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Domingo, 2 de mayo de 2004

HOMENAJES

Vergüenza

El próximo 18 de julio se cumplen diez años del atentado que voló la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA). Mientras la justicia sigue sin dar con los culpables, diez directores de cine argentinos –ocho consagrados y dos que debutan: Adrián Suar, el coreógrafo Mauricio Wainrot– se reunieron para rendir tributo a las víctimas y denunciar una escandalosa década de impunidad. El proyecto, titulado 18-J, incluirá diez cortos de diez minutos realizados por los diez directores. Ocho de ellos cuentan por qué aceptaron participar del film y recuerdan qué estaban haciendo el día que estalló la bomba.

Por Marcelo Shapces
Poy ateo, “gracias a Dios”, como decía Buñuel. Estoy convencido de que los atentados y las guerras ocurren por culpa de los hombres y no por la voluntad de Dios, aunque se hagan en su nombre. La elección de la AMIA para perpetrar un ataque no fue casual. Hubo un gobierno que operó a espaldas de la gente y tuvo que pagar las consecuencias, que fueron atroces. Mi corto empieza con una discusión entre una abuela, una madre y un hijo de 13 años que no quiere hacer su bar mitzva. Igual que yo de chico. No tengo esa cultura judía de ir a Hebraica o a Hacoaj. Mi único contacto con la Hebraica fue a través del cine. A los 15 iba cuatro veces por semana a la cinemateca que funcionaba en la Hebraica a ver películas de Antonioni, Godard, Bergman, todo el cine de los años ‘50... Mis abuelos, que llegaron de Bielorrusia en 1910 (el año del cometa Halley), tampoco eran religiosos, pero cumplían con muchas tradiciones judías. Mis recuerdos de la AMIA están vinculados con el cartoncito que ellos pagaban religiosamente todos los meses. Y mi corto es un homenaje a las personas que murieron allí.


Por Carlos Sorín
Como creo que les pasa a todos los argentinos, me acuerdo perfectamente dónde estaba ese 18 de julio. En mi oficina, charlando con el director de un laboratorio fotográfico. En eso a él lo llaman por celular para darle la noticia. Ahí se terminó la reunión, por supuesto, y yo me prendí al televisor durante unas cuantas horas. En el caso de mi corto no habrá exactamente un “rodaje”: pienso trabajar con los cientos de fotos familiares de las víctimas del atentado y después editarlas sin música ni diálogos. La música sería un recurso muy fácil, y yo quiero hacer el homenaje más austero posible. Además, frente a una tragedia así, las fotografías tienen una carga muy fuerte. Mirándolas descubrí, por ejemplo, que una modelo con la que trabajé en publicidad murió en el atentado. Tenía 16 años. Ahí me di cuenta de que esa tragedia podría haberme pasado a mí, a cualquiera, y vi que este proyecto era una forma de saldar la deuda que tengo con éste y otros temas como los desaparecidos. Pero no lo considero un corto sino un recordatorio.


Por Mauricio Wainrot
Pensé que cada director debía contar esta tragedia desde su poética. Y yo elegí la danza. Espero que encontremos un buen título. 18-J parece la chapa de un auto. O muy estadounidense. Vergüenza sería un buen nombre. Lástima que así se llama una de Bergman. En mi corto, que se llama “Lacrimosa”, quise contar la ausencia de un ser querido que desapareció. Aparecen las dos primeras bailarinas del San Martín. Una estaba embarazada de nueve meses, y así bailó: con una panza gigante. Quería tenerla a ella representando la esperanza, a pesar de lo terrible de toda esa tragedia. (La otra esperó que terminara el rodaje para confesarme que estaba de tres meses: no quería preocuparme.) Las dos bailarinas rondan los 40 años, y ser mamá a esa edad, para una bailarina... No es sólo la esperanza y la ilusión; también están la angustia y la incertidumbre sobre el futuro de sus carreras. El hecho de que las dos estuvieran embarazadas le dio una carga muy fuerte a la película. La filmación la hicimos en cuatro días, en la Fundación Konex. Yo no tenía experiencia en cine, así que trabajé intuitivamente y con el asesoramiento técnico del productor y director Jorge Rocca.


Por Alejandro Doria
Mi última película fue Cien veces no debo, de 1990. Desde entonces, las propuestas que recibí no me interesaron. Lo que veo ahora en televisión no me da ganas de entrar a competir, ni como autor ni como director. Y a esta altura de mi vida, sólo quiero hacer cosas que me gusten. Por eso acepté participar de este homenaje a las víctimas del atentado. En mi corto, el personaje –protagonizado por Inés Estévez– hace una fuerte denuncia sobre los diez años de impunidad del caso. Lo escribí con Aída Bortnik, con la que hice La isla, mi primera película de autor, durante el proceso. Lamento no haber hecho más cosas con Aída. Siempre digo que tiene un alma muy gorda y que la transmite en los guiones que escribe. Además tenemos coincidencias ideológicas y estamos convencidos de que hay cosas que deben decirse. En los atentados de Madrid, a los pocos días ya se sabía quiénes eran los culpables; acá, a diez años de la bomba, todavía se está discutiendo de quién era la Traffic. Los gobiernos de turno han desviado y trabado la investigación. Pero no es tan difícil encontrar la verdad. Lo que falta es la voluntad política para hacerlo. Lo que no me convence es el título del proyecto: 18-J parece el número de un departamento o una americanización al estilo 11 de septiembre. Mi título sería Vergüenza nacional.


Por Daniel Burman
claro que me acuerdo. El día que explotó la bomba tenía 20 años y estaba volviendo de la terminal de Buquebús en un taxi. El tráfico se paralizó y tuve que bajarme en el Hospital de Clínicas para poder llegar a mi casa, en Pueyrredón y Viamonte. Mis viejos estaban de viaje y yo me quedé pegado al televisor todo el día para saber qué pasaba. Diez años después, ya no vivo en Once pero sigo sintiéndolo mío. Allá se vive distinto que en otros barrios, que en Devoto, por ejemplo. Hay otra dinámica, otra velocidad. Los fines de semana todo está muerto y de lunes a viernes el ritmo es caótico. A veces ni siquiera hay lugar para caminar en la vereda. De chico nunca jugué en la calle, pero sí recuerdo haberlo hecho con mis amigos en las galerías comerciales de Once. El mismo barrio que ha atravesado buena parte de mis películas y que vuelve a estar presente en este episodio para 18-J. Allí intento retratar los efectos quela bomba tuvo en la gente, en la vida cotidiana y en los comercios del lugar. Y recorro el barrio a través de la mirada de un personaje de ficción, Abel Medina, un nene de 10 años que nació en el Clínicas el día del atentado.


Por Juan Bautista Stagnaro
Me dio mucha alegría participar en esta película. Es una causa noble, y me parece importante que se haga. Más que para recuperar la memoria, creo que hay que hacerla para no permitir el olvido. Los argentinos tenemos una disposición orgánica para olvidar las cosas. No sé por qué. Puede que no tengamos memoria, pero creo que hay un fenómeno de negación. No es casual que a diez años del atentado todavía no haya una resolución del caso. No me gusta del todo el título que le dieron al proyecto: es muy frío, y está demasiado ligado al film sobre el 11 de septiembre. El que me viene a la mente es Las cicatrices: siempre están,pero uno las olvida. Todos los actores y técnicos que participan de la película tienen conciencia de lo que están haciendo y por qué lo están haciendo. No hay cachet ni sueldos: apenas un pago simbólico para todos los que trabajan.


Por Lucía Cedrón
Me sorprendió ser la única mujer que participa de 18-J, porque en Argentina no faltan cineastas mujeres con talento. Pero fue un privilegio que me convocaran, y también sentí mucha responsabilidad con lo que iba a decir. Creo que todo discurso es político, así que para escribir el guión leí e investigué mucho sobre el atentado. “Quien quiera escribir sus lágrimas debe tener el ojo muy claro y seco”, dijo el escritor André Gide. Cada vez que siento que estoy perdiendo pie, trato de recordar esa frase. Y mientras escribía hubo varios momentos en que me pregunté: ¿sirve para algo lo que estoy contando? Finalmente decidí plantear un tema común al pueblo judío y a los argentinos: el éxodo y el exilio. Mi historia se centra en una pareja de jubilados judíos que vive en Once y tiene una hija que se exilió en Israel durante el proceso. Algo sé de ese tema, porque en el ‘76 mis viejos se exiliaron en Francia. Cuatro años después, a mi padre lo mataron agentes de la dictadura. Yo seguí viviendo en Francia junto a mi madre, y al terminar el secundario estudié Letras en la Sorbona. Cada tanto volvía a Buenos Aires a visitar a mis abuelos, pero estaba en París cuando sucedió el atentado. Acababa de conseguir uno de mis primeros trabajos: productora y guionista de un documental sobre la naturaleza, que en Francia tiene más rating que el fútbol. Y el 20 de diciembre de 2001 me agarró en la Plaza de Mayo. Había regresado por la muerte de mi abuelo, pero en ese momento, mientras la policía me tiraba los caballos encima, sentí que tenía que estar ahí. ¿Por qué? No lo sé. Todavía estoy buscando una respuesta. Tal vez la encuentre en este corto.

 

Por Adrián Caetano
no quise hacer un corto grandilocuente. Me parece que no soy quién para dar un mensaje moral ni nada por el estilo. Lo que pasó ese 18 de julio del ‘94 me produce mucha indignación, como a todos. ¿Cómo no me voy a enojar con los 10 años de impunidad que lleva el caso? (Aunque es algo que no me asombra para nada.) Pero también me causa escozor que tanta gente se muera de hambre o se baje la edad para condenar a los menores. Sinceramente, no me sale el guión pensante, “progre”. Y no puedo decir que mi corto sea un homenaje, porque no lo es. Si tuviera que homenajear a todas las víctimas de todas las guerras y masacres, me tendría que pasar la vida filmando. Si acepté participar de este proyecto fue porque básicamente me gusta mucho filmar. Donde haya una cámara, ahí quiero estar. Y para esta película elegí un tema muy simple: meterme en pequeños objetos que lindaban con la Amia y mostrar cómo la explosión hizo mella en cada uno de ellos. La vidriera de una panadería que estaba frente a la mutual, el locker de un empleado de la Amia, un escritorio, ropa colgada en una terraza vecina, la mesa de un vendedor ambulante del Once.

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