GéNEROS - BOLEROS BY BALIERO
De qué hablamos cuando hablamos de amor
Aunque está poblado de ecos de boleros, Dame más, el nuevo disco de Carmen Baliero, elude el gesto retro y apuesta al presente: canciones de deseo y de sexo que piensan cómo es el amor en el siglo XXI.
› Por Diego Fischerman
“Hace tiempo / Dije, amaba / Hace más, esperaba / Hace tanto tiempo / que me dije que te amaba / Y hace tanto más / que te esperaba.” La que canta es Carmen Baliero. Y lo que canta es un bolero. O, por lo menos, lo es en espíritu. Ella esperaba, en efecto, desde hace tiempo hacer un disco dedicado al género. O algo más esquivo: la memoria –su memoria– de un género que confiesa que nunca le gustó. “Uno no recuerda canciones completas: recuerda una frase, una melodía, y escucha esperando que llegue ese momento en especial. Quise hacer un disco que trabajara sobre esa idea. Hay canciones cuya letra no recordaba completa y tampoco me interesó buscarla. Son retazos, pedazos de boleros: la resaca. Y a veces ni eso. El primer tema, por ejemplo, se llama ‘Falta un bolero’ y, por supuesto, no es un bolero.”
Hay en la materia una figura que funciona como referencia obligada para esta pianista, compositora y cantante que siempre se deleitó en transitar por fronteras y desconcertar por partes iguales al público de música popular y al de la música contemporánea de tradición europea y escrita. “Para mí el bolero es Bola de Nieve; lo que él hace es reducir el bolero a su esencia.” Una genealogía que podría trazarse, entonces, como Bola, bolero, Baliero. “Canciones de amor, eso es lo quise hacer”, dice ella. “Pero no de amor en los años ‘50, en México o Cuba, sino de amor en Buenos Aires, donde existe el psicoanálisis, existen abiertamente los gays, existen comunidades homosexuales, existe la adopción de los homosexuales. El mundo es otro, y tiene que ser otra la manera de hablar del mundo.”
El disco se llama Dame más (“Dame más / aunque parezca demasiado...”, canta Carmen Baliero en la canción que le da título), y junto a ella participan Wenchi Lazo en guitarra (“Son más bien como unos maullidos”, precisa la cantante) y Carlos Vega en contrabajo. “Trabajamos en romper las canciones, en despojarlas, en dejar su esencia. En los boleros tradicionales habitan tragedias: nunca son pasatistas sino problemáticos. Y sus melodías son gloriosas. No así sus arreglos, que nunca me interesaron. En este disco no hay percusión, por ejemplo, ahí es donde esto se conecta con Bola de Nieve. En Bola no hay narcisismo ni exhibición. Y el otro elemento es el rítmico, ese desplazamiento permanente de los acentos. A mí me encantó el trabajo de encontrar estos músicos, en primer lugar, y después despojar: lograr que no hubiera protagonismo de nadie y quedarnos más con ideas que con canciones.”
Carmen Baliero habla de las excusas: “En este caso, tomar la idea del bolero para hacer música”. Y aclara que “no se trata de hacer algo tipo Instituto Sanmartiniano, a ver quién pinta mejor al prócer. No hay una cuestión de fidelidad o de traducción, porque además no me saldría. Si es por respetar la tradición, tendríamos que ser esclavistas. Y a veces se respeta la forma, como si ésa fuera la esencia”. Y, como casi siempre que acaba de decir algo, Baliero empieza a desmentirlo: “Tampoco importa tanto, porque al final la realidad es otra. Y es que éste ni siquiera es un disco de boleros: es un disco de amor y sexo. De calenturas. Tiene que ver con la genitalidad, con pensar el amor en el siglo XXI. No hay una intención documental, desde ya. Están la memoria y la desmemoria, lo que me aparecía cada mañana cuando me despertaba a hacer canciones. Pero creo que todo lo que digo es mentira. Si lo pienso bien, todo es una excusa para hacer una canción, un tema que me guste, donde los timbres estén muy cuidados, que me guste decirlo y que me guste tocarlo, literalmente”.
Partiendo de estas canciones en las que “hay placer, hay gusto”, el recorrido de Baliero pasa por Violeta Parra (“Una poeta extraordinaria, alguien que habla del corpiño y que en las centésimas se da el lujo de numerarlas y de nombrar los números: su proyecto es un proyecto de la modernidad”), por las cosas que le gustan de la música popular (“Guitarra negra” de Zitarrosa, por ejemplo), por Gerardo Gandini, y desde allí se dispara hacia quien, para ella, es el pianista más sublime, Thelonious Monk. “Me encanta Gandini porque se maneja con residuos y porque es dubitativo. Es como una música de la memoria; porque la memoria duda, no sabe de golpe, busca. En ese sentido es totalmente monkiano: inventa un tiempo biológico y no formal para los temas. Uno podría pensar en Jarrett, pero Jarrett es más exquisito, más esteticista. Gandini tiene más tuco. Y tiene humor. Es como los tangueros que tiemblan cuando cantan. Me encanta ese temblor. Y Gandini, o Monk, es como si temblaran en el piano, como si tartamudearan.”