Dom 05.12.2004
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PERSONAJES: QUIéN ES RICKY JAY, EL MAGO QUE LE PISA EL PONCHO A DAVID COPPERFIELD

Nada por aquí

Es mago y actor. De los mejores. Debutó en teatro en 1994, con un unipersonal de prestidigitación dirigido por David Mamet. Desde entonces trabaja siempre a sala llena, hace cine, publica best sellers y cada tanto despliega su talento en TV. Como en Deadwood, donde interpreta a un tirador de dados muy convincente.

En el nuevo western televisivo Deadwood, Ricky Jay interpreta a un estafador y tirador de dados llamado Eddie Sawyer. Ojo al que se siente a su mesa. No veíamos una decisión de casting tan acertada desde que el héroe de la Segunda Guerra Mundial, Audey Murphy, interpretara a un héroe de la Segunda Guerra Mundial. Jay es quizás el máximo prestidigitador norteamericano, y también el máximo erudito en materia de ilusionismo. El último de sus cuatro libros, publicado el año pasado, es Dice: Deception, Fate & Rotten Luck (Dados: engaño, destino y mala suerte), y para escribirlo Jay recurrió a su colección personal de miles de dados. Algunos tienen siglos de antigüedad; muchos están cargados, tocados o alterados de alguna manera. Y no es casual que Deadwood haga un uso tan intensivo de los conocimientos de Jay. El mago es también uno de los guionistas de la serie.
En 1994, Jay hizo su show revelación en Nueva York, Ricky Jay and his 52 Assistants (Ricky Jay y sus 52 asistentes), un unipersonal dirigido por David Mamet en el que los “asistentes” eran un mazo de naipes. El show agotó las entradas de todas sus funciones antes de salir de gira por los cinco continentes. Ocho años más tarde hizo un show en el off Broadway, Ricky Jay: on the Stem, también dirigido por Mamet, que funcionó a sala llena los seis meses que estuvo en cartel.
Para Jay, “la idea del crimen basado en el ingenio es maravillosa: no hay mucho que admirar en un tipo que se te acerca con un revólver y te dice: ‘¡Dame tu dinero!’. Pero cuando alguien te hace firmar un pedazo de papel y después te enterás de que acabás de comprar el Puente de Brooklyn, la estafa tiene algo enormemente atractivo. Es teatral. La estafa –la gran estafa, en especial– es una enorme orquestación teatral destinada a un público de una sola persona. Es encantadora y diabólica al mismo tiempo”.
Mientras otros magos distraen con humo, espejos o asistentes de piernas largas, la esencia del arte de Jay es su efecto avasalladoramente directo. Caleb Deschanel, director de fotografía y amigo personal del ilusionista, dice que Jay perfeccionó una especie de subterfugio psicológico: “Ricky sabe usar nuestros instintos naturales en contra de nosotros mismos, de modo que uno mira hacia un lado cuando debería estar mirando hacia el otro”. Su trabajo es tan asombroso que a veces ni los otros magos pueden creerlo. Jay puede arrojar un naipe con una precisión letal y es capaz de rebanar una sandía en veinte movimientos. Con un solo ademán puede hacer volar un mazo y que las cartas se estrellen contra una botella abierta, todas menos una, elegida, que por alguna razón se pliega y entra en la botella.
Hoy, cuando Naipes como armas (1977), su primer libro, es objeto de colección, sus fanáticos ruegan que ni la tranquilidad de la vida hogareña que dice disfrutar en Los Angeles (donde tiene una biblioteca con 5 mil libros y decenas de miles de litografías, grabados, programas sobre el mundo del espectáculo de la magia y los trucos de prestidigitación), ni su carrera cinematográfica (ya actuó en 16 películas), ni sus colaboraciones con David Mamet, ni su flamante éxito con Deadwood, priven al mundo de uno de sus mejores ilusionistas.

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