Domingo, 7 de agosto de 2005 | Hoy
PLáSTICA > EL ARTE DIGITAL DE MARTA CALI
El arte digital y la filosofía oriental para desnudar los universos paralelos que anidan en el ojo.
Por Santiago Rial Ungaro
Desde la vidriera de Azcue (un local de diseño de muebles devenido en espacio de arte) un ojo nos mira. “Esa imagen es el reflejo de una imagen que se ve desde el espejo”, explica Marta Cali, rara avis dentro del ambiente de la plástica. La frase parece una adivinanza, pero en realidad explica qué hay detrás de lo que vemos, de ese juego de inversiones en el que conviven distintos universos que se complementan mutuamente de forma armoniosa y estética: no es poco en estos tiempos. Rodeado de una sustancia gelatinosa verde que tiene cierta gracia infantil, ese ojo que nos mira y que a su vez invita a ser mirado fue captado por Cali desde un espejo; por lo tanto esa imagen es en realidad un reflejo. Quizá por eso, cuando vemos en el agua que rodea esta obra el reflejo de esta imagen, de una manera simple e indirecta tomamos conciencia de que ese ojo que nos ve también se ve a sí mismo. Un tercer ojo que se refleja en el vidrio completa esta secuencia de simplicidad fascinante. Así, la imagen original que inspiró esta graciosa obra aparece como un reflejo en el agua, a la vez metáfora sobre lo virtual de cada percepción y testimonio ejemplar sobre la existencia de universos paralelos. La operación le permite a la artista sugerir la liquidez de lo digital, soporte que a finales del siglo pasado decidió usar para sus trabajos. Por entonces, los inquietantes y asépticos ambientes quirúrgicos que caracterizaba su producción (en los que no había ni rastros de figuras humanas) la llevaron inevitablemente a trabajar con lo tecnología digital, único método capaz de controlar las proporciones numéricas con total exactitud. Cali: “En estos trabajos digitales tiene mucho que ver la propiedad numérica. Si vos querés repetir una luz que tenés en una obra en algún otro espacio, lo que “calcás” es un número. Yo no podría lograr esas imágenes distantes y frías con la materialidad de la pintura. Siempre trato de que las imágenes y el lenguaje muestren zonas intangibles e inquietantes de la conciencia. En un momento dado me di cuenta de que mi herramienta era la computadora: estuve más de 2 años hasta que finalmente encontré el Form Z, el software con el que hago mis obras”. Es el día de hoy que Marta Cali trabaja con este programa solamente cuando se trata de trabajos en los que se quiere darle cierta “exquisitez” a lo digital.
La tremenda belleza del drama (título de una de aquellas obras) late todavía en esta nueva muestra de Cali, aunque ahora también se percibe la intención de sintetizar lo aprendido en otros tiempos. Dibujada directamente sobre las paredes de la sala más alta del Museo de Arte Moderno, Trazados leves de incierto futuro (2003), su muestra anterior, exhibió otras influencias que le hicieron honor a su título: su belleza efímera (sólo eran dibujos leves en una pared blanca) pasó casi desapercibida, aunque probablemente haya sido, por su sutileza estética y su encantadora fragilidad, una de las exhibiciones más difíciles de olvidar de aquel año.
Ahí ya se percibía la importancia de su experiencia con Maw Chyan Wang, artista visual chino que actualmente vive y trabaja en Nueva York. Con él estudió cuatro años. Cali: “Más que estudiar pintura, con él estudié otra cosa: con él estudié filosofía, aprendí a darle otros sentidos al hacer. Fue buenísimo, porque empecé a estudiar con él en 1983, y a partir de ahí aprendí a desarrollar cosas, a investigar mucho en cada muestra que hago. Cada vez que empiezo algo me gusta mucho basarme en la poesía. Si la muestra anterior estaba inspirada en un poema de Henri Michaux, para esta me inspiré en un poema de Matuso Basho. La verdad que la idea del haiku (poema oriental de sólo 3 líneas) me inspiró mucho”.
Con el tiempo, Marta Cali (que también trabaja como ilustradora) fue valorando cada vez las enseñanzas de su querido maestro chino: “Me acuerdo de que Wang me hizo trabajar un mismo objeto durante un año entero. En cada trazo, el color tenía que tener 3 valores diferentes: la forma, el movimiento y la apariencia de la imagen. Finalmente, en cada trazo aparecía la textura de la piel”. Enfrentadas así con 5 dibujos de inconfundible sabor argenchino, una obra esencial de la instalación es Ladieta del Liquidámbar (el nombre hace referencia a un elixir de la vida oriental) que forma parte de una animación que aún está sin estrenar. Nuevamente, el misterio y la expectación aparecen en un paisaje en el que Cali pasa de la claustrofobia forense a la inquietante calma urbana.
Y si hay mucho mundo interior en esta muestra esto quizá sea una consecuencia de la desaparición de Cali de la vida social: “En el 2004 trabajé todo el año, prácticamente no tuve vida social, ni siquiera fui a ver muestras: tenía una idea en la cabeza, sentía una gran explosión de imágenes, así que no quería ver otras imágenes, no lo necesitaba. Y la verdad es que se me abrió el campo a otros medios, como la fotografía, que nunca antes había usado (en la muestra hay una foto de un mar texturado y a la vez sereno) y el dibujo, que era algo que no usaba desde hacía muchos años”. Se diría que ese tiempo parece convertirse ahora en espacio: eso es lo que sobra en Strip Tease, que a las imágenes de un espacio físico y otro virtual le agrega otra parte, conformado por paredes de espejo cuya iluminación puede ser controlada. El efecto de los reflejos, las sombras y una luz verde de 1500 watts va de la fluorescencia a lo caleidoscópico, pero sin perder nunca la armonía con los muebles
diseñados por Juan Azcue. El efecto es ambiguo e
incomprensible, armonioso e inquietante. Como el strip-tease de un ojo que hace un momento nos
miraba imperturbable.
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