PERSONAJES > BILL PLYMPTON, EL ANIMADOR QUE PODRíA HABER SIDO ASESINO SERIAL
› Por Mariano Kairuz
Hay muchos personajes de dibujos animados que pierden la cabeza, y hay algunos personajes que terminan metiéndose de cabeza en los dibujos animados y terminan perdiéndola entre bangs y kabooms y animales que hablan. A los 58 años, de visita por primera vez en Argentina (invitado por el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, que terminó hace una semana), Bill Plympton tiene lo suyo para decir acerca de la relación entre la locura (incluso la locura peligrosa) y la animación, aunque por momentos se las arregla para parecer un tipo de lo más normal. Es que Plympton nació en Portland, Oregon y de allí, dice, uno sale convertido en animador o en psycho killer. “Ocurre que llueve mucho en Oregon. No es una lluvia pesada, pero es permanente; y te hace cosas extrañas en la cabeza. Muchos psicópatas vienen de allí: Gary Gilmore, Ted Bundy, Tonya Harding; todos provienen de esa área. Y muchos caricaturistas son de allá también: Matt Groening, Will Vinton, Brad Bird. Así que uno se convierte en un asesino psicópata o un animador, y yo hice ambas cosas: mato gente con mis dibujos.”
Plympton es una verdadera bestia salvaje del dibujo animado, un independiente irrefutable que con sus cortos y sus largometrajes de animación (cuatro hasta ahora) redefine la idea de “cine personal”, haciendo él mismo –él solo– cada uno de los dibujos que integran sus películas, lo cual en el caso de un largo implica no menos de veinte mil de cuadros.
Vestido como si el verano estuviera recién empezando, Plympton se presentó antes de cada primera función de sus películas en el Abasto (donde ofreció copias en dvd, a “fifty pesos” cada una), habló con el público, asistió a las fiestas del Bafici, trabó relación con animadores argentinos (principalmente con Juan Pablo Zaramella, autor del genial corto en plastilina Viaje a Marte, y con Juan Antín, uno de los dos directores de Mercano el Marciano), viajó a bordo de colectivos criollos (una experiencia increíble, dice, reproduciendo muy divertido el zarandeo del transporte público sobre la avenida Corrientes) y contó dónde se iniciaron esos trips ácidos que componen sus obras.
Sus dos películas más lisérgicas y musicales son The Tune –su obra maestra– y Me casé con una persona extraña. En la primera narra el viaje de un músico sometido a un trabajo en el universo de la publicidad que busca la inspiración para el jingle perfecto. La mutilación de partes anatómicas que se exhibe (especialmente en la segunda) no tiene, dice Plympton, una raíz cronenbergiana –un accidente, un oscuro trauma infantil– como la que podría esperarse. Es todo bastante más simple. “Antes que nada, mis películas son muy baratas, no tengo mucho dinero para efectos especiales tales como aviones estrellándose, edificios volando en pedazos o miles de soldados. Ni el dinero ni el tiempo, porque tengo que hacer cada uno de los dibujos yo mismo. También aprendí algo muy temprano, con un film mío llamado One of Those Days, donde vemos todo a través de los ojos del protagonista, a quien se le cae una tostada al piso, y al levantarla la mira, y a pesar de que tiene pelos pegados, mugre, se la come. El público se volvió loco y yo descubrí que a veces las partes más personales del cuerpo, de las actividades íntimas de una sola persona, generan escenas mucho más poderosas que una imagen con miles de personajes y sets enormes. Creo que ése es el tipo de humor que mejor hago.”
Suena improbable que sus películas se editen localmente en dvd o en video siquiera, aunque Plympton se fue de Buenos Aires con algunos contactos. Por lo pronto, para acceder a sus cortos y a clips de sus películas sólo queda entrar a www.plymptoons.com, un sitio oficial más que simpático, donde ocasionalmente enciende su webcam para que lo vean laburar en sus películas y, quienes así lo quieran, comprueben que eso es lo que se llama, de verdad, trabajo independiente. O, en otras palabras, perder la cabeza por un lagarto gigante, una parejita adolescente que vuelve de la muerte, dos enchufes que mantienen salvajes relaciones sexuales hasta fundirse literalmente y el ejército de una oscura corporación que dice velar por el bien común bajo el nombre de SmileCorp. Perder la cabeza por un dibujo animado, como un dibujo animado.
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