MúSICA
Tan joven y tan viejo
La sombra de los Rolling Stones los relega desde siempre a un segundo puesto. Pero desde mediados de los ‘70, la banda de Steven Tyler viene blandiendo el cetro del rock ‘n roll más festivo. Intoxicados hasta las cejas primero y limpios de droga después, Aerosmith puede
arrogarse algunos de los mejores discos de rock de los ‘80, la primera colaboración rockera con el rap, un par de legendarios videos para adolescentes y la paternidad sobre toda una generación de bandas encabezada por Guns ‘n Roses. Ahora, con el disco de covers Honkin’ on Bobo revalidan una vez más sus pergaminos: no hay nadie como ellos para invocar el espíritu del rock.
› Por Mariana Enriquez
Los labios de Steven Tyler podrían ser los más famosos, la boca desproporcionada y procaz símbolo del rocanrol, si no existieran los labios de Mick Jagger. El precedente de los Rolling Stones puso siempre a Aerosmith en un molesto segundo lugar, porque no es sólo el parecido físico de sus cantantes sino la música, el rocanrol forajido heredero del blues, lo que los emparenta. Claro que Aerosmith quedó en el lugar de la fotocopia color de los Stones: más jóvenes, más drogadictos —como si tal cosa fuera posible–, más elementales, con menos leyenda, menos canciones clásicas, menos sutileza y menos glamour que sus pares ingleses. Jagger y Richards se hacían llamar Glimmer Twins (Los Mellizos Brillantes). Steven Tyler y Joe Perry son los Toxic Twins (Mellizos Tóxicos), los Rolling Stones norteamericanos. Y ellos ya no se encargan de negarlo: “Todos decían que éramos una imitación barata de los Rolling Stones –dice Steven Tyler–, y hay un gran elemento de verdad en eso. Yo imité a Mick Jagger durante diez años. ¿A quién vas a imitar si estás en una banda de rock? ¿A Bobby Darin? No, a Mick. Es un demonio”.
La condición de segundones es, a esta altura, una injusticia. En realidad, Aerosmith tomó la posta de los Rolling Stones: cuando Jagger-Richards dejaron de escribir canciones milagrosas a mediados de los ‘70 y se dedicaron a editar discos cada vez más penosos –con la excepción de Some Girls y Tattoo You– Aerosmith recuperó ese rock sucio, parrandero y desafiante, terriblemente divertido, y continuó el camino. En 1975 la banda editó Toys in the Attic y en 1976, Rocks; los Rolling Stones hubieran pagado con sangre por esa frescura en aquellos años oscuros. En los ‘80, Aerosmith grabó los mejores discos de rock de la década, casi sin competencia: Permanent Vacation, en 1987, tenía “Angel” (la balada que Bon Jovi siempre quiso y nunca pudo componer) y “Dude Looks Like a Lady”, una celebración del travestismo tan pícara como festiva. Dos años después, con el grupo limpio de drogas, editaron su obra maestra, Pump: “Love in an Elevator” era un canto al sexo rápido como parte del mito rockero, “Janie’s Got a Gun” conectaba con los adolescentes descarriados, “The Other Side” es la mejor canción posible para escuchar en un auto a toda velocidad y “What it Takes” es otra balada mastodóntica y vulgar –se la deben envidiar con saña los Kiss. Sin pretensiones, entre rehabilitación y rehabilitación, Aerosmith es la única banda de rock longevo relevante, con su rocanrol genuinamente celebratorio y un estilo de vida que nada tiene que envidiarles a las pantagruélicas fiestas de los ‘70... sólo que es una fiesta libre de drogas.
Aeroexcesos
“De todo lo que perdí en los ‘70 –dice Steven Tyler–, lo que más extraño es mi mente.” Y Steven Tyler perdió muchas otras cosas. La relación con su hija, la actriz Liv Tyler, por ejemplo; la madre, Bebe Buell, no se atrevía a reunir a la niña con su intoxicado padre. Su fortuna, también: en aquella década, la banda encendía los cigarrillos con billetes de cien dólares. Cuando grabaron “Walk This Way” junto a Run DMC en 1985, la primera canción de rock en colaboración con un grupo de rap, el tema que advirtió a los jóvenes del mundo sobre el hip hop y que hoy está en la historia como un hito de mestizaje, lo hicieron porque de verdad necesitaban los ocho mil dólares que les pagó el productor Rick Rubin. Ningún integrante de la banda sabía lo que era el rap, salvo el baterista Joey Kramer, que lo odiaba. Explica Joe Perry: “En ese momento no apreciamos la importancia y la influencia que podía tener esa colaboración. Estábamos demasiado ocupados tratando de mantenernos sobrios”.
¿Cuáles son esos excesos tan famosos? Aquí un pequeño anecdotario:
* Durante los ‘70 y ‘80, los colaboradores del grupo tenían orden de tirar abajo la puerta de las habitaciones de hotel si algún integrante no abría la puerta, en caso de que hubiera muerto.* Steven Tyler fingía estar enfermo para robarle drogas al médico cuando lo visitaba en su habitación. Durante años, tenían que sopapearlo para que subiera al escenario, y muchas veces se desmayaba entre tema y tema.
* En 1977, Joey Kramer chocó su Ferrari y casi se muere porque el golpe le cortó una arteria.
* Ese mismo año grabaron el disco Draw the Line en una mansión aislada. Joe Perry llegó con una Thompson semi automática que usó para dispararle a tambores en el altillo. Tyler decía que veía doble y hasta triple todo el tiempo, porque había contratado al chef de Grateful Dead que le hacía comida con ácido. Cuando llegó un equipo de filmación para hacer un documental sobre la grabación, Perry tuvo que tomar dos gramos de cocaína para mantenerse en pie. Un año después, fue internado por desnutrición.
El renacimiento
La segunda oportunidad de Aerosmith llegó con Pump, pero con Get a Grip (1993) cambiaron su status, y su público. La seguridad que destila ese disco puede estar relacionada con que el grupo había influido a una generación de rock norteamericano que llegó a su punto máximo con Guns n’ Roses; todos esas bandas eran historia a mediados de los ‘90, pero Aersomith las sobrevivió. Fue una idea genial contratar a Marty Callner: el director los reinventó contratando a estrellas juveniles como Alicia Silverstone, Edward Furlong (Terminator II) y Liv Tyler para videos que eran cortos sobre el mundo adolescente; a los cuarentones de la banda casi no se los veía. Los siguientes discos –Nine Lives (1997), A Little South of Sanity (1998) y Just Push Play (2001)– repetían la fórmula rock de estadio + baladas, pero eran muy dignos.
Ahora la banda de Boston acaba de editar un disco de covers, con el feo título de Honkin’ on Bobo. Ellos dicen que es un tributo al blues, a sus orígenes, pero lo que les sale es tan irreverente y tan Aerosmith que despojan al género de toda melancolía y lo catapultan hacia un ideal festivo que es la esencia del grupo, ayudados por el piano de Johnnie Johnson (el mítico compañero de Chuck Berry). En ese sentido no es un tributo: suena barato y guarango, y aunque se nota que aman el blues, también es evidente que siempre les van a gustar más los Rolling Stones.
Honkin’ on Bobo también es un disco divertidísimo, y bastante imprevisible. Algunas elecciones son clásicas, como “Roadrunner” de Bo Diddley o “I’m Ready” de Willie Dixon, pero otras sorprenden: eligieron temas de Fred McDowell, cultor del delta blues del Mississippi en los ‘50 y ‘60, como “You Gotta Move”, “Back Back Train” o “Jesus Is on the Main Line”; de Little Walter (“Tempeture”), un bluesman de Chicago famoso por su genialidad con la armónica; de Freedom (“Never Loved a Girl”), un oscuro grupo psicodélico de los ‘60; y hasta de Fleetwood Mac (“Stop Messin Around”). Aerosmith también homenajea a Yardbirds y John Mayall Bluesbreakers, las grandes bandas que tomaron la música negra hace cuarenta años, pero como grupo pendejero que es, al fin y al cabo, nunca deja que el respeto por las raíces entorpezca su alegre forma de hacer rock. Una alegría terriblemente contagiosa.