Domingo, 10 de julio de 2005 | Hoy
SANTUARIOS > ASCENSO, GLORIA Y CAíDA DEL CBGB
¿Por qué directores de cine, músicos y actores neoyorquinos están moviendo cielo y tierra para evitar el cierre de un boliche roñoso conocido como el Palacio del Pis?
Por Rodrigo Fresán
Los antiguos griegos pensaban que Atenas era el centro del planeta, los incas aseguraban que Machu Picchu era “el ombligo del mundo” y los aztecas, que en Tenochtitlán estaban “los cimientos del cielo”. Hemingway y Fitzgerald y el resto de la Generación Perdida encontraron todos los ismos posibles en la París de entreguerras, Londres heredó ese cetro durante los Swinging Sixties, pero John Lennon no demoró en mudarse a Nueva York porque –según sus palabras– “si me hubieran tocado los tiempos de Julio César es seguro que me encontrarías viviendo en Roma”.
Y hace algo así como tres décadas y algún diciembre más –en 1973, siete años antes de que Lennon sucumbiera al amor y la furia de un fan, días antes del Feliz 1974– abría las puertas un reducto nuevo en el número 313/315 del Bowery, barrio alcohólico y podrido de la Gran Manzana, Lower East Side. El antro en cuestión primero fue conocido como The Palace Bar porque estaba justo debajo del Palace Hotel: refugio de drogadictos, ladrones, alucinados varios y veteranos de Vietnam que todavía pensaban que, mierda, seguían en Saigón. Pero enseguida se llamó CBGB-OMFUG, siglas que –al ser decodificadas– aludían a “Country, Bluegrass, Blues, and Other Music for Uplifting Gourmandizer”. Es decir, el tipo de música que favorecía su dueño: Hilly Kristal, un ex marine de cuarenta y dos años con varias batallas encima que había comprendido que sólo la música podía calmar a las bestias. O todo lo contrario.
Y un día pasaron por el CBGB Tom Verlaine y Richard Hell y Richard Lloyd y Billy Ficca, y le preguntaron a Kristal si podían tocar alguna noche. El plan era instalarse allí –como banda en residencia– e ir construyendo un público semana a semana, generando lo que alguna vez había conseguido The Velvet Underground en el Max’s Kansas City o lo que casi enseguida conseguiría Bruce Springsteen en The Bottom Line. Kristal les preguntó si lo que hacían era country o blues. Verlaine y Hell y Lloyd y Ficca respondieron que no exactamente. Le dijeron también que su banda se llamaba Television. Kristal dijo ok.
Y así fue como la fría y caliente noche del 2 de marzo de 1974, Television debutó en un escenario pequeño y que olía a meada de siglos –de ahí el apodo The Piss Factory que no demoró en caerle al CBGB–, y Kristal no vaciló en definir al cuarteto como “la peor banda que jamás he escuchado”. Richard Hell, por supuesto, pensaba diferente y así lo recordó en el libro Please Kill Me: The Uncensored Oral History of Punk de Legs McNeill y Gillian McCain: “De pronto comenzó a crearse una escena cada vez más grande y fuerte, como una bola de nieve cuesta abajo y a toda velocidad. Y nadie dudaba de que la cosa pasaba por el CBGB”. Así, una de esas noches pasó por allí Malcolm McLaren y se le ocurrió una idea para un grupo que estaba empezando a manejar y que se llamaba The Sex Pistols. Así comenzaron a pasar otros y muchos volvían y traían amigos.
Siete días después de encenderse, Television volvía a subirse a ese pequeño escenario acompañados por otra banda nueva y radical y adicta a las chaquetas de cuero: The Ramones.
Y el CBGB se convirtió en La Meca donde ir y oír y ser oído. La X en el mapa del tesoro sónico. El oído del mundo.
Furioso y drástico fast-forward hasta mediados del 2005 y qué hacen -entre muchos otros– el director de cine Jonathan Demme, Patti Smith, Deborah “Blondie” Harry, Juliette Lewis, Cyndi Lauper, Chris Frantz y Tina Weymouth de los Talking Heads, Tommy Ramone, Little Steven y los Richards –Lloyd y Hell– frente al CBGB & OMFUG. Respuesta: están allí para intentar salvar al santuario que no sólo es parte importante de sus vidas sino, también, de la vida de Manhattan. El contrato de alquiler del lugar vence el próximo 31 de agosto. Y los dueños/managers –el BRC o Bowery’s Residents Committee: una organización benéfica y sin fines de lucro, patrocinada por el ayuntamiento y benefactores varios, y cuyo objetivo es ayudar a los homeless– aspiran a un drástico aumento de la renta, así como a cobrar una contundente cosecha de intereses cósmicos de viejas deudas e incontables multas por faltas a la seguridad y sanidad. La suma total es una considerable pequeña fortuna porque –digámoslo– Kristal no ha sido un inquilino lo que se dice responsable durante todos estos lustros. Y Kristal –ahora con 73 años– ha facturado lo suyo. Por lo que los ánimos están divididos: la idea es conseguir la placa de sitio histórico para el CBGB –lo que lo convertiría en edificio virtualmente intocable y ajeno a la modernización loft-yuppie por la que pasa la zona-; aunque tampoco estaría mal, argumentan algunos, dárselo a un administrador más responsable. Mientras tanto y hasta entonces ahí están las celebridades, la chocolatería que vende una special edition de sus productos para recaudar fondos, el freak que organiza un desfile de perros a beneficio de esa acera donde tantos bulldogs defecaron, el site donde los acólitos anónimos buscan apoyos (http://www.sa vecbgb.org) y el otro site (http://www.cbgb.com) desde el que Kristal entona sus blues, pide que los ciudadanos le escriban cartas llorosas o airadas al mayor Michael Bloomberg y, de paso, vende t-shirts. Y Free Hilly y...
Pero todo esto es la decadencia, el anticlimático final o, en el mejor de los casos, el último eco de esa primera onda expansiva: el Big Twang de guitarras electrizantes girando en el remolino de música clásica y moderna al mismo tiempo. Algo que enseguida se etiquetó como “Street Rock” y que convirtió a un purgatorio hasta entonces frecuentado por Hell’s Angels en un paraíso súbitamente habitado por demonios celestiales. Y por periodistas especializados. Y por santos de semiincógnito como Bob Dylan y Andy Warhol. Y por –lo más importante de todo– ejecutivos de discográficas en busca de talento fresco y barato.
De ahí que una reciente edición de la nunca del todo bien ponderada revista británica Uncut opte por ignorar el presente y prefiera celebrar los grandes debuts que en el CBGB se cocieron, los discos redondos que no han dejado de girar desde entonces. Y lo cierto es que se trata de una lista que impresiona y que aturde en el mejor sentido del verbo. La velocidad del sonido y la teoría de la relatividad hechas circunferencia con un agujerito en el centro.
Pasen y oigan.
La primera en llegar a las bateas es Patti Smith, cabalgando su paradigmático Horses (1975) producido por John Cale y con foto de Robert Mapplethorpe en su portada.
El primal y primitivo Ramones (1976) de The Ramones, a los que nunca les gustó el CBGB “porque no tenía glamour alguno y todo el tiempo tenías que cuidarte de no pisar mierda de perro o de ratas... Tampoco había baños. Así que la gente meaba ahí mismo. Nuestros conciertos duraban unos quince minutos y eran un éxito. Todas las semanas nos jurábamos no volver... pero no podíamos evitarlo: teníamos que tocar para sobrevivir”.
El crossover de Blondie (1976) –banda de Debbie Harry, primer fetiche sexual de la nueva scene– que al poco tiempo se convirtió en suceso de multitudes y, para unos cuantos envidiosos, versión plastificada y comercial del fenómeno: lo superficial del underground.
El ruido blanco y la estática oscura de Television y su Marquee Moon (1977): algo así como punk disciplinado y pocas veces las guitarras sonaron tanto a... guitarras.
El psycho-sound de los Talking Heads en el iniciático e inicial Talking Heads: ‘77 (1977), con David Byrne como espástico rítmico y todas esas grandes canciones sobre el mundo que los rodeaba y los acorralaba.Y siguen las firmas y los tracks, y por allí pasaron y sonaron gente como The Sonics, Richard Hell & The Voidoids, The 13th. Floor Elevators, Johnny Thunder and The Heartbreakers, The Dead Kennedys, The Stooges, Jonathan Richman and The Modern Lovers, MC5, Devo, The B’52s, Question Mark and The Mysterians y quién sabe cuántos más y cuántos menos. Porque son multitud los que hoy dicen que estuvieron sobre el escenario del CBGB –del mismo modo y con la misma pasión mitómana que otros aseguran haberse revolcado en el fango de Woodstock– y que juran haber aspirado el feedback de los efluvios distorsionados del Palacio del Pis. Y no haber tirado la cadena, porque llevaban la cadena enrollada alrededor de sus cuellos.
Para 1979, el circo se había mudado a otras carpas y las bandas de pronto consagradas estaban de gira y desde entonces y todos estos años el CBGB ha vivido de su pasado tan presente pero, también, irrepetible. El legendario periodista Lester Bangs –quien también tocó en el CBGB con su banda Tender Vittles– aprovechó las muertes rituales de Sid Vicious y Nancy Spungen para, en 1979, publicar una elegía y un adiós a todo aquello. Y, de acuerdo, siguió sonando música ahí adentro. Pero ya no era música nueva y abundaban los turistas y faltaban los visionarios.
Y todo eso, parece, pronto desaparecerá, fitzgeraldianamente, como botes o botellas contra la corriente. Y tal vez sea mejor así. El triunfo de la operación rescate, seguro, convertiría al CBGB en algo todavía más parecido a lo que ya se parece un poco: una versión cómodamente transgresora de un Hard Rock Café. Faux hard y baños limpios, y Hilly Kristal ya ha dicho que tal vez lo mejor sea dejarlo todo atrás y volver a empezar en ese pecador parque temático conocido como Las Vegas.
Si me dan a elegir, yo creo que lo mejor sería enterrarlo, desaparecerlo, hundirlo, convertirlo en una pequeña zona cero. El CBGB como la más urbana de las leyendas urbanas.
Y que de aquí a unos siglos una pandilla de arqueólogos punkies lo busquen y lo encuentren y lo enaltezcan como ruina en perfecto estado. Como a una Pompeya, una Atlántida o un Eldorado.
Y que –con la ayuda de tecnología de última generación– invoquen el fantasma que, seguro, seguirá latiendo en sus paredes.
Y que presionen ON y 1, 2, 3, 4 y lo hagan sonar.
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