Mar 04.01.2005
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CANONIZACIONES - LA PRIMERA BIOGRAFíA DE MORRISSEY, EL SANTO DE MANCHESTER

Soy lo que soy

2004, el año en que Morrissey volvió al disco con You Are the Quarry, fue también el año en que debutó como biografiado. A lo largo de las doscientas jugosas páginas de Saint Morrissey, Mark Simpson explica cómo hizo el ex líder de The Smiths para conseguir en vida la fama que otros sólo consiguen después de muertos.

POR JOSEPH POMPEO

Deténganme si creen que ya oyeron esto antes.
Morrissey: ningún otro artista ha sido tan desesperadamente idolatrado, tan románticamente adorado, tan sinceramente emulado por una base de fans tan devota y a la vez tan marginal. Sin duda es esta paradoja la que hace que no pocos adictos a la cultura pop, padres desconcertados y rockeros indie adolescentes se la pasen preguntándose: “¿Quién era ese tipo raro que tocó vestido de cura en el programa de David Letterman?”.
¿Cómo hace alguien para hacerse famoso como el intérprete más “enigmático” del rock? Una respuesta lógica sería leer un libro que lo explique. Afortunadamente, la publicación de Saint Morrissey, la flamante biografía del ex líder de The Smiths, coincidió con el flamante éxito del séptimo trabajo solista de The Mozzer, You Are the Quarry. Desafortunadamente, este libro no hará sino confundir más a los miembros del grupo demográfico antes mencionado. En otras palabras: a menos que uno sea un incondicional del músico, este libro sólo servirá para pintar la naturaleza obsesiva y psicótica de los fans de Morrissey.
Olvídense de la objetividad. De hecho, ningún lector para quien citar las letras de los Smiths no sea una cuestión de vida o muerte la pasará muy bien tratando de navegar por estas doscientas páginas llenas de comentarios de iniciados y trivia de fanáticos. De más está decir que el autor, Mark Simpson, llamado con justicia “el Oscar Wilde skinhead”, es un fan “de alto nivel”.
En más de un sentido, Saint Morrissey es un fracaso: no elabora una historia ni mantiene equilibrio alguno entre los hechos y las emociones. Pero si uno tiene algún parecido con Mark Simpson –o, para el caso, conmigo mismo–, lo más probable es que este libro le resulte muy difícil de dejar: Saint Morrissey satura a sus lectores con todo lo que siempre sospecharon, teorizaron o quisieron saber acerca del legendariamente solitario e históricamente inescrutable hombre-de-ojos-azules de Manchester.
Originalmente publicado en el 2003, el libro se volvió más accesible cuando se publicó en edición de bolsillo en octubre pasado, menos de una semana antes de que Morrissey comenzara su gira norteamericana. Su tesis es sencilla: “Para llegar al melancólico corazón de la naturaleza de Morrissey, para meterse en el páramo de su cabeza o de su cama –escribe Simpson–, uno tiene una sola cosa que hacer: escucharlo”.
Antes de embarcarnos en sus teorizaciones literario-psicoanalíticas sobre los Smiths y Morrissey, Simpson reflexiona sobre la historia y los alcances de su propio fanatismo, autorretratándose –irónicamente– como víctima de esa “maldita poesía que supo hablarle directa y decididamente a una parte feliz y triste” de su propia persona, una parte que él mismo “apenas sabía que existía”. No es de extrañar, pues, que Simpson apenas pueda escribir un párrafo sin citar alguna letra de canción. Además de desvergonzada, esa apropiación puede parecer excesiva, pero pone de manifiesto eficazmente la universalidad del músico. Morrissey es amado porque siente que no es amado. Sus seguidores se deleitan con la hipérbole –tan romántica– de la autocompasión, reafirmada por la certeza de que hay al menos una persona más sobre la Tierra que es exactamente como ellos.
En su recorrido, que va de la temprana infancia de Morrissey hasta el presente (de Stephen Patrick a Moz), Simpson pasea al lector por la experiencia de la educación formal del Morrissey niño (“Unos espíritus beligerantes dirigen las escuelas de Manchester”), por su complejo de Edipo (“Smother me mother”), por su ambigüedad de género (“Soy una chica y vos sos un chico”), y va de su proyecto sexual subversivo (“Te quiero sobre un escritorio”) a su evocación de imágenes homoeróticas (“¿Cómo pueden ver el amor en nuestros ojos y aun así no creernos?”) y su vocación célibe (“El sexo es un despilfarro de baterías”). También se discutelargamente la conocida lista de héroes personales de Morrissey –Oscar Wilde, Shelagh Delaney, James Dean, Marc Bolan–, lo que revela una dualidad paradójica en su relación con la iconografía: Morrissey es a la vez fan y celebridad, envidioso y envidiado, deidad y discípulo.
Entre los temas particularmente interesantes del libro están su posición fluctuante en las listas de “los más vendidos”, sus relaciones de amor-odio con Inglaterra y EE.UU. y las infames (por no decir completamente erróneas) acusaciones de racismo de que lo hizo objeto la prensa cuando lanzó el álbum Your Arsenal. El último morrisseyismo del que da cuenta Simpson es su relación (o más bien su falta de relación) con la fama. Los fans de Morrissey alegarán que una industria banal, movida únicamente por el lucro, le robó el éxito y el reconocimiento que merece. Pero –una vez más– es justamente a través de su rechazo del status de celebridad convencional como Morrissey preserva la lealtad de sus fans; y, como señala Simpson, “es esta relación peculiar con sus fans, decididamente insalubre, lo que explica la naturaleza extrañamente intensa del culto a Morrissey”.
Con esta última paradoja, Simpson completa la canonización de Morrissey. “Morrissey consiguió en vida –escribe– la trascendencia a la que otros intérpretes sólo accedieron después de muertos.” Ése es el tortuoso milagro de la vida de Morrissey del que sus devotos dan fe: Morrissey es el único “santo” canonizado antes de morir, y el único que intercede en favor de sus suplicantes no desde el cielo sino desde su habitación.

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