TARAS > LOS TALLERES DE DISECCIóN DE CADáVERES
Aunque usted no lo crea, lo último en autoayuda y autoconocimiento es la somanáutica, que es ni más ni menos que el camino hacia la comprensión de la vida a través de la... disección de cadáveres.
En el año 2002, mi amigo Joseph y su novia Karen afianzaron su relación. No tuvieron luna de miel pero, en ese mismo tiempo, se convirtieron en somanautas. Me lo contaron durante un viaje que hice a Nueva York. Se habían conocido hacía seis meses y cursaban un romance repleto de promesas. Joseph era el mismo Joseph de siempre, de no ser por la gran, maravillosa diferencia de su enamoramiento. En cuanto a Karen, era la primera vez que la veía, así que no podía compararla con ella misma, pero igual parecía contenta. Habían participado en un taller de Somanautics, entidad que desde 1994 crea oportunidades para explorar el terreno de la forma humana. En idioma vernáculo: un taller de disección de cadáveres.
Estábamos en un restaurante hindú de la calle 6 Este. Asomaron sus caras por encima del menú cuando les pregunté por qué. Oí: la maravilla del cuerpo, conocerse por dentro, comprender la vida. Pero no estábamos en los ‘60 y no hablábamos de drogas. No estábamos en los ‘80 y no hablábamos de meditación mientras comíamos forrajes. No estábamos en los ‘90 ya que entonces, presas de la fiebre turística de la globalización y dispersos por el mapa, hubiera sido difícil encontrarnos. Recordé el alma dormida de algunas novelas góticas. Y les pedí que entraran en detalles.
Se miraron y sonrieron mientras guardaban silencio, igual que esas personas de gran vida interior cuando vuelven de la India. Al promediar la comida soltaron un par de precisiones. Habían tenido la suerte de trabajar con cuerpos sin estigmas de dolor ni partes devastadas. Eran cuerpos políticamente correctos. Antes de entrar en el taller, se reunían en grupo con el instructor y conversaban. Una experiencia, me aseguraron, que les había cambiado la vida.
Nos despedimos en la esquina. Se fueron por la Segunda Avenida tomados de la mano. La gente daba su paseo de luna por la calle. Al sur, el Ground Zero. Como dice Gil Hedley, fundador de Somanautics, la vida está llena de sorpresas y es dinámica.
Para Hedley, la disección es un acto de introspección. Al desenvolver las capas del regalo (es decir, el cuerpo) del donante, el somanauta descubre capas impensadas dentro de sí. La disección es, para Hedens, una disciplina que requiere del talento de un carnicero –hay que cortar y entrar y separar huesos de carne– y de un artista –para reconocer y resaltar delicadas estructuras escondidas en otras más amorfas, para revelar la belleza de la roca–. Gil Hedens nos recuerda que hay carniceros Zen. Y que él es uno.
Para Hedley, el cadáver se convierte en una pantalla sobre la que grabamos nuestras ideas. Todo lo que se revela depende de la intención y las ideas con que te presentes frente a la camilla. Nadie puede arrojar la primera piedra, y es probable que, en caso de querer hacerlo, no pueda encontrarla. Hedley aclara que si las intenciones del somanauta vacilan o no están del todo claras, se lo invita a abandonar el laboratorio por un rato. Las motivaciones de Joseph y Karen quedaron para mí en la nebulosa. Esa noche soñé que estaba en un hotel adentro de un cementerio.
El tema me siguió durante todo mi último día en Nueva York. Y en el avión de regreso también, hasta que Joseph y Karen dieron un paso atrás en mi cabeza y la pregunta pasó de sus particularidades a algo (¿un síntoma?) que me pareció propio de la época.
Una de las mejores novelas de los últimos años: Being Dead, de Jim Crace. Compone la biografía de una pareja asesinada a medida que sus cuerpos se degradan en detalle. Otro libro alucinante y relativamente joven: Los muertos también hablan, biografía testimonial del antropólogo forense William Maples, quien, a diferencia de Joseph y su novia, no ahorra detalles. Una novela buenísima que también podría situarse en la misma línea sintomática: Cadáver exquisito, de Poppy Brite, historia llena de sexo y violencia, ustedes eligen cuál es cuál. ¿Y qué hay del éxito taquillero de algunas series como Crossing Jordan y Six Feet Under? ¿Quién no recuerda esa comedia llamada Bailando en el cementerio? ¿Cuál es la diferencia entre esta escritura que crece desde el fondo de la curiosidad y los talleres de Somanautics? ¿Entre Karen y Joseph y los chicos que someten a sapos y alimañas a curiosos experimentos? Una cosa es hablar de algo y otra es hacerlo. Tanta ficción también es diferente de esa muestra itinerante alemana en que pueden verse cuerpos sometidos a un proceso de plastificación, algunos cortados en rodajas, como un fiambre.
En la cadena de preguntas se abrió el principio de una idea: cuando alguien participa de una situación tiene, de alguna manera, los ojos vendados, ya que al estar inmerso no puede verlo todo al mismo tiempo. Entonces cuando vemos todo es porque estamos afuera, no reportamos directo desde locaciones sino desde la distancia que hace posible contemplar el todo. La mirada implacable también llega adentro. Y puede dejarte afuera.
Era previsible: Hedens no se priva de empatar al somanauta con un astronauta. Pero si un astronauta es quien da un pequeño paso para el hombre y un gran paso para la humanidad, un somanauta es quien da un gran paso para el hombre (hay que animarse a meterse allí adentro) aunque no estoy segura de hacia dónde. Mientras que el astronauta se aventura por la distancia más insondable, el somanauta se mete adentro de un cuerpo idéntico al suyo. Uno sale en pos de lo desconocido y diferente. Otro en pos de lo que ya es familiar –pero igual misterioso– e idéntico. Que el tema hinque un diente en la ficción no es de extrañar, ya que esas zonas de familiaridad y extrañeza simultáneas son campos fértiles a la hora de contar una historia, de encontrar un misterio.
Como escribió Jorge Guillén, los pobres muertos no padecen nunca, pero no puede decirse lo mismo de los vivos que los miran. Gran parte de la historia de la literatura gira alrededor de esa consigna. Gran parte de la historia de la humanidad también. La historia es la manera en que se piensa a los muertos de las pestes, el hambre y las guerras. Canetti dijo que no hace falta hacer largos viajes para explorar. Somanautics es una apropiación literal de esta postura. Una exageración que curiosamente la vuelve aun más necesaria. Explorar el terreno de la forma humana –el lenguaje de Hedens es al menos llamativo– es ir lejos en sentido inverso.
Vale la pena preguntarse, con Canetti, qué sentimos frente a un muerto. Primero incredulidad: no puede ser. Después miedo: es, y aquí está. Y entonces una satisfacción secreta y poderosa: si lo veo es porque estoy vivo, esta vez no me ha tocado, la nada apuntó para otro lado. A veces ese placer oculto se revela. La experiencia de Joseph y su novia era reveladora, aunque no supe bien de qué.
En todo caso, Somanautics opera repeliendo cualquier tipo de aprehensión. Los cuerpos son formas de donantes, cuerpos curados y embalsamados, guardados por un lapso de 6 a 12 meses. Ya cumplida su misión, el cuerpo, cremado, es devuelto a la familia. Cenizas que ahora tienen un sentido diferente y pueden terminar en una urna casera, en una bóveda, en el mar, en el bosque o en el viento. El donante ha hecho un regalo y Hedens nos recuerda que así, durante los seis días de taller, cumplimos años todo el tiempo.
Para Hedley, la disección es una abstracción, ya que se trata de extraer partes de un todo. La gratitud para con los donantes es eterna. Sin ellos la misión del somanauta sería imposible. Como dice en la bienvenida a su sitio, se trata de crear oportunidades, ya que nadie se encuentra por azar frente a una camilla de disecciones. Ingresar en el taller supone un desembolso de 1400 dólares, un depósito de 400 dólares a modo de inscripción –150 de los cuales quedan retenidos–, someterse al examen psicológico de los facultativos, faltar seis días completos al trabajo y finalmente tolerar a personas que, como yo, pasan, al oír la noticia, de la incredulidad al miedo y del miedo a una secreta satisfacción: ellos lo hicieron, yo no, pero igual me entero.
Quien visite el sitio en Internet puede encontrar el programa del taller en detalle. Primero, escalpelo en mano, la piel. Después, el cuerpo entero boca arriba. Después, el cuerpo entero boca abajo. Hay comentarios de somanautas que agradecen la calidez y destreza de los instructores y una se entera de que hay habitués que no se cansan nunca.
Mis amigos no volvieron a hablarme del tema en los mails que nos mandamos. Pero hay preguntas que quedan en el aire, cargando todo como una tormenta.
Hace un mes, Joseph vino a Buenos Aires. Nos encontramos en un bar y hablamos sobre la vida. Karen, su co-somanauta, ha decidido estar sola. Contraataqué con el tema. Le pedí que me contara, ahora que había pasado el tiempo, por qué había hecho el curso.
–No me hagas acordar –dijo sonriendo, nostálgico– de que hace dos años estaba trepanando un cráneo –se agarró el suyo con las manos. Miró para los costados y me dijo–: Cuando recién nos conocimos, jugamos uno de esos juegos típicos de amantes. Confesar nuestros deseos más secretos e incumplidos. Karen me dijo que siempre había querido diseccionar un cadáver pero que nunca se había atrevido y yo le dije: ¿por qué no? Y lo hicimos.
De todas las respuestas que Joseph hubiera podido darme, ésta me pareció la más sincera y más ilustrativa. Las cosas que se hacen por amor. Las cosas que se hacen.
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