CINE
Contra la era del vacío
A 35 años de La hora de los hornos, Fernando “Pino” Solanas -distinguido en el último Festival de Berlín con el Oso de Oro a la trayectoria– abandona la ficción, vuelve a pensar el cine como arma de intervención política y estrena Memoria del saqueo, un documental que desmenuza las causas de la catástrofe desencadenada en diciembre del 2001 y carga con todo contra Menem y sus secuaces.
› Por José Natanson
Fernando “Pino” Solanas no reniega de los grandes discursos. Habla del “imperialismo”, “la clase dominante”, “la resistencia popular”, y sostiene que la posmodernidad no es más que una doctrina seudofilosófica detrás de la cual se esconde la dominación de clase. “Yo contesto seriamente estas tesis del posmodernismo, mentirosas y de mala fe, que han terminado en un verdadero genocidio social. El relativismo histórico, funcional al Consenso de Washington, fue el basamento político que permitió impulsar la locomotora autoritaria de la implantación de planes decididos fríamente en escritorios, para llevarse a paladas el dinero”, sostiene Solanas, que no admite réplicas, pero es amable y dice lo que dice con ánimo más bien pedagógico.
Esta semana estrenará Memoria del saqueo, la película que lo acompañó al reciente Festival de Berlín, donde recibió el Oso de Oro a la trayectoria, y que significa nada menos que su vuelta al género que él mismo había inaugurado con La hora de los hornos, hace más de treinta años. Narrada en off por el mismo director, Memoria del saqueo es un documental sobre las causas de la crisis de fines del 2001, lo que permite que sean las imágenes y testimonios –y no, por ejemplo, un Federico Luppi de sobremesa– los encargados de transmitir la visión del mundo de Solanas. Dividida en capítulos temáticos (la deuda, las privatizaciones, la pobreza, etc.), la película es una lograda mezcla de testimonios, archivos de televisión, entrevistas e imágenes captadas por el mismo director con una pequeña cámara digital.
La película comienza con el paneo de un rascacielos lujoso de la city porteña y una familia de cartoneros revolviendo en la basura. A lo largo del film se nota un esfuerzo por reflejar la polarización: policías-militantes, bancos-ahorristas, clase política-sociedad. ¿Usted subrayó esa línea o se limitó a reflejarla?
–En estos quince años, la sociedad argentina polarizó la riqueza. Yo conocía estos temas, siempre seguí atentamente el devenir social y político de la Argentina, a tal punto que terminé ocupando un lugar político. Pero yo no creo que la película esté planteada en fuertes polarizaciones, ni que esté buscando la demagogia. En la gran secuencia del 19 y 20 de diciembre mostré dos bandos que se enfrentaron. La protesta popular, espontánea, de la gente, y el bando oficialista representado por la caballería y la represión. Pero efectivamente hubo dos bandos. Yo no los puse en escena.
Pero podría haber elegido otras imágenes para narrar la misma historia.
–Por supuesto, pero yo no voy a atemperar esto de ninguna manera. Un documental siempre implica dejar de lado algunas cosas. De hecho, cada uno de los capítulos admitía una película propia. Yo me centré en la historia de la traición y del saqueo. Pero eso no quiere decir que sea una propuesta demagógica o de golpes bajos. Un golpe bajo hubiera sido poner al senador Cantarero o al Choclo Alasino para hablar de la corrupción del Parlamento y del peronismo. No quise mostrar lo peor del peronismo, el mamarracho. Quise hacerlo en serio. Por eso puse a Cafiero, un hombre que tuvo su prestigio.
En la película, Cafiero responde que “no todo es corrupto o puro” cuando Solanas le pregunta por la “mafiocracia” que gobernó la Argentina durante los noventa. Experto en eso de navegar a media agua, sucesivamente aliado y adversario del menemismo, Cafiero es la prueba viviente de los grises de la política argentina. Sin embargo, Solanas está convencido –y lo expresa en la película– de que la crisis de diciembre tiene un responsable principal: Carlos Menem. Y en eso no admite discusión.
“Fue el responsable de aplicar el plan generado en las oficinas del FMI y el Banco Mundial. Buscaron al más amoral, a la marioneta más dócil del potro indomable e imprevisible que era el peronismo, y lo convirtieron en lo que fue: una comadreja de los llanos, un verdadero traficante de sentimientos que les hizo creer a los sectores más humildes y a lasgrandes mayorías que venía alguien con los ideales latinoamericanistas, con los ideales de la Patria Grande.”
La indignación con que habla Solanas se refleja en su película, que narra el menemismo con pasión, talento e ingenio. El director encuentra imágenes de archivo impresionantes, como ese primer plano de José Luis Manzano asegurando –con un brillo de psicótico en sus ojos celestes inyectados en sangre– que la privatización de YPF beneficiará “a los jubilados argentinos”. Cuenta la asociación entre farándula y poder con una rápida sucesión de imágenes. Exhibe al ex ministro Roberto Dromi leyendo el “decálogo menemista” en la Casa Rosada.
En Memoria del saqueo, Solanas habla del giro de Menem, que aplicó un plan opuesto al que había difundido en la campaña. Focalizada en la traición, la película no explica los motivos que llevaron a una porción asombrosamente mayoritaria de argentinos a votarlo una y otra vez, ni el hecho de que fueron justamente los sectores más humildes, los más castigados por las políticas de los noventa, los que lo apoyaron hasta el final. Quizás sea un exceso exigirle a un documental que explique un fenómeno inabarcable y complejo como el menemismo, que las ciencias sociales aún no logran comprender del todo. En cualquier caso, la gran paradoja sobrevuela la película y no deja de llamar la atención.
¿A qué atribuye la popularidad de Menem durante casi diez años?
–A la crisis de la dirigencia, en primer lugar. El vacío que deja en el peronismo la ausencia de Perón no lo reemplaza nadie, hasta que llega Menem. La asociación del PJ con este caudillo y esta dirigencia, los Grosso, los Manzano, los De la Sota, que venían de la Renovación. Logra el apoyo de tres factores de poder: los bancos tenedores de bonos, los grupos económicos argentinos y las grandes multinacionales interesadas en las privatizaciones. Esa es la base de poder de Menem.
Eso explicaría sus recursos, pero no su potencia electoral.
–Esos recursos le permitieron asociarse con los medios, a través de la privatización. Se aseguró el apoyo en los dos o tres primeros años. Además hay otros factores, como la claudicación de la oposición. Si hasta el progresismo internacional avalaba a Menem. Y en la Argentina, los que tenían que hacer oposición, como el Frepaso, decían que se arrepentían de no haber votado la convertibilidad. Fue la más gigantesca campaña ideológica y comunicacional a favor del modelo.
¿Cuál es la responsabilidad social en todo
esto?
–La película tiene una idea fuerza: nosotros somos víctimas de un nuevo tipo de agresión, sistemática, ejecutada en paz y democracia, que deja más muertos que el terrorismo de Estado y la guerra de Malvinas. La corresponsabilidad de nuestros gobernantes no excluye ni a los organismos ni a los Estados Unidos ni al G-7. Buscando grandes beneficios para sus compañías, nos impusieron planes neorracistas, que son crímenes de lesa humanidad en tiempos de paz.
¿Entonces no hay una responsabilidad social?
–Por supuesto que sí, pero yo no convalido la tesis de Cafiero, de que toda sociedad tiene los dirigentes que se merece. El portero de al lado no tiene la misma responsabilidad que Cafiero. Yo no tengo la misma responsabilidad que el Presidente. Un legislador tiene mucha más responsabilidad que un empleado de un juzgado de paz. No confundamos. El país fue engañado. El Fondo siguió paso a paso lo que pasaba. Ellos sabían todo.
Pero el menemismo no es el único tema encarado con astucia visual por Solanas. Los grandes paneos de los interiores de los edificios oficiales –el Banco Nación, con los retratos de sus presidentes, o el Ministerio de Economía, con sus muebles de madera oscura– simbolizan la perversidad del poder económico y erizan la piel. Los hallazgos de archivo –José Luis Machinea, con un jopo increíble, jurando como titular del Banco Central de Raúl Alfonsín– contribuyen a refrescar la memoria. Narrada con habilidad, Memoria del saqueo conmueve, aun a riesgo de simplificar la historia e ignorar las complejidades y los matices de algunos de sus protagonistas, quizás lo mismo que directores como Solanas les critican a los grandes films de ficción del Hollywood prefabricado.
En cualquier caso, la película logra una unidad estilística notable, sobre todo si se tiene en cuenta que es una amalgama de imágenes –archivo, entrevistas, tomas en la calle– y hasta formatos –video digital, cine, separadores con letras blancas sobre la pantalla negra– bien diferentes.
¿Cómo consiguió darle una unidad
al film?
–Tiene un enorme trabajo detrás: yo la monté seis o siete veces, la escribí diez y la grabé veinte veces, en la tentativa de hacer una película de más aliento que el simple documental televisivo. Trabajé con cámara en movimiento y con grandes angulares. Además, yo soy el autor y por eso cuento la historia. Soy yo caminando. La película tiene el tempo de la caminata. Las tomas en la city las hice yo. Es la clave de la película: un travelling lento a ritmo de caminata. Y después una cámara más subjetiva: en este caso soy yo metido entre la gente.
Su mirada personal es una constante a lo largo del film. ¿Memoria del saqueo es un resumen de su pensamiento?
–No. Lo que yo pienso está, desde luego, pero esto es una película. Y hacer una película significa contar una historia con imágenes. Tiene una parte informativa didáctica, que hice lo más leve posible, para hacer sentir el peso a través de la emoción de las imágenes: una cámara que se mete en lugares que no ven habitualmente o el rescate de imágenes que se había tragado el olvido, que vuelven a ponerse en contexto. Así como a fines de los sesenta sentía la necesidad de hacer un testimonio, una búsqueda de identidad y un arma de combate frente a una dictadura que se sucedía a otra, la hecatombe del 2001 y lo que empieza a suceder en el 2002 me convencieron de hacer un gran testimonio. La película es eso: un testimonio.