PERSONAJES > EMILIO VIEYRA VUELVE AL CINE
Filmó las primeras películas de Sandro, Leonardo Favio, Libertad Leblanc y Susana Giménez. Incursionó en ese terreno tan ajeno al cine argentino como el sexo y el terror. Creó a los superagentes de Bauleo, Bo y De Grazia. Metió millones de personas en las salas con la crítica en contra. Y hasta filmó una de vampiros que hoy se considera de culto entre los fans del cine B: Sangre de vírgenes. A los 84 años, y a punto de estrenar una película sobre la corrupción y la despenalización de la droga, Emilio Vieyra recorre la carrera más rara del cine vernáculo.
› Por Moira Soto
Alguien que ha llevado al cine a unos cuantos millones de espectadores, bien puede pasar de la crítica. Al director Emilio Vieyra (rozagantes 84 años), como al Ed Wood de Plan 9 del espacio sideral, la llamada prensa especializada lo ha denostado sistemáticamente. Pero no alimenta resentimientos: prefiere interesarle al público y seguir haciendo películas con la misma calentura de hace 45 años, aunque el Incaa le haya negado el subsidio a su última realización, la número 32, Cargo de conciencia, que, contra viento y marea, piensa estrenar esta temporada.
Ex actor de teatro (en La Máscara y el Cervantes), de radioteatro, televisión y cine, Vieyra, además de los films mencionados en la entrevista que sigue, ha incursionado en el turismo (Los mochileros, 1970), la cárcel con chicas en celo (Correccional de mujeres, 1986), la ciencia ficción (Extraña invasión, 1965, coproducción con los Estados Unidos), las colegialas lolitas (Sucedió en el internado, 1985). El inventor de los superagentes, el hacedor de las primeras películas de Sandro, Leonardo Favio (en calidad de cantante), Libertad Leblanc o Susana Giménez, es actualmente secretario de Argentores, cargo que ocupa por reelección desde hace 9 años. Aunque él elige no hablar del tema, la verdad es que en estos días está tratando de superar el rechazo del Instituto del Cine por “vías pacifistas”, antes de pasar a mayores.
Después de su etapa de actor y de su experiencia como inmigrante en Estados Unidos, ¿descubrió que hacer cine era su vocación profunda?
–Yo me traje 500 mil pesos de entonces, a fines de los ‘50, que había ahorrado en Nueva York, donde hice de todo. Con ese dinero, me junté con Rodolfo Blasco y otro amigo que tenía campos, y fundamos una productora, Terceto. En 1960, hicimos La madrastra, sobre un cuento de Alvaro Yunque, con guión de Abel Santa Cruz, que dirigió Rodolfo. En esa película, con Jorge Salcedo y Gilda Lousek, no había papel para mí. En la siguiente, 5º año nacional, me adjudiqué el papel de un profesor, pero me encontré con Oscar Casco, con quien había hecho radioteatros, y se lo cedí. Ahí se acabó mi carrera de actor. Después, se me ocurre la idea de Detrás de la mentira, para que la dirigiera también Rodolfo, que estaba realizando Los que verán a Dios, de 1963. Pero a él no le interesó el contenido político, de manera que me hice cargo yo. Ahí me prendió el bichito.
¿Su aprendizaje en materia de realización fue sobre la marcha?
–Sí, pura práctica: estar en los rodajes, algo que no hacen los chicos que ahora salen de las escuelas de cine. Busqué al mejor cameraman, Aníbal González Paz, a los mejores colaboradores técnicos, un excelente elenco. Los reúno a todos y les digo que nunca he dirigido y que necesito su ayuda. Pero yo sabía lo que quería. El primer día le pedí a Aníbal –en ese entonces el inventor de la cámara en mano– una toma movimiento muy larga. Él se sorprendió y yo logré lo que buscaba en los primeros tres minutos.
Usted ha trabajado con buenos actores, pero a la vez parece haberse encariñado con otros –como Ricardo Bauleo, Adrián Martel, Rolo Puente– de recursos casi nulos.
–A veces, puede haber actores que a usted como crítica o como público no la conforman. Es imposible que rindan todos en el mismo nivel en un elenco de veinte. Actuar es un oficio que algunos hacen mejor y otros peor.
Lo que llama la atención es que, habiendo trabajado usted en el teatro independiente tenga esta debilidad por actores tan limitados.
–Porque soy agradecido. En el ‘66 hago la primera película de sexo y terror, Placer sangriento porque un amigo me alienta: “Ojo que en Nueva York los puertorriqueños se vuelven locos con el erotismo y la sangre”. Yo venía de hacer policiales y me puse a escribir una historia con esos elementos. Mi mujer se moría de risa, y yo mismo me preguntaba ¿cómo estoy haciendo esto?
¿Quizá sacaba a la luz sus fantasías inconfesables?
–Puede ser, el otro yo del doctor Merengue. Pero en esa producción no había plata. Apenas un adelanto de Pel Mex, 10 mil dólares con los que me voy al Uruguay después de armar el equipo técnico y el elenco. Les aviso que vamos a filmar en una playa, en diez días, que hay dos pesos. Al regresar, apenas teníamos los pasajes. Esa fue la primera de una serie y les estoy reconocido a todos los que pusieron el hombro. Entre otros, un señor de la escena uruguaya que había conocido en mi paso por el Cervantes, Alberto Candeau.
¿A las chicas pulposas les exigía alguna cualidad interpretativa?
–A esas chicas me las traían los representantes, elegía las que me parecían apropiadas, pero mi relación con ellas se limitaba al trabajo. Por supuesto, oportunidades no me han faltado, pero después de mi romance con una figura que no le voy a contar y de mi encuentro con Coca, la mujer de mi vida, se acabó. Efectivamente. Placer sangriento se estrenó en los Estados Unidos para el público puertorriqueño, y funcionó tan bien que hice la segunda de la serie, La venganza del sexo, la del médico que quiere mejorar la especie, con Aldo Barbero, actor que también está en la última, Cargo de conciencia. O sea, es mi gente, como una familia...
Pasemos al plato fuerte de culto, Sangre de vírgenes, de 1968, con sus vampiros y las montañas de Bariloche en vez de los Cárpatos.
–La historia surgió de esas noches desveladas por la necesidad de hacer algo impactante, durante una de las tantas crisis fuertes de nuestro cine. Me preguntaba ¿qué invento ahora? De muchacho me gustaban mucho las de Bela Lugosi, Boris Karloff... Se me iluminó la cabeza: ¡vampiros! Y me senté a escribir.
Dejó de lado algunos códigos clásicos del vampirismo: ajos, cruces, espejos tapados...
–Es que a mí no me interesaba hacer algo al estilo de los grandes clásicos sino más bien enmarcarme dentro del policial, el vampirismo es un pretexto. Muertes violentas, suspenso e investigación, a cargo de Bauleo y Rolo Puente.
No me va a negar que, en Sangre..., Puente es la negación misma del actor...
–Ahí tiene un poco de razón. Pero con él ya había hecho La bestia desnuda porque necesitaba un cantante. Bueno, yo tenía 15 mil dólares, conseguí la casa de Bariloche y allá fuimos, de nuevo con González Paz.
En esa época no se hacían escenas atrevidas de sexo, los actores no estaban entrenados. Sin embargo, algunos momentos eróticos de Sangre... resultaron tan convincentes que, aunque usted no mostrara nada explícito, se dijo que los actores estaban teniendo sexo de verdad.
–Eso no es verdad. Pero que todo el equipo se calentaba, sí. También le puedo decir que en Testigo para un crimen, de 1963, por primera vez aparece un travesti en el cine argentino. Se llamaba Michelle.
¿Cómo incorpora a Sandro a sus planes como director?
–Las películas de Sandro surgen después de Villa Cariño está que arde, a la que el coronel Ridruejo del Instituto le había puesto B. No le correspondía exhibición obligatoria ni recuperación industrial. Era una comedia para reírse con un gran elenco: Altavista, Olmedo, Porcel, Calabró... Estábamos desesperados porque teníamos deudas, mi mujer había hipotecado la casa. Entonces mi socio, Juan Muruzeta me dice un día mostrándome un disco de Sandro: “¿Por qué no contratamos a este tipo?” Yo ni sabía quién era, no estaba en esa onda musical. Sandro ya cantaba solo, mi socio me explica que en Paraguay y otros lados hace furor. Así fue que filmé dos canciones con él, agarré Villa Cariño... y me fui a México a pedirle un adelanto a un amigo que tenía en Pel Mex.
¿Qué le pareció Sandro cuando lo conoció?
–Tenía una pinta bárbara a los 24, 25, y cantaba muy bien, la verdad. Pero yo no sabía cómo encarar una película musical. De modo que me fui a ver una película de Rafael que estaba en cartel, y me di cuenta de cómo se hacía. Salvador Valverde Calvo fue designado por la Columbia, que tenía a Sandro, para escribir el guión de la historia que yo propusiese. La trama se me ocurrió escuchando un tema que cantaba Sandro, “Así”, cuya historia desarrollé. Como título quedó Quiero llenarme de ti porque en ese momento era su canción más famosa. Resultó un trancazo, como dicen los mexicanos. Un éxito arrasador. Más adelante, con Los irrompibles hice un millón de espectadores. Pero con las de Sandro llegué a los dos millones. En los barrios había colas de dos cuadras, no le miento.
¿Por qué no siguió filmando con él después de La vida continúa y Gitano?
–No pudo ser. El arreglo inicial era en pesos: un millón y medio, dos millones, dos millones y medio. Con mi socio, frente al primer suceso, pensamos darle una participación. Pero Oscar Anderle, que era muy vivo, se descolgó con seis millones para la segunda. Y Gitano casi no se hace porque pidieron 20 millones. Sandro, divino, muy simpático, me decía “Emilio, vos y yo somos los artistas, que ellos discutan”. Pero era una barbaridad, me pareció una extorsión y contraté a un gran estudio de abogados. Telegrama va, telegrama viene, terminamos pactando en 9 millones. En estos días, me acaba de hablar un distribuidor de acá con el fin de contratar esas tres películas para editar en DVD, para Miami. Pero a la vez me encuentro con que en Internet están ofreciendo Simplemente una rosa, la de Leonardo Favio, que dirigí yo, que nunca nadie me la pidió. En realidad, de la única que vendí muy bien los derechos fue de Sangre de vírgenes, que se editó en inglés. Diego Curubeto fue el gestor de todo eso.
Usted tiene caras bien distintas como guionista y director: también ha hecho películas familiares y reideras, como una especie de western, Los irrompibles, y La gran aventura, que dio origen a la saga de los Superagentes.
–La gran aventura se me ocurrió después de Yo gané al Prode... ¿y usted?, que me costó estrenar. Me iba en mi auto con sus tres protagonistas, Ricardo Bauleo, Víctor Bo y Julio De Grazia, para presentarla en el interior. Ahí fue que observé que los tres juntos, tan diferentes, generaban un atractivo, una química especial. Pensé: los tres mosqueteros. Es decir, La gran aventura, de 1974. De ésta no me dicen nada, y en un punto se parece a Comandos azules, sólo que con más humor. Pongo al cómico, al atlético y al galán. Busco una mujer y aparece Graciela Alfano, la cara más bonita, fotografiaba bien desde cualquier ángulo. La idea fue mía pero la escribió Valverde. Los empezaron a llamar para hacer continuaciones, y como yo ni siquiera tenía contrato, les di vía libre sin problemas.
¿Su tendencia natural es a hacer films policiales?
–Sí, mis preferencias van hacia allí. Cargo de conciencia, que espero estrenar esta temporada, es un thriller sobre un senador corrupto, Rodolfo Ranni, que tiene que votar una ley de despenalización de la droga, pero se encuentra con una hija drogadicta, internada dos veces por sobredosis. Investiga mucho, descubre que hay narcotraficantes detrás de esa ley, y se resiste a votarla. También hay un senador bueno, Madariaga –que interpreta Pepe Soriano– que se enfrenta a los que quieren aprobarla. Este hombre aparece muerto el día de la votación. ¿Suicidio o asesinato? Lo descubrirá el periodista Rubén Stella.
¿No le preocupa que lo acusen de moralista antidroga?
–¿Cómo no voy a ser antidroga si tengo dos nietos de 11 y 14 años? Quería hacer un thriller y trato ese tema como mejor puedo, desde lo que conozco.
¿Se ha sentido perseguido por la crítica a lo largo de su carrera?
–Nunca fui favorecido, no se me perdonó que hiciera entretenimientos, películas comerciales. Y sí, es lo que hago, es mi oficio. Lo aprendí, lo fui mejorando, trato de evitar los lugares comunes con la cámara. Mi único problema es que la película no le guste al público. Por supuesto, preferiría tener a la crítica a favor, pero estoy acostumbrado, no me quita el sueño.
¿Qué es el cine para usted?
–Es mi forma de vivir, el aire que respiro. Vivo para el cine, me voy a morir haciéndolo. Todo lo que sea cine me entusiasma. Me gusta contar historias, crear trampas argumentales para llegar a un final a mi entera satisfacción. Estuve delicado, tuve una fibrilación, pero me mejoré rodando Cargo de conciencia.
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