Dom 13.03.2005
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PLáSTICA > EL PROYECTO CONO SUR EN EL MUSEO DE ARTE MODERNO DE BUENOS AIRES

El sur también existe

Fruto del diálogo entre dos curadores franceses y dos latinoamericanos, el Proyecto Cono Sur retoma parte de la notable colección de los Frac (Fondos Regionales de Arte Contemporáneo) para difundir en Lima, Santiago, Buenos Aires y Montevideo las tendencias más radicales de la
plástica europea actual.

Por Bernard Goy

En la actualidad, para muchos artistas de todo el mundo, un “proyecto” implica la creación de una obra, pero también es algo más que eso. Es un diálogo, una situación y una trayectoria. Una búsqueda conjunta de soluciones y de medios. Es ante todo un encuentro, o mejor dicho: una serie de encuentros. En resumen, es la creación de espacios y tiempos elaborados, significantes, donde se experimenta la relación.

Este proceso, que involucra en mayor o menor grado a diferentes actores, ha sido en cierto sentido el modelo que hemos seguido a la hora de elaborar el Proyecto Cono Sur.

Este nombre con aires de código cifrado designa a la vez un recorrido y cuatro exposiciones; es decir: un proceso y una serie de obras cuya selección muestra la conclusión del proceso. Las primeras entrevistas con nuestros pares Andrés Duprat y Justo Pastor Mellado, historiadores de arte y comisarios de exposición, pusieron rápidamente de manifiesto un mismo análisis que apuntaba a resistir y también a afirmar la urgencia de hablar de arte. Resistencia contra el circuito único de intercambios artísticos de primer orden que privilegia a Europa del Norte y los Estados Unidos; urgencia por colocar el arte en el centro de una apuesta por un reconocimiento mutuo –o un simple conocimiento– que descarte cualquier idea de competencia o incluso de influencia cultural. La comprobación de las importantes diferencias entre la vida artística francesa y las escenas chilena, argentina, peruana y uruguaya, no tardó en sentar las bases para un proyecto de acercamiento. Más allá de esa comprobación, aparecieron una serie de intereses culturales y referencias comunes que hicieron que triunfara sin dificultad la decisión de llevar a cabo “juntos” una ambiciosa operación.

Antes de exponer en detalle el contenido y las articulaciones del proyecto, recordemos que gracias a los Fondos Regionales de Arte Contemporáneo (Frac) se lleva a cabo desde hace veinte años un sistema de colaboración original, sin parangón en el extranjero, entre el Ministerio de Cultura y las regiones francesas. Creados en 1983 por iniciativa del Ministerio de Cultura francés, los Frac tienen la misión de adquirir de manera regular obras de arte a artistas vivos, difundirlas a través de diversas entidades regionales (museos, centros culturales, escuelas, hospitales...) y mediar para hacer realidad el encuentro del público con el arte contemporáneo. Estos cometidos implican una serie de acciones novedosas en las que la relación con el arte se desplaza y franquea el límite de los circuitos clásicos de la exposición y el museo. Los artistas pueden intervenir en el proyecto con grupos, niños o estudiantes, que se convierten de este modo en sus colaboradores durante la residencia y los ayudan en una creación.

Veinte años después de su fundación, las colecciones de los Frac de Ilede-France y Poitou-Charentes han abierto caminos diferentes, conjugando así aspectos complementarios de la situación francesa actual. Hablar de situación francesa es hablar de una escena artística ampliada, en la que el apoyo que brindan las diferentes colectividades a los artistas franceses se inscribe en la apertura internacional de las colecciones públicas de nuestro país. Por otro lado, cada nueva obra que entra en nuestras colecciones rediseña la trayectoria de los diferentes caminos abiertos. Así, en el caso del Proyecto Cono Sur, son dos las orientaciones principales sobre las que se ha articulado la reflexión, ya que el dispositivo elegido prevé un corpus de obras común a ambos fondos, a partir del cual se elaboran cuatro exposiciones diseñadas para los diferentes espacios asociados.

Junto con Andrés Duprat, Olivier Chupin se interesa sobre todo por los artistas comprometidos con una crítica social explícita, mientras que el diálogo que abrimos Justo P. Mellado y yo tiene que ver con las modalidades de las ficciones contemporáneas, en especial con el tema de los modelos que los artistas eligen o descartan en la bisagra entre el siglo XX y el XXI. En el punto de encuentro de estas dos problemáticas, las exposiciones cuestionan el estatuto y el lugar de la obra y del artista en el mundo contemporáneo, así como su historia reciente.

Puede que en algún momento una selección conjunta suscite –al menos eso esperamos– miradas e interpretaciones diferentes. Esto viene a recordar la ambigüedad constitutiva de las artes visuales, así como su capacidad para comunicar un pensamiento sin recurrir al lenguaje articulado y sus límites sintácticos. Por último, es evidente que el proyecto se propone abrir un diálogo con las entidades asociadas y los públicos sobre el concepto de los Frac y las apuestas artísticas, políticas, económicas y culturales que implica, pero siempre a partir de las obras y de su presencia en los contextos donde son acogidas.

La tendencia actual de los artistas a explorar los múltiples terrenos del pensamiento lleva al comisario de exposición a descubrir líneas divisorias y puntos de encuentro entre las obras, que implican siempre un punto de vista particular. El sentido mismo de la palabra “mediación” supone, de entrada, aceptar que uno o varios puntos de vista puedan aportar al público una serie de posibles aperturas a las problemáticas suscitadas por los artistas.

Los dos ejes de reflexión propuestos en esta exposición corresponden a temas que recorren el arte de los últimos treinta años de manera casi constante. La problemática de la representación pone de manifiesto la de los modelos que los artistas exploran o rechazan, mientras que la crítica social pone en tela de juicio la representación política y los escenarios económicos en los que se ejerce. Entre los modelos, el cine no está ausente en exploraciones tan diversas como las de Jacques Monory, Victor Burgin, Philippe Decrauzat o Jenny Gage. Al insistir ya sea sobre el límite entre proyección y realidad, sobre la intrusión del mundo virtual en el mundo real, o sobre la tenue frontera que separa el documento de la ficción, estos artistas muestran la capacidad del arte para suscitar dudas e interrogantes en relación con los espectáculos más consolidados del imaginario individual. A modo de contrapunto, Frank Scurti mezcla una creación televisiva gráfica y humorística con la capacidad de este mismo medio para difundir, en directo y con una certera violencia simbólica, los gráficos de las tendencias bursátiles internacionales y las imágenes de los conflictos más cruentos.

En este contexto, un pequeño cuadro de una joven artista que muestra una muñeca desarticulada (Regine Kolle, Comme des garçons) cobra un sentido menos literal y evoca a Ann Lee, un personaje de manga reactivado por Philippe Parreno. Segundo grado del arte, una obra en video de Frank Eon se dirige a John Currin en un estilo que plantea un problema de interpretación de un nuevo tipo. Jean-Charles Hue, Thierry Mouillé, JeanLuc Moulène aparecen explícitamente del lado de los activistas, pero también sus obras ofrecen una ambigüedad de estatuto que se presenta como una tendencia principal de la exposición y, por supuesto, del arte contemporáneo.

Así, podemos comprobar que, en su mejor faceta, el arte deja de ser un espectáculo social y mantiene abierto un espacio crítico, una zona de tensión donde la actividad humana entra en escena de manera simbólica. O, para ser más precisos, quizás el arte más actual no ponga en tela de juicio tanto la realidad como el espectáculo mediático que la refleja, disfrazándola bajo el pretexto de informar. “El mundo se ha hecho imagen. De manera trivial, estamos viviendo la época audiovisual de la historia”, afirmaba en 1991 el filósofo francés Jean-Luc Marion. La imagen a la que se refiere poco tiene ya que ver con la herencia actual, resultado de una lenta maduración, que abarca desde los retratos de Fayoum, previos a la era cristiana, hasta las películas de Tarkovski y Godard. La masa indiferenciada de la imaginería de consumo corriente es la que no cesa de sustituir la percepción por la imaginación. Volviendo a la imagen, la que se crea en el arte, Catherine Grenier escribe en 2003: “Crear imágenes, en el caso de los artistas que hemos evocado, no es traicionar la realidad sino, por el contrario, establecer lo real”. A propósito de esta distinción entre imagen e imágenes, habría que citar también las reflexiones de Marie-Josée Mondzain y el último libro de Stéphanie Katz, L’écran, de I’icône au virtuel (“La pantalla: del icono a lo virtual”), para mostrar que el debate actual sobre la imagen, que parte del arte y vuelve a él, plantea entretanto desafíos visiblemente más reales que los comentarios espectacularizados que condicionan la opinión.

En la medida en que se muestra en la libertad de un acto simbólico, una obra es mucho más que un documento particular o, como a menudo se ha creído, un barómetro del estado de una sociedad. Y la historia intelectual y espiritual de la imagen en Europa ha puesto de manifiesto que tampoco se trata de un fetiche para coleccionistas celosos. La obra es esa instancia paradójica que, más allá de los juicios sobre su calidad, establece bolsones de conciencia en los flujos incesantes de la información/comunicación. Al contrario de un lujo, es una respiración imprescindible para toda evolución democrática, individual y colectiva.

Proyecto Cono Sur. Museo de Arte Moderno de Buenos Aires, San Juan 650. Hasta el 15 de mayo.

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