Dom 25.07.2004
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TEATRO

Mujeres al borde

Dos mujeres con dos unipersonales habitan hoy en día una de las capas más subterráneas del off porteño. En Abre su rosal, Georgina Rey recrea Yerma de Federico García Lorca. En La Señora Malony y en tan sólo veinte minutos, Verónica Koziura reinterpreta Cordero asado, un gran texto de Roald Dahl. De la palabra encendida al silencio, de la tragedia a la intriga policial, estos dos monólogos femeninos dialogan entre sí aunque transcurran en distintos escenarios.

Por Cecilia Sosa

Catalogar el circuito de teatro off porteño puede resultar una empresa casi tan extravagante como pedirle cordura a Pandora al momento de llenar la caja. Pero si de unipersonales femeninos se trata, hay por lo menos opciones que merecerían titilar en la cartelera (en realidad una de ellas es tan pero tan off que no se publica en ninguna parte). Tal vez por su secreto juego de diferencias y semejanzas, tal vez por su inspiración en textos clásicos, tal vez por sus modos de interrogar el siempre inquietante universo del matrimonio. Tal vez. Pero al enfrentarse cara a cara con las actrices Georgina Rey en Abre su rosal y Verónica Koziura en La Señora Malony, toda duda tiende a desaparecer mientras se recortan en escena dos jóvenes mujeres entregadas por completo al misterio del teatro.
En el primer caso, se trata de una adaptación tan contemporánea como literal de Yerma de Federico García Lorca; en el otro, una breve y contundente versión de Cordero asado, el escalofriante cuento de Roald Dahl. Si en Abre su rosal, la protagonista no puede dejar de gritar su frustración, en La Señora Malony la despechada actuará su desencanto en el más mudo de los silencios. Un cuerpo donde retumban las pasiones encontradas y otro que sólo parece el frío envoltorio de un alma calculadora. Por un lado una tragedia, por otro un policial. Es cierto: Lorca y Dahl no se conocieron: mientras el franquismo se cobraba una de sus primeras víctimas en la Granada insurrecta, el galés se subía a un avión (y en el lugar del piloto) como agente secreto del servicio de inteligencia británico, sin siquiera soñar en escribir una línea literaria. Pero, maravillas porteñas, en estas dos pequeñas telenovelas a capella, Georgina Rey y Verónica Koziura logran lo difícil: que dos grandes escritores dialoguen entre sí post-mortem desde un pequeño teatro de Villa Crespo y un PH de Chacarita.

Abre su rosal: De lo infecundo
Entre 1931 y 1934 Federico García Lorca escribía Yerma, su desgarrador poema donde una simple mujer de campo casada con un propietario de tierras traducía su frustración amorosa en la imposibilidad de concebir. Así, Yerma se convirtió en la gran heroína trágica lorquiana, la “víctima de lo infecundo”, según palabras del propio autor. Muy bien. Pero ¿qué fantasmas puede despertar una vocación materna incumplida en épocas de fertilización asistida, alquiler de úteros y tráfico de bebés? ¿Cómo obcecarse ante un matrimonio frustrado o comulgar con la “honradez” conyugal cuando el goce femenino ha devenido en el más imprescriptible de los mandatos? “Que estoy ofendida, ofendida y rebajada hasta lo último, viendo que los trigos apuntan, que las fuentes no cesan de dar agua, y que paren las ovejas cientos de corderos, y las perras, y que parece que todo el campo de pie me muestra sus crías, tiernas, adormiladas, mientras yo siento dos golpes de martillo aquí, en lugar de la boca de mi niño”, se enfurece esta Yerma contemporánea abrazada a su Chuqui, un pequeño y aterrador muñeco de plástico. Pero de algún extraño modo (o no tanto) ese “¿cuándo mi niño, vas a venir?” repetido, cantado y bailado por Rey logra conmover hasta la última silla de la intimista puesta circular, ideada por la propia actriz y supervisada por las directoras Laura Yussem y Clara Pando en el Patio de Actores.
Resulta que la decisión de Rey de permanecer sola en el escenario, sin más sostén que una silla, el muñeco, una mantilla y un provocador juego de luces, ayuda a potenciar el drama lorquiano. Porque todos los personajes del original –las lavanderas (una especie de coro griego que juzga, castiga y ataca); un marido seco y silencioso, un proyecto de amante, un puñado de amigas fértiles y otro de viejas consejeras–, todos deben comparecer por boca de esta Yerma. Y el plástico cuerpo de Rey se deja transitar por todas esas voces y solito logra revolucionar el escenario vacío con bailes flamencos, pechos estrujados, convulsiones infértiles y sollozos de espanto. Frente a los ojos del espectador, ese cuerpo femenino, tomado hasta tal punto por la obsesión, pasa de estar encendido por las más noble de las pasiones a convertirse en un manojo de pulsiones anárquicas, que ni el más potente conjuro de rosas logrará desviar de la tragedia. Paradojas del caso, Rey asegura que no quiere tener hijos. ¿Los fantasmas lorquianos? Vivitos y coleando.

La Señora Malony: Del despecho
Casi podría decirse que La Señora Malony calla todo lo que Yerma grita. Verónica Koziura interpreta con la frialdad más escandalosa a una mujer que un día cualquiera recibe de boca de su marido la más inaceptable de las noticias: me voy. ¿La señora Malony pataleará, querrá saber TODO, interrogará, pedirá, sobornará, exigirá, desmayará? No, no y no. No dirá nada. Apenas tragará saliva, carraspeará y continuará con el ritual de siempre, irá a la cocina y preparará la comida: una enorme pata de cordero. Y en cualquier caso, la más mortal de las armas domésticas jamás empuñadas.
Koziura recorre el breve y magistral cuento de Roald Dahl (1916-1990) –incluido en la serie Relatos Inesperados (1981)– con serenidad hitchcockiana. De hecho, fue la versión del gran cineasta la que hizo saltar a la fama el relato de Dahl convirtiéndolo en 1958 en un cortometraje aterrador que Pedro Almodóvar incorporaría en clave paródica en un genial pasaje de ¿Qué hice yo para merecer esto?
Abrazada a una pata de cordero todavía cruda, sola en el living de su casa, Koziura muestra en puro acto y en sólo veinte minutos todo lo que es capaz de tramar una mujer despechada. Y todo con el mismo tono neutral y monocorde sobre el que a veces sólo se imprime alguna que otra sonrisa pérfida. El público obligado a rellenar los vacíos con sus propios fantasmas se debate entre la risa cómplice y los estremecimientos de espanto.
La puesta ofrece una particularidad más: La Señora Malony no transcurre sobre ningún escenario teatral sino en el propio living de una casa; en realidad, en el patio techado de un PH de Chacarita. Cada domingo, al caer la noche, las puertas se abren, las copas se llenan, los invitados se acomodan, las luces se apagan y La Señora Malony entra en escena. Para asistir sólo hay que llamar por teléfono y reservar lugar. El precio es el que cada uno considere adecuado. Y, no señores, el vino no está envenenado.

Abre su rosal: sábados a las 19 en el Patio de los Actores, Lerma 568, 4772-9732. La Señora Malony: domingos a las 20.30 en Rosetti y Elcano. Reservas al 4554-7907. A la gorra.

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