LITERATURA > SALMAN RUSHDIE ATACA DE NUEVO
A siete años de la abolición de la fatwa librada por el ayatollah Khomeini, que puso precio a su cabeza y lo convirtió en el escritor más famoso del mundo, Salman Rushdie sigue siendo un escritor odiado. Lo raro es que ahora también son los ingleses quienes lo odian. Rodrigo Fresán estuvo en la presentación de Shalimar The Clown –su nueva novela sobre el odio y el terrorismo islámico, que muchos consideran su mejor libro desde aquellos Versos satánicos–, y cuenta por qué.
› Por Rodrigo Fresán
(Desde Edimburgo)
No puedo jurar que la temperatura ambiente suba o baje un grado, pero sí estoy seguro de que se produce una extraña vibración en el aire en el momento en que Salman Rushdie entra al writer’s retreat del Edinburgh International Book Festival. El “retiro de escritores” es una pequeña carpa en uno de los ángulos del cuadrado que conforman los Charlotte Square Gardens. Esta tienda de campaña para escritores en maniobras ofrece sillones cómodos, sandwiches perfectos y canilla muy libre de whisky Glenmorangie en todas sus muchas variedades. Es un sitio más que agradable en un festival más que agradable; y entre los que entran y salen –entre un acto y otro, salas llenas, entradas pagas–, este año están Margaret Atwood, Julian Barnes, John Irving, Doris Lessing, Edmund White, Dario Fo, Zadie Smith y 495 firmas más.
Pero entra Rushdie –a solas, aparentemente sin guardaespaldas, y Rushdie es una de esas personas que sólo se parecen a sí mismas y a nadie más– y se registran invisibles pero perceptibles alteraciones en la atmósfera. Rushdie siempre es noticia y Rushdie es la noticia de este festival al que regresa por primera vez en veinte años y a presentar su nuevo libro.
Los motivos para una ausencia tan prolongada son de muy público conocimiento. En 1989, Día de San Valentín, durante los funerales de Bruce Chatwin, Paul Theroux se acercó a Rushdie y le dijo: “Me temo que la semana que viene volveremos todos aquí para honrar tu memoria, Salman”; manera graciosa de comunicarle que al ayatollah Ruhollah Khomeini no le había gustado su novela Los versos satánicos y que, por lo tanto, había lanzado una fatwa condenándolo a muerte, incluyendo generosa recompensa para su verdugo. Rushdie vivió a escondidas durante nueve años y hace siete que el edicto fue declarado inválido; pero nunca se sabe, y el mundo está lleno de locos con ganas de salir en los diarios. Y Rushdie sale en los diarios aunque no tenga ganas. Y sale todavía más cuando sale una nueva novela suya. Lo que nos lleva a su última gran novela: Shalimar The Clown. Y ahora que lo pienso: ¿es que alguna vez Rushdie escribió alguna novela que no sea grande?
Y Shalimar The Clown (que Mondadori publicará en español a finales de octubre) es otra inconfundible novela de Salman Rushdie y, seguro, la más inquietante desde Los versos satánicos. Mucho más inquietante, en realidad. Porque la fatwa se debió –compleja y simplemente– a la blasfemia imperdonable de Rushdie cuando puso por escrito y narró novelísticamente un episodio prohibido y conflictivo de la vida de Mahoma, un canto que se cree inspirado por Satán y rectificado por el profeta cuando fue consciente del efecto nocivo que estaba causando en los fieles. Shalimar The Clown –cuatro años de trabajo, sentida por su autor como la novela “que más me ha emocionado escribir”, interrumpida para realizar la vertiginosa y rothiana y bellowiana Furia– se ocupa, en cambio, de cuestiones más cercanas pero igualmente inflamables: lo que cuenta Shalimar The Clown es nada más y nada menos que el proceso que lleva a un joven artista –un eximio equilibrista y payaso de circo– a convertirse en una implacable máquina de matar del terrorismo fundamentalista. Aunque, advierte Rushdie en Edimburgo: “Lo primero que se me ocurrió fue la historia de amor; después vino la historia de odio. Con esto quiero decir que no es una novela sobre el terrorismo”. Pero sí es una novela sobre el terrorismo entendido como una suerte de “educación sentimental”. En Shalimar The Clown es el amor el que desenvaina el cuchillo de Shalimar. Lo que no impide que ese cuchillo decapite en las primeras páginas (un auténtico prodigio de técnica narrativa) a –nada que ver con su homónimo director de cine– Max Ophuls, también conocido como “Max El Invisible” o “El Judío Volador”: célebre ex embajador norteamericano en la India, líder de la resistencia francesa, experto falsificador de Dalí y Magritte y salvoconductos, amante extraordinaire,economista revolucionario autor del best-seller Por qué los pobres son pobres y jefe top-secret del contraterrorismo Made in USA. Y tampoco quita que el resto del libro no sea otra cosa que una explicación de por qué se llegó a eso.
Dividida en cinco partes –con la pericia de una tragedia shakespeareana y el descontrol de una superproducción de Holly- wood abarcando medio siglo y varios continentes–, las 398 páginas de Shalimar The Clown obedecen a los dictados de uno de los subgéneros más eficaces y gratificantes de todos: la paciente y lenta construcción de una venganza o de varias venganzas. También es la historia de un triángulo amoroso. El compuesto por el artista Shalimar, la hermosa e insatisfecha bailarina Boonyi –mujer del primero– que huye y es finalmente abandonada por el hombre de mundo paradigmático Ophuls. La hija de ambos –india/kashmira, una bella directora de documentales en Los Angeles– juega de cuarta pata/pilar/testigo de todo el asunto y es quien cierra el final abierto o abre el final cerrado. Y, además, Shalimar The Clown narra la pérdida y el paraíso de Kashmir: patria de los abuelos de Rushdie, víctima propiciatoria en una guerra entre India y Pakistán circa 1947, cuna del musulmán Shalimar y la india Boonyi, donde todos viven en paz y se respetan hasta el inicio de “la era de los demonios” y, con ellos, la llegada del Mullah de Acero Maulana Bulbul Fakh: un hombre gigantesco que, se dice, está hecho de metal y que ordena a los hombres que construyan mezquitas y a las mujeres que se cubran con burkas.
Pero lo que convierte a Shalimar The Clown en un libro importante además de magnífico se encuentra en la cuarta parte –titulada igual que la novela– y donde, ya se dijo, verdadero núcleo argumental de la novela, se describe el modo en que un joven artista decide convertirse en un monstruo asesino en el nombre de Alá. “Ahora nos inventamos a nosotros mismos, ya no tenemos que ser más aquellos que alguna vez fuimos... Es imposible cruzar las montañas. Ahora cruzamos las montañas. Somos imposibles. Somos invisibles e imposibles y vamos cruzar las montañas para ser libres... Cuando el mundo está confundido, Dios no envía una religión de amor sino una religión marcial y nos pide que cantemos himnos de batalla y que aplastemos al infiel. El Mullah de Acero nos dice que en las raíces de toda religión está este deseo, el deseo de aplastar al infiel. Cuando el infiel haya sido aplastado, habrá entonces tiempo para el amor, aunque en la opinión del Mullah de Acero todo eso es secundario. La religión demanda austeridad y autosacrificio, dice Bulbul Fakh. No hay tiempo que perder con las blanduras del placer o las debilidades del amor. Dios debe ser amado pero con un amor masculino, un amor por la acción y no con una femenina aflicción del corazón. El Mullah de Acero predica a muchos cientos de hombres en cientos de lugares del planeta. Y todos ellos se están preparando para la guerra... El infiel cree en la inmutabilidad del alma, dijo Bulbul Fakh. Pero nosotros creemos en que todo puede ser transformado cuando se lo pone al servicio de la verdad. El infiel asegura que la personalidad de un hombre decidirá su destino; nosotros decimos que el destino de un hombre forjará su nueva personalidad... El infiel habla de una verdad universal. Nosotros sabemos que el universo es una ilusión y que la verdad aguarda más allá de esa ilusión, donde los ojos del infiel no llegan a ver... El tiempo mismo era un sirviente de la verdad, les había explicado el Mullah de Acero. Años enteros podían transcurrir en un instante, o un minuto podía prolongarse indefinidamente. La distancia, también, no era nada ante el ojo de la verdad. Un viaje de miles de kilómetros podía cubrirse en un solo día. Y si el tiempo y la distancia podían moverse y alterarse, si estas cosas eran los maleables discípulos de la verdad, entonces, ¡cuán fácil de manipular era el ser humano! Si las llamadas leyes del universo eran ilusiones, si estas ficciones no eran más que el tejido del velo tras el que se escondía la verdad, entonces la naturaleza humana era también una ilusión, y los deseos humanos y la inteligencia humana, y el carácter humano y la voluntad humana, todo eso se inclinaría ante los imperativos de la verdad una vez que el velo fuera removido. Ningún hombre podría enfrentarse a esta verdad desnuda, desafiarla, y sobrevivir”, leemos allí.
Después, enseguida, las balas, las bombas, el odio.
Y –nada se pierde, todo se transforma– atención: el primero de los muchos hombres a los que Shalimar asesina por encargo es definido como “un hombre sin Dios que ofendió a Dios, un hombre que vendió su alma a Occidente: un escritor”.
En una reciente entrevista con The Guardian, se le preguntó a Salman Rushdie si sentía odio contra sus perseguidores. Rushdie respondió: “A decir verdad, es al revés. Yo experimenté algo así como una educación en el odio porque me había convertido en el objeto y el blanco de un odio muy poderoso. Me di cuenta entonces de que corría el peligro de dejarme vencer por eso y convertirme en un viejo escritor resentido. Tampoco quería ser una criatura aterrorizada en un rincón. Así que recuerdo prohibirme a mí mismo cargar con todo ese odio que podía llegar a sentir. Aunque sé perfectamente dónde lo tengo guardado. En un baúl, en el altillo”. Lo que no impide que el odio a Rushdie (son varios los “jóvenes escritores británicos” que me reprochan el acercarme a “conversar” con Rushdie porque “no está bien”, son varios los editores que me advierten en cuanto a que “vende mucho menos de lo que se piensa”) sea casi un deporte nacional entre intelectuales. A Rushdie se lo odia por su soberbia y por su convencimiento y satisfacción al presentarse como un grande entre los grandes. Porque ya va por su cuatro matrimonio y porque su última mujer es la bellísima y muy joven modelo y actriz Padma Lakshimi. Porque baila mal, pero baila con Padma. Porque siempre dice lo que piensa y, en más de una ocasión, no piensa antes de decirlo. Porque apareció haciendo de sí mismo en El diario de Bridget Jones. Porque compuso una canción junto a U2 y porque subió al escenario a cantar con ellos. Porque es un fan confeso de Joss Stone. Porque repite una y otra vez que la movida neoyorquina es infinitamente más rica y divertida que la londinense, agregando que la capital del imperio británico “es una ciudad rencorosa y sin ninguna gracia”, y siempre compartimentada con “los actores por un lado y los escritores por otro”. Porque desde que se mudó a Manhattan “se ha convertido en un vocero y publicitario del Imperio Americano y del american way of life”. Porque, no conforme con que Hijos de la medianoche ganara no sólo el Booker Prize de 1981 sino también el Booker of Bookers (la edición conmemorativa al cumplirse un cuarto de siglo del premio y en la que compitieron todos los ganadores hasta entonces), protestó públicamente, durante la mismísima cena del galardón, cuando no se lo dieron por la que para muchos es su mejor obra: El último suspiro del moro. Porque es –su apodo más invocado– “Salman Grumpy”. Porque es muy amigo de las hermanas Kylie y Danii Minogue, y disfruta, como un perverso pero autorizado voyeur, viéndolas jugar al Twister, retorciéndose a sus pies en el living de su casa. Porque Hijos de la medianoche se ha convertido en un musical, El suelo bajo sus pies ya tiene guión para cine, y Harún y el mar de las historias se prepara para ser un dibujo animado. Porque está en todas las fiestas y no tiene problema alguno en jugar a ser la “mascota intelectual” de varias de las mujeres más poderosas del mundo. Porque no sólo se las arregló para sobrevivir a la fatwa que lo convirtió en el escritor más reconocible del planeta sino que, además, todo el episodio produjo una paradoja: de pronto, uno de los escritores más divertidos del mundo, un Scheherezade macho quien siempre consideró al film El mago de Oz su primera y más importante influencia literaria, era, también, uno de los escritores más serios. Y porque –aquí van algunas cosas que dijo con la excusa del lanzamiento de Shalimar The Clown, cosas que pueden traerle problemas una vez más– Rushdie tiene una boca tan grande como su talento. Es decir: enorme.
“Inglaterra ha cometido un error histórico al permitir que su territorio se convirtiera en la capital del terrorismo. La estrategia de dejar que esos grupos acamparan por aquí para así proteger a Inglaterra, pensando que nunca seríamos atacados, ha sido una filosofía absurda y común tanto para Margaret Thatcher como para Tony Blair.” “Los líderes islámicos ingleses son un chiste. Nadie los sigue. No hay una organización genuina representando a la comunidad musulmana.” “La fe islámica solía ser una religión pacifista. Algo místico y tolerante. Nuestras ciudades solían ser sitios muy cosmopolitas y progresistas, y en los últimos cincuenta años todo eso ha sido pisoteado. Y ahora Bush ha conseguido lo que no pudo conseguir Osama bin Laden y los jihadistas se han hecho con el poder.” “No hay que perder el tiempo acusando de todo a Estados Unidos; Estados Unidos no es el tirano, hay otros tiranos de verdad.” “Cada vez que veo en la televisión el rostro de Iqbal Sacranie (el secretario general del Consejo Musulmán Islámico de Gran Bretaña, quien, en 1989, declaró que la muerte ‘era un destino demasiado sencillo y piadoso’ a la hora de castigar a Rushdie) se me hace muy difícil mantener la calma. Si este hombre es lo mejor que tenemos, entonces estamos en graves problemas.” “Se impone una reforma radical del Islam; abrir las ventanas para que entre un soplo de aire fresco muy necesario.” “La insistencia del Islam en cuanto a afirmar que el Corán es la infalible y textual palabra de Dios hace imposible todo análisis académico. Si, en cambio, fuera considerado como un documento histórico, el Islam podría escapar del abrazo de estos literales fascistas islámicos y recordar que es lícito disentir, que de eso se trata la democracia.” “El Islam corre marcha atrás cada vez más rápido.”
Step Across This Line es el título de la última recopilación de ensayos de Salman Rushdie. Y, sí, Pásate de la raya podría ser su mantra o su credo estético o el lema en su escudo de armas. Porque en toda su obra –y en Shalimar The Clown más que nunca– la transgresión de fronteras cada vez más invisibles vuelve a ser El Tema. Como bien dijo Rushdie durante su presentación de Edimburgo: “Debido a un planeta que parece encogerse con cada día que pasa y como consecuencia de las migraciones masivas, hoy vivimos en un presente cuyas realidades ya no están separadas. Dos siglos atrás, Jane Austen podía escribir su obra completa durante la época exacta de las guerras napoleónicas y darse el lujo de no mencionarlas. Es decir: ella podía explicar a sus personajes sin necesidad de mostrar su época o lo que entonces sucedía. Ya no es posible escribir de ese modo. Alguna vez pensamos en Nueva York y Brasil y la India y el Mundo Arabe como tramas de narraciones independientes; pero ya no lo son. De ahí que para mí sea importante escribir libros en que estas formas de la realidad muy diferentes pero simultáneas estén de un modo u otro interconectadas”. En uno de los ensayos de Pásate de la raya, Rushdie amplía esta visión de las cosas: “Una vez que dejamos atrás la casa de nuestra infancia y comenzamos a construir nuestra propia vida armados sólo con lo que llevamos, comprendemos que ya no existe un sitio al que podamos llamar hogar a no ser que sea el hogar que creamos... El cruce de territorios, de lenguajes, de geografías; el examen de la frontera permeable entre el universo de los hechos y el universo de la imaginación; el derrumbar las intolerables barreras creadas por la policía del pensamiento: todas estas cuestiones han estado siempre en el corazón del proyecto literario que me fue entregado por las circunstancias de mi vida más que por una elección intelectual o por razones artísticas”.
Y, cabía esperarlo, Shalimar The Clown está ya recibiendo los mismos comentarios que han venido recibiendo todas y cada una de las novelas de Rushdie que siguieron a Hijos de la medianoche –hoy considerada un clásico moderno– y que no sorprende demasiado: “torrencial”, “cursi”, “excesiva”, “turbia”, “pretenciosa”, “autoindulgente”, “exasperante” y, finalmente, “vulgar en su abundancia”.
Entre todas estas opciones, Rushdie se queda con la de “vulgar”, porque “lo entiendo como el mejor de los elogios. La novela es una forma vulgar por definición. En ella comulgan lo intelectual y lo bestial, el templo y el burdel, el combate de boxeo y el partido de béisbol”.
Otros muchos –mientras escribo esto, Shalimar The Clown se encuentra cómodamente apoltronada en la long list para el Booker 2005, una de las más potentes de toda su historia según los jueces, junto a lo último de sus titánicos coetáneos Barnes, Banville, Coetzee, Ishiguro y McEwan– no dudan en afirmar que saltará a la short list y quién sabe lo que puede suceder porque, juran, se trata del mejor libro de Rushdie. (Aunque, entre paréntesis, cabe pensar que el Booker se lo llevará Barnes, quien no lo ganó nunca, con su Arthur & George, novela muy british que ha escalado hasta los primeros puestos de ventas, convirtiéndose en la más exitosa de toda su carrera.)
Otros más vuelven a leer en Shalimar The Clown supuestos detalles autobiográficos en código; manía que disgusta a Rushdie porque “resulta tan decepcionante, por decirlo con suavidad, que la gente sepa tanto de mi vida y se la pase buscando cómo compaginarla con mis ficciones. No es un libro sobre mí o sobre mi experiencia. Y mientras lo escribía no pensaba en perdonar a los terroristas. De hecho, y por razones obvias, no me siento particularmente inclinado al perdón”.
Y algunos otros más vuelven a alzar los estandartes del realismo mágico cuando lo de Rushdie –como lo de Günter Grass o Robertson Davies o Thomas Pynchon o Haruki Murakami o Roberto Bolaño– es una cosa muy diferente. Pongámosle –para satisfacer a los etiquetadores compulsivos– que lo de él y lo de ellos es ilusionismo histórico. La historia universal pasada por el filtro de una magia privada. Y sin trucos.
En un momento de Shalimar The Clown, un chamán se para en el centro de un jardín de Kashmir y, mientras golpea un tambor, exclama con toda la potencia de sus pulmones: “¡A la mierda con todo! He venido aquí a hacer algo y voy a hacerlo. El genio de mi magia triunfará sobre la fealdad de los tiempos que vivimos. Cuando golpee por séptima vez mi tambor, este jardín va a desaparecer”. Algo así, pero con signo y polaridad inversas ocurre en las novelas de Rushdie, en los libros de Salman El Mago: en ellos todo aparece en lugar de desaparecer. Y el escritor –el genio de su escritura– triunfa, siempre, sobre la fealdad de los tiempos.
Y esta tarde en Edimburgo, concluidos los aplausos y las firmas, los escritores regresan al retreat en busca de nuevas dosis de Glenmorangie para seguir hablando sobre Rushdie mientras Rushdie saluda a la amable concurrencia y, como corresponde, ¡presto!, desaparece.
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