Dom 24.07.2005
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PERSONAJES > LA TRAVESTI ARGENTINA QUE SACUDE A PARíS

Un verano con Mónica

Una travesti argentina ha alcanzado el estrellato mediático en Francia. El motivo: nacida en Salta hace treinta años y bautizada Benito Martín León, Mónica quiere casarse con Camille, un transexual que legalizó su identidad femenina luego de una operación. En medio de una polémica judicial que sentará jurisprudencia, Radar habló con ella y reconstruye el largo camino de prostitución, amor con un policía, militancia y estudio que la llevaron a ser tajeada en la cara, codearse con el intendente de París y querer volver a la Argentina.

Por Alejo Schapire, desde París


Mónica León retuerce el boleto de metro entre sus uñas esculpidas envuelta en un vaho de crema humectante y aceite refrito. Con una memoria prodigiosa para las fechas, desgrana consignas políticas, recuerdos sórdidos y cándidas reflexiones con el mismo tono llano, que quizás obedezca a la repetición mecánica de su historia ante los medios, tal vez a una percepción uniforme de todas sus vivencias. Como es su costumbre, da cita en el Mac Donald’s que linda con la alcaldía de París, frente a la vereda que el fotógrafo Robert Doisneau inmortalizó al poner en escena aquel fogoso beso que pasó a la historia como Le baiser de l’Hôtel de Ville. Una imagen idílica de la pareja, que este travesti nacido en el pueblo salteño de El Bordo hace treinta años, bautizado Benito Martín León, intenta reproducir ante la sociedad francesa junto a Camille, su compañera. Con 46 primaveras, Camille Joséphine Barré trabaja como funcionaria municipal. Luego de 7 años de matrimonio heterosexual, se divorció, se operó y adoptó, “para rendirle homenaje”, el nombre de su ex mujer. Su identidad femenina es legalmente reconocida desde 1999. Por eso, para el Estado Civil francés, Mónica y Camille son hombre y mujer. Pero si hoy la argentina firma autógrafos y es reconocida en la calle hasta por los chicos, si hace pocas semanas encabezaba codo a codo con el alcalde de París Bertrand Delanoë (también salido del armario) la Marcha del orgullo gay, lesbiano, transexual y bisexual, es porque quiere oficializar su unión.

El 11 de abril, los tórtolos presentaron un expediente de matrimonio en la alcaldía de Rueil-Malmaison, en las afueras de la capital. Pero el proyecto nupcial fue rechazado por el alcalde del partido de derecha UMP Patrick Ollier, quien invocó “una ausencia de proyecto matrimonial” y “una forma de provocación, un matrimonio militante”. La medida fue respaldada por el tribunal de Versalles, pero el abogado de las chicas apeló denunciando “una discriminación transfóbica”. Mónica, por su parte, confirma lo que se le achaca: “Es un matrimonio militante y yo me hago cargo. La corte me considera militante porque yo tengo un discurso y lo sostengo. Yo no inventé ahora el militantismo por el matrimonio. Lo que no le comparto a la justicia francesa es que si dos militantes no tienen el derecho de casarse, ¿por qué los políticos sí lo tienen? Conozco muchos matrimonios de conveniencia acá en Francia que son políticos que se casan por imagen. Bueno, Carlos Menem... es un matrimonio de conveniencia, todo por la imagen. Pero como nosotras somos trans, venimos con la reivindicación de un derecho... eso es lo que se obstaculiza aquí”.

Juguemos en el Bosque (de Palermo)

Mónica va a dar batalla, no por nada eligió el nombre de la tenista Mónica Seles, que prefirió al de Gabriela Sabatini porque la norteamericana alcanzaba la cima con soltura a los 16 años, cuando ella trataba de afirmarse en su identidad sexual. A la hora de evocar el momento en que de da cuenta de su diferencia, suelta como al pasar: “A los cuatro años fui violada por un amigo de mi papá, que me hizo chupársela en el fondo de mi casa. Me gustó, no es que yo rechacé esa violencia, me gustó. A los cinco años veíamos La familia Ingalls y yo me empecé a poner los vestidos de mi hermana. Ella se vestía igual que Laura Ingalls y me gustaba su ropa de mujer. Los zapatos de mi mamá eran de taco aguja, y yo me los ponía. Hasta que mi papá me vio y me dio una paliza de aquellas con un rebenque de cuero”. Su feminidad se volvió entonces clandestina para manifestarse únicamente en lo de la abuela, donde descubría a través de las publicaciones Esto y Así las noticias policiales protagonizadas por travestis. “Leía: ‘Travestis escandalosas rompieron la comisaría’, ‘Travesti muerta’, me llamaba la atención.” Mónica cuenta luego cómo la violó un canillita a los 10 años, cómo lo repitió a los 12, y salta sin transición al hallazgo de las cremas y el perfume de mujer yla dificultad para usar la dosis exacta si quería pasar desapercibida entre sus diez hermanos.

A los toqueteos y caricias con los compañeritos de la primaria le siguió a los 15 el encuentro con Yuli, una travesti que siempre repetía de año. “Nos fuimos para la fiesta nacional de los estudiantes del 21 de septiembre y esa noche alquilamos un hotel. Eramos los varones y las mujeres, y nosotras estábamos en el lugar de los varones. Pero Yuli se hizo coger por todos sus compañeros. Y yo observaba, porque nunca había tenido experiencia con muchos hombres al mismo tiempo. Hasta que apagaron la luz, un chico se cruzó a mi cama y me penetró en la oscuridad. Esa fue mi primera vez, yo digo que ahí perdí mi virginidad”, recuerda con estudiado candor. Pronto conoció a “Las Chichís”, como les decían a las trans más sofisticadas de Salta, “muy femeninas de cara, de lentes de contacto”, y el comercio de la carne en el Parque San Martín. “Yo me fui de mi casa el 12 de febrero del ‘92. Tenía que rendir unas materias, mi papá quería que yo fuera a trabajar al tabaco y yo le digo yo quiero estudiar. Entonces ni una cosa ni la otra, me escapé y me fui.” Dos meses de trabajo callejero. “A veces caía presa y tenía que ser violada por la misma policía, porque te agarraban y te decían: bueno, ¿querés ir presa o sexo con nosotros? Y estar treinta días presa a nadie le gusta. Así que tenía que tener sexo con ellos sin preservativos.”

Sitúa durante Pascuas del ‘98 la vez que su madre la fue a buscar a la comisaría. “Me comía las uñas rojas para quitarme la pintura, tenía el pelo color zanahoria. Cuando me vio, mi mamá se puso a llorar. Me dijo de esto no se habla, te compro una tintura negra; me tiñó y me dejó una mechita nada más, para el recuerdo.” El 2 de enero de 1993 figura en su calendario como el día en que rompió el tabú familiar: “Mamá, yo quiero ser trans”, anunció. “Y ella: ‘No, no, no. Nosotros te aceptamos pero como homosexual’. Al día siguiente, de la mano de la travesti Andrea, volvía a patear las veredas de Salta; cinco meses después se prostituía en Buenos Aires.

La vida porteña debutó con la llegada a un hotel de trans de Constitución y los 243 pesos en las primeras dos horas de trabajo en Palermo: “Me di cuenta de que era porque era nueva y no tenía un sexo pequeño”, resume. Fueron los años del cóctel plata fácil, cocaína y Rohypnol, que había que derrochar con las otras para mitigar la envidia. La época del reviente, pero también de Alberto, el policía, “mi único amor”. Duró seis años. “Corté la relación con él porque me cortaba las alas: yo quería estudiar y él me decía usted tiene que continuar con la prostitución; él, policía, siempre con la chapa en la frente. Las cosas que yo quería hacer para progresar me las negaba. Yo quería hacer teatro y él no, continuá con la prostitución que te va a ir bien. En el ‘99 yo le dije que me iba a dedicar a los derechos humanos y que quería cortar la relación. Para él yo estaba loca. Ahora se da cuenta de que yo verdaderamente defiendo los derechos humanos. En ese momento yo le dije yo me caso conmigo misma. No salí más con hombres, no salí más a discotecas. A partir de ahí hice una vida dedicada a las trans.”

Ya en el ‘93 se reunía en la Asociación de Travestis Argentinas (ATA), donde militaba Valeria, una prima que murió porque “se aplicó siliconas en la misma sede de la asociación y le afectó mal al cuerpo. Murió a los ocho días en el Hospital Fernández. Se llamaba Rogelio León y salió en los diarios. Por medio de la asociación dijeron que era por SIDA y nada que ver, ella nunca lo tuvo”. Luego fue coordinadora del Area Travestis de la Comunidad Homosexual Argentina (CHA). Ahí empezó a tomarle el gusto a los micrófonos, primero nerviosa, frente al de Moria Casán, ya más suelta con Crónica TV, el Canal 26, Ser Urbano y hoy de taquito frente a las cámaras de la principal señal de aire francesa.

Juegos de manos (en el Bois de Boulogne)

“Yo decido venir a Francia cuando en el colegio (para adultos) en 2002 empezamos a estudiar historia argentina. Cuando llego al gobierno de Irigoyen, el profesor dice que muchos presidentes de nuestro país, como Julio Argentino Roca, estudiaron abogacía en la Facultad en Francia. Como fue un hombre muy importante en Argentina, me digo ah, ¿por qué estudia derecho en Francia si la facultad de Argentina es tan buena? Pero muchas personas de mucho dinero y de la aristocracia estudian actualmente abogacía en Francia.” Mónica tiene una vocación que viene de la infancia; cuando sus amigas jugaban a la maestra ella prefería el papel de abogada, que representaba frente a sus hermanos. No se cansa de repetirlo: “Quiero ser trans y no prostituta, la prostitución es una imposición porque en Argentina una trans no tiene inserción social, las puertas de la sociedad se te cierran”. A Francia –explica– llegó luego de una promesa de trabajo hecha por una asociación que no se cumplió. En todo caso, Mónica pasó de la Zona Roja al Bois de Boulogne, célebre lupanar a cielo abierto frecuentado por travestis, muchas veces latinoamericanos. ¿Qué le dejó aquella experiencia? Contesta llevándose un índice a un tajito que le cruza la mejilla derecha: “Agresión en el Bois de Boulogne el 22 de junio del 2004 por defender a una mujer que era violada y golpeada. Escuché los gritos, traté de defenderla y recibí una pedrada en el pómulo”. Otras secuelas fueron dos arrestos por ejercer la prostitución en lugares públicos; la próxima la expulsan del país.

Para Mónica, la rueda de la fortuna gira en 2004, cuando en la Gay Pride se cruza al transexual Camille Barré, quien no pierde el tiempo. “El 3 de octubre de 2004, que era la tercera vez que la veía, me dice: ‘Ay, yo me quiero casar contigo’. Para mí fue como un balde de agua fría, porque yo jamás salí con una mujer, ni un beso ni nada, siempre fui amiga de las mujeres, pero nunca tuve relaciones con ellas. La primera respuesta que yo doy: ‘Para mí es una excelente reivindicación política, viste, pero antes me casaría por amor. Pero si querés nos podemos conocer, yo nunca tuve experiencias y no creo en el amor’.”

En los reportajes difundidos por la televisión francesa, Mónica y Camille se presentaban hasta hace poco como una pareja que lleva una vida rutinaria y ofrecían imágenes triviales de la vida conyugal. Y pese a que ambas quieren firmar en el Registro Civil como mujeres, la estrategia pública consiste en pedir que se les aplique la ley como a cualquier pareja hétero. Descolocada, la justicia francesa, a través de un procurador, las denuncia por buscar una jurisprudencia al “querer hacer evolucionar la sociedad encerrándola en la trampa de su propia lógica”. Mientras el proceso judicial continúa, la relación entre las prometidas toma un curso difícil de seguir. Frente a quienes ven a un sudaca pasado de listo tratando de conseguir papeles engatusando a una francesa psicológicamente frágil, Mónica, poco a poco, empieza a ventilar su propia versión. Con una inocencia desconcertante devela que fue recién cuando una periodista le preguntó si no le llamaba la atención la presteza con la que Camille había pedido su mano que empezó a desconfiar. Sobre todo cuando escuchó que ella cobraba por las notas en la tele. Si se la apura un poco, reconoce que nunca tuvieron relaciones sexuales y duda de los sentimientos de la otra en voz alta: “Soy utilizada como un objetivo político por ella. Porque ella fue hombre, se casó con una mujer, vivió como hombre durante más de 35 años, después se hace trans y luego se opera. Yo, mi identidad, la tenía desde niña. Yo no comparto eso de que las trans francesas descubren su identidad recién a los 35 años...” Y para respaldar sus dichos saca su celular y muestra un mensaje de texto en el que Camille la llama a perseverar poniendo el acento en el lado político de su combate. Además, a la francesa se le habría subido la notoriedad a la cabeza, estaría preparando un libro, quizás un disco, y Mónica no soporta más quele diga “india” y que se refiera a la Argentina como “un país bananero”. Distanciadas, ahora se comunican a través de su representante. “Ayer hablé con el abogado y le dije: ella no quiere a nadie, ni ella misma se quiere. Es una persona tan egoísta, tan individualista que lo va a negar. Tiene tan estudiado su discurso de amor hacia mí que yo se lo creí. Pero ya ahora no creo nada.” Y por un instante pareciera que la historia de Mónica y Camille cumplió su ciclo mediático, pero la salteña se aferra. “Por el momento, no sé. Yo vivo el momento y si de verdad ella se sinceriza conmigo y me dice la verdad, seguramente continuaremos.” De todas formas, Mónica parece harta de Francia, donde en materia de trans “están quince años más retrasados que en Argentina”: en París un fenómeno mediático como Florencia de la V es impensable. Mónica ya pensó en un plan B: si la justicia gala no les da el sí, quiere intentarlo en la Argentina. Porque, confiesa: “La verdad, yo deseo regresarme a Argentina. Si me regreso me voy a ir al pueblo de mi mamá y me voy a candidatear para intendenta”.

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