Gritos y susurros
Finalmente Fito Páez
estrenó Vidas privadas, su postergado debut cinematográfico.
Como era de esperar, las críticas fueron de lo más dispares. Radar
juntó a Páez y a Alan Pauls, director y responsable del guión
respectivamente, para hablar de los prejuicios con que algunos recibieron la película,
la decisión de situar la historia de una mujer secuestrada por la dictadura
en el seno de la alta burguesía porteña, la influencia del melodrama
y el coqueteo con la pornografía.
Vidas privadas, el debut de
Fito Páez como realizador, es una película que desarma expectativas.
No es lo que se espera de un músico de rock, no es lo que se espera del
cine argentino reciente, tan comprometido con el realismo, y no es lo que se espera
de Fito Páez. A diferencia de otros realizadores debutantes, Fito no cuenta
con el cheque en blanco que significa no tener obra previa. Hay once discos, varios
videoclips, un mediometraje e incontables entrevistas que, por lo menos, dan un
marco a esta película. Sin embargo, no es fácil poner en serie aquélla
obra con ésta. Si se pensara cada uno de sus trabajos respecto de las mismas
categorías, habría que reconocer que Vidas privadas es el que ranquea
más alto en los rubros “ambición artística” y “riesgo”.
Está claro que Fito no le teme al fracaso y, en todo caso, ante la perspectiva
del fracaso se propone hacerlo a lo grande. En una misma respuesta, Páez
y Alan Pauls, quien escribió el guión de acuerdo con una idea original
del músico, pueden citar como referencias ineludibles a Pasolini, Douglas
Sirk, Visconti, Balthus y David Lynch. Pero éstas no son influencias que
se exhiban impúdicamente en el film, a modo de argumento de autoridad,
sino que, en muchos casos, se notan recién cuando ellos las mencionan.
Además, Páez no sólo enfrenta los problemas de una película
difícil, casi excesiva para ser la primera, sino también el prejuicio
de llegar al cine desde la música pop. Escritores y artistas plásticos
no son demasiado cuestionados si, un día, deciden que quieren hacer una
película. Pero un rockero –cuya obra suele ser entendida como el producto
de una mezcla inexplicable de instinto y suerte, cuyo capital real y simbólico
no parece haber sido adquirido tras penosos años de esfuerzo–, es
culpable hasta que se demuestre su inocencia. La respuesta de cierta crítica
tanto de medios locales como españoles –la película se exhibió
por primera vez en el Festival de San Sebastián– deja en claro que
Vidas privadas no se valora exclusivamente por lo que se ve en la pantalla. Sobre
esos prejuicios y otras cosas de mayor interés conversan Páez y
Pauls con Radar en esta nota.
¿Cómo empezó el proyecto de trabajar juntos y hacer esta
película?
Fito Páez: Yo aporté la idea original. Después,
empezamos a ver películas, en general por sugerencia de Alan. Vimos Torrentes
de amor de Cassavettes, Edipo Rey de Pasolini, Escrito en el viento de Douglas
Sirk... Todo eso nos estimuló mucho. Empezamos a charlar sobre cómo
iban a ser las secuencias. Yo justo estaba haciendo la gira de Circo Beat, entonces
a veces nos dejábamos de ver semanas.
Alan Pauls: Yo escribía y cuando Fito volvía le pasaba lo
que iba haciendo. Una cosa que era interesante fue que yo escribía el guión
propiamente dicho y Fito iba escribiendo cosas acerca de los personajes. Cada
tanto me tiraba 20 páginas sobre cómo era tal o cual personaje y
qué había hecho quince años o veinte años antes. Yo
no incorporaba eso al guión sino que empezaba a sufrir la presión
de saberlo. A partir de cada cosa que escribía Fito, aunque yo no incorporaba
los datos concretos, el personaje iba cambiando.
Fito Páez: El marco histórico era algo que no se podía
dejar de tener en cuenta. Eso me preocupó mucho. ¿Quién era
don Uranga? ¿Cómo había llegado don Uranga a ese lugar de
la sociedad? Todo eso eran datos que lo iban acosando a Alan.
Alan Pauls: Todo eso quedó como fuera de cuadro. No quedó
excluido, pero ejerció una influencia, la misma que ejerce un personaje
que sale de cuadro sobre aquellos que quedan. No es visible, pero sigue operando.
Hay, en la película, una rara tensión entre una historia que podría
ser completamente abstracta y otra muy arraigada. Creo que ahí hay algo
perturbador. El trabajo del guión fue tanto meter cosas como sacarlas o
dejarlas picando en la periferia.
Fito Páez: Alan quería quitarle política a la historia,
aunque la política, desde luego, está.
Alan Pauls: No quería referencialidad. No quería que en la
película hubiera signos o nombres propios que se pudieran reconocer rápidamente,
que son útiles porque el espectador puede apoyarse en ellos para deducir
cosas, pero también vuelven muy cómoda la percepción de la
película. Cuando sacás esas referencias, el espectador tiene que
hacer un trabajo: le das un lugar donde ubicarse pero ese lugar es más
inestable. Quería que la película tuviera una tensión entre
abstracción y realidad.
¿Por qué se eligió cruzar una historia de desaparecidos
con elementos del melodrama?
Fito Páez: Alan presentó muchas formas para ver como
se abordaba el tema, entre ellas me planteó la relación con la tragedia
y, luego, la relación con el melodrama que permitían un abordaje
más rico de la historia.
Alan Pauls: Para mí, la idea de tragedia clásica estaba implícita
en la historia que me contó Fito la primera vez que hablamos. Y luego dijimos
melodrama, desde el momento en que la tragedia estaba ubicada en una casa y la
casa era de una familia de clase alta. Para mí, tragedia y melodrama son
dos avatares del mismo concepto. La hiperinterioridad del conflicto me disparó
inmediatamente al melodrama. Además, ésta no es una historia donde
la política esté puesta en primer plano. Es una historia de pasiones.
La lección del melodrama es que la pasión es una especie de vendaval
que arrastra todo y está compuesto de fuerzas muy heterogéneas:
la sociedad, la política, las relaciones de parentesco y entre los sexos.
Para mí era muy evidente que la película tenía que participar
de esas dos formas.
Hay un tercer género que aparece en la película: el erotismo
o, si se quiere, la pornografía...
Alan Pauls: Quiero aclarar que entre erotismo y pornografía,
siempre elijo la pornografía, odio el erotismo, esto dicho en términos
estéticos, claro. En cambio, siempre me interesó mucho la pornografía
desde el punto de vista teórico.
Fito Páez: Yo la disfruto un rato. Después me agoto... (risas)
Alan Pauls: Hay que decir que los textos “pornográficos”
que lee la protagonista son de grandes escritores: son de las cartas de James
Joyce a Nora, y de Marguerite Duras. Para mí, la pornografía siempre
es visual. Sí vos mostrás en una película a alguien leyendo
un texto pornográfico, por más que sea una carta de lectores de
Hustler, nunca va a ser pornografía. Lo que abuele la pornografía
en ese caso es el marco. La pornografía existe si no hay marco. La diferencia
entre el erotismo y la pornografía es que el erotismo multiplica los marcos:
ves el escote, el camisón, todo el tiempo aparece el cuerpo enmarcado.
Las lecturas de la película son completamente no pornográficas.
Fito Páez: Me acuerdo que a vos te gustaba la idea de ver a alguien
en cámara leyendo.
Alan Pauls: Sí, me gusta mucho ver películas con gente leyendo
o gente escuchando música, por ejemplo, la escena de La mamá y la
puta en la que Jean-Pierre Léaud le hace escuchar una canción entera
a una chica. Para mí, ésa es una de las escenas más extraordinarias.
¿Qué problemas plantearon las escenas más explícitas
de la película?
Fito Páez: Con Cecilia hicimos foco en qué quería
mostrar. Esa fue una de las pocas secuencias en las que tuve que salirme un poco
de director y ponerme en espectador. No quería que el espectador se calentara
durante las escenas de masturbación de la protagonista. No quería
hacer pornografía.
Alan Pauls: Todas ésas son escenas de dolor. La idea fue convertir
el tormento en una forma de goce. Esto puede parecer una idea muy aberrante, y
probablemente lo sea, pero a la vez es una solución. Carmen, la protagonista,
transforma la situación de confinamiento de la que fue víctima en
una forma de obtener placer. Es una forma perversa, desviada, pero también
algo que la pone en contacto con el mundo. Me interesa mucho el sentido que tiene
la perversión aquí. Yo la entiendo como una forma de resolver una
cuestión, no como una forma de hundirse en el problema. Creo que lo que
hace el perverso es armar una estrategia para, de algún modo, con los pocos
elementos que el quedan, seguir haciendo algo que tiene que ver con la vida que
es gozar, aun cuando esa forma de goce sea perturbadora o no tradicional.
Fito Páez: Centramos todo en el dolor. Y en la idea en que lo pornográfico
va desapareciendo en la medida en que el vínculo entre los personajes principales
va desarrollándose y se va transformando en un vínculo amoroso.
El score de la película también desarma expectativas. No tiene nada
que ver con tu música...
Fito Páez: Pero fue lo que más me costó. En junio
se decide que la película va a San Sebastián. Todavía estábamos
editando. Entonces, al ponerse el límite de San Sebastián tuvimos
que empezar a trabajar muy rápido. Editábamos doce horas por día.
Durante unos quince días trabajo de noche en casa y de día en el
montaje. En esos días elaboro tres tipos distintos de música. En
medio de una confusión decido llamarlo a Gerardo Gandini y le digo: “Viejo,
estoy desesperado, tengo que terminar la película y no llego”. “No
te hagas problema, flaco, venite para acá y traete unos vinos”. Entonces
Gerardo escucha el material y me dice: “Sacá los pianos Rodhes, sacá
los sintetizadores, sacá la batería”. El score original era
muy diferente: tenía algo de Badalamenti (el compositor que trabaja habitualmente
con Lynch). Era, hasta cierto punto, música pop. Gerardo aportó
su idea de la orquestación: doce cuerdas, una marimba, un vibráfono
y un saxo. Eso le dio a la película un tono más sobrio, más
coherente con la historia. Lo otro generaba ruptura, como una especie de transgresión
pop, adolescente. Gerardo compuso tres piezas magníficas y adaptó
todo a ese formato. Cuando me presentó las cosas no hubo ningún
problema. Lo resolvimos en una tarde con la Camerata Bariloche. Todo el proceso
tomó menos de dos semanas.
Carmen es una ex detenida desaparecida que pertenece a la alta burguesía
porteña, ¿por qué les interesó hablar sobre esta clase?
Alan Pauls: Me parece que hace todo un poco más interesante
y menos homogéneo. El hecho de que exista alguien que pueda ser chupado
en el seno de una familia cuyo jefe probablemente haya aprobado ese tipo de procedimientos
represivos crea un conflicto más rico que si la familia hubiera estado
de acuerdo con el desaparecido.
Fito Páez: Además, es algo que puede constatarse históricamente:
muchos desaparecidos provenían de familias de la burguesía gorila
de Buenos Aires. Pero lo que más nos interesó de la cuestión
fue trabajar el espacio de la casa.
Alan Pauls: Creo que la idea de la clase alta está muy ligada a
la casa. En Argentina hay una tradición cinematográfica de grandes
casas que se relacionan con ciertas ideas de familia y de encierro, esas casas
son como invernaderos. En un momento tuve una idea completamente descabellada,
una de esas ideas de guionista que quedan en el camino, que era que la película
transcurriera toda adentro de la casa y, en lo posible, con unidad de tiempo.
Quería investigar si se podía mostrar en tiempo real cómo
un monstruo es concebido, criado y parido. Un poco como en La invasión
de los profanadores de cuerpos. El monstruo es el horror. Cómo se llega
a la situación en la que una madre y un hijo terminan acostándose
juntos. Me parece que el uso de los espacios, como lugares cerrados,herméticos,
donde a fuerza de no abrir las ventanas, a fuerza de acumulación de temperatura
y humedad empiezan a gestarse formas que en ambientes más naturales no
existirían. Si uno ve las películas de Torre Nilsson, a pesar de
que hoy puedan parecer un poco ingenuas, todo eso está.
La iluminación y los decorados de los departamentos hacen pensar un
poco en el departamento del protagonista de Carretera perdida de Lynch.
Alan Pauls: Sí, nos interesó el tratamiento del espacio
en las películas de David Lynch: la idea de un espacio mental, muy abstracto.
Un espacio que no tiene signos que permitan referirlos de manera muy directa a
cierta realidad cotidiana, donde todos los decorados son muy sobrios o muy conceptualmente
referenciales: un color de pintura ya da una clase social. Pero no hay detalles,
no importan mucho los detalles. Tratamos de que la película vaya por un
camino conceptual.
La película toma distancia de todo el costumbrismo de clase media que domina
actualmente buena parte del cine y casi todas las ficciones de televisión.
Esto se nota especialmente en los diálogos...
Alan Pauls: A mí me gusta el diálogo construido. Cuando veo
a los personajes dialogar mal o pretenciosamente, lo que me molesta ahí
es la falla del procedimiento pero no el procedimiento en sí. No creo que
haya que impugnar el diálogo construido en favor del improvisado que es
lo que parece campear ahora en el cine argentino. A mí me interesa trabajar
en la construcción de un diálogo que no sé si llamar literario...
Fito Páez: Estilizado.
Alan Pauls: Sí, y me gusta que la música de ese diálogo
sea tan persuasiva y convincente como un diálogo aparentemente improvisado.
Originalmente los diálogos sonaban aún más construidos.
Fito Páez: También vimos que algunos contrapuntos funcionaban
muy bien. Por ejemplo, a Lito Cruz lo dejamos más suelto porque él
se sentía más cómodo y porque me parecía que eso ofrecía
otro matiz a la película.
Algunas críticas parecían bastante ensañadas, tanto en
Argentina como en España. ¿Creen que hay algo de prejuicio en ellas?
Fito Páez: Yo lo veo en muchos lados del mundo con varios colegas.
Cada vez que Caetano saca un álbum es metódicamente destruido por
los mismos cuatro o cinco medios. Me da la sensación de que cuando alguien
se mueve un poco del lugar que se le asigna es condenado. “¿Por qué
filmás?” me preguntaban hace poco y yo respondí: “¿Por
qué no?”. Me siento en todo mi derecho a ejercer mi libertad. Discúlpenme
muchachos, también me interesa Visconti.
Alan Pauls: Creo que se exige un peaje por pasar al mundo del cine, lo
que es absurdo. Me parece que si la película va a ser destruida por alguna
crítica, debería serlo por sus defectos y no porque la dirigió
Fito Páez.
Alan, ¿la película se acerca a tus propias expectativas?
Alan Pauls: Eso nunca me sucede. Una de las pocas veces que fui al
rodaje me costó mucho reconocer mi guión en lo que se estaba filmando.
Muy pocas veces me pasó algo así. Perdí la noción
de la relación entre el guión y la película. Y perdí
esa especie de decepción compulsiva de todo guionista. Cuando todavía
se ve cierta familiaridad entre la imagen y lo que se escribió, se ve todo
el tiempo lo que falta. Acá era otro orden y eso me encantó. Era
una garantía de que la película existía como tal. Como guionista,
siempre sufro. Para mí, el paso del texto a la imagen es tan insoportable
que me hunde en una especie de melancolía.
Fito, la película es muy ambiciosa, como si hubieras decidido correr
todos los riesgos, ¿cuánto hay de tu vida privada en ella?
Fito Páez: El origen de las cosas es siempre muy misterioso.
¿Por qué uno decide contar tal historia, por qué uno decide
implementar tal cambio armónico u orquestar de esta manera y no de otra?
Hay momentos en los que reconocí mi vida en la película: cuando
el protagonista le habla a la pared y me veo a mí mismo hablándole
a la tumba de mi madre. Pero esas son cosas que uno ve después de hacerlas.
A lo mejor yo también estoyenfrentándome a un Edipo siniestro. No
sé exactamente qué hay de mí, ni tampoco me ocupo mucho de
averiguarlo. No sé de quién estoy hablando cuando hago una canción,
pero me encuentro muchas veces ahí adentro de una forma u otra, ya sea
de voyeur o como protagonista. La verdad creo que uno tiene un solo tema: uno
mismo.