Dom 16.05.2004
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PLáSTICA

El secreto y las voces

Para su vuelta a la escena, el Centro Cultural de España ha decidido utilizar, literalmente, hasta su último rincón. Videos, objetos, dibujos, estatuillas, grabaciones y parlantes ocupan las vidrieras, las escaleras, los rincones y hasta los baños para convertirlos en micromuestras. Los invitados: una selección de artistas con la sutileza necesaria no sólo para potenciar estos microespacios sino también para hilvanar las ideas de toda la muestra, dándole a la pluralidad de significados una sutil coherencia conceptual alrededor de la idea de lo secreto.

› Por Santiago Rial Ungaro

¿Acá venden cacerolas?, preguntaron algunos transeúntes confundidos a la gente del CCE.BA, que parece salir de su letargo. A dos años de la salida de la dirección del recordado José Tono Martínez, la vidriera del Centro Cultural de España, ahora dirigido por Lidia Blanco, expone una micromuestra (Producciones culturales de Alicia Herrero) y genera, con su yuxtaposición de cacerolas, reproducciones de vasijas eróticas incaicas, mantelitos de pizzería, moldes de torta, imágenes distorsionadas de platos de Christie’s (un clásico de la artista), fuentes de horno para pizza y reproducciones de catálogos de una ficticia muestra de arte latinoamericano en Madrid, múltiples y jugosas capas de lectura.
“¿Qué carajo son las producciones culturales?”: ésa es la pregunta que se hace a sí misma Alicia Herrero, frente a la vidriera del ex Instituto de Cooperación Iberoamericana (la gente se sigue refiriendo al él como “el ICI”) en su crítica vuelta a este espacio: a 6 años de la recordada Un paisaje hechizado, la mayoría de los objetos de esta exposición son nuevamente vasijas, recipientes, “guacos”. Se trata de objetos cotidianos relacionados con los clásicos roles femeninos y con la alimentación, pero también, en el caso de las vasijas precolombinas, de objetos que suelen estar limitados a una visión antropológica, museística o de coleccionista. A diferencia de lo que se suele mostrar como referente de este tipo de arte, aquí se ven vasijas con figuras copulando despreocupadamente, y hasta se ven simpáticos (pero a la vez misteriosos) penes, puestos por Herrero en primer plano, en la mismísima puerta del ICI. Siendo un lugar estrechamente relacionado con la vida cultural porteña, esta intervención es un excelente ejemplo de la nueva implementación de incorporar las vidrieras (y también algunas paredes) como “microespacios”, lo que genera un aprovechamiento del espacio que sorprende y que, en potencia, puede ser revolucionario en cuanto al análisis de cuál es el uso que hacemos de los espacios que cotidianamente percibimos. El efecto de la vidriera, destinada por su misma estructura a la exposición de libros, tiene el valor de la sorpresa: difícil no tomar conciencia de lo absurdos que suelen ser los criterios que legitiman las obras de arte. Categorizadas, clasificadas y cotizadas por el mercado del arte, esta instalación se atreve a poner en duda su propia condición de “producción cultural”. Lo cierto, en definitiva, es que no sabemos nada de estas vasijas eróticas, salvo que, como apunta Herrero, “las mejores piezas del arte erótico incaico (por calificarlo de alguna manera) pertenecen a coleccionistas alemanes”. Para Herrero, el hecho de “adjudicarles siempre un sentido de ‘fertilidad’ es algo arbitrario, porque quizás se tratara de tribus que, en plena Edad Media, tenían costumbres muy orgiásticas”. Objetos domésticos expropiados a una civilización destruida, estas vasijas vacías son un ejemplo del desproporcionado valor agregado que inventa el mercado del arte, pero también están cargadas de otros múltiples sentidos, abiertos a cada uno.
Bajando la escalera, en una de las vidrieras dedicadas habitualmente a exponer libros incunables, el segundo microespacio está ocupado por la micromuestra Apuntes, de la no menos talentosa Marina de Caro. Allí se ven algunos cuadernos Rivadavia en los que irrumpen tejidos e hilados de lana, así como también algunas de sus criaturas. La belleza de sus colores puros, así como la tactilidad de las texturas aparecen aquí como mutación positiva, una degeneración cálida, peligrosa pero inevitable.
Todo esto se puede experimentar en el CCE mientras uno observa la larga vidriera de la galería y baja las escaleras.
Si la idea de los microespacios es tan prometedora como delicada, lo cierto es que el mérito de estas propuestas es en gran medida de Belén Gache, escritora, licenciada en Historia del Arte y magister del Discurso (UBA) y coeditora de los cuadernos del Limbo.
La autora de Divina anarquía y Lunes eléctricos se las ingenió no sólo para convocar a artistas con la sutileza necesaria para potenciar estosmicroespacios, sino también para hilvanar las ideas de toda la muestra, dándole a la pluralidad de significados una sutil coherencia conceptual, que gira alrededor de la idea de lo secreto.
El tercer artista curado que intervino en los microespacios (esta vez las paredes) es Ernesto Ballesteros que, con sus cientos de líneas trazadas en lápiz, explora tanto las relaciones entre el azar y la necesidad como entre las de orden y caos, generando una escritura que deviene en textura. Una textura en la que, como señala Gache, supone reversibilidad, linealidad, bifurcaciones, fluctuaciones, autoorganización y probabilidades, pero también determinismo y previsibilidad total.
Se trata de tres artistas que ya tuvieron, durante los ‘90, importantes muestras para las cuales dispusieron de todo el espacio del por entonces ICI. Así, el nuevo período rescata la valiosa gestión de Laura Buccelatto, algo que Belén Gache acepta de buena gana: “Yo me formé con ella, así que puedo afirmar que hay una estética compartida”.
La propuesta del CCE para estos meses (la muestra cierra recién el 25 de junio del 2004) no se agota en estos fascinantes microespacios: hay un tercer microespacio, dado esta vez por el aprovechamiento de otro espacio más inusual aún: los baños.
Allí encontramos una instalación sonora propuesta por Jorge Haro y realizada por Juan Sorrentino en la que se escucha el supuesto cuchicheo que se da en las conversaciones entre mujeres en los baños. Se trata del sonido del secreto, hilo conductor de todas las muestras. A su vez, las puertas de los baños fueron intervenidas por Pablo Sapia, en un auténtico derroche de artistas.
A esto se le suma otra nueva implementación: la de darle al videoarte (que continúa dirigiendo Graciela Taquini) un espacio permanente, convirtiéndolo en un punto de encuentro con la idea de que deje de ser condenado a ser una actividad esporádica o rara. Titulada Elocuencia. Sobre la palabra y su ausencia, este conjunto arbitrario de videos experimentales de breve formato abarca temas como las apariencias, la literalidad, la globalización, la condición de la mujer, los mandatos del arte y su circulación, la memoria y el olvido.
Por último, escondida entre las columnas de la sala principal, encontramos la muestra El secreto. Curada también por Belén Gache, la exposición reúne obra de Marcello Mercado, Andrea Moccio, Margarita Paksa, Jorge Macchi y Ana Gallardo. El secreto tiene dos dimensiones: lo que sí se dice como forma de ocultar algo y lo que no se dice. Ambas se ven ejemplificadas con precisión en The speaker’s corner, una serie de encomillados de Macchi que se presentan como citas de ningún texto, cuyo título alude, invirtiéndolo, al espacio destinado en el Hyde Park de Londres al derecho a hablar que todos tenemos.
Con sus libros ilegibles, integrados por fragmentos guillotinados y descuartizados de tomos del Tratado de Patología Médica y De la Farmacología y Terapéutica de su padre psiquiatra, Andrea Moccio relaciona la idea de secreto con la de lo prohibido y lo incomprensible, generando un jeroglífico imposible de descifrar, y por eso mismo atractivo e inquietante. En Retratos, Ana Gallardo se sitúa en los secretos personales de su propio mundo privado, que, aun expuestos en público, no llegan nunca a pronunciarse. Por su parte, en Index Generator, Marcello Mercado traduce Das kapital de Marx a su propio idioma críptico, en el que la existencia de una inmobiliaria denominada Engels, la existencia de una mesa situada en el fondo de un gran agujero en donde se encontraba la Kölnischer Kunstverein, así como de una manifestación contra la violencia policial frente a una catedral sugieren la existencia de una historia secreta que exige ser revelada.
Finalmente, Silencio, una pequeña caja transparente cerrada en forma hermética de Margarita Paksa, juega con esa paradoja poética de intentar encontrar imágenes para el vacío y el silencio, así como de decir lo indecible. Atravesada por el tejido de un texto secreto, para Belén Gache,la muestra levanta la bandera de su propia fragilidad. El contenido de un secreto puede no ser revelado, pero la existencia de ese mismo secreto parece ser algo imposible de disimular. Y, con sus omisiones, sus intrigas, sus jeroglíficos, sus silencios y sus murmullos, estas obras nos confirman lo corrosivo que puede llegar a ser un discurso secreto.

Las muestras pueden verse en el Centro Cultural de España en Buenos Aires
(Florida 943) hasta el 25 de junio,
de lunes a viernes de 10.30 a 20 hs.

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