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La ley del deseo
Acusada de ser un policial erótico convencional, de caer en un desenlace banal y de servir apenas como el vehículo escandaloso de Meg Ryan para sacar carnet de actriz seria, la última película de Jane Campion fue tan vapuleada que su estreno llega directo en video. Pero hay algo que todos se perdieron de ver.
› Por Mariana Enriquez
Cuando Jane Campion comenzó el rodaje de En carne viva, las expectativas eran altísimas: la prestigiosa directora australiana se atrevía a adaptar la compleja novela de Susanna Moore –un oscuro thriller erótico desde el punto de vista femenino– y elegía como protagonistas a actores encasillados en papeles soleados y asexuados como Meg Ryan y Mark Ruffalo. Después, con la película completada, empezó la debacle: escenas de sexo explícito que tuvieron que ser eliminadas de la versión final, el rumor de que sólo era un vehículo para que Meg Ryan obtuviera credenciales de “actriz seria”, el casi monolítico desprecio de la crítica y, finalmente, el fracaso comercial. Así, En carne viva terminó como la película más injustamente ignorada –y ninguneada– en mucho tiempo. Hasta los títulos que la prensa especializada eligió para las reseñas fueron condescendientes, cuando no insultantes. The Village Voice, por ejemplo, encabezó: “Policía caliente con la profesora”. Y el resto se preocupó más por la las escenas eróticas de Meg Ryan, burlándose de la actriz por intentar algo diferente de su imagen de dulce y sonriente novia de América. La principal objeción es que se trata de un thriller poco efectivo, con un final “sorpresa” banal. Cierto, no es el policial soñado. Frannie (Meg Ryan) es una profesora de literatura que, cuando busca un baño en el sótano de un bar, ve en la semioscuridad a una pareja; ella le está practicando sexo oral a un hombre cuyo rostro permanece en las sombras, pero Frannie alcanza a ver el tatuaje en la mano que acaricia el pelo de la mujer. Poco después, esa mujer aparece muerta, y Frannie se convierte en posible testigo. Recibe la visita de un policía, el detective Malloy (Mark Ruffalo, impresionante) y pronto se hacen amantes. Sólo que Malloy tiene en la muñeca el mismo tatuaje que el hombre del sótano, y Frannie puede estar, literalmente, durmiendo con el enemigo.
Lo que pocos parecieron comprender es que En carne viva usa el género noir apenas como hilo narrativo para que Jane Campion vuelva a analizar los temas que la obsesionan desde sus primeras películas australianas (Sweetie, An Angel At My Table) hasta las más recientes (La lección de piano, Humo sagrado): la sexualidad femenina, el mito de la presa y el predador, y el interrogante abierto sobre los roles domador y domesticada. Sólo que En carne viva prefiere un examen crudo, y hasta rabioso. Campion vuelve a decir que ser mujer es difícil, y parece furiosa, como si antes no la hubieran escuchado. Por eso pone a su protagonista en el centro del peligro, acechada en el medio perfecto para expresar la idea: el noir. Pocas películas evocan de forma tan certera el deseo sexual mezclado con el miedo y la inseguridad; expone la vulnerabilidad, pero no cae en la victimización. Lo que descoloca es ese cambio radical de punto de vista. La escena en el departamento de policía, cuando Frannie debe ser interrogada, es un ejemplo. La mirada sobre esos hombres que impostan brutalidad, usan términos femeninos como insultos (“¡No soy tu sirvienta!”) y se incomodan ante la presencia de una mujer callada, sólo puede ser femenina. Frannie ve –guiada por la cámara de Campion– los lazos homoeróticos que unen a esos hombres, celosos cuando uno de los suyos parece atraído por esa insulsa profesora de sandalias bajas; ve el merodeo del hombre que se sirve un vaso de café con falsa familiaridad, mientras está demasiado atento a los movimientos de la mujer que desea; ve los chistes de vestuario que los demás descargan sobre el compañero, para devolverlo al redil, y la frustración cuando no lo consiguen. Es una escena de intenso romanticismo, pero no es la fantasía de serenatas y flores sino el torpe y a veces brutal cortejo que arranca al hombre de la comodidad y lo arroja al desconcertante mundo de una mujer sola.
Las escenas sexuales de En carne viva no son tantas ni tan explícitas, a pesar del revuelo mediático. El puritano sistema de calificación norteamericano obligó a Campion a cortar muchas de ellas para evitar el temido NC-17, que hubiera condenado a la película a un limitado circuito de salas. Pero son reveladoras. El primer encuentro sexual de Frannie y Malloy es casi una toma de posición: él la hace llegar al orgasmo lamiendosu clítoris. Que la principal escena sexual de una película no sea una penetración pone patas para arriba todo lo que se suele considerar como erótico en cine y, más importante, demuestra hasta qué punto el placer del varón rige el imaginario cinéfilo. Es una escena ardiente y triste, y el diálogo que la cierra redefine lo que se entiende por “intimidad”. En otra escena, Frannie está en el departamento de su hermana Pauline (Jennifer Jason Leigh), una mujer mucho más arriesgada en sus relaciones con los hombres. Pauline insiste en que llame al policía, “aunque sea por el ejercicio”. Frannie le hace caso, y se deja guiar por la voz del hombre en una masturbación que nombra la anatomía femenina con una precisión quirúrgica que podría resultar distante si no resultara tan sorprendente, y erótica hasta el delirio. Cuando Malloy corta el teléfono y deja a Frannie sola, húmeda, es imposible no odiarlo (y desearlo). La actuación de Mark Ruffalo, bestial y seductor al mismo tiempo, evoca –salvando las distancias míticas– a Stanley Kowalski, y lo extraño es que, por momentos, se parece físicamente a Marlon Brando.
En carne viva está marcada por el pulso del deseo y el peligro. No hay soluciones fáciles. Campion apunta que, en el mundo real, las mujeres no son campeonas de taekwondo ni chicas superpoderosas. La nuevas heroínas con sus sables samurai y sus patadas voladoras pueden ser un paso adelante con respecto a las damas en apuros que deben ser rescatadas, pero son una construcción igualmente falsa. Frannie es vulnerable porque, en la trama, la acecha un asesino serial, pero también porque los varones son amenazantes. En un momento determinado, la norma del policial ubica a todos los hombres que la rodean como potenciales sospechosos, pero hay que ser necio para no comprender lo que Campion insinúa: son peligrosos porque pueden hacer que ella pierda la cabeza, en un sentido literal –el asesino degüella a sus víctimas– y en un sentido simbólico. Frannie es una profesional segura, independiente, protegida en su mundo de citas literarias y masturbaciones antes de dormir. La irrupción del deseo encarnado en un hombre real la desorganiza, la descontrola. En una escena impecable, Frannie expresa su mayor temor, y no es el miedo a ser asesinada. Su amante policía la está bañando, ella está borracha. “Tengo miedo de pedirte lo que quiero”, dice, “porque es mucho”. La caída libre de una mujer en el tumulto emocional de la pasión, desesperada por estabilidad masculina en su vida, pero aterrorizada ante las perspectivas de la entrega, es uno de los verdaderos temas de En carne viva.
El otro es la negación en rotundo a buscar la aceptación. La identificación de los varones con Malloy puede resultar muy difícil, porque aunque es atractivo hasta la nausea, también puede ser un villano espantoso. No es un bienintencionado Marlowe, en las redes de una mujer fatal. La complicidad entre las hermanas, sus charlas francas, pueden resultar incómodas, expulsivas y hasta inverosímiles para un público acostumbrado a escuchar diálogos de mujeres escritos por hombres. Toda la sensibilidad de la película está tan anclada en el universo femenino que resulta irreverente. Frannie, como personaje, no se preocupa por gustar. En carne viva tampoco.