HISTORIETA > LOS COMIENZOS DE LINIERS
Después de dos libros (ya agotados) en los que recopila Macanudo, la tira diaria que publica en La Nación, Liniers ha terminado de imponer un estilo de historieta sumamente peculiar, capaz de manejar como pocos las relaciones secretas que mantienen la tontería y la ternura. Y ahora le llega el turno a Bonjour! (Ediciones de la Flor), una recopilación de la disparatada tira con que empezó, en el suplemento No de este diario. En la versión impresa de Radar, se reproduce un lujo para sus devotos seguidores: bosquejos, dibujos e historietas inéditas de aquellos tiempos en los que Liniers dio a conocer por primera vez su extraño universo de conejos y pingüinos.
› Por Santiago Rial Ungaro
Cuando Liniers aparece en algunas de sus tiras de Bonjour!, su último libro, generalmente sus personajes lo maltratan o su editor le plantea lo incomprensibles que son algunos de sus chistes. Y Liniers, el dibujante-personaje, se pone a llorar. “Soy medio llorón, pero ahora casi no lloro. Salvo con las películas”, aclara sobre sí mismo. Claro que Liniers ve películas todos los días. Paradojas de la vida: Liniers, el hombre que llora, edita una tira todos los días en la que hace reír, asombrar, indignar, suspirar y, por qué no, llorar a multitudes. Claro que no siempre editó tiras todos los días. Hubo un momento, en el siglo pasado, en que Liniers era ilustrador de este suplemento. Poco después, Liniers empezó a sorprender con Bonjour!, tira semanal del suplemento No que durante más de tres años se convirtió en una ventana al extraño mundo de Liniers, el hombre que llora y hace reír. Y viceversa. Y quizá sea por esa reversibilidad sentimental que Bonjour! (germen de lo que fue y es hoy Macanudo, que ya lleva editadas dos ediciones que se agotan periódicamente) sigue siendo un fenómeno. Algo pasaba con esas tiras. “El día del atentado a las Torres Gemelas no era muy bueno para hacer un chiste. Dos semanas después amanecía y Afganistán estaba explotando por el aire y no te parecía gracioso. Poco después, cuando terminó su mandato De la Rúa, no era un momento gracioso”, enumera Liniers episodios que conformaron el telón de fondo de Bonjour!, que sin embargo seguía saludando todos los jueves y ofreciendo su estética del capricho.
Un día, por ejemplo, a Liniers se le ocurrió dibujar dos pingüinos. Era un chiste muy tonto, pero lindo y tierno, que terminaba con que uno de los dos pingüinos aparecía con un peinado afro. Si fue extraño para Esteban Pintos (editor del No y autor del prólogo del libro) darle espacio en un diario a un humor tan absurdo, más extraño aún fue recibir un e-mail de un lector que afirmaba que ese chiste “le había cambiado la vida”. En forma sutil, Liniers nos cambió la vida a muchos. ¿Cómo? Haciendo que la ternura, sentimiento universal y liberador, se volviera momentáneamente revolucionaria. “Al principio yo ya tenía claro que si algo es muy tierno y muy tonto a mí me causa muchísima gracia. El chiste del tipo que le dice a la chica que tendría que ser un gusto de helado no tiene ni un ápice de maldad. Lo que me interesaba era la ternura y el grotesco al mismo tiempo. Como el señor que tiene un hombrecito pegado en la cabeza. El está acomplejado y obsesionado con eso, realmente lo vive como una carga, pero todo el mundo lo ve como algo muy lindo e incluso siempre lo felicitan por tenerlo. Siempre busqué ese filo entre la grosería y la ternura.”
Liniers aparecía entonces como alguien capaz de hacer una historieta en la que un señor que sale de una fiesta para tirarse un pedo quedara como algo elegante. Y para eso hace falta un cierta sutileza, una sensibilidad artística. Si se lee y se ve Bonjour! cronológicamente (el libro respeta bastante la cronología original, más allá de algunas omisiones), se puede observar que en esos tres años hubo una evolución de dibujo, una cierta evolución formal. El estilo va de golpe hacia un lado, prueba con algo y después vuelve sobre sus pasos. “Era como tirar ondas para ver qué era gracioso y qué no. Poner los dos brazos del mismo lado me parecía gracioso en un momento, pero no duró mucho: si era repetitivo era aburrido. O el señor de McDonald’s, que podría haberse convertido en un personaje, pero al final no duró.” Lo cierto es que en esos tres años de tiras que terminaron por convertirse en este libro (el tercero de Liniers) hay ideas para tirar al techo. Y una atención especial al aspecto plástico de su trabajo. Claro que todas estas son palabras y los chistes son los chistes. Inteligentes y tontos, pero con el humor a flor de piel. Desde su saludo en francés, el (buen) humor de Liniers también se fue desarrollando a partir de su peculiar estética, una verdadera estética del capricho capaz de nutrirse de Monty Python, del surrealismo, de Robert Crumb, del humor de sus contemporáneos de ¡Suéltenme! y a la vez conocedora de la historia del arte. Pero, más allá de la cita culta, Liniers (que verdaderamente es un tipo culto) no se considera un gran dibujante: “Saber dibujar es lo que hace Carlos Nine. Yo puedo saber copiar un dibujo de un afiche, pero eso es algo que sabe hacer cualquiera. Lo que me gusta es ver cómo se mezclan las distintas estéticas”. Esa autoconciencia como historietista justamente le da a Liniers cierto plus: su conocimiento de la historia de la historieta y su pasión por el género hacen que sus historietas terminen siendo otra cosa. “Siempre me interesó la historieta como género, esa posibilidad de ser un pequeño dios con una libertad total para imponer y transgredir sus propias reglas y hasta castigar a sus propios personajes. La verdad es que siempre fui un gran consumidor de historietas, sobre todo de las históricas. Soy muy voraz y siempre se te queda pegado algo de todo eso que consumiste. Por ejemplo, hay un libro de Gary Larson (el autor de The Far Side) en el que se ven los bocetos y los dibujos originales; y ahí aprendí muchísimo, viendo cómo apenas cambiándole la expresión a una cara puede cambiar todo un chiste. Quizá fue por ese libro que me interesó que aparecieran los bocetos, porque hay dibujos originales que conservan cierta frescura”.
Otra de las peculiaridades del estilo Liniers son las autorreferencias, que lo llevan a experimentar con los límites del formato de la historieta. “Creo que eso viene más de Monty Python. Me acuerdo de que había un programa que era muy consciente de que era un programa. Entonces capaz que no les salía un guión y los actores se iban con el guión a la casa del escritor. Eso me gusta mucho y de hecho aún hoy lo sigo haciendo.” También se puede percibir en estas tiras el momento en que los pingüinos (esos humoristas de la naturaleza) van apareciendo en el horizonte de Bonjour! Poco antes, Liniers había elegido como personajes para sus tiras a los conejos. “Los conejos son como yo: no hablan, son tontos y lindos”, dice el autor de Bonjour!, que usa y abusa de las palabras “tonto” y “lindo”, cuyas secretas relaciones maneja como nadie. “Al principio me di cuenta de que me gustaba dibujar conejos, no sé si fue porque me gustaba Mauss, pero la verdad es que me parecían graciosos. Hay un parte de Los Caballeros de la Mesa Cuadrada de Monty Python en que ellos están esperando que salga un monstruo de una cueva y de repente termina saliendo un conejito muy lindo y muy chiquito que al final los termina matando a todos. Hasta que descubrí a los pingüinos. Ahora, cuando me dibujo a mí mismo, me dibujo como conejo, como para que no parezca que me tomo demasiado en serio. Pero los pingüinos tienen gracia y elegancia, y por otro lado es un bicho muy sudaca a nivel geográfico. Me gusta esa cosa de blanco y negro que tienen a lo Mickey Mouse.” Ahí reside otro de los secretos que distinguen a Liniers: hacer uno de esos dibujitos llenos de pingüinitos lleva 10 veces más trabajo que hacer un par de garabatos simpáticos, que es lo más común dentro del género. Liniers está todo el día “haciendo dibujitos”. Y hay que estar 8 horas haciendo dibujitos sin volverse loco. De hecho, el paso del formato semanal al formato diario le resultó un alivio: “La verdad es que me sentí mucho más cómodo cuando tuve que trabajar más. Me acuerdo de que el segundo chiste que puse fue un chiste muy malo, que es algo que a mí me encanta hacer. Pero me ponía paranoico, porque si volvía a poner un chiste bueno al otro número habían pasado 15 días entre un chiste bueno y el otro. No podía experimentar tanto con la estupidez. Y tampoco podía experimentar con los personajes. Por ejemplo, cuando hice la tira en la que los personajes me perseguían. Ahí estuve un mes haciendo algo que debería haber estado haciendo 4 días nada más. Y al final me aburría, me parecía mala la idea y quería cambiarlo. Macanudo creo que fue una evolución, pero también es cierto que en Bonjour! tenía una libertad hacia el exceso que ahora no tengo, por una simple cuestión editorial. Y también había otra cosa que es que el lector del suplemento No era un lector muy acotado, yo podía llegar a compartir un montón de códigos. En cambio, el lector de una tira diaria puede ser de un chico chiquito a un señor grande. Hay más posibilidades de ofender a alguien o de que alguien se sienta ofendido”. Y si en algún momento Liniers aprovechó el dato de que había alguien que lo odiaba para convertirlo en personaje, lo cierto es que cada vez lo odia más gente. “Capaz que alguien escucha a Landriscina haciendo un chiste malo y no le da bola. Simplemente piensa: qué chiste malo. Pero cuando alguien no entiende tu sentido del humor de repente se enoja, se indigna. Creo que en su momento le debe haber pasado lo mismo a Alfredo Casero, que había mucha gente que no lo entendía.”
Claro que el que no arriesga, no gana. “Yo quería que la gente dijera: ‘Esto yo no lo vi nunca en un diario’. Por ejemplo, yo nunca vi que hubiera historietas en las que aparecieran personajes homosexuales. Pero lo que me pareció interesante fue poner en la tira personajes que fueran homosexuales, pero que el chiste no tuviera que ver con que eran homosexuales, que el chiste fuese otro. Cualquier cosa que yo no hubiera visto antes, la hacía. Yo quería que la tira se destacase, que tuviera un estética nueva.” Y vaya si lo has logrado, muchacho.
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