Domingo, 29 de enero de 2006 | Hoy
POLéMICAS > LA NUEVA PLAZA JUNTO AL TEATRO COLóN
Un año después de la inauguración del Teatro Colón en 1908, El gran paisajista Carlos Thays inauguró una plaza en el acceso lateral sobre el Pasaje Toscanini. Pero una desafortunada decisión municipal la demolió en la década del ’30. Ahora finalmente, en vísperas del centenario del Colón, se ha organizado un concurso para recuperar esa plaza convertida en estacionamiento. Sin embargo, el proyecto ganador ha desatado una feroz polémica entre los descendientes de Thays, que defienden una réplica de lo perdido y quienes aspiran a construir algo nuevo, funcional a la ciudad actual.
Por Gustavo Nielsen
El Teatro Colón es un edificio proyectado por el ingeniero Tamburini en 1897, siguiendo los lineamientos academicistas de la Opera de Garnier, en París. Tamburini lo empezó a construir, lo continuó Meano y lo terminó el arquitecto Dormal. Tardaron once años de indecisiones, burocracia y demoliciones parciales para poder llegar a su inauguración el 25 de mayo de 1908. Costó, pero hoy es uno de los edificios representativos de la arquitectura ecléctica de fines del siglo XIX, de un valor patrimonial indiscutible.
Sobre la fachada norte hay un pasaje peatonal y una plaza, desde donde el público accede a las localidades de cazuela y tertulia. El Pasaje Toscanini y la plaza del Vaticano. Entre los dos no llegan a cubrir media manzana.
Hoy vamos a hablar de esta plaza, y de los absurdos que se cometen a veces en nombre de la recuperación del patrimonio.
El teatro se inauguró con la ópera Aída, de Giuseppe Verdi, y sin que la plaza estuviera construida. La plaza vio la luz al año siguiente, en 1909, de la mano del ingeniero paisajista Carlos Thays (autor, entre otras cosas, del Jardín Botánico de Buenos Aires). El diseño de Thays estaba organizado a partir de un parterre trapezoidal central y dos laterales de forma triangular. La geometría de estos canteros no era aleatoria: obedecía a organizar la circulación de los carruajes de la época hacia el pasaje cubierto del Colón, adonde se producía el descenso de los pasajeros y el acceso directo a las localidades “baignoire” o palcos de viudos.
El proyecto original de la plaza también contenía una escultura de Martín Noel, más balaústres, faroles, bancos y palmeras.
Lamentablemente, la plaza de Thays fue demolida en 1937 por la municipalidad para poder construir un taller de escenografía subterráneo. Esos talleres ventilan a un patio inglés de diez metros de profundidad con una salida de emergencia.
En la década del ’70 el arquitecto Mario Roberto Alvarez amplía los talleres del subsuelo, pasando por debajo de la calle Cerrito y ventilando con otro patio de aire y luz en una de las islas de la avenida 9 de Julio. El sello de Alvarez está puesto en los núcleos sanitarios, que son idénticos a los del Teatro General San Martín. La plaza del Vaticano queda convertida en estacionamiento.
De esa década también es el proyecto futurista del arquitecto Amancio Williams para recuperarla como espacio público. El diseño de Williams era el de una plaza monumento para homenajear a los bailarines muertos en un accidente aéreo en 1971. Llevaba un sofisticado equipo de rayos láser que fabricaba un haz potente y rojo. La luz se encendía cuando había función y se apagaba cuando el telón bajaba. Nada de esto se hizo, y el terreno aún sigue vacío.
En 1987, la ordenanza municipal N° 42.469 plantea la puesta en valor de la plaza del Vaticano. Mediante un convenio entre el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la Sociedad Central de Arquitectos, en el 2001 se llama a concurso nacional a una sola prueba para toda la matrícula. Las bases se ajustan al Reglamento de Concursos de la Federación Argentina de Entidades de Arquitectos.
La idea es llegar a los cien años del Teatro Colón, en el 2008, con un festejo a toda máquina.
El objeto del llamado fue:
“Poner en valor y enmarcar la calidad arquitectónica y urbana del área. Potenciar su uso público efectivo como un espacio cultural a cielo abierto en el que trasciendan a la ciudad las actividades del teatro. Vincular el impacto positivo de esa recuperación al área inmediata, extendiendo la intervención hacia las veredas que envuelven al Teatro Colón y la calzada de la calle Viamonte.”
Fueron asesores los arquitectos Alvaro Arrese por la Secretaría de Cultura y Aída Daitch por la SCA. El jurado fueron los arquitectos Silvia Fajde por el gobierno de la Ciudad, Marcelo Vila y Alberto Varas por la SCA y el señor Sergio Renán por el Teatro Colón.
Se presentaron 103 trabajos.
El proyecto ganador pertenece a los arquitectos Matías Gigli y Rodolfo Nieves. Consiste en una plaza seca de uso peatonal que va desde Cerrito hasta Libertad e incluye Viamonte, que será de tránsito vehicular limitado. La idea es extender las actividades del teatro. El tamaño del escenario diseñado por la dupla Gigli-Nieves es idéntico al de la sala principal, con piso de adoquines de madera. Posee unos bancos móviles repartidos en toda su superficie y dos torres metálicas esculturales para sostén de equipos.
El jurado dijo que “el trabajo logra con soltura una propuesta integral, el tratamiento del plano soporte, las preexistencias emergentes sobre el mismo y la resolución a las demandas de iluminación, sonorización y comunicación que requieren las nuevas actividades a desarrollarse”.
Pueden verse fotos de la maqueta ganadora en las ilustraciones de estas páginas. Lo que se dice un verdadero proyecto contemporáneo, en uno de los premios mejor otorgados de los últimos años.
La primera carta llegó el 7 de octubre del año pasado al correo de lectores de La Nación. Dice:
“Hoy se debe construir la plazoleta tal como había sido concebida por Thays en total acuerdo con Dormal (...) Existen los elementos originales necesarios: planos, fotos, jarrones, el grupo escultórico”.
Firman esta carta la doctora Sonia Berjman, vicepresidenta del Comité Científico Internacional Jardines Hist, el arquitecto Jorge Bayá Casal (socio del estudio Thays) y el ingeniero Carlos Thays IV.
La segunda carta es del 18 de noviembre, y la firma solamente la doctora Berjman. Dice:
“Si una obra de arte, como lo fue esta plaza (la de Thays) surgida en unión íntima con el Teatro Colón, ha sido destruida en los años ’30, ello no justifica hacer una nueva y contextualizar descontextualizando, sino todo lo contrario: se debe recuperar un patrimonio que existió y que fue perdido por funcionarios municipales equivocados (...) Los concursos no son vinculantes”.
La respuesta de la SCA la hacen los arquitectos Daniel Silberfaden y Luis María Albornoz, también en La Nación, y reivindica los concursos de arquitectura como la única herramienta válida, democrática y transparente para decidir sobre el futuro de los espacios públicos.
“Los concursos tienen carácter vinculante. (...) En este contexto apoyamos las acciones tendientes a la realización del proyecto ganador (el de Gigli-Nieves).”
El proyecto de Carlos Thays ya no es concretable por varias razones técnicas y éticas. Primero, las técnicas. El predio actual no coincide con el predio que tuvo Thays para diseñar: al actual le faltan pedazos. Algo así como una cuarta parte. Si quisiéramos hacer historicismo, deberíamos readaptar lo que dibujó Don Carlos. Además, habría que inventarle algún tipo de balcón para cerrar los bordes del profundo patio de aire y luz calado en el año ’38. ¿El diseño de esa parecita debería ser moderno, o antiguo? Tendríamos que despertar de la tumba a Thays para preguntarle. Una última razón técnica: el suelo de hoy ya no es absorbente. Abajo no hay tierra, sino losas de hormigón armado. ¿Cómo plantar una palmera en el aire de un sótano?
Las razones éticas nos remiten a los cambios de la sociedad. La plaza de Thays estaba formulada para una Buenos Aires con cientos de personas y abundante en espacios públicos. En la ciudad de hoy los espacios públicos merman, y la cantidad de personas se ha multiplicado por miles. Ya no se precisa un espacio de parterres ahí, sino una plaza seca. El objetivo de la nueva utilidad es doble: que en los días de semana lo utilicen los oficinistas para almorzar, y toda la ciudad los fines de semana, para ver y escuchar a la Orquesta Sinfónica al aire libre, gratis. Esa es la apuesta.
La sociedad ha cambiado y hay que responderle. Ya no hay más carruajes. Ya no hay más parterres en lugares adonde se habrá de pisar. La de Thays era una solución paisajística adecuada a una época que fue.
Cuando una obra histórica se destruyó completamente y no existe más, rehacerla no es hacer patrimonio, es hacer una réplica. Una maqueta de época a tamaño real. Que yo sepa, eso se hace solamente en el cine, cuando queremos filmar alguna escena del pasado. Y se llama escenografía. Y no tiene ningún valor patrimonial: fue hecha por manos nuevas y cabezas nuevas. Las que hicieron el original ya no están entre nosotros.
El Icomos (International Council on Monuments and Sites) nunca habla de reconstruir algo que no existe en un ciento por ciento: ningún preservacionista serio haría eso. El ejemplo lo fundó aquí el arquitecto Peña para San Telmo: no se tira ninguna fachada, pero si la fachada ya no está, no se la reconstruye mediante planos o fotos para que quede igual que antes. La arquitectura contemporánea debe ser actual.
Un cuadro de Picasso vuelto a pintar hoy ya no será un Picasso, sino una copia. Mejor o peor, pero copia. Algo falso, destinado solamente al engaño. Lo que pretenden hacer los Thays IV –que marcan su descendencia con números romanos, como los faraones– no es lo mismo que haría el genio original de Carlos Thays. Y, por más que se esforzaran, no podrían reproducir aquellos planos magistrales de 1909, porque el terreno ya no coincide con el de los dibujos del maestro. Sería como representar el Picasso de 80 x 90 centímetros sobre un bastidor de 50 x 70 centímetros. Ya ni siquiera sería una réplica historicista del cuadro, sino la copia de un fragmento o una mera reducción. En tal caso, la única decisión sería: ¿lo achicamos de escala con la fotocopiadora o le quitamos una parte?
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