EL CATADOR CATADO
Hacete hombre
En marzo, nuestro héroe olió en el aire las nuevas tendencias que soplaban desde el Norte y se apresuró a declamar desde estas mismas páginas que eso de ser un metrosexual era un engañapichanga. Por eso, cuando El metrosexual (Guía de estilo para el hombre moderno) aterrizó en las librerías porteñas, decidió darle al tema una nueva oportunidad. Conclusión: sigue pensando que es pura sanata. Pero ahora se hace los claritos.
Por Claudio Zeiger
Querido Varón Argentino: si en los últimos años has hecho un dinero considerable pero no has tenido tiempo de educarte para aprender cómo comportarte en un restaurante, un museo o una cita amorosa; si –por usar una expresión encantadora– no te has pulido lo suficiente; si eres bruto pero voluntarioso y, en definitiva, todavía crees que vale la pena invertir en ti mismo aunque sea un poquito de tiempo y plata, hay para ti una buena noticia: acaba de salir el libro que estabas esperando.
El metrosexual (Guía de estilo para el hombre moderno) obviamente trata de este nuevo fenómeno de la masculinidad cuya encarnación pura y prístina es David Beckham. No te apresures a señalarme con el dedo. Sí, lo sé. Yo soy el mismo que hace unos meses, en este mismo suplemento, me encargué prolijamente de romper el mito. Recuerdo que terminaba mi diatriba diciendo textualmente: “Varón argentino: no compres metrosexual. Sé tú mismo. Macho o macho menos, pero real”. Y no voy a contradecirme, muchacho. Sigo pensando lo mismo.
Hay dos razones simples por las que creo que tú y tus amigos muchachones –esos que se reúnen contigo los jueves para la cena de los machos o los viernes para desfogarse por ahí– igual deberían asomarse a esta guía: una (de ti depende) es para reforzar tus posiciones. O sea: terminarás de leer este manual con la leve sensación de que el señor Michael Flocker (el autor, que se presenta como un hombre muy cosmopolita que ha navegado por las aguas de la moda, la televisión y el periodismo escrito) te está tomando el pelo (si es que lo tienes). En ese caso apoyarás el simpático volumen sobre tu abdomen prominente, probablemente eructarás, hurguetearás en tus narices, bostezarás (con ruido, porque si no no vale) y volverás a preguntarte por qué –si Dios existe y es justo y todo eso– tú nunca te verás como Brad Pitt o Ewan McGregor o por lo menos, sin pedir tanto, Juan Darthés o Segundo Cernadas. En fin. Te habrás reafirmado en tu resentida personalidad, lo cual no está nada mal cuando no hay más remedio.
Pero también podría suceder que mal que mal le tomes el gustito, que encuentres alguna ventanita por la que deslizarte al mundo de la metrosexualidad, que sigas algunas pistas, que algo de todo este fucking asunto se derrame sobre ti y que, aunque públicamente te burles de esos nuevos hombres sensibles y emperifollados, en privado te ejercites un poco, gastes unas horitas frente al espejo, te intereses algo por la imagen (porque después, si no levantas ni un vaso de la mesa o tu mujer te deja por aburrido e impresentable, no digas que Michael Flocker no te dio al menos una oportunidad.)
En lo que a mí respecta, sigo impugnando ideológicamente al metrosexual por yuppie, pretencioso y consumista. Pero si insisto en recomendar la lectura de este manual (y ésta es mi segunda razón), es porque puedes usarlo pragmáticamente, como lo que es: una guía, un instructivo, una serie de recetas. Como se usa el yoga: para aprender a respirar, pero sin necesidad de andar hablando pavadas pseudo filosóficas por ahí.
Las primeras pistas están en las entradas del índice. Ser un hombre moderno parece ser una cuestión de “vinos y cócteles”, “cenar afuera”, “música, libros y películas”, “moda y estilo personal”, “arreglo personal”, “cuerpo y estado físico”, “sexo y romanticismo”, “decoración de interiores” y “mentalidad”. ¿Te abruma? No desesperes y vamos por partes.
El sexo. Hay que admitir que en este rubro y sus alrededores –cómo ligar, qué hacer en la primera cita, cómo comportarse en la primera relación, etcétera–, el Manual tiende a la sensatez y por lo tanto a cierta obviedad. Pero no está mal. Parte de la base cierta de que en la sociedad actual hay tanta diversidad sexual que seguro hay alguien esperándote ahí afuera (o como dice el dicho: “Siempre hay un roto para un descosido”) y sobre todo asume que hay solos y solas, en vez de barrerlos bajo la alfombra en pos del glamour y disfrazando la soledad de independencia, por ejemplo. Visto desde el varón, rescata el concepto de”caballerosidad” y afirma que las mujeres prefieren un toque de ese viejo arte.
En los consejos prácticos hay un poco de todo: “En la calle ceda el lado de la pared a la mujer”; “Ayúdela a ponerse y quitarse el abrigo”; “En un restaurante abarrotado de gente, sea usted quien abra el camino”. Y hay un consejo último que llama la atención: “Pague”. El libro, finalmente, enumera algo muy sexy que ya se empieza a ver en publicidades osadas: qué cosas podemos hacer desnudo. Nos está permitido dormir, hablar por teléfono, desperezarnos, nadar y tener sexo. Por el contrario, se desaconseja martillar, empapelar, hacer una fogata, cocinar panceta y trabajar con pegamento.
Llegó la hora del arte y la cultura. Enunciemos algunas películas que debes ver, libros para leer y discos que escuchar. Lo único que podemos concluir es que el hilo conductor es cierto aroma inconfundiblemente masculino con un toque burbujeante aquí y allá. Marvin Gaye, Ry Cooder, Chet Baker, Elvis Costello, Massive Attack y Coldplay en la disquetera. Scott Fitzgerald (El gran Gatsby), Hemingway (Fiesta, ¡tan obvio!), Kerouac (En el camino), Kundera (La insoportable levedad del ser) y (muy obvio también, permítanme) El club de la pelea de Chuck Palahniuk en la biblioteca. Entre los films que debe haber visto, Cinema Paradiso y El hombre elefante (porque el nuevo hombre es sensible ¿vio?), Belleza Americana, El crepúsculo de los dioses, Cabaret y Atame (un toque loco). Ahora bien: no hay libros y pelis que valgan si uno no tiene una buena percha, así que vamos rápidamente a la sección de estado físico.
Cuerpos en acción. Adrenalina. Endorfina loca. Un momento, nos advierte el Manual: las marcas preferidas en ropa deportiva son: Adidas, Puma, Nike. Pasado el chivito, siga corriendo. Vamos a los bifes: con total razón, el manual nos dice que las tres zonas básicas para el sex appeal del cuerpo masculino son hombros y pecho –con el ideal de lograr definición para quedar bien en remera y sentirse seguro al quitársela–, los abdominales (causa perdida después de los 30) y el trasero, porque, como bien enseña el Manual, no hay por qué negarlo: todos miran el culo de todos, como los perros se lo huelen.
Lo que sin embargo más nos llamó la atención es un pequeño fragmento que lleva el título “Un desafío que vale la pena”: “Intente dominar la vertical. Comience contra la pared, para no caerse; luego, continúe practicando hasta que pueda pararse sin apoyo durante sesenta segundos. Practique hasta la perfección y tendrá un truco para impresionar en fiestas”. (El señor Flocker sabrá mucho del tema, pero hazme caso: ¡no hagas la vertical en medio de una fiesta!)
Hay mucho más, y probablemente nada original. Para ser un metrosexual como se debe, hay que distinguir entre un cabernet y un merlot, conocer los cocktails por su nombre, saber que el gin tonic es “una elección sensible de los hombres cultos” y el ron con cola “algo aburrido para papá”; que no hay que chasquear los dedos para llamar al camarero y ¡nunca! sostener el menú cerca de una vela encendida. En fin: tanto, tanto que hay que saber...
Cuenta la leyenda que un hombre bueno, sensible y caballeroso siguió a pie juntillas todos pero absolutamente todos los consejos y las indicaciones de la Guía de estilo para el hombre moderno, desde las gastronómicas hasta las de belleza personal, las de arte y decoración de interiores. Todas. Y parece que quedó bastante pobre, casi se diría que en pelotas, y las noches de luna llena se lo ha visto aullar desnudo –cual solitario lobo–, tratando, aparentemente, de volver a recuperar su naturaleza más primitiva.