VIDEO: ROBERT DOWNEY JR. HACE LA REMAKE DE UNA GRAN MINISERIE BRITáNICA
Si lo sabe, cante
Mel Gibson está irreconocible. Robert Downey Jr., tan bien como siempre. Y el guión es una joya escrita por el mismo Dennis Potter antes de morir. El resultado: un bizarrísimo policial en el que a los personajes les da súbitamente por cantar y bailar.
Por Mariano Kairuz
Poco antes de su muerte, en 1994, a los 59 años, y debida a un cáncer pancreático, Dennis Potter dejó escrita la adaptación para el cine de su exitosa miniserie televisiva de 1986 The Singing Detective. Él mismo –probablemente el guionista más reverenciado de la historia de la televisión británica– había confesado no tener pruritos en cuanto a venderle su obra a Hollywood, siempre y cuando pudiera retener algún control. En parte lo movían las mismas razones que habían impulsado su carrera como guionista: una terrible enfermedad ósea y dermatológica, una “artropatía psoriática” que llegó a apoderarse del ciento por ciento de la superficie de su cuerpo y que, decía Potter, no le dejó, “literalmente”, otra opción que la de dedicarse a escribir. Muchas veces con una lapicera atada a sus manos laceradas.
La primera mutación hollywoodense de sus musicales (en los que numerosas canciones populares irrumpían en medio de los diálogos, y los actores fingían cantarlas) no había sido precisamente satisfactoria. Para él, Pennies from Heaven (1981), dirigida por Herbert Ross y protagonizada por Steve Martin como un desesperado vendedor en la Chicago de la Gran Depresión, pecaba de haberse esmerado demasiado en sus números coreográficos. Demasiado brillo, decía (y la actuación de un gran, joven, Christopher Walken le daba la razón), terminaba por aniquilar la sensación de que sus musicales –que debían ser más rústicos, más amateurs y “hogareños”– podían estar ocurriendo en algún lugar de la cabeza de los personajes. Con el guión de The Singing Detective (que, no obstante sus rasgos de “TV experimental”, había sido sintonizada por millones de espectadores en sus hogares ingleses) intentó asegurarse de que no habría lugar a errores de ese tipo. Hacia 1992 era uno de los grandes proyectos de la industria y se hablaba de que la dirigiría Paul Mazursky o David Cronenberg, o Barry Levinson, quien, todavía con el Oscar de Rain Man bajo el brazo, estuvo más cerca que nadie de hacerlo. Potter redujo las ocho horas y media originales a menos de dos, trasladó la acción al otro lado del océano, cambió los ‘30 originales por los ‘50, y ya se imaginaba a Dustin Hoffman aullando “Heartbreak Hotel” mientras el auditorio vomitaba. Pero, diez años más tarde, el detective seguía sin cantar.
Tuvo que aparecer Mel Gibson, desembolsar todo el dinero a través de su productora Icon y poner un poco de orden en el asunto, convirtiendo el proyecto multimillonario en una producción más modesta. El hecho de tratarse de un producto “independiente” terminaría por brindarle a la película su mayor ventaja: poder contar con Robert Downey Jr., a quien ninguna aseguradora de la industria estaba dispuesta a bancar, debido a su “escandaloso” prontuario de drogas, cárceles y reincidencias. Amigo personal de Downey Jr. (desde que coprotagonizaron el film Air America), Gibson puso todo bajo su cuenta y riesgo, y convocó a un director de bajo perfil llamado Keith Gordon, más conocido, a fines de los ‘70 y principios de los ‘80, como actor de Brian De Palma, Bob Fosse y John Carpenter.
Finalmente, la versión yanqui de El detective cantante está protagonizada por el detective-escritor Dan Dark (un nombre más a lo Mickey Spillane, según se lee en las notas de producción del film, que el “Philip Marlow” que interpretó Michael Gambon en la serie inglesa). Y, por supuesto, por sus demonios personales. Que son los de su infancia: su madre adúltera, seducida, abandonada, prostituida y trágicamente muerta (la infartante Carla Gugino) y su novia (Robin Wright Penn dándole cuerpo a esa afirmación tan film noir de que “siempre hay una mujer en el nudo de cada historia”), que debe lidiar con la insoportable agresividad, el cinismo y la paranoia de Dark. Postrado en una cama de hospital, con el cuerpo cubierto de escaras y pústulas (“como una pizza humana”), el antihéroe intenta indefinidamente reconstruir un guión que espera vender al cine, basado en una novela de su autoría que se titula, una vez más, The Singing Detective. Ocurre que a sus demonios personales, los reales y losficticios (gangsters, médicos, enfermeras, padres, policías, él mismo en su niñez), como a tantos otros personajes de Potter, les da súbitamente por cantar y bailar.
Uno de los grandes dilemas a los que hacía frente Potter era la insistencia de los críticos en encontrar su obra demasiado “autobiográfica”. Una definición limitada, protestaba. Sí, admitía, la trágica historia de mamá tiene mucho de verdadero, y está ese detalle de la psoriasis, por supuesto. Una de sus últimas series estuvo protagonizada por un tipo con, créase o no, cáncer de páncreas. Pero para Potter las autobiografías nunca fueron más que “una serie complicada de mentiras; novelas escondidas”, tan sólo puntos de partida narrativos. Que le señalaran todo el tiempo que sus historias estaban arrancadas de su propia vida era para él como que le dijeran que no tenía talento como narrador. “Escribir sobre alguien que parece ser uno mismo es una elección de género. La convención autobiográfica es como el musical o la historia de detectives; un arma muy poderosa en manos de un escritor.”
En su momento más luminoso, la oscura El detective cantante encuentra a Dark y a su caricaturesco psiquiatra (un pelado, anteojudo y rarísimo Mel Gibson) cantando y bailando juntos la canción de Eddie Cochran, “Three Steps to Heaven”, como convencidos de que quizá sí fuera posible exorcizar esos monstruos que, confiesa el detective, “a veces parecen escaparse de la novela y tomarlo del cuello”. Imposible saber si, a pesar de lo contenido, de lo poco “rutilante” de la escena, es lo que hubiera querido o temido Potter, el tipo que hizo decir a sus personajes: “Prosigue: me encantan los policiales baratos”.