Domingo, 26 de septiembre de 2004 | Hoy
NOTA DE TAPA > LA VERDADERA HISTORIA DE LA CARTA SOBRE MALVINAS
Fue católico, espía, corresponsal y pacifista. Sus libros estaban ambientados en los lugares más calientes del mapa político mundial. Se anticipó diez años a Vietnam, estuvo con Fidel Castro antes de la revolución, entabló relación con los sandinistas, fue amigo de Torrijos, tuvo la entrada prohibida a Estados Unidos y se burló del mismo servicio secreto inglés del que formó parte. Pero además, sobre ese telón de fondo escribió algunos de los libros más crudos y religiosos del siglo XX. El sábado que viene se cumplen 100 años del nacimiento de Graham Greene. A manera de homenaje, Felisa Pinto cuenta por primera vez los entretelones de la carta contra la Guerra de Malvinas y la Junta Militar rechazada por Octavio Paz en México y publicada en el país en 1982.
Por Felisa Pinto
Ivonne Cloetta,
última mujer de Graham Greene, revela en su libro In Search of a Beginning
que al escritor le aburrían enormemente los periodistas, las conferencias
y los eventos académicos. No porque quisiera protegerse, sino simplemente
porque era un impaciente perpetuo.
Como recién me he enterado de este rasgo de su personalidad, valoro más
que antes que haya contestado una carta mía con tintes de militancia
pacifista, a propósito de la Guerra de las Malvinas.
En esos días, abril de 1982, era yo colaboradora de la revista Vuelta
dirigida por Octavio Paz, en México. Mi contacto allí era el secretario
de Redacción, el escritor Enrique Krauze. El me había publicado
reportajes a Juan José Hernández, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy
Casares y Olga Orozco. Cuando sobrevino la guerra de las islas, pensé
en proponerles una nota de opinión independiente. Tuve la necesidad y
la ocurrencia, además del empuje urgente, de escribirle a Greene, en
su doble condición de inglés y pacifista. Le pediría su
parecer esclarecedor sobre la guerra, para eventualmente publicarla en Vuelta.
En Buenos Aires, creía imposible hacerlo.
Pero me equivoqué. Krauze me escribió desde México. Entonces
no había correo electrónico. Su carta decía: Acabo
de recibir tu propuesta de colaboración sobre una carta de Graham Greene
a propósito de las Malvinas. Nos será imposible publicarla ahora
porque ya hemos cerrado la edición. Te agradezco mucho tu colaboración
con Vuelta y todos esperamos seguir contando con ella. La lectura entre
líneas de esta inesperada respuesta estuvo a cargo de Pepe Bianco, quien
creyó ver en ese rechazo el recelo que, según parece, tenía
Octavio Paz con Greene.
Mi carta al escritor inglés, en cambio, fue escrita por mí en
francés,
lengua que uso más fluidamente. Estaba dirigida al escritor a su casa
que entonces tenía en Antibes, en el sur de Francia. Su sitio se llamaba
La Residence des Fleurs, en la Avenue Pasteur. Tenía fecha
del 15 de abril de 1982 y decía: Como periodista, me dirijo a Ud.
para pedirle su punto de vista sobre la guerra de las islas Malvinas. Considero
que su opinión es esencial para orientar a los jóvenes intelectuales
de la América latina y de mi país, que están confundidos
y angustiados en este momento caótico y en este lugar que Ud. conoce
bien por haber sido invitado, alguna vez, por Victoria Ocampo, y a quien le
dedicara su libro El Cónsul Honorario. Ella es hermana de Silvina Ocampo,
una buena amiga mía.
Hacia mediados de mayo, me llegó la única carta procedente de
Europa en esos meses. Lo cual ya era una rareza. Pero más sorprendente
aún, tenía matasellos de Turnbridge Wells y estaba dirigida a
Senor Felisa Pinto, a mi dirección de entonces. Era su respuesta.
En el encabezamiento volvía a considerarme senor y decía:
Dear Senor
Pinto:
Gracias por su carta del 15 de abril. Temo que será difícil para
Ud. publicar cualquier cosa que yo pueda decir sobre la actual situación
en Buenos Aires. Esa es la diferencia en este momento entre su país y
el mío, donde yo estoy en libertad de escribir cualquier cosa. Sin embargo,
trataré de explicar lo que siento. Pienso que el primer error lo cometió
el British Foreign Office. Ellos debieron llevar las negociaciones sobre las
islas Malvinas hacia un final satisfactorio para ambos países muchos
años atrás. El gobierno argentino tuvo toda la razón para
suponer que Inglaterra no apoyaba suficientemente a los habitantes de las islas.
Fue la Argentina, precisamente, quien construyó la pista de aterrizaje
y fueron aviones argentinos los que, con nuestro consentimiento, hicieron posible
los únicos medios de comunicación entre las islas Malvinas y el
continente. Además, sólo a una cuarta parte de los habitantes
se les había concedido apenas una ciudadanía inglesa limitada.Sin
embargo, creo, por otra parte, que la Junta estuvo totalmente equivocada en
lo que se refiere a las acciones que efectuó, probablemente para desviar
la atención de la crueldad de su régimen.
También fue un error desembarcar en las islas Georgias del Sur, las que
nunca habían pertenecido ni a los españoles ni a los argentinos.
Actualmente, la lucha innecesaria está tomando lugar y el único
final satisfactorio, y en mi opinión y en la de muchos de mis compatriotas,
sería la caída de la dictadura militar argentina y un rápido
arreglo mediante un acuerdo con un gobierno civil en cuyas promesas pudiera
confiarse. Esto incluiría la soberanía argentina sobre las islas
y una compensación a sus habitantes. Y para aquellos que quisieran mantenerse
como súbditos británicos, podría nombrarse un cónsul
que resguardara sus intereses. Sólo podemos esperar y rezar para que
algo semejante suceda sin pérdidas de muchas vidas de ambos lados.
Sinceramente suyo,
Graham Greene
P.S. Temo que mientras escribo estas líneas, 5 de mayo de 1982, mis esperanzas de que todo esto concluyera sin que se derramara mucha sangre han sido vanas. A propósito del tema, el diario inglés católico The Tablet sintetiza en uno de sus últimos artículos, referidos a la crisis, un punto de vista que es muy similar al mío. Desde luego, la nota a que me refiero se publicó antes de la trágica desaparición del Gral. Belgrano, acción que me parece un error imperdonable. La intención fue, seguramente, dañar el barco sin pérdidas de vidas, pero no se tomaron en cuenta ni las condiciones del tiempo ni la inmensidad del océano.
Descartada la revista
Vuelta, y asimismo la publicación en La Nación, por razones obvias,
fui a verlo a Enrique Alonso, compañero en los años de La Opinión,
quien entonces dirigía en Clarín la sección internacional.
Alonso no dudó en publicarla, consultas previas mediante. La carta de
Greene fue publicada en la sección Opinión el 20 de mayo de 1882.
El día anterior me había quedado yo hasta el cierre porque pedí
controlar la traducción, a fin de que no se introdujera ni quitara una
sola palabra que debilitara el contenido del texto. También pedí
obviar mi nombre en el encabezamiento por razones de seguridad personal. No
era una medida exagerada ni paranoica en esos días. Así las cosas,
Clarín tituló: GRAHAM GREENE: LAS MALVINAS SON ARGENTINAS, y como
copete: El célebre escritor inglés Graham Greene varias
veces candidato al Premio Nobel de Literatura explica con total claridad
su reconocimiento de la soberanía argentina en las islas Malvinas, en
una carta que dirigió a una periodista argentina. La importancia de su
opinión con independencia de sus consideraciones sobre política
interna argentina se ve acrecentada porque, como señala Greene,
es similar a la del diario The Tablet, que refleja el pensamiento católico
de Inglaterra.
Una segunda carta mía, esta vez de agradecimiento al novelista, decía,
aparte de los formalismos epistolares:
Estoy feliz
de haber podido publicar su carta, ya que la paz y la vía diplomática
parecen tan lejanas. En todo caso, su opinión ha contribuido, seguramente,
a la causa del common sense contra el espíritu belicista y loco que domina
a los gobiernos de nuestros dos países. Debo decirle que a pesar de las
dificultades de censura y autocensura su carta fue publicada, gracias a una
coyuntura política impuesta por un sector de fuerzas que apoyan el reemplazo
de la junta militar por un gobierno civil. Un último detalle: no se puso
mi nombre en el encabezamiento a causa de mi seguridad personal. Ud. sabe, ser
periodista en mi país se ha convertido en algo peligroso. Justamente
hace quince días tres periodistas ingleses han sidosecuestrados por un
grupo paramilitar (o parapolicial) durante ocho horas. Los han liberado después,
desnudos, a cuarenta kilómetros de Buenos Aires. Por eso, como soy una
mujer de cincuenta años, tengo todavía muchas cosas que hacer
más generosas para mí y los otros, que tener problemas con la
gente más canalla y reaccionaria de mi país.
Felisa Pinto.
P.S. Por la publicación de su carta en el diario Clarín me pagaron sesenta dólares, esto es el equivalente al salario mínimo promedio mensual de un trabajador argentino.
Cuanto conté este intercambio de cartas con Greene a algunos amigos que lo conocían bien, me advirtieron que el escritor era sumamente prolijo en cuanto a cobrar todo lo que se publicara de su autoría. Eso no sucedió en este caso.
Vivir
su vida
27 años, 3000 páginas y miles de kilómetros por el mundo es lo que le llevó a Norman Sherry terminar la biografía de Greene. Y puede que no sobreviva para verla. Cuatro días nos separan de un hito que llevó veintisiete años construir: Graham Greene tendrá al fin su propia biografía oficial y definitiva, de poco menos de 3 mil páginas. La curiosidad del evento puede adoptar la forma de las bromas que acostumbraba divertir a Greene: no es seguro que su biógrafo esté allí para contarlo. El profesor inglés Norman Sherry invirtió buena parte de su vida y de su salud para culminar La vida de Graham Greene, cuyo tercer volumen será publicado el jueves 30. Este volumen final cubre el período entre 1955 y la muerte del escritor, en 1991. (Los anteriores, publicados por la editorial Viking,cubrieron los años1904-1939 y1939-1955.) Sherry creyó en un principio que el trabajo le demandaría apenas tres años. Greene le advirtió que él pensaba en unos veinte, y algunos más. Veintisiete años le llevaron finalmente a Sherry, una tarea que consistió en recopilar todo tipo de documentos in situ, incluyendo los lugares más inhóspitos por los que anduvo Greene. Esta obsesión por seguir los pasos de su biografiado casi lo mata. En Panamá, Sherry estuvo a punto de perder una porción de su intestino; en Haití fue arrestado por la dictadura de los Duvaliers (llevaba consigo un ejemplar de Los comediantes, una novela contra el régimen), en Liberia le dio una diabetes tropical y casimuere sordo y ciego. Hoy, a los 69 años, continúa durmiendo pésimo (dejó de dormir plácidamente desde que Greene le confesara sus dudas acerca de ver terminada la obra) y con una próstata cada vez más problemática. Por cierto, la credulidad de Sherry es indiscutida y su biografía abunda en los datos inocuos que podrían hacer de ella la mejor hagiografía: Cuando Greene estaba en la universidad no iba a la iglesia, entendiblemente, pues era ateo. No hay escándalos y todo queda intacto de la personalidad enigmática de Greene: en los volúmenes anteriores se matizan sus resoluciones, contradicciones y aventuras sexuales, se evitan los contrastes entre su propensión al aburrimiento y su fatalismo moral, se insiste en los datos que son siempre los menos conclusivos. Por eso es imposible ahuyentar la sospecha de que Sherry sea otra practical joke de Greene, una broma en la que también nosotros somos sus protagonistas involuntarios. |
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