Domingo, 16 de octubre de 2005 | Hoy
TELEVISIóN > ROCK STAR: INXS
INXS llenó estadios, hizo delirar a adolescentes y se convirtió en la única banda no estadounidense que logró seis Nº 1 en los charts norteamericanos. Todo gracias al carisma de su difunto líder Michael Hutchence. Ahora, el resto hace papelones buscando reemplazante por televisión.
Por Mariana Enriquez
Lo más espantoso de Rock Star: INXS no es siquiera el formato. Habrá por allí quien rezongue porque supuestamente atenta contra la ética y la mística rockera ejecutar un reality a la American Idol. Pero no es así; una banda de rock tiene derecho –y en cierto sentido es saludable– a ignorar perimidos reclamos de credibilidad y autenticidad. El problema es que los australianos están reemplazando a un frontman excelente (irreemplazable, valga la redundancia), un eslabón perdido entre estrella de rock e ídolo pop como pocas se ha visto; y Michael Hutchence murió en circunstancias muy tristes, más aún porque jamás jugó al artista torturado. Falleció en su habitación de hotel en Sydney en 1997, y todavía se discute si fue suicidio o un juego sexual con asfixia erótica que terminó mal. De cualquier manera, motivo suficiente para que el resto del grupo, por una cuestión de sencillo respeto, pusiera punto final, especialmente si se tiene en cuenta que INXS era INXS casi por responsabilidad exclusiva del pasmoso carisma de Hutchence.
Pero no. Rock Star: INXS comienza con una introducción de material de archivo donde se ven los grandes estadios llenos y se recuerdan los Nº 1 del grupo (la única banda no estadounidense que logró seis Nº 1 en los charts norteamericanos); corte al funeral y luego el resto de la banda diciendo que “perder a Michael fue lo más difícil que tuvimos que superar en la vida”, etc. Y luego: “La mejor manera de preservar el legado de Michael es seguir”. Todo, realmente, apesta a que los INXS lamentan no haber agarrado la plata grande de los años ‘90 y su cinismo es insoportable. Los australianos ofician de jueces para los participantes —hombres y mujeres– que cantan clásicos del rock y viven juntos en una casa que recuerda tanto a la de The Real World como a la de Confianza Ciega. (El programa fue ideado por Mark Burnett, cerebro detrás de Survivor, y se nota.) Todo el tiempo se justifican: argumentan que jamás encontraron otro cantante con quien se sintieran cómodos. Y, ahora bien, ¿por qué sí se sentirían cómodos con el ganador de este concurso? ¿Por qué se siguen llamando INXS –que puede traducirse como “en exceso”– después de la penosa muerte de Hutchence, que falleció atiborrado de drogas? ¿O se les escapa la ironía? ¿O no les importa? Y a los participantes, ¿no les da un poco de impresión?
Hay ejemplos muy dignos en la historia del rock que demuestran lo innecesario de este triste programa. Cuando Ian Curtis se suicidó, Joy Division dejó de existir y nació New Order; cuando Richey Edwards desapareció, Manic Street Preachers siguió adelante como trío, sin buscar reemplazo. Y, cuando se han buscado reemplazos por muerte (el caso de Metallica, por ejemplo) siempre se decidió en la intimidad del grupo.
Ya que aparece el nombre de Metallica, se puede apuntar que un documental apasionante, entre divertido y patético como Some Kind of Monster, donde el grupo cae en la autoparodia sin darse cuenta, al menos tiene un elemento de ingenuidad que hace mucho más interesante ese raro mundo y ese raro estado mental en el que viven las estrellas de rock. Pero ver a los decadentes hermanos Farris anhelando viejas glorias en un reality cínico diciendo que es su forma de “sobreponerse a la tragedia” impacta por el grado de frialdad. Muy penoso es verlos como “coachs” de los participantes: Hutchence no necesitaba indicaciones para hipnotizar sobre el escenario. Michael Hutchence no se merecía este homenaje. Sí, se van a llenar de plata, pero están y parecen desesperados. Y causan mucha, mucha vergüenza.
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