Domingo, 4 de diciembre de 2005 | Hoy
PLáSTICA > EZEIZA ’73 EN UN MURAL DE 30 METROS
Con un despliegue de técnicas variadas que incluyen fotos de archivo, pintura, gigantografías y hasta un derrame de basura heredera de Berni, el rosarino Fabián Marcaccio ha creado en la terraza del Malba un impresionante mural de 30 metros sobre los episodios del 20 de junio de 1973 en Ezeiza.
Por Laura Isola
De la serie de mutaciones que sufrió el acontecimiento del 20 de junio de 1973, la historia ha dado cuenta en versiones más o menos consensuadas. Esa fecha se recuerda sobre todo por el lugar: Ezeiza, ese picnic que se transformó en una masacre; ese regreso de Perón después de 18 años de exilio en un avión que nunca aterrizó; ese encuentro del líder con el pueblo, en la versión más romántica, que exhibió menos el tinte de unión y paz que la feroz escisión del movimiento peronista; esa marca en la lista de los sucesos que marcaron un antes y un después en la historia argentina del siglo XX. Para Fabián Marcaccio, a quien ya podemos inscribirlo en uno más de los devenires de ese hecho, su lectura del evento toma una forma menos convencional que un libro de historia o un artículo periodístico: Ezeiza es un mural y se llama Ezeiza Paintant. Más precisamente el que está en la terraza del Malba y fue realizado in situ, en largas jornadas de trabajo para dejar listo lo que es treinta metros de historia.
La materialidad de la obra realizada por este artista rosarino, nacido en 1963 que reside en Nueva York desde los años ’80, es tan compleja como la historia a la que se refiere. Primero, la extensión del mural, de 30 metros, despliega técnicas variadas que Marcaccio describe como paintant. Un neologismo que indica la pintura en proceso, algo así como pintante, que se va pintando. El fondo de este paintant, entonces, son fotos. Inmensas reconstrucciones de fotos de archivos, gigantescas imágenes armadas para dar la inquietante sensación de estar allí. La operación, entonces, tiene todas estas etapas: la creación del escenario, la toma de fotos, el trabajo de archivo, la preparación de las imágenes y la intervención con distintos materiales. En segundo lugar, es un trabajo que requiere el desplazamiento físico del espectador. Caminar para ver, acercarse y alejarse para entender el abigarrado conjunto de elementos que componen el mural son las actividades, físicas e intelectuales, que se involucran en el asunto. Por último, dejarse interpelar por la multiplicidad de sentidos que la obra ofrece. Mucho tuvieron que caminar ese día. Para llegar entre tantos y luego correr y escapar y salvarse o morir. El mural se cae literalmente al final de sus muchos metros. Ese descenso es materia de debate, sumado a que en esta última parte, un collage, à la Berni, de basura, de chatarra, de descarte, sobrevuela la obra.
Para Marcaccio, todas las interpretaciones son posibles y la que escucha, del otro lado del teléfono cuando logra hacer una pausa en su verba desbordante, le gusta: “Es posible que la caída del mural juegue con la doble inserción entre el arte y la historia. En el primer caso sería la imposibilidad de la representación. La pintura se cae y hay que hacer otra cosa. En el caso de la historia puede ser la traición a las masas, la basura político-industrial”. Pero no se rinde tan fácil y contraataca: “Prefiero hablar de combustión semiótica. ¿Qué otra cosa es el encuentro en el mural de una foto de López Rega con Toque Final, la crema de enjuague que usaba mi prima en Rosario?”
Sí apareció Berni, en la versión que para Marcaccio es “el anti-pop de Berni porque es chatarra y todo lo contrario al gesto pop”, otro de los invitados a su tradición personal es Lucio Fontana. Porque Fontana, con el espacialismo, promovió una total libertad de expresión y cuando en 1949 realiza los primeros Buchi o lienzos agujereados abre una ventana para que otros pasen. Marcaccio se metió en ese agujero y dice: “Quiero que mi trabajo sea el agujero fontaniano en la retórica pictórica argentina”.
Para Marcaccio, Ezeiza es una de las puntas del “nudo epistemológico argentino”: “El otro acontecimiento es Trelew. Si pudiéramos revivir Ezeiza, se podría generar algo así como un proceso de desintoxicación. Quiero producir una conexión emocional entre pintura e historia”. Este proyecto se nutre en el interés que demuestra en esta conexión. Si la experiencia del mural, al modo del muralismo mexicano, ataba el arte con la historia, Marcaccio parece ir en sentido contrario: “Veo el pasado en el presente y no tengo un punto de vista nostálgico sobre este acontecimiento. No intento crear un panfleto ni ponerle mi ideología. Me interesa explicarme Ezeiza a mí mismo y estoy haciendo lo contrario a crear un mural como memoria”. En este punto, en Ezeiza es notable cómo los relatos sobre el hecho histórico son muy disímiles. Para Fabián Marcaccio, éste fue el punto de partida: “Hice una cantidad de entrevistas a gente que estuvo el 20 de junio y lo que aparecía es cómo cada uno tenía un relato distinto sobre los hechos. Además está la explicación confusa sobre por qué sucedió lo que sucedió. Esto, lejos de desorientarme me dio el punto de partida. Había que trabajar con esas versiones, con esos relatos variados y hasta en tensión. También en la forma que le da la pintura ambiental al modo de narrar la historia está contemplado este problema de la multiplicidad de relatos. Es una pintura de acción para un visitante activo”.
“Yo estuve allí”, se escucha entre los espectadores del mural. El mismo que dice, señala con el dedo, más o menos, dónde recuerda que dejó la canasta, que nunca volvió a ver, como a tantas otras cosas y personas, una vez que empezaron las balas. La referencia es el palco, esa mítica elevación donde empezó todo y un hombre con anteojos negros y escopeta en alto infunde un miedo de décadas.
El mural está ubicado en la terraza de Malba (Avda. Figueroa Alcorta 3415) y se podrá visitar hasta mayo de 2006.
De lunes a domingo de 12 a 20, miércoles hasta las 21. Martes cerrado.
Entrada $ 7. Docentes y mayores de 65 $ 3,50.
Estudiantes, jubilados y menores de 12 gratis.
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