Dom 29.01.2006
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MúSICA > CLAP YOUR HANDS SAY YEAH

Los parecidos de siempre

“Te pareces a David Bowie / Pero no tienes nada nuevo que mostrarme / Enciende otro fuego y míralo apagarse lentamente”, cantan Clap Your Hands Say Yeah en su muy celebrado –y denostado– debut. Y saben de lo que cantan; porque este quinteto de Brooklyn parece haber hecho del verbo parecerse todo un credo para así poner una vez más en evidencia que, a la hora del pop, nada se pierde y todo se transforma. Cada vez más rápido.

› Por Rodrigo Fresán

Vivimos –Andy Warhol, mesías y al mismo tiempo predicador del asunto, lo supo antes que nadie– a la velocidad del pop. En el presente todos son famosos por quince minutos o, tal vez, por siete minutos y medio, o dos minutos, y continúa la cuenta regresiva. Y esto –el círculo y la centrifugación de la moda que enseguida destiñe y encoge– es todavía más evidente a la hora del rock. Tu banda favorita de ayer es tu banda más odiada de hoy y cada generación de oyentes (surge una nueva cada doce meses, con el parto doloroso de las listas de best of a fin de año) reclaman sus propios y nuevos Beatles y Bob Dylan y, ya que estamos, Talking Heads. Lo que nos lleva al primero y, ya, tan alabado y detestado álbum de una banda llamada Clap Your Hands Say Yeah.

UNO Y están aquellos a los que el nombre del grupo les parece absurdo (a mí me gusta; y funciona muy bien para bautizar una música francamente saltarina y alegre hasta en las canciones más tristes). Y están aquellos que experimentan orgasmos o náuseas al oír la voz cantante de Alec Ounsworth (indistintamente criticado o celebrado por ser “el mejor cantante desde David Byrne” o “el más dedicado plagiario de David Byrne tanto en letras como cuando ulula espasmódicamente”). Y están los que se ponen enciclopédicos –el estigma o la bendición de parecerse a todo o a nada– y dictaminan que aquí hay algo de The Modern Lovers y de The Cure y de The Feelies y de Violent Femmes y de The Magnetic Fields y de The Flaming Lips y hasta una pizca del primer Dylan eléctrico y de la Velvet Underground más festiva pero, sobre todo, de los Talking Heads 76/77 de las primeras noches modelo CBGB. Y los que hilan y enhebran más fino diagnostican que el único motivo y razón para la existencia de los eufóricos Clap Your Hands (recientemente bendecidos por la revista Rolling Stone como la “Hot New Band 2005”) es convertirse en los rivales históricos de los sombríos y muy de moda y triunfadores en todas las encuestas y comentados aquí mismo en su momento, conocidos como The Arcade Fire. Y la historia continúa; porque el rock siempre funcionó en buena parte gracias a la energía proporcionada por todos esos Montescos y Capuletos aplaudiendo y diciendo yeah ahí abajo, a los pies del escenario. Y hay que decirlo: entre los oyentes live de Clap Your Hands Say Yeah últimamente fueron avistados un tal David Byrne y un tal David Bowie.

DOS Y Clap Your Hands Say Yeah (Made in Brooklyn, conformados por el ya mencionado compositor de casi todo Alec Ounsworth más Lee Sargent, Robbie Guertin, Tyler Sargent y Sean Greenlagh) y Clap Your Hands Say Yeah (CD de portada amarilla) es una de esas bandas y uno de esos compacts que, de entrada, no puede sino ser causa de alegría aunque sea una alegría rara. Porque, de acuerdo, Clap Your Hands Say Yeah y Clap Your Hands Say Yeah se parecen mucho (afortunadamente, el bajista no es mujer) y suenan muy parecido a Talking Heads. Y, claro, la cuestión aquí es si –en términos rockeros, en un territorio donde, desde que los Beatles decidieron que el credo pasaría por la mutación veloz y permanente– es bueno parecerse tanto a algo con canciones tan buenas como “Is This Love?”, “Over and Over Again (Lost and Found)”, “Details of the War”, la magnífica “The Skin of My Yellow Country Teeth” (con ese verso que dice “Tú, tú te asemejas un poco al café pero tú, tú tienes un poco de sabor a mí”) y “Heavy Metal”. Aquí y ahora, con Clap Your Hands justo en los bordes del estrellato o de estrellarse, todo resulta encantador y gracioso como ese anuncio carnavalesco y circense –“Clap Your Hands!”, track 1– que invita a pasar y sumarse a la talentosa payasada. Y todo parece indicar que la invitación funcionó y comenzaron a aplaudir los blogs y chats y sites de Internet (en especial el muy influyente Pitchfork) y muy pronto ese humilde disquito que ellos mismos vendían en recitales o por correo desde el pasado mes de junio (llegaron a despachar 40.000 copias) fue rápidamente capturado por una major-indie inglesa (Wichita, la misma de Bloc Party) y el impacto rebotó sobre Estados Unidos donde ahora mismo agotan entradas y Alec Ounsworth comenta, un tanto desconcertado, que “está claro que vivimos en un mundo pequeño. Un mundo que es más y más pequeño con cada día que pasa”.

TRES Y otra vez: la línea que separa al sabor de la semana del disco del año es muy fina. “Para Navidad, quiero que Santa Claus impida que esta banda siga haciendo música”, dijo alguien. “Genio puro”, interviene aquél. “Parece que ahora es cool odiarlos”, apuntó otro. “¿Por qué no limitarse a disfrutar de música alegre y bien hecha sin detenerse a pensar de dónde vienen o adónde van?”, rogó el de allá. Y, sí, hay mucha discusión sobre su genio o su idiotez savant; pero el mejor comentario tal vez sea el que leí en una revista under española: “Criticar a Clap Your Hands Say Yeah por sus influencias es como empezar a encontrarle defectos a esa chica que te gusta mucho para intentar, en vano, no volverte loco por ella. Así que, como en la vida, lo mejor que se puede hacer es dejarse llevar por las cosas del corazón”.

Igual que ellos, quienes, cuando en una reciente entrevista les preguntaron cuál fue el último disco que corrieron a comprar el mismo día que salía a la venta, respondieron: “La respuesta es demasiado vergonzosa e incriminante”.

En febrero vienen a España y tal vez haya algo que agregar a todo esto. O no. Tal vez, para entonces, los aparecidos de ayer y los parecidos de hoy ya serán los desaparecidos de un casi inmediato mañana. Mientras tanto, disfrutar de la canción que cierra el álbum, esa diatriba antibelicista titulada “Upon this Tidal Wave of Young Blood” donde, respaldado por una banda a toda marcha, marcial e indisciplinado, Ounsworth aúlla alternativamente “¡Sangre joven! ¡Sangre joven!” y “¡Estrellas infantiles! ¡Infantiles!” y clama “¡América, por favor ayúdalos!”, rogando el pronto retorno de los niños soldados. Y tal vez, seguro, eso sea lo que más importa, lo único importante. Y no está mal pensar –o desear– que en esto todos piensan parecido, todos piensan igual, todos suenan así.

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