Dom 14.11.2004
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PERSONAJES - ANTONELLA COSTA, UNA DE LAS MEJORES ACTRICES DEL CINE ARGENTINO

La princesa del descaro

Se crió en el San Martín. Debutó en Grande Pa. Deslumbró como una chica torturada que se aferra a su torturador en Garage Olimpo. Hizo de leprosa en Diarios de motocicleta. La semana que viene descollará en Hoy y mañana como una chica que se prostituye para pagar el alquiler. Y para el año que viene vuelve a trabajar con Ezequiel Acuña (Nadar solo) y Eduardo Mignogna. ¿Quién es Antonella Costa, una de las mejores actrices del cine argentino que quiere seguir los pasos de Graciela Borges, “la reina del descaro”?

› Por Mariano Kairuz

“No sé hasta que punto yo elegí esto”, dice Antonella, a días de estrenar película. Hija de Martín Andrade (actor de varias películas de Leonardo Favio), Antonella Costa se crió, como suele decirse, “en el ambiente”. Romana de nacimiento (concebida durante el exilio de su padre), de los cuatro a los ocho años vivió en Córdoba, donde asistió, cada una de las tardes de su infancia, a los ensayos de obras y conciertos en el Teatro San Martín: “Me sabía todas las obras de Lorca de memoria, hasta las marcas del sonidista”. Ya en Buenos Aires tendría oportunidad de acompañar el larguísimo proceso de gestación de Gatica el Mono, “la primera película con la que tuve ese tipo de contacto y, aunque no aparezco en ella, la que me enamoró de todo lo que es filmar”. Pero insiste: “No tuve acercamiento a otras cosas que no tuvieran que ver con esto. Durante mi infancia lo viví como algo personal, pero ahora no sé si tuve mucha opción”.
A los once debutó en teatro y a los catorce se hacía cargo de un personaje secundario en el programa con más rating de la televisión argentina (Grande Pa), pero su revelación fue como actriz de cine, a los 19, cuando por unos días su rostro empapeló la ciudad. Mejor dicho, fue su cara a medio cubrir, los ojos vendados, la expresión de María, la adolescente secuestrada durante la dictadura que se aferra a su torturador en Garage Olimpo, de Marco Bechis. “Esa película fue como un ovni en mi vida y para el cine”, dice hoy. “Es de esas cosas en las que no te podés posicionar. No podés decir: ‘Bueno, es de acá para arriba’. Porque después, si no te llamó Bertolucci, te tenés que pegar un tiro. Hay que aceptar que si ésa es tu primera película, tenés un camino a recorrer, y lo tenés que recorrer igual, por más que eso te haya pasado a los 18 años. Me parece que eso es ser honesto con uno como profesional.”
¿Y fuiste honesta con vos misma en ese momento?
–Fui muy honesta. Tuve mucho tiempo para ser honesta porque por mucho tiempo no trabajé. Al toque hice Alma mía, cuando todavía no había salido Garage, y se estrenó antes. Y después, hasta El Camino (la road movie de Javier Olivera) pasó mucho tiempo. Yo quería laburar. No me llamaban, Garage tardó mucho en estrenarse, e incluso cuando se estrenó todavía no había hecho la ronda de festivales, no le había ido tan bien en el mundo y después acá pasó desapercibida. Me abrió paso, sí, pero con el tiempo.

El oficio más viejo
Esta semana estrena la demoradísima Hoy y mañana, la opera prima de Alejandro Chomsky, que la tiene como protagonista absoluta. Cuenta la historia de Paula, joven estudiante de teatro y empleada de un restaurante que se prostituye cuando ya no puede pagar el alquiler; un papel que Antonella rechazó varias veces antes de decidirse a ponerle el cuerpo. La idea de darle una segunda oportunidad surgió tras un encuentro fortuito con Chomsky, dos años después de haber leído por primera vez su argumento. “El primer guión estaba escrito con frases onda ‘¡No me la metas en el culo!’. Era muy zarpado, yo tenía dos años menos y dije no, gracias, no la hago ni loca. Cuando me rehusé, le expliqué mis razones, pero se enojó. Me lo volví a encontrar esa noche en plaza Serrano, de casualidad.” Para entonces ya había un nuevo guión sometido a varias reescrituras.
La pregunta obvia pero ineludible, entonces, sobre el personaje al que finalmente le puso tanta convicción, es si se planteó qué haría ella misma en la situación de Paula. “Bueno, yo me encontré en una situación así”, dice. “Y apareció eso de pensar en la prostitución como hacer algo que no te gusta para conseguir otra cosa. Partamos de la base de que a las putas les gusta. ¡Por Dios! Yo hablé con varias putas, y lo vi: si no te gusta no podés pasar cierto punto, no hay manera. Lo disfrutan, lo disfrutan sexualmente. Las necesidades de las que me hablan son las mismas que tengo yo: ‘Yo quiero dejar esto, pero yo quiero tener una casa, un auto, una niñera que cuide a mi hijo...’. ¡Sí, yo también quiero todo eso! Pero lo busco de otra manera, todavía no lo conseguí, no gano trescientos pesos por noche.
Estas cavilaciones estuvieron en el centro mismo de sus diferencias con Chomsky, en la manera en que actriz y director concebían a Paula. “Yo no creo que Paula haya alcanzado determinado límite”, dice ella. “No es la única opción que tiene: tiene la opción de llegar temprano a su trabajo y no perderlo. No era tan difícil.” Arrastradas desde aquel primer guión, dichas diferencias terminaron por estallar durante la filmación. “Con Chomsky hubo algo medio desgarrante en el rodaje, pero después se aplacó. Nos cagamos a gritos, y pasábamos un día sin hablarnos. Lo que pasa es que uno se puede rebelar mucho, pero hay que proponer algo. Entonces yo decía: ‘No, no le voy a tocar la pija, aunque voy a hacer esto otro, que es menos explícito pero funciona mejor’. La película terminada quedó bien y vale la pena lo latente que está ese enfrentamiento. Si uno hubiera ganado sobre el otro, habría un juicio emitido sobre el personaje, una decisión tomada sobre si ella hace bien o mal, porque yo pensaba una cosa muy concreta y él otra, opuesta y muy concreta.”

Como la Gra
Este año se la vio haciendo de leprosa en Diario de una motocicleta. Tan linda y tan fotogénica como es, sus 24 años pueden parecer menos en persona, pero suelen dar más en sus películas. Excepto en Nadar solo, como bien señala su director Ezequiel Acuña, que comparte la apreciación y para quien hizo de –en palabras de la actriz– “una adolescente marplatense pálida”. “Suelo laburar sin maquillaje y doy más grande –explica–, pero es un sacrificio que hacen los directores porque les interesa cómo da mi cara así. En Garage tenía 18, como la protagonista, pero por razones obvias me demacraron y me hicieron ojeras.” El domingo pasado volvió a rodar para Acuña, tan sólo una escena de su prometedor segundo largo. Algo para esperar con ganas para el próximo año de cine argentino, temporada en la que Antonella estrenará también la última película de Mignogna. ¿Y después qué? Si se le pregunta qué tipo de carrera querría hacer, de acá en adelante, si tiene algún modelo, sin muchas vueltas surge el nombre de Graciela Borges. “Tiene una carrera buenísima: hizo lo que se le cantó y estuvo con los mejores directores y con los peores. Una diva, pero con una actitud de laburante. En el sentido de que por ahí te equivocás, por ahí necesitás laburar, por ahí arriesgás para ayudar a alguien. Es la reina del descaro: fue la mejor arriesgando todo.”
¿Y vos querés ese descaro para vos, para tu carrera?
–Sí, totalmente.

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