Dom 14.03.2004
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CINE

Retrato de artista dañado

Presentada hace dos años en el Festival de Cannes, Spider es una rara avis en la filmografía del canadiense David Cronenberg: su tema no es la mutación literal –como en La mosca, Pacto de amor o Trash– sino ese laberinto de metáforas y símbolos que llamamos locura. Visita guiada al cerebro de un esquizofrénico, Spider es también un perfil del artista cronenberguiano por excelencia: alguien incapaz de distinguir lo real de lo imaginario.

› Por Horacio Bernades

Olvídense de cucarachas mutantes, fluidos orgánicos, malformaciones tumorales, artrópodos raros, apéndices carnosos, teletransportadores y cualquier ejemplo de fusión cuerpo-máquina. Olvídense, en una palabra, del Cronenberg conocido: el de Spider (última película hasta la fecha del director de Videodrome, La mosca y Crash) no se parece a ninguno de los anteriores. Dos años después de su estreno en Cannes, hay una noticia mala y otra buena para darle al espectador local. La mala es que, definitivamente, Spider no se estrenará en Argentina. La buena: podrá vérsela por única vez el jueves próximo en la sala Leopoldo Lugones. El pequeño acontecimiento tendrá lugar en proyección DVD y forma parte del ciclo sobre el tema del doble en el cine que lleva por título El espejo frente al espejo, incluye clásicos de la disociación como Kagemusha, Ese oscuro objeto del deseo y El otro Sr. Klein y se extiende hasta fines de este mes.
No es la primera vez que este especialista canadiense en terrores orgánicos y mutaciones de la carne es marginado de los cines en la Argentina. Spider es el segundo Cronenberg al hilo que no conoce un estreno local en salas: ya el anterior, eXistenZ (1999) había salido directo a video. Basada en la novela homónima del británico Patrick McGrath, producida con capitales ingleses e íntegramente filmada en las islas con un elenco british hasta la médula, Spider representa la quinta ocasión en que el director de Scanners filma un material literario previo. Las anteriores habían sido La zona muerta (1986, sobre novela homónima de Stephen King), Festín desnudo (1991, sobre El almuerzo desnudo de William Burroughs), M. Butterfly (1993, sobre la obra teatral de David H. Hwang) y Crash, sobre la novela de James Ballard.
Transcripción, en su origen, del diario personal de un esquizofrénico, suerte de largo monólogo interior del protagonista, la sobria y reclusiva depresividad de Spider parece tener poco y nada en común con el resto de la obra de Cronenberg, más identificable con la exuberancia imaginativa y la loca materialización de fantasías orgánicas. En los papeles, algo parecido podría haberse dicho del psiquismo paranormal de La zona muerta, el montaje burroughsiano de El almuerzo desnudo o la love story homo-dragchinesca de M. Butterfly. Y sin embargo en todas ellas Cronenberg logró entroncar fluidamente el mundo de sus respectivos autores con las obsesiones propias, que figuran entre las más inconfundibles y persistentes del cine contemporáneo. Lo mismo vuelve a suceder con Spider, cuyo guión, escrito por el propio McGrath, le fue ofrecido al realizador de Pacto de amor poco después de que el proyecto que venía llevando adelante (¡la secuela de Bajos instintos!) se hundiera para siempre en plena preproducción.
Con un pálido Ralph Fiennes en el protagónico y la participación de Gabriel Byrne, Lynn Redgrave y una Miranda Richardson multiplicada en tres papeles distintos, Spider es una asfixiante pieza de cámara que bien podría ser vista como el viaje que el protagonista hace a través de su cerebro. Apodado Spider (Araña) por su afición a tejer con sogas ciertas redes defensivas (que finalmente le servirán de arma de ataque), la película sorprende a Cleg (Fiennes) en el mismo momento en que lo dan de alta de un centro de salud mental. Dando a pensar que se trató de una decisión algo apresurada por parte de las autoridades del establecimiento, Cleg –reclusivo, macilento, refractario a todo contacto personal y eternamente ataviado con sobretodo y cuatro camisas superpuestas– no atinará a otra cosa que buscar un nuevo encierro para dedicarse sin perturbaciones externas a sus más íntimas obsesiones.
Las cuatro paredes que Cleg elige para su segundo confinamiento son las de una sórdida pensión del East End londinense regenteada por una patrona ligeramente tiránica (Lynn Redgrave), cuyos pocos pensionados –a juzgar por el inarticulado balbuceo paranoide de uno de ellos, el veterano JohnNeville (que no es otro que el “Hombre Bien Manicurado” de Archivos X)– tampoco parecen gozar de un estado mental lo que se dice irreprochable. ¿O se tratará acaso de proyecciones surgidas del cerebro alucinado de Spider? Enmascarado por el desfile incesante de materiales y seres bizarros que pueblan su filmografía, tal vez haya pasado inadvertido un tema que Cronenberg ha tratado con obstinación a lo largo de toda su obra: el de la indiferenciación entre lo real y lo imaginario. Tal como lo explicitan Festín desnudo y M. Butterfly, para Cronenberg no hay algo llamado “la realidad” –entendida como materia de existencia objetiva y externa–, sino que eso es algo en estado de creación y metamorfosis permanente, una producción de la subjetividad.
De allí que en Spider lo que rodea a Cleg y su mundo interno parezcan hechos de la misma materia. Las paredes de la pensión están tan descascaradas como las de su cerebro, las calles y rincones por los que se pasea tienen una apariencia demasiado fantasmagórica para ser reales y no hay en ese universo otro color que no sean los marrones parduzco-grisáceos provistos por el fiel Peter Suschitzky, único director de fotografía admitido por Cronenberg desde Pacto de amor (1988) en adelante. Esa fusión en pleno estado de transformación se ve espléndidamente anticipada en la secuencia de títulos de Spider, tan exquisita y reveladora como las de Pacto de amor, Festín desnudo o M. Butterfly. Allí, unas imágenesRorschach –tan amarilleadas como las de las paredes de la pensión– dan paso, apenas durante fracciones de segundos, a lo que parecería un embrión humano (en esa fase en la que es tan parecido a un pez) y éste a su vez muta en una mancha en la pared.
Transformación, mutación, identidad fracturada, indiscriminación entre el afuera y el adentro: ¿quién dijo que Spider no se parece a Pacto de amor, Festín desnudo o M. Butterfly? Por si faltara alguna huella identificatoria, allí está esa inconfundible simbiosis entre enfermedad y creación, otro tópico inconfundiblemente cronenberguiano básico (recuérdense a los protagonistas de Videodrome, Pacto de amor y, sobre todo, el doctor Brundle de La mosca). Este tema se ve materializado aquí en la libreta de apuntes que Cleg guarda celosamente y donde apunta, frenético, recuerdos o invenciones que Cronenberg pondrá a su vez en escena, como quien transcribe un flujo de la memoria. Flujo lo suficientemente engañoso como para que la figura de la madre (Miranda Richardson) se duplique en la de la puta del pub vecino (la propia Miranda Richardson, por supuesto) con resultados catastróficos.
Como sucede con todo creador cronenberguiano –piénsese en los instrumentos quirúrgicos de los mellizos Mantle en Pacto de amor, o la extraña fraseología técnico-fantástica desplegada en Videodrome, La mosca y eXistenZ–, la de Cleg es una grafía jeroglífica de su propia invención, un idioma alterno. “Spider es un arquetipo del artista”, reconoció Cronenberg en alguna entrevista. “Escribe pasional y obsesivamente en un lenguaje incomprensible para cualquiera. Incomprensible, tal vez, hasta para sí mismo.”

Spider se proyectará en DVD en la sala Lugones del Teatro San Martín (Corrientes 1530, 10º piso), el jueves 18 a las 14.30, 17, 19.30 y 22 hs., como parte del ciclo “El espejo frente al espejo: el tema del doble en el cine”.

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