Mar 04.01.2005
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TRANSFORMACIONES - ROBERT DOWNEY, JR.

El delincuente que canta

Cansado de darle trabajo al sistema carcelario californiano y de deslumbrar como actor a todos los cineastas con los que trabaja, Robert Downey Jr. decidió darle vacaciones a su cuerpo y se puso a cantar.
El resultado es The Futurist, un disco absolutamente original, tan desquiciado y apasionante como la sobresaltada biografía de su autor.

› Por Rodrigo Fresán

Cuando uno es muy famoso por lo que ha conseguido ser –cuando uno ha triunfado en la vida–, sólo queda algo por desear: ser admirado por otra cosa, algo que no tenga nada que ver con aquello por lo que uno se volvió célebre en primer lugar. Y, se sabe, segundas partes no suelen ser buenas. Es un tipo de conducta del que suelen surgir momentos lamentables: los escritores se enredan como guionistas de cine primero y pintores después, los artistas plásticos más fashion nos torturan como directores de películas, las modelos top tropiezan a la hora de actuar, los tenistas empuñan mal la guitarra eléctrica, los rockers fracasan como actores. Y los actores... bueno, los actores tienen tantas ganas de ser cantantes...
Tal vez esta última compulsión –casi un inevitable reflejo automático, una involuntaria mirada a cámara– tenga que ver con que actuar y cantar son disciplinas cercanas. Una canción no deja de ser un rol, un papel a representar. Y celuloide y garganta van juntos –recordarlo– ya desde la primera película sonora, The Jazz Singer, en la que Al Jolson les cantaba a su mami y al río Swanee con idéntico entusiasmo. A partir de entonces –la comedia con canciones y coreografías Singing in the Rain se divierte y deslumbra narrando semejante sismo californiano–, el cine musical determinó que los actores aprendieran a cantar (y a bailar), y así fue como se vieron sometidos a regímenes prusianos en las escuelas de los estudios. Así –cuando la ocasión y la trama lo exigían– cantaron todos: James Cagney, Greta Garbo, Clark Gable, Laureen Bacall, James Stewart, Marilyn Monroe, Marlon Brando... El único que se salvó –creo– fue Humphrey Bogart, a quien nadie le pasó la letra de “Anything Goes” por cuestiones de buen gusto y de salud mental y de respeto por el prójimo.
Y, claro, fueron muchos los cantantes que fueron rumbo al Cercano Oeste de Sunset Boulevard: un amplísimo espectro sónico donde cabían los muy diferentes registros de gente como Mario Lanza, Frank Sinatra, Elvis Presley, Cher, Eminem y siguen las muchas, demasiadas gargantas.
Y muy de vez en cuando surge un fenómeno raro e interesante: un actor que canta en serio, un cantante que actúa de verdad. El caso de Robert Downey Jr.
LETRA
Y está claro que el musical ha cambiado y que últimamente, luego de varias intentonas nobles pero fracasadas como New York, New York o Pennies from Heaven, la maniobra pasa por la revisitación Fosse de Chicago, el delirio kitsch de Moulin Rouge, la pretenciosidad de Dancing in the Dark y, especialmente, por el redescubrimiento de la biopic como posibilidad de ponerle letra y música al asunto. Así, en los últimos meses –mientras se preparan biografías de Jimi Hendrix y Janis Joplin, mientras Pink se dispone a protagonizar la vida de... Pink– hemos visto desfilar a Kevin Kline como Cole Porter, a Kevin Spacey como Bobby Darin, a Jamie Foxx como Ray Charles y a Joaquin Phoenix como Johnny Cash. Y muy lejos en el pasado quedó aquel subterfugio entre desopilante y patafísico con el que, en el medio de una película, alguien le decía a alguien: “Déjame que te lo explique...”, y entonces entraba la orquesta y ese tipo, que hasta entonces se había comportado como cualquiera de nosotros, comenzaba a hacer gorgoritos y a zapatear feliz de la vida.
La pregunta ahora es si alguna vez se filmará la vida de Robert Downey Jr. como musical y si él seguirá entre nosotros para poder protagonizarla. Esperemos que así sea; porque de no ser así, el papel recaerá inevitablemente en Johnny Depp, la otra star sexy y freak de su generación, con la que este año Downey se encontró compartiendo una de esas listas de los diez hombres más guapos del año y que también hizo de las suyas con la música. Pero lo que ahora propone Downey con su disco debut, justo cuando cumple cuarenta años de este lado de las cosas, es mucho más radical y comprometido. De los diez temas que componen The Futurist, ocho son de él (los otros dos son covers del “Smile” de Chaplin, personaje que lo acercó a un Oscar en 1992, y otro del “Your Move” de Yes, con una segunda voz de Jon Anderson, que pasaba por ahí). Y de algún modo todos y cada uno de ellos remiten a la película de su vida.
Y digámoslo: es una película rara.

MÚSICA
Y The New Biographical Dictionary of Film, del especialista David Thomson, no es lo que se dice un diccionario clásico. Es, sí, un diccionario opinionated: subjetivo, caprichoso y, por lo general, iluminador. Si buscamos la entrada Robert Downey, Jr., encontramos definiciones como éstas: “No hace mucho tiempo, Downey formaba parte activa del sistema penitenciario de California por un número de condenas relacionadas con su imposibilidad de dejar las drogas y su impermeabilidad a la terapia para adictos y los buenos consejos de familia y amigos. Al mismo tiempo, Downey es uno de los actores más fascinantes y mercuriales si es que uno suscribe esa idea del actor como sinónimo de improvisador jazzístico: abrupto, lírico, absurdo, trágico, cómico y más que dispuesto a autodestruirse en nombre de la honestidad. Está claro que muchas personas –en especial las que aman y tienen que cuidar y ocuparse de una persona de semejantes características– están más que hartos de la idealización romántica que segundos y terceros suelen aplicar sobre semejante sociópata. Pero uno, desde lejos, no puede sino pensar que un Downey estabilizado y calmo y sano será mucho menos interesante como actor”.
Y, por favor, recordar ese gran momento en Wonder Boys en que Downey –en la piel de un agente literario fracasado– le dice a Michael Douglas, un escritor con bloqueo desde hace años: “Me temo que no encajo en esta nueva era corporativa”. Douglas pregunta: “¿Por qué?”. Downey lo piensa unos segundos y responde: “Soy demasiado competente”. Y lanza una carcajada.
Y algunos otros datos pertinentes: Downey es el hijo de un cineasta experimental (en cuyas películas debutó) y de una madre especializada en enseñar teatro musical; sus grandes protagónicos pueden disfrutarse en la ya mencionada Chaplin, en Less than Zero (donde consiguió, a partir de la novela de Bret Easton Ellis, el retrato definitivo del junkie adolescente), The Pick-Up Artist, Restoration, Two Girls and a Guy y en la atípica intensidad que llevó a esas buddy-movies que fueron True Believer (junto a James Woods), U.S. Marshals (junto a Tommy Lee Jones) y Air America (junto a Mel Gibson). Lo que no impide que sus roles secundarios o dentro de repartos corales de luxe sean menos interesantes. De hecho constituyen casi lo mejor de su prontuario. Ahí están Asesinos por naturaleza, Soapdish, Short Cuts, One Night Stand, Bowfinger, Friends and Lovers, Holydays, Black and White (esa inolvidable escena donde se le tira un lance a Mike Tyson), The Gingerbread Man y Wonderboys. También descolló –y ganó premio y fue echado– como parte del reparto de Ally McBeal. En resumen: Downey puede ser muy gracioso, puede ser el asesino serial más inquietante desde Anthony Perkins (ver In Dreams) o convertirse en uno de los gays más sutiles y elegantes y nada afectados, así como ponerle la cara a la voz de Elton John en el videoclip de “I Need Love”. Y Downey puede cantar. Su próximo estreno será el thriller titulado Kiss, Kiss, Bang, Bang junto a otro chico complejo: Val Kilmer. Y ha anunciado que está escribiendo –para protagonizarlo– un musical para Broadway. Mientras tanto y desde siempre, Woody Allen –y casi todos los que tienen más de dos dedos de prensa– lo quiere para sus proyectos. El problema es que las aseguradoras de los estudios elevan su prima muy pero muy alto: tipo complicado, elemento de riesgo, etcétera. Tal vez por eso Downey –que canta y compone desde hace veinte años y grabó canciones para varias de sus películas– terminó su formidable trabajo en la reciente The Singing Detective (donde interpretaba a un escritor pulp torturado por la soriasis con fantasías de investigador privado y crooner) y se dijo que había llegado la hora de entrar a los otros estudios. Y poner la voz antes que el cuerpo.

CANCIÓN
Y desde el vamos queda claro que The Futurist es mucho, muchísimo más que el obvio capricho estelar o vanity project de un actor. Para empezar, y ya desde afuera, es un producto psicótico: para la portada, Downey coloreó y deformó una fotografía suya hasta convertirla en algo parecido al retrato de Dorian Gray luego de muchos años de uso y abuso. A la discográfica, Sony, la deformación le pareció un tanto extrema y entonces optó por meter la cosa en otra coqueta funda de cartón donde Downey aparece en fotografía à la Ritts o Weber con look más cerca de Harry Connick Jr: chico prolijo y recién bañado, pluma en mano, corrigiendo partituras sobre la espalda de un piano. En cualquier caso, ahora el efecto es mucho más desconcertante: se compra una cosa y, al abrirla, se descubre que es otra muy diferente. Uno de esos álbumes confesionales que, salvando las enormes e inevitables distancias, buscan inscribirse en la misma tradición de Blood on the Tracks de Bob Dylan, o Walls and Bridges de John Lennon, o Empty Glass de Pete Townshend, o Return to Waterloo de Ray Davies: tristes canciones autobiográficas, torch-songs de lounge lizard insomne, privada musicoterapia en público, desintoxicación rimada.
Lo que no implica tampoco que The Futurist sea una especie de versión musical de una de las más redondas E! True Hollywood Story. Nada de eso: las letras de Downey son firmes y claras, y al mismo tiempo oblicuas y escurridizas. Y en los diferentes talk-shows a los que Downey acudió a promocionar The Futurist –yo lo vi de invitado en lo de Jay Leno–, el tipo no la juega de sufrido chico rico con tristeza y born again estilo “yo estuve en el infierno y aquí estoy para contarlo y cantarlo”. Todo lo contrario: allí Downey mira fijo y sonríe torcido y después se levanta y canta raro. Es decir: canta con personalidad. Su voz no es profesional ni pasteurizada ni respetable como pueden ser las de John Travolta, Meryl Streep, Dennis Quaid o Nicole Kidman cuando la película les exige cantar; es una voz propia y, a partir de ahora, inconfundible. Una de esas voces que se aman o se odian acompañadas por un piano noble (que Downey aporrea con mucha clase, hay que decirlo) y un puñado de sesionistas de prestigio jazzie, entre los que se encuentra gente como Mark Hudson o Vinnie Colaiuta o Charlie Haden, azotados de pronto por orquestaciones un tanto ciclotímicas, pero que tienen su gracia. Digámoslo claro: Downey tiene una voz que se ama o se odia.
Aquellos a los que les gustó The Futurist –no me refiero a los fans online, que lo consideran un gurú que canta y lo comparan con J.D. Salinger– no dudan en emparentar el estilo Downey con el de Bruce Springsteen, Dave Matthews, Peter Gabriel, Marc Cohn, Billy Joel, Elton John, Tom Waits, Rufus Wainwright, Jakob Dylan y Sting. Aquellos a los que no les gustó The Futurist optan por la maldad más venenosa: “Como que te saquen un diente y te lo vuelvan a poner sin anestesia”; o “Downey canta como si estuviera loco”; o “Los productores, los ejecutivos de la discográfica y el cantante le dieron el ok a este disco pensando más con la nariz que con el cerebro”. Los más ecuánimes optaron por un “Si aman al hombre, toleren su música”, o por la que tal vez sea la más interesante de todas las apreciaciones: “Downey sabe cómo hacerlo; lo que no sabe del todo es lo que está haciendo”.
¿Y qué está haciendo Downey? Fácil: cantar. Y está claro que como compositor e intérprete no ha alcanzado detrás del micrófono lo que sí alcanzó delante de las cámaras. Pero The Futurist es un producto atendible y hasta disfrutable. En especial los tracks “Kimberly Glide” (sobre el fantasma de una amiga muerta en un accidente de aviación), “Broken” (donde Downey ruega: “Dios me dé la fuerza para aceptar las cosas que no puedo cambiar y, entonces, cambiarlas sólo por una última vez”), o “Man Like Me” (donde Downey promete: “Éste es un hábito que ahora estoy dejando para siempre / Estoy cansado de intentar sacudírmelo / Así que cuando te pido que no me des la mano / Voy a agarrarla ahora mismo”).
Así sea, buena suerte, feliz futuro.

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