Dom 04.12.2005
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MúSICA > KANYE WEST, LA REVOLUCIóN MUSICAL EN UN SOLO HOMBRE

El salvaje West

Soberbio, amenazante, ególatra, caprichoso y desmedido, Kanye West quiere cobrarles las notas a las revistas, tiene una réplica de la Capilla Sixtina en el techo de su casa y advierte a los periodistas que no otorgan a sus discos la máxima puntuación. Pero también tiene un gusto exquisito, una enciclopedia musical descomunal, una habilidad endemoniada en el estudio de grabación y un talento único que lo llevan a ser considerado el hombre que está revolucionando la música negra en este mismo momento. Conózcalo. Y escúchelo.

› Por Mariana Enriquez

En swahili, “Kanye” significa “El Unico”. Desde el bautismo, entonces, Kanye West –aclamado por los críticos como “el salvador del rap”– parece destinado a la alabanza y el egocentrismo. Claro que la arrogancia de Kanye supera incluso los mandatos nominales. Es el nombre más importante de la música negra actual, el hombre clave para comprender el futuro y el pasado del rap, y quizá, como muchos de sus adoradores sostienen, uno de los más lúcidos analistas sociológicos de la negritud en Estados Unidos; todo esto puede afirmarse de forma casi objetiva, pero lo encantador e incómodo es que Kanye no sólo se lo cree a pies juntillas, sino que le parece poco.

Algunos ejemplos de la megalomanía de Kanye: porque se considera a la altura de los Grandes Maestros, tiene una réplica del fresco de Miguel Angel para la Capilla Sixtina en su casa; hace poco, sugirió que las revistas deberían pagarle por las entrevistas, y ni hablar si querían ponerlo en la tapa; cuando perdió el premio al Mejor Artista Nuevo en los American Music Awards de 2004 (lo ganó la cantante country Gretchen Wilson), salió de la sala hecho una furia; y cuando se editó su disco debut, The College Dropout, declaró que aquel crítico que no le pusiera cinco estrellas estaba poniendo en duda su integridad y la de su medio.

Si se tratara de otro artista, los desplantes y las locuras de West resultarían simpáticos, molestos o sencillamente grandes golpes publicitarios, según cómo se lo mire. Pero se trata de West. Y la verdad es que en 2004 fue el mejor artista del año, su primer disco merecía puntajes exaltados y vende tanto (tres millones de discos en la primera semana de su segundo álbum, Late Registration) que les hace un favor a las revistas cuando posa en las portadas. ¿Por qué tanta reverencia? Aquí algunas pistas para entender al nuevo fenómeno, ya no sólo del hip hop, sino de la música popular norteamericana.

La perfecta síntesis

Las contradicciones de Kanye West están a la vista, eso es lo que explota, eso lo hace tan interesante. Además de que es imposible encasillarlo en cualquiera de los moldes del hip-hop disponibles. Sus dos discos, The College Dropout y Late Registration, lanzados en 2004 y 2005 respectivamente, son los más políticos desde aquellos históricos álbumes de Public Enemy (Fear of a Black Planet) o N.W.A. (“Niggers With Attitude”). Pero si aquellos políticos estaban llenos de potencia, furia y amenaza, Kanye prefiere tocar los tópicos del racismo, la explotación, la alienación y los problemas internos de la comunidad negra con un estilo musical muy diferente: rapea con elegancia, introduce constantemente el soul y el gospel, y sus canciones suenan definitivamente pop pero también muy complejas en concepción.

Sin embargo, Kanye no es sólo un rapper politizado: su nuevo simple, “Gold Digger”, abraza la mitología habitual y mainstream del hip hop, de lujo, putas, armas, ropa de diseñador, mansiones, dinero de drogas, ascenso social por las vías propias de la comunidad (la música incluida). Al mismo tiempo que se enoja con el modo de vida y la imagen del hombre negro que llevó a Jay-Z a la tapa de Fortune y convirtió a P. Diddy en diseñador de moda, reconoce que dejó la educación universitaria (y lo celebra) para convertirse en productor; confiesa en “We Don’t Care”: “Te mandan a la escuela/ Cuando todo lo que querés son autos llantas cromadas”. Lejos de la hipocresía, hace un ejercicio de autocrítica no exento de humor.

Y tampoco es un gran productor que fracasa con su trabajo solista –o en todo caso, que no puede reproducir las genialidades pergeñadas para otros en su propia obra. Los discos de Timbaland, Pharrell Williams o el propio P. Diddy son mucho menos interesantes que sus aportes para otros artistas. Kanye es tan elástico como para meter mano en el soul de Alicia Keys (es responsable del delicioso tema “You Don’t Know My Name”) o en el rap más mainstream de Jay-Z, pero luego, cuando lanza sus propias canciones, están a la altura –o son superiores– de sus logros como productor. En ese sentido, es la síntesis ideal: productor genial, intérprete certero, arreglador exquisito, conocedor hasta el detalle de la música negra de todos los tiempos. En The College Dropout incluye un gospel, “I’ll Fly Away” sin manipulación técnica alguna, que podría haber sido grabado en una iglesia. Es decir, utiliza el retro de una forma muy diferente a Outkast, aunque quizá sean los únicos capaces de hacerle sombra en este momento.

Además, están sus letras y las citas musicales, algunas serias, otras irónicas, a veces todo junto. El crítico especializado David Heaton escribía: “En ‘All Falls Down’ critica el consumismo como expresión enraizada en la historia (‘Brillamos porque nos odian/ Ostentamos porque nos degradan/ Estamos tratando de comprar de vuelta nuestros cuarenta acres’) y después reconoce que él también está implicado en el proceso consumista. El himno gospel ‘I’ll Fly Away’ lleva a ‘Spaceship’, un funk de bajo perfil sobre el deseo de escapar del mundo del trabajo con una nave espacial; con la ayuda de GLC y Consequence, Kanye efectivamente relaciona el legado de la esclavitud con la esclavitud corporativa de la actualidad, mientras usa la imagen de la nave para hacer evidente la frecuente línea invisible entre la temática del gospel ‘libéranos de las cargas de este mundo’ y el afro-futurismo de Sun Ra y P-Funk. Si se tienen en cuenta los samplers de Marvin Gaye que la canción usa, uno se encuentra con un rico estudio de temas en la historia de la música negra, así como un himno del hombre de clase obrera. En ‘Jesus Walks’, Kanye proclama su devoción por Jesús tan seriamente como cualquier cantante de himnos devocionales lo haría, mientras describe la forma en que se desvía y vuelve a tomar el camino que percibe como bueno: ‘Quiero hablar con Dios pero me temo que no conversamos hace mucho tiempo’, confiesa, pero después avanza y nos pide unirnos a él en esa conversación, llevar la canción a la radio e introducir lo divino en el diálogo público. Otras dimensiones se agregan a la canción con una presencia intensa y cinemática que abarca todo el drama de escenas climáticas de film de gangsters, y una participación de Curtis Mayfield que convierte a la canción en un objeto de estudio intertextual”.

La dulce venganza

En la cima del mundo, con su nuevo disco, Late Registration, Kanye West se consagró como el hombre del momento. Después de ganar todas las categorías de los Grammy y de declarar, con su arrogancia característica: “Yo no creo eso de que no se puede gustarle a todo el mundo. Lo mío les va a gustar a todos; si a alguien no le gusta mi trabajo es porque no lo entendió”, estuvo más de diez semanas en el número 1 con el simple “Gold Digger” y Barbara Walters lo nombró “la segunda persona más fascinante del año” y lo entrevistó.

Kanye vive una dulce revancha. A pesar de que su ascenso fue meteórico, este hombre nacido en Atlanta y criado en Chicago soportó burlas y hasta lo mandaron callar varias veces desde que comenzó en la escena musical diez años atrás sencillamente porque no tiene reputación callejera. Su origen es muy lejano al ghetto: su madre, profesora de historia, se lo llevó a China cuando era niño; su padre es un ex Pantera Negra hoy trabajador social en Washington. Gracias a él tuvo contacto con las calles, de una forma oblicua. Esta condición de relativo outsider le permite criticar directamente a la comunidad negra, como hace en el excelente tema “Diamonds Are Forever” donde, sobre la dulzura de un coro soul, habla de la explotación de diamantes en Africa, y cómo los ostentosos rappers norteamericanos no dudan en cubrirse de esas piedras preciosas que les cuestan la vida a chicos africanos, igual de negros que ellos. En “Crack Music” cambia de frente, y acusa a Reagan directamente de provocar un genocidio por la introducción del crack en los barrios.

Pero Late Registration también es celebratorio: tiene algo del soul psicodélico de los setenta, el funk futurista y hasta guiños modernos y profanos, como incluir samplers de Ray Charles y del actor Jamie Foxx interpretando a Charles, o al director de cine Michel Gondry tocando la batería. Ambicioso y bombástico, sí, pero le queda perfecto. El descaro de Kanye lo llevó, este año, a provocar un gran escándalo mediático que por un lado fue leído como valentía y por otro como oportunismo –aunque, prestándole atención a su trayectoria, puede tratarse de las dos cosas. Cuando la NBC transmitió en vivo un concierto a beneficio del huracán Katrina, Kanye se salió de guión al lado de un incómodo Myke Myers y dijo: “Odio cómo nos están representando. Cuando se muestra a una familia negra, dicen que están saqueando. Los blancos siempre están buscando comida. Y la ayuda se retrasó cinco días porque se trataba de negros pobres”. La cámara se movió inquieta, pero no pudo evitar que Kanye rematara: “A Bush no le importa la gente negra”.

Poco después, la declaración lo dejó a la izquierda de todo el supuestamente combativo rap gangsta: 50 Cent –el protegido de Eminem, a quien se deja fuera de esta nota porque se trata de un artista y un fenómeno muy distinto al de Kanye– dijo: “No sé de qué hablaba Kanye. El huracán fue enviado por Dios”. West no le contestó. Pero le dijo a Barbara Walters: “Hablé desde el corazón. No retiro lo dicho. Mantengo mi palabra. Y no me importa lo que nadie piense”.

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