PLáSTICA 2 > EL VOYEURISMO Y SUS TRAMPAS EN EL MAMBA
Mímesis, vértigo y desdoblamiento en una inquietante instalación de Augusto Zanela.
› Por Laura Isola
Imposible quedar afuera de Apunte, la instalación de Augusto Zanela en el Museo de Arte Moderno. En todo caso, lo que se abre a la discusión, en el marco que propone la propia obra, es el nuevo sentido que Zanela confiere a la relación con el espectador, figura que se confunde aquí con la de un participante clave, necesario para que tenga lugar el hecho artístico. En el breve pasillo que da acceso a la sala oscura, círculos alternativamente blancos y negros cubren el piso y las paredes y evocan de algún modo la serie El túnel del tiempo. Un blanco de tiro domina la escena, mientras una proyección ocupa la pared opuesta. A medida que el espectador gana el centro de la sala, la figura humana filmada y proyectada crece. Hasta que el enigma se devela: el que está en la mira es él mismo, el espectador, que al moverse va al encuentro de su propia humanidad hecha imagen, filmada por una videocámara vigía y proyectada contra la pared.
El efecto es extraño: darse cuenta del truco es divertido, pero verse repetido una y otra vez, yendo y viniendo –como quien se aleja de un espejo para deshacerse de la propia forma– puede resultar molesto. Casi como un oxímoron de la representación, ese espejo ciego refleja y vuelve irreconocible el cuerpo que refleja, a la vez que desdobla la conciencia del espectador, que se pregunta: ¿necesito ser visto y verme para poder ver?
Para escapar del tiro de la cámara hay que “salir” de la obra. Pero una vez afuera, la obra, privada de espectadores/participantes, queda incompleta. El alimento básico de Apunte es el placer del voyeur, cuyo ojo espía por la cerradura o intenta colarse por una puerta entreabierta. Atrapar al espectador para que mire (y haga) la obra de arte parece ser el límite último de esta instalación que, por otro lado, despliega muy buenos modales y una estrategia seductora. Escribe Gonzalo Aguilar: “Entre la virtualidad de lo real y la realidad de toda virtualidad, entre la precisión de los efectos ópticos y la ambigüedad de la percepción humana, entre la duración del recorrido de los cuerpos y la espacialidad de la mirada, entre los delirios de la anamorfosis y la perspectiva como delirio, Zanela crea una obra que tiene la virtud de ser en un principio entretenida y, a medida que avanza su juego, una de las últimas versiones de nuestra paranoia”.
La obra como juego, sí, pero como juego de inmersión, en el que no importa tanto la técnica que lo sostiene como saber si la videocámara opera en tiempo real, proyectando esa imagen corregida sobre una pantalla frente al espectador. Porque la tecnología, aquí, es subsidiaria de la escena; la obra responde a una “una poética tecnológica”, según la propia definición de Zanela, reciente ganador de Gran Premio Adquisición en Nuevos Soportes e Instalaciones del Salón Nacional de Artes Visuales.
Como se ha dicho, gran parte de la obra de este artista-arquitecto trabaja con un concepto muy eficaz a la hora de poner en tensión los modos de ver: la anamorfosis. Sinónimo de “forma que regresa” o de “transformación”, la anamorfosis es una técnica de perspectiva utilizada en las artes plásticas para dar una imagen distorsionada de un objeto, un paisaje o una figura, de tal modo que contemplados desde un punto de vista habitual sean irreconocibles, pero vistos desde un ángulo especial o reflejados en un espejo curvo recuperen su fisonomía normal. Los ejemplos clásicos en pintura son el retrato del rey Eduardo VI (1546, Galería Nacional de Retratos, Londres) atribuido a Cornelius Anthonisz y la célebre calavera al pie de Los embajadores de Hans Holbein el Joven (1533, Galería Nacional, Londres). Por lo demás, como casi todo, las primeras notas sobre esta técnica se encontraron en los cuadernos de Leonardo Da Vinci.
El uso central de la anamorfosis en obras que experimentan con nuevos soportes implica un gesto paradójico: se instala y rompe al mismo tiempo con cierta tradición de las artes plásticas según la cual el mundoviviente es como una naturaleza muerta y una serie de objetos dispuestos ante la mirada del espectador aparecen como enemigos del movimiento. Según Schopenhauer, el holandés Vermeer es el máximo exponente de esa concepción: “El espectador no puede considerar sus cuadros sin representarse el estado mental del artista, tranquilo, apacible, lleno de serenidad”, escribe el filósofo. Pero esos objetos quietos que yacen en pinturas apacibles contrastan con “nuestros sentimientos siempre sombríos, siempre agitados por deseos e inquietudes”. Y una vez que se ponen en movimiento, esa organización estacionaria se hace trizas, y de la confrontación se pasa a la empatía. Surge entonces otra clase de arte, un arte mimético, en el que lo que vemos se parece demasiado a nuestras propias vacilaciones.
Apunte, de Augusto Zanela. Hasta el 30 de abril en el Mamba, San Juan 350, tel. 4361-1121. De martes a viernes de 10 a 20 y sábados, domingos y feriados de 11 a 20. Entrada: $1. Miércoles gratis en ambas salas.
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