Domingo, 5 de mayo de 2002 | Hoy
LIBROS
En menos de cien días, Martín Caparrós realizó, procesó y publicó sus entrevistas a 27 personas (incluyendo políticos, sociólogos, militantes, historiadores, economistas, periodistas, filósofos, artistas). El resultado es el poderoso libro Qué país, un informe urgente sobre la Argentina que viene en el que se analizan con extrema lucidez la situación que vive el país desde el último 19 de diciembre, y las diferentes alternativas que enfrentaremos de ahora en más. Incluyendo el sorprendente golpe de mercado que tomó por asalto la city porteña el viernes pasado.
Por Juan Forn
Para el espinel periodístico
y para mucha gente, el miércoles pasado se frustró un debate en
la Feria del Libro que hubiera estado bueno escuchar. Elisa Carrió, Luis
Zamora, Víctor de Gennaro y Luis DElía presentaban, junto
a Martín Caparrós, Qué país, un informe urgente
sobre la Argentina que viene. El informe es un libro coral
de 376 páginas, donde 27 personas recorren lo que pasó desde el
19 de diciembre pasado, cómo llegamos a ese punto y qué clase
de país es posible a partir de ese derrumbe y del pavor que genera, sólo
comparable al repudio generalizado que recibe desde entonces la alianza político-empresaria
que lo propició y aspira a seguir haciéndolo. De esas 27 personas
(políticos, sociólogos, militantes, historiadores, economistas,
periodistas, filósofos, artistas) que se sentaron a hablar con Caparrós
y participar en el libro, los cuatro antes mencionados se comprometieron además
a acompañarlo en la presentación; sin embargo, Elisa Carrió
y Luis DElía alegaron diferentes compromisos para excusarse a 48
horas del evento. El dato es menor, estando el libro en la calle, porque ahí
dentro sí ocurre (y me animo a decir que en forma mucho más rica
que reducido a sólo cuatro de sus participantes), ese debate que supongo
que muchos se preguntan dónde se está dando hoy en la Argentina.
La fenomenal utilidad de Qué país está en su forma y en
su contenido, si me permiten la obviedad. En su forma porque es como una puesta
en escena de una asamblea, con su temario y rotación de participantes.
Y en su contenido porque es como un potentísimo concentrado
de esa asamblea imaginaria, que encara sin tapujos los múltiples interrogantes
y las opciones a esos interrogantes que se dispararon desde el momento en que
los argentinos empezamos a despertar del letargo de vivir como si el país
no tuviera nada que ver con nosotros.
LA
GÉNESIS
A fines de enero de este año, Caparrós fue a la costa
para hablar de su última novela, en un ciclo de charlas gratuitas que
ofrece Planeta todos los veranos con autores de su catálogo. La cantidad
de gente que fue a cada una de esas charlas llamaba la atención. La avidez
con que querían entender qué estaba pasando en el país
explicaba el fenómeno y al mismo tiempo lo hacía más significativo.
Estaba ocurriendo en todas partes, por supuesto: esa autoconvocatoria espontánea
que empezó con los cacerolazos buscaba en donde fuera espacios de catarsis,
incluso entre los privilegiados, si se quiere, que podían
permitirse desenchufar unos días en la costa. Incluso, si se quiere también,
en una charla de un novelista que venía de publicar una ficción
con Dios como personaje principal (y un Dios femenino). Había cuestiones
más urgentes, y así como la gente se lo hizo saber al novelista,
el propio novelista lo entendía de sobra, escribiendo como venía
escribiendo casi semanalmente sobre la crisis en Veintitrés. Contagiado
por el efecto de ese tête-à-tête, Caparrós pensó
que quizá debía juntar lo que tenía y lo que había
dicho en esas charlas (una en Mar del Plata, otra en Pinamar) y retrabajarlo
para producir una serie de opiniones incluso discutibles en forma
de libro. Pero no quería subirme en el banquito y levantar el dedo.
Pensé que quizá sería mejor si hiciera de banquito para
que otras personas pudieran decir cosas interesantes sobre lo que estaba pasando
y, más que nada, sobre lo que podía llegar a pasar.
En esta Argentina tan vertiginosa como desesperada de opciones al callejón
aparentemente sin salida en que estamos metidos, lo de Caparrós ostenta
al menos dos méritos: primero, que ese texto urgente (procesado
en menos de cien días) ya esté en la calle. Y, segundo, que esa
carrera contra el tiempo no haya ni resentido su densidad ni envejecido prematuramente
sus contenidos. Para tantos argentinos que se han sometido en estos meses a
una sobredosis por momentos vana de TV y diarios en busca de respuestas, la
lectura de este libro ofrece una oportunidad infrecuentede ver un poco más
claro, entender cómo llegamos hasta donde llegamos y por dónde
puede pasar nuestro futuro, desde la opción más negra a la más
esperanzada. De ahí el Qué país del título. Para
que cada uno decida con qué signos de puntuación entona esa frase
que sintetiza, en palabras de Caparrós, la protesta, la desesperación
ante el derrumbe, las ganas de que se derrumbe, y el miedo. Para que esa
exclamación entre indignada y harta vuelva a ser una pregunta. Una pregunta
nacional, para decirlo con el énfasis que corresponde.
LOS
ELEGIDOS
Como ya se dijo, son 27 los participantes de esta asamblea:
además de Carrió y Zamora, representando a los políticos,
De Gennaro por los sindicalistas, y DElía y Amancay Ardura (de
la Corriente Clasista y Combativa) por los piqueteros, hay integrantes de las
asambleas de Almagro, Alto Palermo, Parque Centenario y San Telmo, un militante
estudiantil (Iván Heyn, presidente de la FUBA e integrante de Tontos
pero No Tanto), un experto en salud (el médico sanitarista José
Escudero), una experta en educación (Guillermina Tiramonti, del Flacso),
otros dos en demografía social (Susana Torrado, del Conicet, y Artemio
López, de la consultora Equis), un historiador (Tulio Halperín
Donghi), un politólogo (José Nun), tres economistas (Eric Calcagno,
Julio Nudler y Claudio Lozano), un jurista (Raúl Zaffaroni), dos sociólogos
(Christian Ferrer y Horacio González), tres periodistas (Luis Bilbao,
Carlos Gabetta y Jorge Lanata), un filósofo (Tomás Abraham) y
un artista (Miguel Rep). Dice Caparrós: No me interesaba posar
de objetivo ni convocar todas las voces. Por un lado porque las del establishment
ya tienen sus portavoces oficiales: grandes diarios, televisiones, administradores
y políticos varios. Y, por el otro, porque yo quería tomar partido.
Quería hacer política. El subrayado es mío pero bien
podría ser del propio Caparrós, a la luz de estas palabras suyas:
Desde el 83, la democracia consiguió un logro hercúleo,
inesperado: convencernos de que la política es lo más repugnante.
Los políticos nos vendieron que política es lo que ellos hacen
en los pasillos y que el poder sólo se usa para conservar el poder. Pero
ahora, el odio generalizado hacia ellos ha tenido como consecuencia la vuelta
de la política a las calles, a las cabezas de los argentinos. Es una
suerte: mientras no descubramos otra cosa, la política es la única
herramienta que tenemos para mejorar en serio nuestras vidas.
EL
CORAZON DEL PROBLEMA
Ésa es una de las primeras cosas que deja ver el libro:
que una de las consignas que rigió la Argentina en forma más o
en algunos brevísimos lapsos menos visible durante los últimos
25 años fue hacernos creer que la economía y la política
pueden ir por carriles separados (de hecho, basta ver el modo en que se lavan
las manos en estos meses los capitostes del poder político, sosteniendo
que el problema es un modelo económico perverso como el neoliberalismo,
mientras los capitostes del poder económico hacen lo propio sosteniendo
que la crisis se debe a una perversión del funcionamiento de la política).
Al respecto de ese divorcio imposible, Nun se remonta a 1975, cuando las grandes
empresas del mundo formaron una Comisión Trilateral y contrataron a tres
científicos sociales (el americano Huntington, el francés Crozier
y el japonés Watanuki) para saber qué era lo que andaba mal. Los
tipos pergeñaron un informe llamado La crisis de la democracia donde
sostenían (cito a Nun) que gracias a la prosperidad del Estado
del Bienestar, la gente se ha tomado excesivamente en serio la idea de participación
e igualdad y una democracia se vuelve ingobernable si la gente participa demasiado
o pide demasiadas cosas, porque esto instala la enfermedad de la democracia,
que es la inflación. La propuesta es desplazar el tema de la desocupación
(que a partir de entonces queda restringido a la microeconomía, como
un problema a resolver entre trabajadores y patrones) y reemplazarlo por loque
se convierte desde entonces en la cuestión macroeconómica por
excelencia: la inflación. Curiosamente, a un cuarto de siglo de ese maquiavélico
enroque, cuando el problema resulta ser el inverso, no hay ninguna Comisión
Trilateral que se siente a ver cómo resolver las consecuencias de un
capitalismo prebendatario, concentrador y excluyente.
Lo que lleva a otro de los puntos decisivos del libro: por primera vez en su
historia la Argentina está verdaderamente a la vanguardia mundial de
algo. El sanitarista Escudero dice que, así como hay países que
en algún momento concentran la contradicción del mundo (España
con su guerra civil entre republicanos y fascistas; Vietnam, con la intervención
norteamericana, para citar sólo dos ejemplos), la Argentina hoy ejemplifica
como ningún otro lugar del planeta la contradicción entre un capitalismo
rapaz, amparado por una clase política absolutamente desprestigiada,
y una sociedad civil al borde del abismo. Lo que tanto aterra al mundo y nos
convierte en caso modelo es que esto suceda en el país que
se jactaba de sus clases medias y del ascenso social como auténtico derecho
adquirido para toda la población, incluyendo a los inmigrantes más
pobres que llegaban a estas costas cuando aquella mitad del mundo
se moría de hambre, por supuesto. Para ver panorámicamente el
descabellado itinerario que nos llevó a este punto, Calcagno realiza
un recorrido tan somero como ilustrativo por los tres modelos de país
que rigieron la Argentina: entre digamos 1880 y 1930 tuvimos un modelo agrario,
que hizo crecer el país a razón del 1,25 por ciento del PBI anual
per cápita; era un modelo injusto, pero así es como funcionaba.
Hay entonces una lenta transición hasta el 45, que nos hace pasar
de un modelo agrícola a uno agroindustrial: desde entonces hasta el 75
se produjo un crecimiento anual del 2,5 en el PBI. Desde el Rodrigazo, y especialmente
desde Martínez de Hoz, se impone la Argentina financiera:
entre el 75 y hoy hizo crecer al país apenas un 0,6 por ciento (Caparrós
agrega en este punto los documentos que prueban que el embajador yanqui en 1976
tenía orden de convencer al gobierno militar de que Argentina volviera
a producir materias primas). Como si esto no fuese suficientemente elocuente,
Lozano apela a otros números, aún más escalofriantes, para
que se vea nítidamente la estrategia de la desigualdad: los
del crecimiento demográfico. En 1975 había en nuestro país
22 millones de habitantes y dos millones de pobres; hoy somos 36 millones y
tenemos cerca de 15 millones en la pobreza. De los catorce millones que se expandió
la población en un cuarto de siglo, trece son víctimas directas
de la desocupación y el hambre, en el granero del mundo. Zaffaroni resume
inmejorablemente la cuestión cuando dice que la prueba más evidente
de que este modelo no funciona es que no sólo no evitó la crisis
sino que tampoco tiene para ofrecer ninguna salida a la crisis.
EL
VERANO CALIENTE
Mucho se ha discutido desde los primeros cacerolazos acerca de
la legitimidad de la reacción de la clase media. Ése es uno de
los primeros temas tratados por el libro, cuando ofrece un racconto muy matizado
(insisto en la coralidad del libro) de la rebelión civil que se generalizó
a partir del 19 de diciembre. Y permite ver algo que no sé si estaba
tan claro hasta ahora: el desafío al estado de sitio, aquella noche,
como verdadero motor de la toma del espacio público. Dice el joven Heyn:
El objetivo de De la Rúa era dividir aguas: declaró el estado
de sitio para separar el reclamo de la clase media del de los pobres. El estallido
espontáneo de la noche del 19 marca la ruptura del aislamiento en el
que estábamos viviendo. Hay también algunos datos muy impresionantes
sobre el comportamiento de la clase política: cuenta Zamora que, durante
la sesión parlamentaria de la tarde del 19, le avisan en su banca que
las radios dicen que De la Rúa declaró el estado de sitio. Élpide
que se interrumpa la sesión porque, reunido el Congreso, el Presidente
no tiene facultades para decretarlo por las suyas. Primero le dicen que son
rumores. Después, Roggero le plantea a Caamaño (que presidía
la sesión) pasar a cuarto intermedio. Zamora insiste que los diputados
se queden en las bancas sesionando, porque averiguar es cuestión de un
minuto: un llamado telefónico. Pero Roggero quería levantar
la sesión porque estaba negociando con los radicales y los dos partidos
coincidían en que, para negociar, tenía que haber estado de sitio.
DElía agrega, respecto de los saqueos y del papel de Ruckauf: Se
dividió el conurbano en cuatro circunscripciones, coordinadas desde helicópteros.
Y estaban los coches de civil llevando información falsa, creando el
clima de terror y habilitando las zonas de saqueos. Nosotros vimos cómo
en las sedes partidarias se concentraba gente para llevar a las zonas comerciales
donde no residen pobres, como Ramos Mejía. Y tenemos hasta un casete
donde, desde una unidad sanitaria, se graba a un jefe departamental de la policía
bonaerense indicando a las patrullas y comandos no intervenir. Una más,
nuevamente de Zamora, pero sobre el día siguiente en Plaza de Mayo: Cuando
empezaron con los gases y los camiones hidrantes, nos metimos en la Rosada y
nos encontramos con García Batallán, viceministro del Interior,
que contestó a nuestra indignación diciendo: Tienen toda la razón.
La represión es porque hoy a la mañana De la Rúa y su entorno
tomaron la decisión política de reprimir para seguir las negociaciones
con el justicialismo y éstos le dijeron que tenía que tener la
Plaza vacía. Agrega De Gennaro: Ahí se vio con claridad
que era una pelea en el interior de las clases dominantes. No había nadie
que pudiera darle consenso a eso. Esta etapa es completamente diferente. Ya
no nos pueden echar la culpa de lo que no pueden hacer. Perdieron el gran poder
de convencernos de qué es lo bueno, por eso quieren mantenernos en la
ignorancia del debate. Pueden imponerse porque todavía tienen poder pero
lo que ya no tienen es el más mínimo consenso.
LO
QUE VIENE
Otra de las apuestas fuertes de Qué país es que más
de doscientas de sus 376 páginas están dedicadas al de aquí
en más. Y que esas proyecciones no sean el sector más
endeble del libro sino el que exige mayor atención. Después de
radiografiar la sociedad argentina actual, con sus nuevos pobres (Caparrós
cuenta un chiste más bien triste de Jaimito, que circula entre los chicos:
la maestra pregunta a los alumnos qué comieron anoche. Bife con papas
fritas, dice uno. Ravioles con tuco, pollo al horno, dicen otros. Cuando le
llega el turno a Jaimito, dice una taza de mate cocido y todos se ríen.
Esa noche se lo cuenta la madre y ella le dice que diga que comió salchichas
con puré. Eso es lo que repite Jaimito al día siguiente. La maestra
le pregunta cuántas. Dos tazas, contesta Jaimito), después de
enumerar las carencias nuevas de los empobrecidos (con una adquisición
inesperada: ese espacio público que la propia cúpula político-empresaria
la empujó involuntariamente a ocupar, poniendo en la calle a la gente,
al dejarla sin trabajo primero y al cerrarle después los bancos con los
depósitos dentro), y hacer una radiografía de la famosa crisis
de representación política (entre otras razones porque ¿de
qué sirve un político, que es supuestamente mediador entre la
población y el Estado, cuando él mismo y sus secuaces debilitaron
al Estado hasta la anemia actual?), empieza El futuro imperfecto,
que refleja o pone en acto una frase de De Gennaro que vale la pena transcribir:
Si hoy pudieras ver toda la Argentina desde el aire, lo que verías
es que en todas las casas se está discutiendo lo mismo por primera vez
en muchos años.
Todo parece indicar que es así, y el formato elegido por Caparrós
(esa mecánica de asamblea) consigue que las chispas que producen
esos roces ofrezcan la suficiente luz para ver que hay más posibilidades
de un nuevopacto social hoy que hace un año o dos. Suena delirante y
depende de un montón de factores encadenados, pero la gran grieta en
la estructura hasta hace poco monolítica del poder es que los de
arriba perdieron el consenso cuando dejaron en una misma vereda a pobres
y clase media. Como bien dice Artemio López, con 15 millones de pobres
no hay política de asistencia social imaginable: de lo que hay que discutir
es de política económica directamente. Y para discutir en serio
con aquellos que se garantizaron a lo largo de los últimos 25 años
esa acumulación de poder se hace más bien inmediato crear una
base de consenso más sólida y menos impracticable que el Que
se vayan todos, entre piquetes y cacerolas, desocupados y ajustados, ahorristas
e hipotecados, asambleístas recelosos de la militancia y militantes.
La creación de ese consenso necesita nutrirse de ideas más que
de barullo, y de imaginación tanto como de pujanza. Ejemplos hay, y empiezan
a verse. Como las fábricas que están reabriendo los propios obreros,
asociándose con sus proveedores de materia prima y servicios a falta
de cadena de crédito. El caso Siam es especialmente interesante porque
muestra una auténtica alianza (y habría que decir sinergia) burguesaproletaria:
los ex trabajadores se juntaron con un grupo de ex investigadores del Conicet
quienes propusieron aplicar ahí el modelo de clusters de producción
que inventaron, usando por ejemplo el enorme predio de la fábrica para
crear, entre otras cosas, una central de energía que provee no sólo
a Siam sino a vecinos de la zona. Los clusters de producción pueden aplicarse
a estructuras grandes y pequeñas, y sus creadores dicen que, al ritmo
que van hoy, proyectan generar, ellos solos, 200 mil nuevos puestos de trabajo
en un año.
A la luz de esas iniciativas implausibles hasta que se hacen reales hay que
imaginarse algunas de las ideas que se barajan en este sector del libro, como
la de Nudler de crear una moneda común para Brasil y Argentina (supongo
que incluye también a Uruguay y Paraguay porque la llama, un poco socarronamente,
el merco) para desfondar la especulación del dólar.
O la de Carrió, de crear, en lugar de un seguro de desempleo, un ingreso
de 60 dólares por niño. O la de Enrique Sampay rescatada por Calcagno,
que propone un sistema financiero de bancos públicos o cooperativos,
y que los bancos privados sean sólo de inversión, no para recibir
depósitos del público. O la del sanitarista Escudero, de reducir
en un tercio lo que el Estado gasta en medicamentos por año comprando
masivamente drogas en el mercado internacional, prescribiendo genéricos,
aprovechando la capacidad de diferentes instituciones que ya existen en el Estado
para fabricarlos, prohibir los remedios que no sirven (como hacen Noruega y
Australia, por ejemplo) y usar lo ahorrado en salud sensata: que
consiste en mano de obra intensiva para que mucha gente atienda a muchísima
gente.
Otra iniciativa de ésas pusieron en marcha el viernes pasado a la mañana
Caparrós, Rep y Calcagno junto a los nodos del Club del Trueque:
convocaron a todo tipo de productores a que fueran a la esquina de San Martín
y Perón, en pleno corazón de la city, a ofrecer productos reales
en lugar de virtualidades en papeles de distintos colores. Si somos muchos,
si llevamos de todo, quizás hasta podamos convertir ese lugar en un mercado
verdadero: dar un auténtico golpe de mercado. La metáfora
adoptó la desordenada y briosa forma que suelen tener las cosas reales
y en poco más de una hora los truequistas ocupaban los dos lados de San
Martín, desde Perón hasta Sarmiento, y seguían llegando.
Quién sabe, a lo mejor el murmullo proverbial de los arbolitos (Cambio,
cambio) muta en las próximas semanas a Trueque, trueque.
Lo cierto es que temerle por anticipado a esta clase de iniciativas, descartarlas
por precarias o anacrónicas antes de darles la oportunidad de empezar
y que vayan encontrando su forma más idónea (su sinergia, sus
clusters de producción) es negarse a entender la realidad inédita
que estamos viviendo. Con elaliento en la nuca de los Ruckauf, López
Murphy, Macri, Redrado y compañía, con sus correspondientes aliados
y esbirros, políticos y uniformados. Que tienen su propio método
para sumergirnos en una precariedad y anacronismo mucho más alarmantes.
Antes de que el caso modelo que es Argentina para el mundo termine
de orientarse en esa inesperada dirección que empezó a vislumbrarse
a partir del 19 de diciembre.
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