Más allá de Cambalache
Centuria cero, el espectáculo de danza en el Centro Cultural Recoleta, indaga, con una estética sutil y potente, sobre las condiciones deshumanizadas del mundo actual.
POR ANALIA MELGAR
Aldous Huxley y George Orwell, sentados en la primera fila, aplaudirían (de poder hacerlo) Centuria cero, la coreografía de la argentina Gabily Anadón. Al término de la función, conversarían sobre posibles conexiones con sus novelas distópicas Un mundo feliz y 1984. Franz Kafka, algunos años mayor, también festejaría, tímidamente. Y Ray Bradbury, ese que escribió Usher II, aún puede tomarse el primer vuelo del sábado para llegar a las 21 horas al Recoleta. Así, todos juntos, correligionarios en la construcción de pesadillas más propias de la contemporaneidad que del futuro, contemplarían esta versión física de los horrores a que ellos dieron forma. Porque Centuria cero expone sin timidez las consecuencias más perversas, aunque menos escandalosas en apariencia, de los regímenes totalitarios y los no tanto. La cotidianidad está escudriñada por los enemigos visibles y por los que saben esconderse con disimulo. Así, la humanidad se compone de no-personas que gozan de una no-vida, en un falso estado de libertad. A principios de siglo, Kafka ya diagnosticaba este estado de cosas: el tema no es nuevo. Sin embargo, nunca está de más recordar y gritar el absurdo que habitamos millones de hombres y mujeres. Si las definiciones express no fallan, el arte no es tanto el qué sino el cómo; y la riqueza está en las infinitas variaciones sobre la misma cuestión. Gabily Anadón engrosa la larga lista de antiutopías con este trabajo intenso e impactante.
Anadón dirige el grupo Reverso en su doble sede: Buenos Aires y La Habana. En 1998, estrenó aquí Fragata heroína, propuesta con la que recogió subsidios y el éxito de poder reponerlo en varias ocasiones. Centuria cero es producto de su interacción con la bailarina Luciana Panizza, el iluminador Horacio Bustamante, el videasta Diego Pousadella, el músico Gabriel Chwojnick y el escenógrafo Gabriel Fischer. La labor de este último determina la obra, como si la concepción del espacio preexistiera al movimiento. Mientras que la casi totalidad del escenario permanece vacía, un gran andamio compartimentado en cuatro receptáculos se recluye apretado contra el foro. El solo de Panizza se desarrolla íntegramente dentro de esta estructura, pequeña ciudad, gris, despojada, asfixiante. Transfigurada por las luces, Panizza deviene un experimento de probeta, un juguete de la perversidad médico-científica, un ente sin cabeza, sin brazos, sin pies, una fusión de murciélago, araña y mujer, un monstruo. El encierro y la desesperanza se dibujan en los ojos color de plomo y la pura piel subraya la violencia y la desprotección. No hay belleza sino el dramatismo exacerbado de un cuerpo yermo colocado en un paisaje estéril. Es también elogiable que, si bien esta obra refiere abiertamente al actual sistema utilitario, esquizofrénico y animalizante, cada elemento que integra la composición, como un signo mínimo, es susceptible de interpretaciones múltiples, porque el cómo de Anadón maneja sólo alusiones y sugerencias. El resto –particularmente el final ¿feliz?– queda en manos del espectador.
El título elegido para esta danza se liga con un fenómeno arcaico: el miedo colectivo a los años plagados de ceros. En la Europa del año 1000, movimientos milenaristas esperaban el advenimiento del Anticristo. La llegada del 2000 escuchó debates atemorizados. En 2004, ya no hay certezas sobre la proximidad de una destrucción catastrófica, pero se sabe que vivir comprimido en dos metros cuadrados es una odisea bastante parecida al Infierno. Ésa es la sensación de angustia que transmite Centuria cero,al mostrar este siglo que ya no es cambalache, sino, casi con seguridad, algo peor.
Centuria cero: en mayo, sábados 22 y 29 a las 21, domingos 16, 23 y 30 a las 20. En el Centro Cultural Recoleta, Junín 1930.