POLéMICAS: LAS PATERNIDADES DE MARADONA
De cómo los hijos del amor y los hijos del dinero reavivaron la guerra de los sexos
› Por Marta Dillon
Está bien, no voy a hablar sobre Maradona. La presión es excesiva, nadie quiere que se critique a nuestro nuevo golem, el hombre al que hemos hecho entre todos y todas, con un poco de idolatría, otro tanto de empatía y una dosis extra de ruegos encadenados para que la dignidad nacional no se nos evapore como merca en el agua o explote cual globo después de un atracón. Hubiera sido un golpe muy duro para la argentinidad fraguada en sudor, goles y paraísos instantáneos, que aun cuando se derrumben, siempre queda el mercado del arrepentimiento y la redención, mercado más que pingüe, a juzgar por las horas de pastores brasileños que suelen encandilar en la madrugada con el mismo, exacto, relato de lo mal que estaba y lo bien que estoy. Nos gusta, digámoslo, ver a las cenizas convertirse en aves, y es justo que así sea porque entonces se puede creer que por muy en el margen que una (uno) ande, siempre se puede patear al centro (ay, qué práctica la metáfora futbolera). Entonces no es de Maradona, ni siquiera de su affaire paternidad no reconocida, mucho menos de la puesta en escena de la confrontación entre “hijas del amor” e “hijos –recordemos que el Diego tiene una hija más por Mar del Plata a la que también pasa alimentos– del dinero”, con las remeras de la tribuna para uniformar el pensamiento único de la verdad encerrada en esos polos bien diferenciados. De eso no se habla. ¿Lo queríamos limpio? Lo tenemos limpio y apolíneo.
¿Lo queremos padre? A juzgar por tooodas las cosas que se escucharon en radios diversas –sobre todo en los programas “progres” ya que la derecha instalada a la izquierda del dial se cargó al Diego sin que le temblara la voz–, lo queremos “padre del amor”. Al resto de los hijos que los parta un rayo. El género masculino en masa con voto en los medios audiovisuales se cuadró frente a eso que “le puede pasar a cualquiera” porque ojo, no es fácil de sobrellevar “que te toquen el timbre y te digan que tenés un hijo”. El disenso, escaso, quedó del lado de “las mujeres”. Larga vida, entonces, a la guerra de los sexos, aggiornada por un affaire de dioses que bajaron del Olimpo sin cuidar dónde metían su badajo, y por supuesto sin enfundarlo, método práctico y democrático de control de la fertilidad.
“Las mujeres –dijo Santo Biasatti a modo de pregunta incisiva a un D.M. tan rígido como si consumiera las viejas sustancias, pero sin una pizca de euforia– están muy enojadas con Ud.” No una parte de la sociedad o algunas personas, qué sé yo, “las mujeres”. Ellos, en cambio, se escuchó en radio y tevé, entienden que un juez te puede castigar por un error (D.M. dixit). Aunque, claro está, nada se dice sobre “el error” y mucho sobre que ellas “hacen eso” (Reynaldo Sietecase dixit). Es decir, ellas se quedan embarazadas a propósito. Pero ya que ellas “hacen eso”, ¿por qué carajo ellos no usan forro? ¿Por qué no se los escucha demandar las inyecciones anticonceptivas para varones –que existen–, los parches hormonales, las normas de calidad Iram para los condones? ¿Por qué no aprovechar para exigir la despenalización del aborto e incluso tener opinión sobre el mismo cuando todavía se está a tiempo de evitar que un atraso se convierta en un hijo o hija? Chicos, no es magia, no es traición, el embarazo es producto de un mecanismo biológico evitable, antes o después, de manera sencilla pero con responsabilidad. Si no, muchachos, la responsabilidad los acompañará toda la vida.
Súmense, entonces, a la cruzada por la anticoncepción y el aborto seguro, de ustedes también depende.
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