Dom 05.12.2004
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INVESTIGACIONES: LOS JóVENES QUE ROBAN PARA REDONDEAR EL PRESUPUESTO

Después de hora

Roban para poder consumir, comprarse ropa y salir a la noche. Algunos lo hacen de manera esporádica. Muchos, de forma intermitente, alternándolo con trabajos y changas. Y la mayoría ni se parece a los pibes chorros ni se inicia en una carrera delictiva profesional. Después de cinco años de trabajo de campo, el sociólogo Gabriel Kessler acaba de publicar Sociología del delito amateur, una sólida investigación sobre los jóvenes delincuentes argentinos que hacen “trabajos” como quien hace horas extra.

Por Gabriel D. Lerman
“Necesitás guita sí o sí, salís a buscar; si conseguís, trabajás; si no, salís a robar”, dice Hernán. “Fuimos a trabajar a una pizzería en Villa del Parque –cuenta Germán, quien lleva 30 años dedicado al robo armado y combina trabajo y delito– y encontramos la vuelta de cómo dejaban la recaudación. Era fácil. Era bajarse del colectivo, dejar el guardapolvo adentro del bolso, dejar el bolso en algún lugar, cazar los fierros, y salir y hacer el laburo. Era una cosa... un trabajo.” Las actividades legales e ilegales aparecen juntas. El dinero del robo, para Martín, se gasta según las necesidades del grupo: “Estaba en la esquina ahí, porque era el cumpleaños de un pibe, y nos reunimos todos los pibes para conseguir plata, y yo dije: bueno, vamos a tener que ir a robar. Y salimos y fuimos a robar. Y entramos a una casa, y sacamos dos motos y nos fuimos. Después las vendimos y teníamos para hacer el cumpleaños”.

La gran provisión
Desde 1990, el número de delitos cometidos por año en la Argentina prácticamente se duplicó (de 560.240 a 1.062.241 diez años después). La mitad de los involucrados en los denominados robos con violencia es llevado a cabo por jóvenes de entre 18 y 25 años. Pero la verificación de los datos sobre jóvenes violentos no resuelve ni explica la complejidad del problema. De esto habla Sociología del delito amateur, último libro de Gabriel Kessler, doctor de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess) de París e investigador del Conicet. Escrito en colaboración con la socióloga Mariana Luzzi, y producto de cinco años de trabajo de campo y revisión de las teorías criminalísticas en clave local, el resultado es impactante por la explicitación de escenas cotidianas y por la reconstrucción social del fenómeno. Por ejemplo, la función central del robo en los jóvenes como mecanismo de “provisión”: “Lo que trato de evitar –dice Kessler– es una oposición estéril entre acción racional y otras racionalidades. Hay tramos, secuencias de acción donde hay racionalidad, y secuencias de acción donde hay racionalidades alternativas. Lo que me interesa para el debate es que las políticas contra el delito están basadas en la suposición de que todas las elecciones son racionales, por lo tanto el aumento de los costos, la mayor duración de una pena, está presuponiendo un tipo de racionalidad que en parte existe, pero que de ningún modo es la preponderante en toda la acción”.

Los caminos de la vida
Fueron cadetes, repartidores, trabajadores de limpieza y mantenimiento, empleados de pequeños comercios, fleteros, cuidadores de niños, lavadores de autos. La mayoría trabajó alguna vez en puestos precarios e inestables, antes o durante la realización de delitos. La inestabilidad laboral no es un problema nuevo para estos jóvenes, porque fue experimentada por los padres desde mediados de los ‘80. “Creo que andaba repartiendo unos cajones de algo”, responde a la pregunta sobre la ocupación de los padres. Si se quisiera establecer una línea de continuidad cuyos polos fueran el trabajo y el delito, la mayoría de ellos se concentraría en posiciones intermedias. Se correrían a un extremo y a otro por temporadas u ocuparía ambos simultáneamente. Dice Fernando: “Algo hacía con mi tío: le daba una mano, le pintaba las cosas, le cortaba el pasto a mi otro tío, qué sé yo: plata siempre tenía. Aguantabas hasta el fin de semana con eso, y después tenía la otra plata”.
Se trata de una población que combina trabajo y delito. Nueve de cada diez de ellos son varones. El 78 por ciento carece de antecedentes penales previos, mientras que el 69 no supera la educación primaria y sólo el 1 por ciento completó la secundaria. “Heredaron de sus padres –señalaKessler–, que hoy tienen 40, 45 años, un universo que ya estaba en crisis. Lo que se transmite es la pérdida de imaginario normativo sobre los derechos sociales, los derechos de los trabajadores, que estaba más que debilitado hace rato. Al mismo tiempo hay una crisis de distintas instituciones. Cuál es la experiencia laboral de los chicos, qué tipo de experiencia escolar es en la que están participando, cuál es el tipo de comunidad barrial en la que están. Son experiencias en ámbitos distintos donde no hay una interdependencia generacional. Estas fronteras que antes aparecían tan claras entre trabajo de un lado y delito del otro, escuela de un lado y delito del otro, empiezan a mezclarse.”

El mito del macho latino
Decir que la Argentina es hoy un país más “inseguro” que hace veinticinco años puede resultar una falacia. ¿Cuándo fue “segura” la Argentina? ¿Durante la dictadura militar, en tiempos de Isabel Perón, con Onganía? ¿Qué clase de mito sobre la convivencia social subyace en los reclamos de “inseguridad”? Para Kessler, hay una dimensión central que es el lugar de la escuela, el lugar del trabajo, pero también el tema de las armas. “Sin armas, todo sería distinto –puntualiza–. Si no hubiera tanta circulación de armas, y tanto acceso a armas, la acción podría ser una acción de raterío común, simple y sin esa derivación en violencia.”
Una expresión tan pomposa como “imperio de la ley”, en este contexto, se desdibuja. Aunque no sea la institución “justicia” la que cargue el descrédito mayor. “Existe una relación compleja con la ley –continúa Kessler–. Nada aparece como ley, como un límite claro. No es que la ley desaparece, porque se sabe lo que es legal y lo que no, pero se convierte en un criterio interpretativo. Las instituciones que aparecen vinculadas con la ley no aparecen como tales: la policía no es la ley, la policía para estos chicos primero es una experiencia de hostigamiento. La policía aparece como una banda armada más. Una banda que no está ahí para aplicar la ley sino, de algún modo, para competir contra ellos, para matarlos.”
Otro tema es el vínculo entre droga
y delito.
–Hay dos relaciones que se establecen en las teorías entre droga y delito. La primera es como forma de ir a delinquir, como aflojamiento de ciertas represiones, y la segunda es el delito para comprar droga. Son dos cosas distintas. Nosotros nos basamos en lo que nos decían chicos. La droga aparece en muchos casos como recurso que desrresponsabiliza: estaba drogado por lo tanto lo hice. Cuando uno ahonda en las acciones y pregunta qué consumió, no da la impresión de que estaban en un estado tal como para que la droga haya causado pérdida de conciencia. Después, está el robo para comprar droga. Lo que nosotros decimos es que el delito es una forma de provisión. La droga aparece mucho como parte de esos consumos, junto a la ropa, a las salidas. Pero si no consumieran, también robarían, por eso decimos que la droga forma parte de un consumo.
¿Qué piensa de la expresión “pibes
chorros”?
–No me gusta. Creo que uno tiende a buscar homogeneidad donde realmente se puede ver un panorama heterogéneo. En conductas en conflicto con la ley puede haber distintos tipos de configuración. Quizá uno sea la de los pibes chorros, que tiene una estética particular y que se corresponde con algún sector de chicos del conurbano que no necesariamente comete delitos, que es más bien una estética. Algunos de ellos pueden robar, algunos de ellos no. La idea de pibe chorro está sobreconstruida. Lo que a mí me llamó la atención de nuestras entrevistas es la dificultad de relatar, de construir una identificación cultural clara como la de los pibes chorros. Justamente esta idea de desdibujamiento, de entrar y salir, de estar en distintos registros a la vez, también tiene cierta colisión con la idea de pibe chorro. Yo miré Pizza, birra, faso, la película, y después, en las entrevistas, no encontré nada así.
En el libro no hay relatos de “hazañas”. ¿Las excluyó a propósito?
–No, en absoluto. La pregunta central era sobre el pasaje al acto. Y ahí había un intento de reconstruir un relato. Ni siquiera preguntábamos por las causas, sino: cómo fue, cuándo fue, con quién fue. Qué sentiste. Y así trataba de reconstruir sus acciones. Cómo fue la trayectoria, cómo se va pasando de una primera acción a acciones posteriores. Teníamos una hipótesis que estaba circulando, sobre un tipo de reafirmación viril, de respeto, orgullo, que está mucho en algunos trabajos de otros países latinoamericanos y de Estados Unidos. Pero acá, eso no aparecía.

Volver con algo
“La primera vez que robé –cuenta Mosca–, robé una cartera que tenía 75 pesos. Y corría yo. Y una señora se quedó sin la cartera, ¡pobre!, ¿no? Iba caminando atrás, y fui y lo hice. Tenía miedo, porque se me hacía que en todos lados me estaban viendo. Y me fui para otro barrio. Y me gasté toda la plata a la noche.” “Yo fui agarrando la calle –cuenta Germán, quien reafirma la idea del robo como “provisión”–. Primero con mi hermano para vender los diarios, para ir conociendo. Después, llegaba hasta el centro de San Miguel, lustraba zapatos en la estación de San Miguel y después ya con un poquito más de coraje, tomaba el tren para ir al centro, a Buenos Aires. Eso ya era toda una aventura.” Pero de inmediato, Germán introduce el delito sin una separación significativa: “lustraba en Villa Crespo zapatos. Y era bueno, porque era muy redituable eso. Se ganaba muy buena plata. Hacíamos algunos robos, además; taxistas, por ejemplo, los taxis de José C. Paz, los llevábamos para asaltar y quedarnos con la recaudación. De cualquier manera siempre lo matizaba con trabajo. No era una cosa de decir: me dedico a esto de lleno y vivo de esto. No estaba definida la cosa. Tampoco los planes estaban bien hechos”.
¿Esas acciones son el inicio de una carrera delictiva? ¿Cuál es el límite? ¿Hasta qué edad se realizan? “Cuando hablaban del futuro –dice Kessler– algunos decían que iban a ser policías, otros que iban a casarse y tener hijos, que iban a sentar cabeza. En ningún momento, o en muy pocos casos, la idea era que estaban iniciando una carrera profesional. Hay estudios de Inglaterra y Estados Unidos, donde se muestra que sólo una ínfima proporción de los que comienzan continúa. Hay un momento donde los puntos de inflexión de la vida, la formación de pareja, los hijos, tienen un efecto fuerte de desistimiento. Y es una de las ideas que yo quiero dejar para el debate, que es romper con esa idea errónea y temible de la carrera delictiva. Los movimientos van en todas direcciones, donde uno puede encontrar lo legal y lo ilegal, acciones más riesgosas y menos riesgosas.”

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