MúSICA
Su experimento de juventud fue The Replacements, la banda que anticipó el grunge, sacó un disco burlonamente titulado Let It Be, reescribió “Like a Rolling Stone”, forjó una leyenda y sólo tuvo su reconocimiento cuando Nirvana bautizó Nevermind, su disco más famoso, en homenaje a una de sus canciones. Pero después de fracasar de todos los modos posibles, Paul Westerberg decidió envejecer con dignidad, tristeza, furia y lirismo. El flamante rockumental en DVD Come Feel Me Tremble es una excusa perfecta para conocerlo.
› Por Rodrigo Fresán
“Estoy tan, estoy tan
insatisfecho”, aullaba Paul Westerberg en “Unsatisfied”, en 1986,
en el disco llamado entre soberbia y burlonamente Let It Be, en una banda llamada
The Replacements (Los Reemplazantes), porque en su Minneapolis natal ya todos
los dueños de bar sabían de los desastres etílicos sobre
el escenario de The Mats (el nombre original), y ya nadie se atrevía
a contratarlos para que tocaran un poco y se derrumbaran mucho luego de cantar
aquello de “Odio la música /Tiene demasiadas notas” y agarrarse
a golpes con algún espectador o entre ellos. Pensar en The Replacements
como el eslabón perdido entre el viejo rock puro y el grunge. Una mezcla
de Creedence bajo electroshock con unos Stones sin ninguna habilidad financiera
pasada por el filtro maldito de Big Star y diseñada para fabricar riffs
mínimos y perfectos que les ganaron a posteriori la admiración
de gente como Nirvana (quienes titularon su disco más famoso como una
de las canciones de The Replacements) y Hüsker Dü y Pearl Jam y They
Might Be Giants (quienes compusieron el jingle “We’re The Replacements”).
Las discográficas pensaron que, sí, aquí tenían
a la perfecta contraparte de R.E.M. para hacer fortunas. Pero no. The Replacements
se autodestruyeron en un remolino de bourbon (alguno de ellos murió luego
de la maniobra) y por el camino Paul Westerberg –su indiscutido líder,
un salvaje iluminado– descubrió que le gustaba más una buena
melodía y una mejor letra que el hard-core con el que habían comenzado
a sonar en 1979. Para 1990 –siete discos más tarde– todo había
terminado. Pero la leyenda continuaba intacta, abundaban las anécdotas
entre épicas y desopilantes (que desafían el número de
páginas a llenar de cualquier suplemento; los más valientes pueden
leerlas en www.themats.com o en un largo capítulo de Our Band Could Be
Your Life: Scenes from the American Rock Underground, 1981-1991, el gran libro
de Michael Azerrad) y los gestos desacralizadores (llegaron a reescribir y grabar
“Like a Rolling Stone” con el título de “Like a Rolling
Pin”). Y carreras solistas (ver recuadro) se han apoyado en muchísimo
menos.
Hoy Paul Westerberg –luego de idas y de vueltas y de alguna depresión—
parece haber entrado en la etapa más fértil de su carrera: dos
discos en el 2002, dos en el 2003, y ya está lista la nueva entrega del
2004. Y tal vez lo más revelador de todo: este hombre poco dado a las
entrevistas y a los clips (recordar aquel video de The Replacements que consistía
en una sola toma de tres minutos a un amplificador del que brotaba una de sus
canciones) acaba de lanzar en formato DVD un rockumental –Come Feel Me
Tremble– donde muestra todo lo que significa ser un mito más o menos
mal viviente pero indudablemente inmortal y, por fin, perfectamente satisfecho
de sí mismo. Como debe ser.
¡Acción!
¿Qué oímos en el CD Come Feel Me Tremble? Perfectas y flamantes
canciones marca Westerberg. ¿Qué vemos en la película Come
Feel Me Tremble dirigida por Rick Fuller (el tipo encargado de vender camisetas
a la salida del concierto) y Otto Zithromax (otro de los alias de Paul Westerberg)?
Básicamente, el tour de presentación por bares, pequeños
teatros y disquerías de Stereo/Mono –en ocasiones a través
de fragmentos pirateados por las cámaras del público y recolectados
por el songwriter– y una buena y sustanciosa porción de la intimidad
de Westerberg definida por alguien como “lo más parecido a uno de
esos accidentes de auto que no quieres ver pero, al mismo tiempo, no puedes
dejar de mirar”. Pasen y oigan y vean:
Un tipo que, cansado de salir en banda, decidió salir a solas sólo
acompañado por un roadie todo servicio (responsable de buena parte de
las tomas que componen los 90 minutos de la película; Westerberg asegura
que la idea de la película surgió “porque el chico se aburría
y entonces le regalé una video-cámara”), un autobús
que conoció mejores días y unaescenografía minimal consistente
de un espantoso cuadro de un caballo al galope y un estragado juego de living
al que, al final, invita a sus fans a subir y a sentarse y a cantar con él
en plan todavía más informal aquello de “Encuéntrame
en cualquier parte o cualquier lugar a cualquier hora, me da igual / Encontrémosnos
esta noche / Si tú te atreves, yo me atrevo”. Un tipo que antes
de salir a tocar hace gárgaras, se pasa por los pezones un cubito de
hielo para despertarse, enciende un gigantesco puro, escucha desde un rincón
el mantra de “Boom Boom Out Go the Lights”, y sale al escenario con
la ropa rota y atada con cinta adhesiva y manchada de pintura de aerosol. Un
tipo que desciende a las profundidades del ruinoso sótano de su casa
de Minneapolis atiborrado de instrumentos rotos y primitivos equipos de grabación
e intenta componer una canción (y no le sale) y, digámoslo y no
digas más, el ecosistema que habita y “decora” Westerberg limita
directamente con el de Charly García. Un tipo que recuerda anécdotas
perturbadoras (“Una vez coincidí en un ascensor de hotel con Kurt
Cobain y nadie dijo una palabra. Yo me moría por estar en otra parte
y él se moría por morirse. Y nos bajamos en el mismo piso y teníamos
habitaciones contiguas y entramos y los dos cerramos las dos puertas con fuerza
al mismo tiempo y eso fue todo”). Un tipo que atiende a sus seguidores
y conversa y firma lo que le den sentado en la escalerilla de su autobús
como si fuera la cocina de su hogar dulce hogar. Un tipo que quema la foto de
una amiga suicida mientras al fono suena “No Place for You” o comenta
con laconismo la foto de su padre de uniforme y joven, a punto de lanzarse sobre
las arenas de Omaha Beach y el Día D. Un tipo que se acuesta en un diván
para definir toda la discografía de The Replacements (remasterizada en
parte a finales del 2002) con una palabra seca y dura por disco y concluir que
“Nuestra victoria fue fracasar de todas las maneras posibles”. Un
tipo que se olvida de las letras de muchos estribillos y que desafina con perfecta
afinación canciones como “Alex Chilton”, “Can’t Hardly
Wait”, “I Will Dare”, “Left of the Dial”, “Never
Mind” y, por supuesto, “Unsatisfied”: “La verdad es que
los dueños de las salas contratan seguridad para proteger al público
de mí”, comenta Westerberg. Un tipo que de vez en cuando mata en
vivo a su guitarra no con la épica exhibicionista y por contrato de Pete
Townshend sino con el cansancio un poco desesperado un poco ni siquiera eso
de Paul Westerberg. Alguien que al día siguiente va a tener que salir
a comprar una guitarra nueva y espero que le alcance el dinero.
¡Reacción!
“Bueno, firmé con una discográfica y me dieron algo de dinero
y tengo que dar algo a cambio, ¿no?... Además, quiero ser el nuevo
Ryan Adams”; así explicó Westerberg, en una entrevista reciente,
los sencillos y prácticos porqués del momento fértil que
vive. Lo de Ryan Adams –alguien que en sus últimos discos se ha
lanzado a fagocitar a Westerberg como alguna vez fagocitó a Gram Parsons–
es ironía pura. A Westerberg no le gusta nada eso de que Ryan Adams sea
considerado “el nuevo Westerberg” y le gusta todavía menos
su imagen de fuera de ley fashion: “Cada vez que veo su jodido falso corte
de pelo desprolijo, oigo sus jodidos falsos gemidos en las entrevistas, con
su ropa falsa, y entonces abre la boca y canta y me dan ganas de hacerle tragar
a golpes todos y cada uno de sus dientes”, explicó Westerberg. Y
en otra parte agregó, apenas conciliador: “Me enteré que
mis palabras le dolieron. Hey, no es otra cosa que un duelo entre profesionales.
Que no se queje: seguro que así le conseguí más prensa”.
Y –más allá del exceso maléfico– hay algo que
sí es cierto: Westerberg gira hoy en una órbita sólo suya,
fuera del sistema. Graba discos de sonido atemporal –como el Love and Theft
de Bob Dylan o el Exile on Main Street de los Rolling Stones– y asegura
que “no tengo la menor idea de lo que se oye en la radio... Yo nunca he
sido, y comienzo a sospechar quenunca quise ser, porque nunca podré serlo,
un músico modelo Top of the Pops. Pero hay algo reconfortante en el hecho
de que, después de tantos años, sigo teniendo una carrera digna.
Hay gente que llena los sitios donde toco y, de acuerdo, no son grandes sitios
pero es un gran público. No creo que Britney Spears vaya a seguir en
esto dentro de treinta y cinco años; acabará presentando un programa
de televisión o algo así; pero sí tengo la certeza de que
nada habrá cambiado para mí a los sesenta o a los setenta. En
resumen: mi impacto ha sido mi influencia. Y las influencias nunca pasan de
moda, ¿no?”. Así es. Y al principio de Come Feel Me Tremble
(la película) hay un momento westerbergiano que lo dice. Allí
Westerberg, frente a la cámara, dice: “El gran secreto para escribir
grandes canciones es...” Entonces la chica que lo está entrevistando,
nerviosa, le dice que se quedó sin cinta, y pone un nuevo cassette en
el grabador, y Westerberg repite: “El gran secreto para escribir grandes
canciones, lo que todo songwriter debe saber, es...” Y la chica, al borde
del llanto, le dice que el grabador no funciona, que parece que se rompió.
Westerberg sonríe con su puro en la boca, mira a cámara e insiste:
“El gran secreto...”
Entonces la imagen funde a negro.
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