¿ES CHUCK PALAHNIUK EL HEREDERO DE STEPHEN KING?
Cuando el autor de El club de la pelea salió de gira por el interior norteamericano, sabía que llevaba consigo un cuento revulsivo. Escribir algo así había sido su intención y estaba más que satisfecho con el resultado. Pero lo que Chuck Palanhiuk no podía prever era que 67 personas terminarían desmayándose durante su lectura.
› Por Rodrigo Fresán
Antes que nada, acaso lo más importante de todo: en Haunted –flamante novela-en-relatos de Chuck Palahniuk– aparecen por fin las célebres e infames diez páginas de “Guts”. Me explico: “Guts” es el cuento que Palahniuk hasta ahora solía leer en vivo durante sus giras promocionales y que –hay testigos; periódicos y revistas reportaron el suceso– provocaba en los asistentes desmayos (se contaron 67 hasta la fecha), vómitos en cadena y salidas a toda velocidad de la sala o de la librería como si allí se hubiera declarado un incendio.
Y la pregunta es: ¿era para tanto? “Guts” reincide en las constantes de la prosa y estética palahniukesca: frases cortas y secas y funcionales como slogans, mirada nihilista y bestial, el consabido rejunte de leyendas urbanas (esta vez girando alrededor del tema de “formas raras y más eficaces de masturbarse”) rematando con, sí, un episodio en una piscina con filtro de agua tan asqueroso que –hablo a título personal– provoca la más negra de las carcajadas. Nada nuevo. Tampoco sorprende que, a la altura del final, el texto nos produzca una tristeza tan admirable como envidiable. Porque –habiéndose superado la “parte asquerosa”– nos quedan tres últimas páginas que nos demuestran que, cuando quiere, Palahniuk es un escritor más efectivo que efectista y dueño de una extraña pero no por eso menos atendibles sensibilidad y pericia narrativa. En cualquier caso, las mismas virtudes sin tanta revulsión se encuentran en “Obsolete” (fantasía futurista sobre suicidios asistidos por el Estado), “Slumming” (divertimento en el que parejas adineradas juegan a ver cómo es eso de ser homeless) y “Exodus” (nueva incursión de Palahniuk en una de sus obsesiones más reconocibles: la vida loca en los diferentes grupos de autoayuda).
Lo que nos lleva a Haunted (Doubleday, 2005, 406 páginas), cuya solapa no duda en hermanar con El Decamerón y Los cuentos de Canterbury y esas reuniones/taller literario de las que surgió Frankenstein, pero que en realidad no es otra cosa que una maniobra estratégica para presentar como novela una colección de 23 relatos, 21 poemas y una nouvelle deshilvanada en inserts. El hilo conductor y columna vertebral sobre la que sostener todo este material disperso es una idea inequívocamente chuckyesca: el mecenas de una colonia de escritores invita a varios candidatos a “abandonar sus vidas durante tres meses”, crear una obra maestra y a ver qué pasa. Y lo que pasa es una mezcla de Gran Hermano con 13 Ghosts o The House on Haunted Hill: los narradores pronto se descubren narrados. Han sido aislados en un teatro abandonado, con poca comida y controlados por un “lector” invisible y despiadado, mientras sus versos y anécdotas se van volviendo más y más extremas y desesperadas. Y, claro, se aguanta alimentados por la idea de que el sufrimiento puede significar la fama y el que cuente último contará mejor. Big Writer, Gran Escriba y todo eso.
Lo que convierte a Haunted –que hubiera ganado mucho como simple libro de cuentos sin tanto andamiaje– en un nuevo capítulo de la reescritura bestial del modelo darwinista que Palahniuk ha venido practicando desde sus inicios y que junto con Nana y Diario –sus novelas inmediatamente anteriores– acaba conformando una suerte de trilogía de intenciones bastantes claras: la reformulación de la horror-story-novel norteamericana o un cómo seguir –después de Stephen King– asustando con la materia de la realidad pasada por el tamiz del horror. Algo de esto ya aparecía apenas veladamente anunciado en su libro de non-fiction –que Mondadori acaba de publicar en nuestro idioma con el título de Error humano– en un ensayo-carta de agradecimiento a Ira Levin, responsable de El bebé de Rosmary y Las poseídas de Stepford y Los niños del Brasil. Allí Palahniuk se refiere a la obra de Levin, pero bien podría estar hablando en espejo de la propia cuando apuesta por libros que “no sean tanto relatos de terror como fábulas con moraleja; versiones inteligentes y actualizadas de leyendas tradicionales” y, rendido, culmina con un “Oh, señor Levin, ¿cómo lo hace? Usted nos enseña el futuro. Y nos ayuda a afrontar ese terrorífico nuevo mundo. Nos lleva en un recorrido acelerado por el peor de los mundos posibles y nos permite vivir en él... Usted saca a la luz nuestros defectos de forma grandiosa, divertida y temible. Esos problemas que nos da miedo admitir. Y, al escribir, consigue que haya menos cosas que temer en la vida. Y eso da mucho miedo. Pero no miedo en un sentido malo. Miedo en un sentido bueno. En un sentido genial”.
Conclusión: con un Levin en silencio luego de ese innecesario paso muy en falso que fue El hijo de Rosemary y con un King con fatiga de materiales y a punto de publicar su primera novela negra, Palahniuk está más que dispuesto a tomar la posta.
El ¿problema? es que, para bien o para mal, Palahniuk parece haber encontrado su muy amplio nicho (alcanza con explorar el site The Cult o ver el documental Postcards from the Future para comprobar el amor casi apostólico de sus seguidores) donde yace un creciente y fanatizado público que alguien no ha vacilado en etiquetar como “ese Lector MTV que no lee literatura: lee Palahniuk”.
Lo que no está ni bien ni mal.
Pero sí es una lástima que Palahniuk parezca escribir cada vez más sólo para esos fans que lo sienten más cerca del profeta que del literato.
Y es también una pena que la mayoría de ellos jamás hayan oído hablar –y nunca vayan a conocer– a otros nihilistas satíricos y experimentales como Kurt Vonnegut y J. G. Ballard y Don DeLillo y Bret Easton Ellis (ya he leído algo en cuanto a que la inminente Lunar Park, esperada novela metaficcional del autor de American Psycho, es “muy Palahniuk”) a los que Chucky vampiriza con envidiable eficacia y, sí, talento y vómitos y desmayos.
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