COSTUMBRES ARGENTINAS > EL LIBRO DE LOS COLECTIVOS
Uno de los dudosamente grandes inventos argentinos parece tener –como casi todo en este país– la gracia de lo hecho con dedicación, aire dos pesos, un poco cocoliche y en el filo de la ley. El flamante El libro de los colectivos les rinde homenaje y muestra con ojos nuevos lo que el smog y la rutina suelen ocultar.
Como el dulce de leche o la birome, el colectivo integra ese breve, caprichoso e insuflado muestrario de inventos argentinos. Despiadados y lisérgicos mastodontes que cruzan la ciudad cual ingobernables instalaciones pop en movimiento. Pero, ¿qué atajos o destinos inciertos ocultarán sus inmutables recorridos? El libro de los colectivos logra acercarse con ojos casi lynchianos a un mundo tan familiar como extrañado. El boleto incluye un paseo por fileteados, volantes nacarados, improbables pedales espejados, plegarias futboleras, sirenas escondidas entre los tapizados, verdaderas boîtes a bordo, fogosas reivindicaciones nacionales (incluyendo un escudo argen-yang) e inexplicables ruegos mil veces saboteados como “Decime chau”. La historia del colectivo se secciona en capítulos tan inquietantes como “Confort y discapacidad”, “El discurso de la doble animalidad” o “Xuxa y peluche”. Un verdadero mundo prohibido, plagado de derroches, incorrecciones y guiños que se afirman en la más gozosa voluntad del porque sí.
Pero atención: El libro de los colectivos hace algo más que subrayar el vibrante color local. Ante todo se trata de un inédito y cuidadísimo trabajo de registro, edición y curaduría realizado por Julieta Ulanovsky (junto a la diseñadora Daniela Dulitzky) sobre las fotografías tomadas por Inés, su hermana de 28 años. De regalo, una documentada genealogía colectivera (por Carlos Achával), una cronología gráfica de sus mutaciones históricas y hasta un glosario del slang sobre ruedas.
Ida
Julieta: “No sé por qué, pero en un momento me empezaron a gustar los colectivos, los espejos, la gente, especialmente los colores. Y empecé a sacarles fotos. Me dan ternura los colectivos. Que el tipo ponga hologramas que digan ‘¡Te gusta!’. A nadie, pero a nadie, le importa. Es algo hecho para nada: nadie se los paga, ni se los reconoce, ni hay un premio al mejor colectivo del año. Es el goce de ellos y listo. Siempre quise hacer algo hasta que le mostré el material a Guido Indij (Asunto impreso y editor de Proyecto cartele) y me dijo que sí. Algunas de esas fotos sirvieron como ideas y también aparecieron otras que no estaban previstas en ningún cuadernito y ahora son algunos de los capítulos preferidos de todos. Como ‘La doble animalidad’: los animales siempre vienen de a dos, conejos, perros que a la noche se les prenden los ojos, patos, pegasos, cisnes, caballos, todo de a dos”.
Terminal solamente
Durante seis meses, Inés se apostó en terminales y descubrió extrañas geometrías de asientos desflecados y esos mundos afectivos que cada colectivero arma a bordo de su nave. Sacó miles y miles de fotos: “Las fotos son muy simples: sólo registros, lo más neutras posibles, todas en formato digital. Cada foto es una. No están rotadas, ni retocadas. Primero intenté hacerlas en la calle pero no funcionó. Entonces llamé a las terminales y pedí permiso; iba y estaba tres horas por día. Los choferes pensaban que estaba haciendo un trabajo para el colegio y estaban contentos de mostrar los espejos, adornos o el tapizado que tenían. También me decían: ‘Esperá tal interno que te morís’. Casi nunca son los dueños, pero siempre usan los mismos colectivos. Las decoraciones personales y el fileteado suelen estar prohibidos. En realidad, casi todo lo que está en este libro está prohibido”.
Parada (o alzamiento)
Julieta: “Algunas líneas de colectivos (prefiero no dar números) son muy parcas. Es todo estándar, adentro y afuera. Pero hay otras que institucional o históricamente incentivaron la creación personal. En el109 todos tienen nombres: Mickibus, El hada nodriza, El dandy, Mala conducta”.
Inés: “El 109, el 29, el 64, el 60, son todos coches muy producidos. El 29 tiene unos coches impresionantes”.
Julieta: “El otro día me subí a uno que tenía una luz violeta, barcito, una onda muy boîte. Pasaba temas de María Marta Serra Lima, Sandro, Nino Bravo, un popurrí muy melódico, espectacular. Y tenía unas brujitas y en el medio un símbolo chino tipo feng shui. Algo muy esteta y muy masculino. Una deco loca que no puede parar”.
Inés: “También aparece mucho el juego: cartas, dados, mucho conejito Playboy, ceniceros, aunque no puedan fumar. Pedales de espejos, que no son muy prácticos que digamos”.
Julieta: “Como si fuera la prolongación de su casa, o de su bulo. Todo es antifuncional, puro derroche, felicidad”.
Boleto marcado
Inés: “Los números y las letras es un mundo de expresión fuera de toda regla. En la línea 118 te encontrás con números diferentes en cada unidad. Todo depende del letrista. No hay un número institucional. Nadie tiene un manual que diga la marca se pone así. ¡Y se toman unos laburos! Tienen algo de libertad que está perdiendo el artista gráfico”.
Julieta: “Los colectivos son una fuente de color muy importante en la ciudad. Casi una obra en movimiento. De pronto ves pasar una especie de cuadro moderno. Un Mondrian”.
Vuelta
El libro está dedicado a los choferes, la única especie viva que a veces se cuela en el libro.
Inés: “Sacando las fotos me terminé haciendo amiga de muchos. Terminaba el trabajo en la terminal y me decían: ‘¿A dónde te llevo?’. Pero también me pasó de estar como pasajera y ver que de pronto manejaban como el orto. ¿Cómo puede ser? Y yo les estoy haciendo un homenaje”.
Julieta: “El otro día salió una foto de un 59 incrustado en una casa y yo decía: ‘No puede ser, el 59 es justo la tapa del libro, nos están haciendo quedar mal’. Ahora tienen una responsabilidad civil más”.
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