FENOMENOS
Me pareció ver un lindo gatito
Acaba de desembarcar en la Argentina uno de los nuevos experimentos de la literatura infantil: Lionboy cuenta la historia de un niño mulato hijo de madre inglesa y padre africano que tiene el don de comunicarse con los felinos. Sin magia pero con un discurso multiculturalista y politizado, esta creación conjunta de una madre con su hija de tan sólo diez años aspira a ocupar el primer sitio vacante de la era post Harry Potter. Louise Young e Isabel Adomakoh Young, dos mujeres un tanto misteriosas que se refugian bajo el seudónimo de Zizou Corder, han logrado convertir los cuentos de la hora de dormir en una exitosa trilogía y una próxima película producida por Steven Spielberg.
› Por Mariano Kairuz
El origen de Lionboy, el último gran éxito editorial de la literatura infantil en la era post Harry Potter, admite dos versiones. Una verdadera y otra moderadamente falsa. La historia verdadera indica que (según las palabras de la propia autora o al menos de una de ellas) “nació entre los cuentos que le contaba a Isabel cuando se iba a dormir. Pero yo hacía que ella en verdad inventara sus propias historias porque estaba demasiado cansada a esa hora como para inventarlas yo misma”.
Se trata entonces de bedtime stories de una madre –Louise Young, 42 años- y su hija –Isabel Adomakoh Young, 10 años–, quienes firman juntas bajo el seudónimo de Zizou Corder. En cuanto a la versión falsa, y que ninguna de ellas quiere hacer pasar por verdadera, contempla que una noche un marciano se les apareció en la ventana y les dijo: “Les traigo unas palabras secretas de más allá del espacio exterior y ustedes deben ponerlas por escrito. Y así nos tuvo secuestradas en el altillo hasta que terminamos”.
Lo cierto es que si las autoras ya respondieron a la pregunta sobre el origen de los libros tantas veces, se debe a que Lionboy es un best-seller internacional, editado o a punto de editarse en 37 países y que ya registra cifras de venta impresionantes. Ahora acaba de publicarse en la Argentina el primer volumen de lo que fue concebido como una trilogía. La salida europea del segundo tomo se anuncia para dentro de algo más de un mes, lo cual parece terminar de posicionarlo como el sucesor de la saga de ya se sabe quién, cuyos libros Louise, autodeclarada lectora voraz de literatura infantil, curiosamente confiesa no haber leído. Y lo confiesa sin el menor gesto de desdén. Pero Isabel sí los leyó y admite que le gustan aunque “sin llegar a volverme loca”. Eso sí, cuando se les pregunta qué esfuerzo consciente hicieron para eludir los lugares comunes de la literatura para chicos, no dudan en señalar con el dedo acusador hacia el universo Potter: nada de magia.
“Demasiada magia lo hace todo muy fácil: si tenés un problema simplemente hacés ¡pim! y ya está, el problema desaparece. Así que teníamos esta única cosa mágica que es la comunicación del protagonista con los gatos. Y todo lo demás es más o menos posible, o al menos lo será en el futuro”, explica la madre.
El protagonista de Lionboy es Charlie Ashantii, un niño mulato hijo de madre blanca inglesa y padre negro oriundo de Ghana, que sabe hablar en “felino” y se granjea con igual facilidad la confianza de gatos callejeros y de leones. Como Isabel, Charlie es asmático. Y sus padres son dos científicos que tal vez den con la cura definitiva del asma y otros males. “Leí hace poco en el diario que descubrieron un gen que hace que la gente sea violenta, y estoy segura de que antes de que se haya terminado de publicar la trilogía de Lionboy ya habrán descubierto el gen que predispone para el asma”, dice Louise. El futuro cercano en el que transcurre la historia de Charlie es un mundo en el que se han prohibido los combustibles contaminantes y donde la mayoría de los humanos son alérgicos a los gatos. Pero a pesar de todo es un futuro que no desdeña una onda un tanto retro. En cuanto sus padres son secuestrados, Charlie emprende su búsqueda y termina primero como polizón y apenas después como asistente de un domador de leones a bordo de un circo itinerante montado en un barco. Se trata, obviamente, de un viaje “iniciático” y Charlie, que no es –se indica repetidamente en el libro– para nada ingenuo, va abriendo los ojos ante las crueldades habituales del mundo real. El circo combina menos magia y fascinación que destreza, bizarría y sometimiento (de freaks y de animales).
Sobre las últimas páginas de esta primera parte aparece un tal Boris, rey de Bulgaria, y es él quien explica a Charlie que el objetivo de los secuestradores de sus padres debe ser detener sus investigacionesdestinadas a erradicar el asma. Razona Boris: “Si se identificara el gen relativo al asma, se lo podría modificar, cambiar o eliminar, y la gente ya no necesitaría medicinas para el asma y los que ganaban dinero con los medicamentos del asma dejarían de ganar dinero”. Y según cree entender el propio niño, “las grandes compañías son más grandes que algunos gobiernos: más grandes, ricas, fuertes y poderosas. Algunas hasta llegaron a comprar países pequeños para poder imponer sus propias leyes y hacer lo que quieran. Los gobernaban como las Nueve Comunidades: sólo permitían la entrada de ciertos tipos de gente; tenías que ser rico o trabajar para la compañía”.
La oscuridad y la crueldad del mundo de Lionboy, dicen sus autoras, no son otras que las del mundo real. Todo tema es admisible para la literatura infantil, sostienen. Lo único que no debe hacer un libro para chicos –excepto aburrir, e incluso en ese aspecto Louise se declara flexible– es volverse condescendiente hacia sus lectores. “No hay por qué dejar afuera temáticas que a priori no se consideren parte del mundo infantil, porque se supone que a los chicos no les va a interesar o que no hay que hablarles de ciertas cosas.”
La otra pata de este nuevo fenómeno es una niña de tan sólo diez años. Acompañante y co-equiper de nada menos que su madre, suele intervenir en las entrevistas cuando siente que puede decir algo. Se muestra espontánea y en líneas generales más entusiasta que mamá. Cuenta una anécdota que pinta un poco el lugar al que ya la está llevando la popularidad del libro. Cuenta que le regalaron un ejemplar a cada alumno de su curso escolar, que muchos lo leyeron y sólo a algunos les gustó. Pero uno de sus maestros tuvo la pésima idea de incorporarlo como material de lectura en clase. “Y ya estamos todos bastante hartos de Lionboy”, dice. “Cada vez que nuestro maestro saca su ejemplar y nos pide que hagamos lo mismo, cunden las expresiones de fastidio: ¡Otra vez Lionboy no, por favor!”
Ahora ya les regalaron el segundo libro de Lionboy a los chicos de su curso, informa Isabel, pero esta vez se aseguró de hacerlo un día antes de que comenzaran las vacaciones.
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