PERSONAJES
EL VERANO ETERNO
Desde hace 25 años
que la crítica la destroza, pero ella no para de generar éxitos:
cimas de rating con Chiquititas y Verano del 98, trece
temporadas teatrales a sala llena, treinta discos editados y varios de platino,
y una cuota de responsabilidad en el despegue de Telefé en sus comienzos.
Ahora, separada de Gustavo Yankelevich y al frente de su propia productora, Cris
Morena vuelve con Rebelde Way, una tira que, por supuesto,
ya es un éxito.
› Por Mariana Enriquez
Cris Morena pone los ojos en blanco cuando se le señala que “Rebelde Way”, la serie que acaba de estrenar en Azul Televisión, y el primer emprendimiento de su flamante productora, podría definirse como una telenovela juvenil protagonizada por niños ricos con tristeza. Ya escuchó ese lugar común, ya escuchó que sus personajes son estereotipados, ya escuchó las acusaciones de poco realismo, en fin, ya lo escuchó casi todo porque Cris Morena no es precisamente una mimada de la crítica. Es una productora exitosa que carga con trece temporadas teatrales (la mayoría de Chiquititas), casi treinta discos editados y varios de platino, y ahora quince puntos de rating con su nueva serie, que con sólo una semana en el aire ya está entre los programas más vistos de Azul.
Está reunida con representantes de TyC Sports, grupo que solía hacerse cargo del merchandising de Chiquititas y con su socio israelí (con quien se asoció exclusivamente para la nueva tira). Se siente un poco incómoda liderando una productora, dando órdenes, pero se arregla, dice. “Surgió por motivos de fuerza mayor: tenía que armar una productora sí o sí porque era la única manera de hacer el proyecto. En realidad fue ponerle un nombre a lo que toda la vida tuve, que es un grupo de gente, por eso se llama Cris Morena Group. Pero no es que yo pensaba hacer una productora, tuve que hacerlo por un problema legal”. Hasta se separó de RGB, la productora de su ex esposo Gustavo Yankelevich que en principio iba a coproducir “Rebelde Way” (sin embargo, conservan juntos una editorial musical para sus canciones). El problema comenzó cuando Telefé no le renovó el contrato de “Chiquititas”, que en este momento está en el aire en repeticiones porque el canal se quedó con la marca. Cris Morena la cedió, como cedió “Verano del 98” y el trabajo creativo de los institucionales del canal, que ella producía. “Cuando trabajé para Telefé, era costumbre que todo lo creativo quedara para ellos, menos las canciones, por supuesto, que no te las pueden sacar por el tema de los derechos de autor. Sucede que yo nunca pensé que podía llegar a separarme de Telefé. Allá quedó el nombre Chiquititas, pero el autor, el equipo de producción, las canciones, todo está conmigo. Lo que perdí es el merchandising, que hacíamos Telefé, TyC y yo. Este año a TyC se les venció el contrato de Chiquititas y Telefé les dijo que no los necesitaban más porque iban encargarse solos de eso. Pero no sacaron nada ni sacarán. Es pura voracidad por decir que son dueños de algo, pero las cosas tienen que tener un contenido atrás, no es solamente el nombre. Yo me puedo llamar Cris Morena Group, pero si no tengo un programa, no existo. Una es madre si tiene un hijo, de lo contrario no te sirve.”
El equipo que Cris Morena no se cansa de nombrar incluye un taller permanente de teatro, coreografía y canto, suerte de fábrica de actores niños y adolescentes que, recalca, “siempre bancamos nosotros; incluso en Telefé lo bancaba yo con mi propia plata”. De este taller salen los protagonistas de sus producciones y este proceso de formación también se usa como material del reality que muestra todo el proceso de armado de casting y training: en algunos países se vende junto con la tira como complemento.
La nueva apuesta de Cris Morena levantará polvareda. Como siempre, es un producto acabado, con merchandising y casting diseñado para funcionar. Como siempre, el producto será acusado de vacío y tonto, y como siempre probablemente mantendrá su éxito. Por eso, dice, a esta altura pasa de las críticas. Con “Jugate conmigo” la criticaron por hacerse la pendeja, con “Chiquititas” le llovieron las objeciones, desde la calidad de las canciones hasta un elenco de niños insoportables de perfección casi suiza, y ahora para colmo ensaya un contenido mucho más difícil de digerir: una escuela para jovencitos de clase alta (que se llama Elite Way School, aunque usted no lo crea) que costará mucho hacer caer simpáticos. Cris Morena se defiende de las críticas poniendo sobre la mesa su éxito constante con el público, y el hecho de que puede convocar, en diferentes proyectos, a actores que es difícil asociar con “frivolidades” como Darío Grandinetti o Fernán Mirás. “Creo que éste es un país donde el éxito es mala palabra, donde ser lindo es mala palabra, y donde todos están a la búsqueda de destruir en vez de ver cómo construir. Cualquiera tiene derecho a criticar, pero no se pueden hacer cosas de mala leche. No se puede negar que la producción de mis trabajos es buena, que me estoy rompiendo el culo en un país que está hecho mierda, que estoy invirtiendo y dándole laburo a la gente, eso independientemente de si te gusta o no el programa. Además estoy rodeada de mala leche, y ya no me importa mucho. Lo que sí me importaría es que el público me dé vuelta la cara. Y aún así, el producto me tiene que gustar a mí. Si amo lo que estoy haciendo, pienso que le puede gustar a otro. Y hasta ahora el público nunca me dio vuelta la cara, no sólo en televisión, que es una cosa más arbitraria, sino en entradas de teatro, cine, discos, merchandising. Yo no trabajo para los críticos. Los críticos pasan y yo hace 25 años que trabajo en esto. Las críticas, en mi caso, no venden las entradas en los teatros.”
“Rebelde Way” acaba de comenzar y ya tiene tantos elementos de controversia que es difícil enumerarlos. Hijos de empresarios y políticos conviven con becados que nunca llegan a recibirse, porque hay una “logia” que no lo permite para asegurarse la “pureza” de los egresados. Hasta que llega un profesor justiciero (Fernán Mirás) dispuesto a cambiar el statu quo. Los cuatro protagonistas jóvenes son Mía (hija frívola de empresario), Manuel (guapo mexicano que trata de vengar la muerte de su padre), Marizza (hija de una vedette, interpretada por Catherine Fullop, en obvia referencia a Moria y Sofía Gala) y Pablo (hijo de político que tiene que hacer tarea comunitaria en villas). Para que todo cierre, los cuatro acabarán formando un grupo musical mixto, a la Bandana, y allí canalizarán sus angustias y limarán asperezas. ¿De qué se trata la tira, entonces? ¿De criticar a la clase alta? ¿De apuntar que los ricos también lloran? ¿O es sencillamente una serie juvenil más o menos convencional con algún aditamento para dar qué hablar y así asegurar atención mediática? “Lo que estoy tratando de contar son las diferentes posibilidades que tienen unos y otros, pobres y ricos, los diferentes vínculos que existen. Y particularmente, porque esto es un tema personal, me interesa contar la problemática de la gente que tiene muchos recursos, la problemática de la clase dirigente, que maneja el país y tiene el poder. Es de donde saco las experiencias y los contenidos. Yo conozco bastante bien todo ese target porque me he movido ahí. Cuestiono lo que significa el poder mal entendido, no la posibilidad de tener poder para hacer cosas positivas. Me parece importante poder trabajar eso desde todos los lugares, desde la ironía, desde la investigación. Me da risa porque algunos me dicen que el contenido está lejos de la realidad. Yo creo que esa crítica es irreal: muchos no tienen la menor idea de lo que pasa en esos ambientes. Puedo contar miles de anécdotas que le harían decir a la gente ‘una persona así no existe’. Por ejemplo: un día, el hijo de un tipo muy conocido mío, un profesional muy rico además, trajo una nota baja, y el padre le dijo: ‘Te aviso que la próxima vez que pase esto en vez de viajar en ejecutiva a Nueva York vas a viajar en turista’. De esas boludeces he escuchado miles. Yo lo pongo en una novela y me dicen que no existe.
¿No le da miedo que focalizar en la clase alta irrite en este momento?
–No, porque estoy hablando de una realidad mundial. En nuestro país es peor porque hay una tilinguería infernal en la clase alta, hay una mezcla de nuevo rico con tano y con asesino de indio que compró tierras, todo es tan berreta que se salva poco de la clase alta. Esos son nuestros dirigentes, y me parece que hay mucho para contar y aprender y modificar. Pero mi pretensión no es dar cátedra: es distraer y mostrar una cosa parecida a lo que pasa. No soy mensajera de nada: es un programa para distraer, no confundir. Yo no voy a ser la maestra de nadie: no tengo por qué, ni sé cómo hacerlo. Yo entiendo de vínculos, y de adolescentes, porque de alguna manera siempre trabajé con ellos y siento que me especialicé en adolescentes. Yo sé por qué un chico puede deprimirse espantosamente en una determinada clase social: por incomprensión, por abandono, por presión, por competitividad. En una familia de ricos se tienen presiones espantosas, las de ser iguales a los padres, por ejemplo. Y el chico que vive en una villa llega a situaciones de desesperación por motivos diferentes, porque tiene hambre, porque no tiene futuro, porque vive en un lugar violento. Y estoy segura de que en la villa están más acompañados porque hay más solidaridad y vínculos que en la clase alta. En la clase alta pasan cosas siniestras, tan siniestras que una persona pobre, a la que todo el tiempo se quiere criminalizar, ni siquiera se imagina, grados de perversión espantosos. Si puedo mostrar eso, sin juzgar a la clase alta, pero sí mostrando lo que pasa, y hacer vinculaciones, me parece interesante.
El programa ya está vendido a Israel, a Europa del Este, a algunos países de América latina. ¿Eso obliga a acomodar contenidos?
–No, el programa no es muy argentino. Es un neutro. Otra de las cosas que me critican. Yo elaboro mi propio mundo, como en “Chiquititas”, y eso es universal. La verdad es que no me interesa el realismo. No quiero contar lo que pasa en el barrio de acá al lado: para eso salgo a la calle y miro cómo vive el señor vecino y listo. Parece argentino porque ahora la clase dirigente está en el centro y cuestionada, pero pasa lo mismo en todos lados.
¿Costó mucho separarse de Telefé?
–Fue algo muy penoso. Tenía puesto mucho laburo en el canal, desde el principio. Quiero decir, yo hacía hasta los institucionales, sin cobrar un peso. Ahora me estoy recuperando porque estoy contenta en Azul. Pero es que yo empecé con Gustavo en Telefé cuando era un canal estilo el Canal 7 de hoy, que iba último. Y fue una situación medio familiar, de juntarnos, Gustavo y yo, de llamarlo a Marcelo (Tinelli), a Susana (Giménez), a Carlín (Calvo)... Fue una situación de poner el hombro, de no cobrar por sacar el proyecto adelante. En un punto fue algo hasta ingenuo. Por supuesto, cuando las cosas se transforman en éxito algunos ideales se van perdiendo y alguna gente va cambiando, pero ése fue el primer ímpetu de todos. A mí me da pena ver en lo que se transformó el canal, más allá de lo que me pasó a mí puntualmente, porque ahora estoy en Azul y me está yendo bárbaro. Me da pena lo que el público se está perdiendo. Y no estoy hablando del problema económico, que es gravísimo y todos sabemos que los canales no tienen publicidad. Había una identificación con la pantalla, tenía una estética que se ha perdido totalmente por contradicciones internas de los responsables. Te ponen un producto siniestro como “Gran Hermano” pegado a un institucional que habla de los sentimientos y el corazón, y eso choca, es lógico.
Pero, ¿quién es responsable?
–Es un problema de los que mandan: el tema de la globalización fue terrible para el canal. Cuando se vendió, empezó la debacle, aunque recién se empezó a notar ahora. Es como cuando hacés un agujerito en la tierra: si seguís cavando, un día se te hace un pozo así de grande. Por ejemplo, no se metían conmigo en contenidos, pero solían decir: “Tenemos que bajar el nivel de la producción porque, total, los chicos no se dan cuenta y queremos ganar más plata”. Y la orden venía de España: no había interlocutor acá. Todo se transformó en un negocio. Pasó en todos lados, no sólo en Telefé. Sin embargo, en otros canales te encontrás con gente del palo, como Adrián Suar. En Telefé, en cambio, te encontrás con señores que no se sabe de dónde vienen: no sabés ni con quién estás hablando ni quién toma las decisiones. Es muy difícil hablar con gente que no entiende de esto. Es decir, a lo mejor entienden de marketing, pero no les gusta lo que hacen, no les interesa.