Dom 11.04.2004
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NOTA DE TAPA

El cuerpo del delito

El caso tiene todos los ingredientes para convertirse en uno de los más resonantes de la literatura: por la misma época en que Vladimir Nabokov vivía en Berlín, un entonces conocido periodista publicó un libro de cuentos en el que se incluía uno llamado... Lolita. Y trata sobre... un hombre mayor y educado que sucumbe a los encantos de una preadolescente hermosa que es hija del anfitrión que le da alojamiento. Como si fuera poco, el autor fue el periodista que en 1933 relató para todo el país la asunción de Hitler al poder, trabajó en el servicio secreto nazi y estuvo asignado en Polonia con el grado de teniente coronel. ¿Qué posibilidades hay de que Nabokov haya leído a Heinz von Lichberg cuarenta años antes de publicar Lolita? Muchas. ¿Por qué los libros de von Lichberg no aparecen por ningún lado? Misterio. ¿Fraude, plagio o broma? A continuación, la polémica, los hechos y el cuento.

› Por Ariel Magnus

Lolita. Lo-li-ta. Antes de Nabokov, un nombre común. Después de su novela, un concepto. Ningún personaje mujer del siglo pasado –y la nómina podría extenderse un siglo más e incluir a Madame Bovary– ha dejado su impronta con tal fuerza como la ninfeta que volvió loco al Humbert Humbert, entre otros. “¿Tuvo una precursora?”, se pregunta el seducido profesor al principio de la novela. “Sí, por cierto que la tuvo”, es su respuesta. El desgraciado se refiere a Annabel, una niña que conoció junto al mar. Fue en 1923 y sin ella, dice el libro, no habría habido Lolita. Pero aun antes que Annabel, en 1916, ya había visto la luz del mundo otra Lolita. También de tinta, pero mucho más inquietante y real. Una velada precursora, que acaso sedujo al profesor Nabokov.

Ningún Nabo
1916 no era un buen año para publicar. Europa (el mundo) tenía preocupaciones un tanto más perentorias. No es extraño, en ese contexto, que el cuento Lolita, escondido dentro del volumen La maldita Gioconda, pasara desapercibido. La carrera posterior de su autor, el periodista berlinés Heinz von Eschwege (bajo el seudónimo Von Lichberg), tampoco ayudó demasiado. En 1929 cubrió un viaje transatlántico en Zepelín, de lo que surgió su único libro no olvidado. Escribió un par de libros más y supo ganar cierta fama como redactor en diversas publicaciones. Luego entró al partido. En 1933 relató para todo el país la asunción al poder de Hitler, tiempo más tarde pasó a trabajar en el servicio secreto de los nazis y fue trasladado a Polonia con el grado de teniente coronel. Después de la guerra cayó prisionero de los ingleses, quienes lo desnazificaron. Murió en 1951, a los 61 años.
Más de medio siglo después, un tal Rainer Schelling descubrió el cuento del ahora ignoto Heinz von Lichberg. Tiene que haber sido un momento sumamente curioso. No sólo por el título, que ya vale un par de ojos saltones a lo dibujito animado, sino también por su contenido: un hombre maduro y cultivado es seducido por una niña, y cede. Probablemente superado por la situación, Schelling le pasó esas páginas ardientes al germanista y colaborador del Frankfurter Allgemeine Zeitung, Michael Maar (44), conocido entre otras cosas por su libro Por qué a Nabokov le hubiera gustado Harry Potter. Tras una meticulosa compulsa de ambas producciones, Maar dio a conocer el fenomenal hallazgo. Sus propios hallazgos complementarios no le van en zaga.

La pesquisa
Como en la otra Lolita, constata Maar, en la de Von Lichberg también se trata de un narrador en primera persona que se establece en un lugar alejado (España, en este caso) para dedicarse a sus estudios. Como aquélla, también aquí Lolita, preadolescente y hermosa, es hija del anfitrión(a) que le da alojamiento. A los dos hombres les basta una mirada para quedar fascinados por Lolita, ambos son seducidos por la niña y ambos, con lasciva insistencia en el caso de Nabokov, con elíptico recato en el caso de Von Lichberg, consuman. “La coincidencia de nudo temático, perspectiva del narrador y elección de nombres es asombrosa”, se asombra Maar. Y hay más.
En 1938, Nabokov escribió el drama La invención de los Walzer. Allí aparece Annabel, “una chica muy joven”, precursora de Annabel, precursora de Lolita. Al lado del héroe aparece un primo que lleva su mismo nombre, un viejo de barba gris, cabeza de todo el asunto. Anota Maar: “En el drama de Annabel de Nabokov nos saluda un ominoso par de hombres llamados Walzer. ¿Y cómo se llaman los hermanos de barbas grises en la Lolita de Von Lichberg? Aloys y Anton Walzer”.
Se plantea entonces la pregunta crucial: ¿es posible que Nabokov haya leído a Von Lichberg cuarenta años antes de publicar Lolita? Afirmativo, para decirlo en el lenguaje policial que conviene al caso. Nabokov vivió en Berlín de 1922 a 1937, muy cerca de donde por la misma época vivía Von Lichberg. Se sabe que al principio no hablaba alemán, pero Maar señala que lo aprendió: “Apreciaba a Hoffmansthal, veneraba a Kafka, tradujo al ruso algunos poemas de Heine y la ‘dedicatoria’ del Fausto de Goethe”. Además de los notables, Nabokov estaba abierto a los desconocidos. “En una de sus historias hace una indirecta a la olvidada novela Hermanos y hermanas (1929) de Leonhard Frank. Quien podía conocer a Leonhard Frank también se podría haber topado con un Heinz von Lichberg.” Entonces: ¿leyó, olvidó y escribió, Vladimir Vladimirovich? ¿O es que todo no pasa de ser una meticulosa casualidad? ¿O...?

Otra vuelta de tuerca
Maar agrega otras coincidencias en su investigación, pero aun así no se anima a hablar de plagio. Por el contrario, prefiere resaltar la importancia de la novela de Nabokov, con o sin precursores. Marcel Reich-Ranicki, sumo pontífice de las letras alemanas, también se apuró a aclarar que “no se pueden comparar ambas obras: Von Lichberg no carecía de talento, su historia está bien escrita, pero la Lolita de Nabokov es una obra genial”. Los periódicos de todo el mundo que reprodujeron la noticia siguen la misma línea reivindicatoria: la Lolita de Von Lichberg es una curiosidad que no echa sombra sobre el gran Nabokov. La idea ya se encuentra en el prólogo ficticio de John Ray a Lolita: “Por supuesto que una gran obra de arte es siempre original”.
Nadie, en cambio, se ha ocupado de ampliar, o siquiera confirmar, la información aparecida en el FAZ hace un par de semanas, donde también se publicó el cuento que aquí se reproduce. Pero no por negligencia o vagancia. Como anota Maar, “Von Lichberg no está en ningún diccionario, y la única enciclopedia de autores que lo contempla tiene mal sus datos”. Su libro es igual de inconseguible. La central de libros usados de Alemania no tiene ningún ejemplar de La maldita Gioconda, y los contados ejemplares que se encuentran distribuidos en distintas bibliotecas del país están todos prestados. Atribuir a un escritor ignoto la falsa semilla que luego maduró en un escritor célebre es un divertimento común en el mundo de las letras. Una cuidadosa investigación podría hallar muchos casos coincidentes con éste. Pero, ¿para qué? Es tan difícil pensar que el FAZ mienta en esto como que Nabokov (“Sobre un libro llamado Lolita”) haya ocultado sus verdaderas fuentes.

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