Domingo, 9 de junio de 2002 | Hoy
PERSONAJES
Fue una de las primeras celebridades internacionales de la telenovela argentina. Era halagada por el mismísimo Berlusconi. Llegó a protagonizar un papel que era para Gina Lollobrigida. Y la furia con que contestaba los cachetazos de Arnaldo André durante la célebre trilogía que protagonizaron la convirtió en un arquetipo de heroína único en su especie. Ahora, alejada de la televisión por las condiciones inclementes bajo las que trabajan ahí los actores, Luisa Kuliok explica por qué volvió al teatro y recorre su mito.
Por Mariano Kairuz
Se define como un “bicho
de teatro”, pero no lo hace como un intento de sustentar o revalidar su
participación en Sabor a Freud, la obra que la tiene actualmente en cartel,
ni mucho menos para menospreciar su pasado televisivo, ahora que lleva casi
ocho años ausente (con alguna breve excepción) del medio en el
que cimentara su fama a puro carácter y más de un cachetazo. Sabor
a Freud, una obra de José Pablo Feinmann sobre la esquizofrenia, el psicoanálisis,
el bolero y nuevamente la esquizofrenia, que abre con una cita bastante directa
a Casablanca y prácticamente se cierra con otra del mismo film, constituye
actualmente la única oportunidad para el público de ver a Luisa
Kuliok –o, mejor, más apropiadamente dicho, a La Kuliok.
Los nombres de su doble personaje en la obra, Lucía Espinosa / Dolores
Durán, en especial el primero, evocan la potencia culebronesca de, digamos,
Victoria Escalante, la heroína indomable de Amo y señor. Y La
Kuliok reconoce, en ese sentido, alguna continuidad con aquella época
de lagrimones en la que “por suerte, yo he llorado mucho y he hecho llorar
mucho”: “Toda historia de amor es un poco una telenovela. Alberto
Migré decía que los momentos íntimos de las historias de
amor, para el que los mira siempre van a resultar cursi; por más verdad
que tenga el momento en que dos personajes se aman, visto desde afuera siempre
va a resultar un poco cursi. Hay algo que tiene que ver con ese mundo privado
e íntimo que de alguna manera rescata el género de la telenovela,
como acá lo que se plasma a lo largo de esta hora y veinte que es lo
que dura la pieza. Aparece algo de eso también en el bolero, porque el
bolero, como lo define Dolores Durán, sólo tiene extremos: es
el amor o el odio, y eso es un poco el género del melodrama, que no tiene
claroscuros, como la vida. Tiene grandes heroínas y grandes malos”.
Dice que prefiere hablar de “temple” antes que de fortaleza de carácter,
y confiesa algo sorpresivamente que, en su caso, temple y psicoanálisis
fueron durante algún tiempo de la mano: “A mí la terapia
me aportó mucho, sobre todo en el tema de la autoestima. Porque yo siempre
tuve adentro como una Luisita que se desvalorizaba mucho, una personita con
mucha timidez, ocupando un lugar más de costado que de preponderancia
protagónica. En general, si a mí no me confieren el protagonismo,
yo no lo tomo, yo me quedo siempre un paso atrás. A través de
la terapia he podido recuperar algunas cosas de mi interioridad y animarme a
ser, a existir, a enfrentarme y a saber que también mi palabra podía
tener un valor, un valor de verdad, digamos, como que a veces una también
podía tener la razón, y no solamente el hombre. Y recuperar así
algo de una femineidad dejada de lado, porque mi padre me educó prácticamente
como un varoncito. Nosotros éramos una familia judía, mi padre
era el mayor de cinco hermanos varones y siempre soñó con tener
un hijo varón. Yo soy la primogénita y entonces a mí me
crió con una suerte de disciplina, de severidad, en vez instalarme en
el lugar del sentimiento al que generalmente las mujeres somos propicias”.
Entre Victoria Escalante y la catarsis de Lucía Espinosa se ubica ese
catálogo de mujeres bravas de las que La Kuliok decidió apropiarse,
haciéndolas suyas como una causa por la cual luchar. “Yo no hice
mujeres sometidas. No me interesa hacer mujeres sometidas, me interesa hacer
mujeres que aún en el sufrimiento pelean. Lo que tiene de interesante
es hoy en día eso tiene que ver con nuestras mujeres, con nuestras heroínas
cotidianas, que son todas estas que están en los piquetes, en los cacerolazos,
en las ollas populares, estas mujeres que tienen que salir a trabajar para ver
cómo darles de comer a sus hijos, estas mujeres de hondo sufrimiento
pero con un temple enorme para salir adelante. Este es el tipo de mujeres que
hice, pero con una coloratura bastante épica, porque erannovelas de época.
No haría entregas diarias que tengan subliminalmente un contenido machista.
Cuando a uno la llaman para hacer ficción, lo ideológico pasa
por lugares muy sutiles. Una tiene que poder leer entre líneas para ver
adónde una pone su cuerpo y dónde prefiere no ponerlo”. Ahora
se prepara para encarnar en televisión a una jueza “garantista”,
secuestrada durante la dictadura, que debe enfrentar, en la actualidad, a un
grupo de policías que hace “justicia por mano propia” y, eventualmente,
a su propio torturador y violador. A su personaje, dice, buscará insuflarle
no sólo realismo sino también una femineidad que desmitifique
la imagen masculinizada del “personaje jueza” supuestamente instalada
el imaginario colectivo.
LOS
10 AÑOS QUE BORRONEARON LA HISTORIA
En 1994, cuando La Kuliok hizo su última novela, el país
estaba atravesando los Diez Años que Cambiaron la Historia. “Los
años del menemismo fueron durísimos. No económicamente,
porque a mí me fue bien. Yo trabajé hasta el año 94. En
el 89 hice La extraña dama, que es cuando asume. Yo no era una persona
feliz. Me iba bien en lo personal, pero es muy difícil hablar de esto
cuando uno pertenece a una clase media –clase media relativa, porque uno
al ser actor, no sufre igual: de pronto tenía la oportunidad de viajar
como invitada, e iba a los mejores hoteles y me invitaban a todos lados. Pero
Menem se considera mesiánico y yo no creo en el mesianismo, no me parece
que los hombres puedan conducir un país desde el mesianismo. Espero que
no vuelva”. Esa esperanza, dice, está depositada en la impresión
de que es hoy posible hacer un balance de estos años, “discernir
dónde se pone el voto y dónde se pone el dinero, y no hablo sólo
de los bancos, sino qué se elige comprar, para informarse, para ir a
ver espectáculos, hablo de que seamos un poquito más auténticos,
que nos queramos y respetemos un poquito más. Ya casi no leo diarios,
sólo escucho a alguna gente por radio, televisión veo muy poca”.
Más allá de su propio horizonte, la actriz ensaya sin dificultad
una vinculación directa entre aquella época y la miseria catódica
de la Argentina modelo 2002. “Ahora se trabaja más horas, porque
lamentablemente como gremio hemos ido perdiendo los derechos que teníamos
y las horas de trabajo que marcaba la Asociación Argentina de Actores
se han estirado; los empresarios de televisión se han ido apropiando
de nuestro derecho al descanso y otros tantos derechos que durante años
se han peleado. Somos casi como animales de carga, que tenemos que estar disponibles
y por el dinero que a ellos les parece bien pagar o que dicen tener. Si no,
siempre hay otro detrás para agarrar por menos”. Como un elemento
más de la misma miseria, se pregunta con indignación “cómo
es posible que ya no haya actores como los de antes. De antes estoy diciendo
Alicia Bruzzo, Dora Baret, todos los que hicieron Alta comedia, gente que tiene
oportunidad de hacer un personaje una vez en un ciclo, pero que no hay nada
que esté sobre sus hombros hoy día. Hay una suerte de borrón
absoluto sobre lo que es nuestra historia, sobre lo que es nuestra gente. Es
como una isla de lo que pasa en la vida: la gente de más de 25 ya no
existe en la consideración social, ni política ni sanitaria. No
existen, son la basura, la lacra que hay que tirar por la ventana. No tienen
ningún tipo de amparo. En la televisión tampoco. Ya no existen
los actores mayores”.
SOY
GINA
Agotamiento y falta de propuestas potables de la pantalla chica:
eso argumenta Luisa Kuliok, pero sin renegar jamás del medio, e incluso
recuperando recuerdos de sus años de mayor popularidad. Por ejemplo,
de cuando, en la época en que a La extraña dama la seguían
más de seis millones de italianos por semana, conoció en una cena
al amo y señor de la televisión de la península: “El
Sr. Berlusconi me dio la mano y me dijo cosas muy halagadoras, además
de que su madre no se perdía mi novela. Esofue todo mi contacto, darle
la mano a Berlusconi y charlar cinco palabras. Pero, ya en ese momento, yo conocía
sus tendencias políticas, con las que no coincidía mucho, así
que recibí el premio porque era un premio de votación popular”.
Y reivindicando la especificidad del saber dramático televisivo, al recordar
que el personaje que ella encarnó en la coproducción Más
allá del horizonte había sido escrito originalmente para Gina
Lollobrigida, que terminó retirándose porque, explica Kuliok,
“ella había hecho cine y el cine es muy diferente, te aprendés
la letra, unos bocadillos, los actuás y punto, y si hay que repetir tres
veces se repite, pero saber la letra enorme de un personaje protagónico
de telenovela es otra cosa. La pobre terminaba llorando en los camarines porque
no podía, y es lógico, porque no tenía el entrenamiento
y además ya tenía sus años”. La parte italiana de
la producción prácticamente debió imponerle la figura de
Luisa Kuliok al productor Omar Romay, cuya relación con la actriz no
pasaba por su mejor momento en ese entonces: “Omar me quería a mí,
pero no en la segunda etapa, que era la de la mujer grande, para poder hacer
la madre adoptiva de Laport, veinte años después de la primera
parte. Tenía que hacer a la Asunción Olazábal de grande.
Para mí hacer sólo la primera parte era una taradez, era divertido
hacer lo otro: después de hacer pareja con Osvaldo Laport, hacer de la
madre adoptiva me parecía divertidísimo. Yo usaba una peluca blanca
suelta y el pelo muy revuelto, y cuando fui a Italia fuimos a cenar con el que
en ese momento era el director de la RT4, el canal de las telenovelas, y se
reía mucho, porque un poco la fantasía de ellos era que usara
rodete de vieja, pero este personaje era una loca revolucionaria, qué
iba a usar un rodete. Y por eso me decía: Ay Luisa, Luisa, parecías
Tina Turner... Los titulares en Italia eran: “Hoy muere Asunción
Olazábal”. Esos son como regalitos de la profesión: caminar
por las calles de Milán y que te digan Ciao, Luisa, como si fuera por
acá, es fuerte. Es fuerte cuando nunca estuvo en tu imaginario, porque
de verdad yo no he trabajado para eso”.
PARA
EL CACHETAZO
Cómo se hace un cachetazo memorable, a lo Gilda, en la televisión
de las seis de la tarde; eso es algo que casi no tiene sentido preguntar, porque
a esta altura es prácticamente como ese enigma áureo que mejor
dejar a los alquimistas: qué es exactamente –y cómo se consigue–
eso que llaman “química”. Pero si la respuesta involucra a
Arnaldo André, la otra mitad con la que La Kuliok hizo historia televisiva
a mediados de los ‘80, cualquier ensayo de explicación debe ser
escuchado: “Yo creo que los dos somos personas de una enorme energía.
Por eso siempre se decía que era difícil encontrarme pareja después
de Arnaldo. Hay que poder contener esa energía. Los personajes que he
hecho son voluptuosos, tipo volcán, pero cuando a mí me eligen
para hacer Amor gitano, que fue la primera, antes de Amo y señor, Arnaldo
venía de afuera, de Venezuela, donde le había ido muy bien, y
yo venía de hacer pequeñas cositas en televisión. Éramos
dos las que estábamos –no voy a decir el otro nombre, que era muy
fuerte– y a Reyna (el papá de Carola, que era el productor de Amor
gitano) le recomendaron que se juegue a ponerme a mí en el protagónico,
mi primer protagónico, con Arnaldo que tenía toda la experiencia,
por una escena que yo había hecho como contrafigura de Luisina Brando
en La infancia de un hombre, que era una cosa que hacía Carlos Calvo
en canal 9 en 1982, donde yo tenía muy poquito, y que no fue de las cosas
más felices que hizo Abel Santa Cruz. Cuando lo vi a Arnaldo... era como
un monstruo. Algo pasó en la química que uno no puede explicar...
como un milagrito. Es como si encajaran las cosas: perfecto en la potencia,
perfecto en las ternuras, perfecto en las coloraturas de las voces, cómo
se van empalmando, cómo los cuerpos se acomodan, cómo los ojos
se miran, cómo se produce esa suerte de danza entre dos actores que tienen
que contar una historia de amor... Y se produjo de alguna manera como el amor,
pasó en laprofesión lo que a uno le pasa a veces en la vida, que
no podés explicarlo, hay algo que pasa perfecto y decís ¿por
qué?, y no sabés. Fuimos muy felices por eso”.
El recuerdo de aquella etapa desata los recursos más ampulosamente telenovelísticos
en el relato de la actriz. Y no se resiste a ir a los bifes: “El cachetazo
tenía la realidad de un beso. Hay que saber darlos como hay que saber
dar los besos para que la cámara los tome y para que uno los pueda transmitir.
Todo lo que uno siente como actor tiene que saber cómo transmitirlo,
no basta con sentir. El buen actor sabe hacerlo. Y sobre todo hay que saber
hacerlo en el teatro también. En el teatro uno sólo existe de
acuerdo a la mirada del otro, como en la vida. Es lo que más se parece
a la vida, la existencia de uno está revalidada por la mirada de otro,
sino no existe”. Y si estamos hablando de melodrama puro, conviene preguntar
como lo haría Almodovar: ¿existe alguna posibilidad, por pequeña
que sea, de salvar lo de ellos? ¿Volverá la pantalla a reunir
a Kuliok y André, 17 años después de esos tres al hilo
que fueron Amor gitano, Amo y señor y El infiel? La Kuliok se muestra
convencida: hay esperanza, tal vez nunca le vuelva a gritar descarnada y escotadamente
“¡Alonso!” en una geografía imposible signada por el
nombre de Puerto Caliente, pero definitivamente existe la posibilidad. “Todavía
no hubo nadie que nos propusiera algo lo suficientemente interesante como para
que nosotros dijéramos que sí. Supongo que tienen un poco de miedo
por aquello de segundas partes nunca fueron buenas. Además, yo una novela
no volvería a hacer. Creo que hay cosas que pertenecen ya a un lugar,
yo diría, de mitología. Amo y señor, por ejemplo, con esa
pareja tiene algo que fue otra época, otro momento, otra historia...
Creo que podríamos hacer juntos un unitario. Y seguro que si hiciéramos
un unitario en este momento pasaría algo interesante entre nosotros y
en la gente que nos ve, y volverían a cruzarse nuestras miradas”.
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