violencia, el
desnudo y lo procaz son elementos casi naturales”.
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Catch, los jueves,
viernes y sábados a las 23.30 y domingos a las 22 en el Teatro
Lorange (Corrientes 1372).
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Belloso ve
los colores
Después de Pará fanático y Dr. Peuser, Carlos
Belloso vuelve a explorar su proverbial humor monstruoso en Ojo!!!, un unipersonal
centrado en el tema de la mirada que incorpora, además, el hit musical
“Nerón no era miope”.
¿Cómo
no identificarse en algún punto con los personajes de Ojo!!!? En
su nuevo unipersonal, Carlos Belloso muta en una serie de criaturas exageradas,
inadaptadas, fuera de órbita, que transmiten algún tipo
de desajuste con alguna zona de la realidad: el miope que directamente
no “ve” la realidad ni tolera a su madre, el psicoanalista
que disocia el mundo, el mentalista perdido... Un abanico de disfunciones
que el ex integrante del dúo cómico Los Melli (donde hacía
tándem con Damián Dreizik) despliega a partir del tema de
la mirada. Como un camaleón con su guitarra a cuestas (la lleva
colgada a modo de mochila), Belloso pasa de un personaje a otro sin previo
aviso. Y si le bastan unos pocos minutos para expresar el mundillo de
cada uno es porque sabe apoyarse en su gran capacidad histriónica,
por momentos expresionista y grotesca, que maneja con total solvencia.
Esta vez, Belloso suma además unas breves y delirantes canciones
de su autoría –Nerón no era miope, No maten más
vacas, Heladera Siam– en las que demuestra mucha habilidad para
cambiar ritmos y tonos de voz: puede emular a Elvis, sonar blusero, rapero
o bien liviano, casi imperceptible. Ya los títulos de las canciones
dan una idea de la amplitud de temas que el doble ganador del Martín
Fierro (por los personajes de Willy, en Tumberos, y El Vasquito, en Campeones)
encara en esta obra.
Enseguida se crea un clima íntimo y directo entre el actor y el
público, que lo sigue muy de cerca desde las mesitas de la pequeña
sala Gargantúa. Belloso busca la complicidad del otro y se pone
a improvisar cuando alguien suelta alguna frase o una carcajada sostenida
y estridente. Su versatilidad se impone con una fuerza avasalladora, y
la velocidad con que despliega su coctelera de agudezas y juegos de palabras
produce algo parecido a una embriaguez. Y todo empapado de un lenguaje
gestual que coquetea con la monstruosidad.
Sin embargo, la intensidad de la primera parte del espectáculo
no se sostiene hasta el final: el primer personaje resulta el más
orgánico, pero con el devenir de la obra los monólogos van
perdiendo consistencia, y lo que prometía ser un banquete –la
mirada, tema abordado por biólogos, pintores, psicoanalistas y
filósofos, puede generar en el público expectativas tal
vez desmedidas— deja un sabor no del todo convincente. El desfile
de personajes se evapora sin dejar una huella firme, las situaciones casi
no tienen un desarrollo dramático y el tema de la mirada no alcanza
para darle cohesión a lo que sucede en escena.
A diferencia de los unipersonales anteriores, Pará fanático
y Dr. Peuser, aquí Belloso asumió también la dirección
del espectáculo, una decisión que acaso le reste peso a
la propuesta. El desdoblamiento no es sencillo, y menos aun cuando el
meollo supone tantas perspectivas de análisis. Nada de todo eso
altera, sin embargo, la adhesión del público, unánime
desde el día del estreno, a tal punto que hubo que sumar dos nuevas
funciones a las iniciales del viernes y sábado. Belloso está
felizmente sorprendido. La revelación de su faceta musical (que
iniciara con el personaje de Lito, el loco rockero de la tira Sol Negro)
resulta un grato hallazgo, y, más allá de ciertos desajustes,
Ojo!!! no defrauda a quienes buscan diversión y encontrarse con
un actor intenso y generoso.
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Ojo!!!, los jueves
y domingos a las 21 y los viernes y sábados a las 23 en Gargantúa
(Jorge Newbery 3563). |
La otra
cara del tango
Montado en los aires de renovación que respira el dos por
cuatro, el varieté Tangoservicio Tararira desacraliza el dogma
musical porteño con monólogos de humor, coreografías
paródicas y tangos a ritmo de bossa y de candombe.
Se juntaron para poder
hacer todo aquello que en otros escenarios les estaba vedado. Provienen
del tango y de la actuación, y la mayoría se conoció
en el musical El Romance del Romeo y la Julieta. De allí surgió
una amistad que derivó en cenas y discusiones interminables sobre
el dos por cuatro. Hasta que la propuesta de Mauricio Dayub les dio el
empujón final y Tangoservicio Tararira tomó su forma definitiva.
En Palermo Hollywood, la flamante sala Chacarerean Teatre recibe los viernes
por la noche a Federico Mizrahi, Luis Longhi, Guillermo Fernández,
Claudio Gallardou, Julio Zurita, Carolina Pujal, Myriam Santucci, Alfredo
Piro y el Chino Laborde, una troupe de artistas que oscilan entre los
30 y los 40 y tienen ganas de desacralizar el tango. “Somos tangueros”,
aclara Longhi, un eximio comediante que se acercó al bandoneón
para completar su formación actoral, estudió con Rodolfo
Mederos e integró durante años el quinteto Tangata Rea.
“Pero nos interesa ofrecer nuestra visión y hacer verdaderamente
lo que queremos.”
El nombre del show puede sonar algo confuso, pero las miles de voces grabadas
que tararean tangos al comienzo del espectáculo disipan las dudas.
Lo que sigue es una sucesión de momentos de música en vivo,
canto, baile, monólogos, recitados y mucho humor. Fernández
ofrece una hermosa versión de Viejo smoking en ritmo de bossa;
Longhi abre la noche con un monólogo desenfadado sobre las mujeres,
y luego se transforma en un maestro ruso de violín con debilidad
por sus alumnas; Claudio Gallardou, además de hacer la percusión
en muchos temas, recita un emotivo texto de su padre; y los bailarines
se lucen por partida doble: en un número serio y en otro que parodia
los estereotipos tangueros.
El clima es totalmente distendido, acorde con la atmósfera de las
noches amistosas en que se iba macerando el espectáculo. Los intérpretes
toman su copa de vino, aprovechan que no les toca actuar para sentarse
en el piso del escenario y cada noche suman al show a invitados como Horacio
Fontova y el guitarrista cordobés Hernán Reinaudo, uno de
los músicos jóvenes más talentosos del momento. El
público participa tarareando, y sobre el final se anima a unirse
al elenco en el clásico Volver, en clave de candombe.
Compositor y arreglador, Mizrahi es en gran medida responsable de la calidad
musical del show. Desde su piano brinda composiciones notables, y hasta
un collage de fragmentos de canciones de películas debidamente
tamizados por las armonías tangueras. En el 99, Mizrahi creó
con Longhi Demoliendo Tangos, otra obra con formato café-concert
que sigue recorriendo salas porteñas con tangos y textos influenciados
por el rock y por Piazzolla. “En ese primer show nos interesó
abrir nuevos campos de acción para el tango”, cuenta Longhi,
que el año pasado participó, bandoneón en mano, de
la tira Hospital público. En Tangoservicio Tararira, el dúo
decidió abrir la apuesta a otras expresiones de la música
ciudadana y hacerlo con amigos. “A Claudio (Gallardou) lo invitamos
para que nos acompañe en algunos temas, pero se entusiasmó
tanto que pasó a formar parte del elenco estable. Y Fontova, Reinaudo,
todos quieren volver. Pero tuvimos que fortalecer la estructura de la
obra, porque llegó un momento en que tanta informalidad nos superaba”,
confiesa. Estrenado a fines del 2003, este varieté tanguero ofrece
en su nueva temporada un elenco aggiornado y un par de novedades: la versión
a dúo de Bajo un cielo de estrellas, por Piro y Laborde, y Recuerdo,
que Laborde canta acompañado por Fernández en guitarra.
Enmarcada en la apertura que el tango atraviesa desde hace unos años,
Tangoservicio Tararira es una experiencia que sorprende.
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Tangoservicio Tararira,
los viernes a las 23.30 en Chacarerean Teatre
(Nicaragua 5565). |