TV > LARRY DAVID, EL GUIONISTA DE SEINFELD CON SHOW PROPIO
Fue stand up comedian, escribió libretos para Saturday Night Live e hizo papelitos menores con Woody Allen, pero la gloria y los premios le llegaron gracias a los guiones de Seinfeld. Ahora, en Curb your Enthusiasm –su primera serie propia–, Larry David lleva al límite su fórmula subversiva: autoescarnio, sarcasmo salvaje, un diabólico poder de observación y una voluntad de incorrección que le permite reírse de todo y de todos, incluido el cadáver de su propia madre.
› Por Moira Soto
Año a año, desde el especial de 1999 que dio origen a Curb your Enthusiasm, Larry David consigue ponerse cada vez más amargo, chinchudo y rompebolas. La serie que escribe y protagoniza haciendo de sí mismo bien merecería tener trece capítulos en lugar de diez, no sólo para mayor placer de sus fans sino porque cada entrega parece ilustrar alguna de las Trece Leyes de Murphy, otro humorista misántropo.
En uno de los últimos episodios de la cuarta temporada que actualmente pone en el aire la señal HBO, David tiene de huésped en su casa a un sobrino adolescente de su encantadora y joven esposa Cheryl (Cheryl Hines, su mujer también en la vida real). El chico le hace un truco de cartas y se niega a revelar el secreto pese al empeño de Larry, que más tarde hace lavar el coche de su mujer por un grupo de subnormales, no sin mirarlos con bastante desconfianza. Al cierre, uno de ellos va a casa del protagonista y comprende en el acto la clave del truco cuando el sobrino se lo hace. Ley número once de Murphy para la ocasión: “Es imposible hacer algo a prueba de tontos, porque los tontos pueden ser muy ingeniosos”.
Por cierto, el episodio de marras ofrece, como de costumbre en Curb your Enthusiasm (“Bajoneándose”, o algo por el estilo), otras líneas narrativas, amén de suculentos personajes secundarios y, a menudo, celebridades (en esta oportunidad: Ben Stiller, Mel Brooks) interpretándose a sí mismas. Todo con un aire de lo más casual, sorprendentemente fresco, logrado mediante las improvisaciones de un elenco fijo muy afinado, al que se suman –según la necesidades del relato– actores y estrellas que aceptan aparecer porque son adictas al show. (El año pasado estuvieron Martin Scorsese, Alanis Morisette y Ted Danson.) Larry David escribe unas siete páginas para contar muy detalladamente el argumento de cada capítulo, pero no los diálogos, que siempre quedan a cargo de los intérpretes. El director (casi siempre Robert Weide) hace distintas tomas de cada escena y el material obtenido se trabaja después en edición. El resultado es una serie de formato imprevisible, de extraña fluidez y compleja simplicidad, que en su absoluta incorrección, su mala leche y su irreverencia sin remilgos va más lejos que cualquier otra producción humorística televisiva que haya llegado a estos confines.
Llama la atención la poca bola local que se le ha dado a Curb..., mucho menor que la que en su momento mereció Seinfeld, que casualmente fue una creación de David (en sociedad con Jerry S.). David, judío nacido en Brooklyn en 1947, empezó como stand up comedian y escribió guiones para Friday (1980-1982) y Saturday Night Live (1984-1985). También supo hacer algunos papelitos en películas de Henry Janglom y Woody Allen. En Seinfeld estuvo de 1990 a 1996 y regresó en 1998. Por esa serie lo candidatearon en varias oportunidades para diversos premios. Y en 1993, cuando ganó el Emmy como guionista, subió al escenario y lanzó: “Esto está muy bien, pero yo sigo pelado”.
El escritor Peter Mehlman dice que Larry David “está muy sintonizado con sus propios pensamientos, los más profundos, oscuros y bochornosos, y que no tiene problema alguno en compartirlos”. Nada es más evidente para cualquiera que mire al menos un capítulo de Curb... Porque este tipo que no titubea a la hora de poner su inconsciente sobre la mesa (o sobre la cama, o donde sea) es capaz de exponer –en primera persona del singular y con nombre propio– sus rasgos más negativos y chocantes, sus deseos más egoístas, y de mostrarse como un inadaptado social, un camorrero, un bravucón cobarde, pueril, comodón, quisquilloso y vengativo. Seguidor como perro ‘e sulky, siempre enroscándose en sus sofismas. Es justamente esa increíble audacia la que hace que su programa resulte subversivo y a la vez liberador.
El pelado parece no achicarse jamás, y en Curb... tampoco perdona a niños, discapacitados, gays, gordos, animales ni instituciones. En uno de loscapítulos más transgresores del año pasado hizo chistes a costillas del cadáver todavía tibio de su propia madre. La cosa fue así: Larry está filmando en Nueva York una de mafiosos a las órdenes de Scorsese y se extraña porque nadie lo llama para informarle sobre su madre enferma. De regreso a Los Angeles se encuentra con su padre. “¿Cómo está mamá?”, quiere saber. “Bueno, vos sabés cómo es la gente...”, se evade el hombre. Larry sigue preguntando y el viejo accede: “Te diré todo sobre tu madre. La trajimos de vuelta... Ella no quiso molestarte mientras estabas en Nueva York. Pero ya no está en el hospital”. “¿Así que está mejor?”, se ilusiona Larry. “En cierta forma... Nadie vive para siempre...” Ahí a Larry le cae la ficha: “¿Está muerta?”. El padre trata de confortarlo y le dice que el funeral estuvo buenísimo: una belleza. Una vez en casa, junto a su mujer, descubre las ventajas de estar de duelo: con el pretexto de la muerte de su madre cancela encantado los compromisos que lo fastidian. Todo bien, hasta que se entera de que el cuerpo de su madre fue a parar a una sección especial, no consagrada, del cementerio. Larry va y protesta, pero el director le dice que los shamis encontraron un tatuaje en la nalga derecha de su madre, y según el Levítico ninguna persona que se haya hecho marcas en la piel puede ser enterrada en lugar sagrado. Larry planifica y lleva a cabo por la noche el traslado del cadáver y después, aunque su esposa está muy cansada, se las arregla para tener sexo con la excusa de que “la estoy pasando tan mal...”. En el brillante cierre, la policía viene a buscarlo porque el dinero con que le tapó la boca al sepulturero era falso, de utilería: le había quedado del rodaje con Scorsese. Entonces la excusa –”Mi madre acaba de morir”– no le sirve de nada: la cana se lo lleva.
Ultimamente, Larry David consiguió hartar a Ben Stiller –con quien iba a actuar en Los productores–, pelearse con la secretaria lesbiana de Mel Brooks y dejar sin novia a un pianista ciego (le avisó que la que tenía era fea). En este último caso no le quedó otra que ayudar a su víctima en las tareas domésticas, y cuando fueron al supermercado se molestó porque el tipo lo tomaba del brazo (“No tan cerca –le dice–, no somos una pareja gay”). Después lo llevó al restaurante y aprovechó para robarle comida del plato.
Así de miserable es Larry. Como cualquiera de nosotros/as. Sólo que él no lo oculta: lo magnifica.
Lamentablemente, Curb your Enthusiasm, de Larry David no va por el cable convencional. Para verlo hay que desembolsar el plus de HBO (sábados a las 23 y jueves a las 23.45) o buscar las copias en DVD que empiezan a llegar al país.
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