Domingo, 7 de agosto de 2005 | Hoy
MúSICA > KT TUNSTALL EMPIEZA A SONAR
Escocesa, solista, multiorquesta, bohemia y femenina, KT Tunstall empieza a sonar con el hit de su primer disco. ¿Será un idilio hasta que la capture una publicidad o el comienzo de una hermosa amistad?
Por Rodrigo Fresán
“Mira su foto en mil lugares porque ella es la chica de este año”, cantaba Elvis Costello en su canción “This Year’s Girl”, en el disco This Years Model: título con errata a propósito y sin apóstrofo en la portada acaso (creo haberlo leído en una entrevista al songwriter) para demostrar así el apuro y la velocidad con que se hacen ciertas cosas y lo pasajero de ciertas modas. Y ni el disco ni la canción de Costello han pasado de moda –la sigue incluyendo, y allí me la encontré, en el repertorio de su última gira–, y escribo todo esto en honor de y con infinito agradecimiento a tanta música efímera que llega con ganas de quedarse y hace lo suyo y de pronto ya no está más pero, sin embargo, deja un recuerdo agradable en el tímpano. Y así, años más tarde, la música en cuestión vuelve a sonar en una recámara de la memoria o en el zapping trasnochado por MTV o VH1. Y vaya a saber uno si exactamente es eso lo que le ocurrirá a una canción titulada “Black Horse and the Cherry Tree” que por estos días suena en toda Europa y cuya autora y garganta, KT Tunstall –fotos y flashes–, está en mil lugares porque ella es la chica de este año.
UNO Y en el video-clip de “Black Horse and the Cherry Tree”, KT Tunstall llama la atención de inmediato: chica de rasgos exóticos aporreando un bombo y desgranando una canción rara pero no demasiado, pegadiza pero no exactamente comercial. Una de esas canciones que gozan de lo mejor de ambos mundos en sus raro ADN: mitad FM y mitad indie, percusión tribal y esos insistentes “woo-hoo” en plan Mississippi Delta y rasgueos de acústica guitarra rasgada y letra de mujer emancipada rechazando al macho idiota con voz de terciopelo azul.
Y la mezcla es lo que marca, también, la vida de KT Tunstall: escocesa de treinta años de edad pero de milenarios ancestros chinos, padre científico, educación en varios países, bohemia en varios altillos y sótanos, hippie pero fashion y sin saber muy bien qué hacer hasta que, a los dieciséis, escuchó el Hunky Dory de David Bowie y de ahí directo a la guitarra –con escalas en la flauta y el piano– y a bares y cafés y after-hours. Pasan los años y entrar y salir de varios grupitos hasta descubrir que le iba mucho mejor la vida solitaria y solista y, entonces, invertir los ahorros en una pedalera Akai Headrush –inmediatamente rebautizada como Wee Bastard– que le permite grabar loops y voces en vivo y así ir ensamblando sus canciones sobre el escenario, en directo, y crecer y multiplicarse. Y una aparición televisiva en el prestigioso show televisivo de Jools Holland y todos enloqueciendo con esa chica multiorquestal y saltarina cantando, claro, sobre un caballo negro y un cerezo y un corazón perdido.
Y primero el EP False Alarm y ahora el LP Eye to the Telescope –producido por el mismo Steve Osborne por cuyo tablero habían pasado U2, New Order y Happy Mondays– y el lento pero seguro ascenso y lo de antes, lo de ahora mismo: “Black Horse and the Cherry Tree” cabalgando a toda hora y en todas partes de este verano europeo y aquí estamos contando los minutos y los segundos hasta que alguna campaña publicitaria de automóviles o de teléfonos móviles la secuestre y entonces, sí, llegará ese momento dorado de comenzar a odiar la maldita canción. Y olvidarla. Y recién después recordarla con cariño.
dos Mientras tanto y hasta entonces, Eye to the Telescope –variado, simpático, delicadamente experimental– se escucha con placer. Siempre agradeceremos versos como “Ella espera como un iceberg que espera cambiar” y, de acuerdo, seguramente no tendrá –o tal vez sí, tal vez esto sea el principio de una hermosa amistad– el poder residual de clásico debut eterno que todavía mantienen el Rickie Lee Jones de Rickie Lee Jones o el Suzanne Vega de Suzanne Vega o el Tracy Chapman de Tracy Chapman. Pero tampoco tiene –afortunadamente– esa atmósfera refrigerada y envasada al vacío de los primeros álbumes de Dido o de Katie Melhua o Joss Stone o Nelly Furtado o de Norah Jones.
Pensar entonces en Eye to the Telescope como el hijo bastardo de Carly Simon con Cat Stevens, con el escocés Gerry Rafferty como tío loco y Natalie Merchant como hermana mayor. Algo así. Tunstall lo define –con justicia– como “uno de esos discos que se oyen mejor en la cocina que en la sala, en ese lugar donde uno se sienta solo a conversar consigo mismo. Es casi como si hubieran enviado a un extraterrestre para recoger muestras de emoción de los seres humanos y reunirlas todas en un disco”.
Y aquí está ella y aquí la tienen y Eye to the Telescope aumenta en intensidad y mejora su puntaje en sucesivas audiciones. Lo que no significa que yo vaya a seguir escuchándolo a la altura de diciembre cuando, dicen, Kate Bush volverá a nuestras vidas.
Pero, ah, esa canción, cómo era que se llamaba, esa de la chica de ojos rasgados y el caballo y el cerezo y los “woo-hoo”.
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