CINE > SHARON STONE Y BAJOS INSTINTOS 2
Por sobre todo, Sharon Stone es una sobreviviente: años de castings, dos matrimonios, un cáncer, un derrame cerebral y decenas de papelitos y papelones en pantalla lo atestiguan. Pero esta semana los cines argentinos ofrecen la oportunidad de verla resucitar por partida doble: mientras brilla con esa ternura gélida en Broken Flowers de Jim Jarmusch, el regreso del papel que la hizo famosa en el bochornoso Bajos instintos 2 bien puede esconder una transformación inesperada que haga honor a su celebrada inteligencia.
› Por Rodrigo Fresán
Las calles de Barcelona –y, supongo, las de toda Europa, las del mundo entero y las del universo y más allá– amanecieron, de golpe, de un día para otro, cubiertas por carteles publicitarios de Dior donde se lee “Capture Totale: Más bella hoy que a los 20 años” y donde sonríe ella.
Los canales de televisión de por aquí vuelven a emitir aquella película con el slogan de “La primera vez nunca se olvida” donde, recuerden, ella se cruzó y se descruzó de piernas para convertirse en una estrella.
Y ella –en carne y hueso y sangre– llegó hace unos días a España para promocionar uno de los retornos más esperados de los últimos tiempos.
O, por lo menos, el retorno más esperado por ella misma.
Hablamos de y volvemos a ver a Ca- therine Tramell.
O lo que es lo mismo y la misma: a Sharon Stone.
O mejor dicho: Bajos instintos 2.
Y entonces, hace 14 años, poco y nada sabíamos de ella. Los muy obsesivos, cuando saltó a la fama con las piernas abiertas, recordaron que se la veía por menos de un minuto en su debut en Stardust Memories de Woody Allen, en Las minas del rey Salomón con logrado look de chica pin-up (y, de paso, novia por la que Indiana Jones hubiera dejado todo) y, especialmente, en aquella pelea doméstico-futurista con Arnold Schwarzenegger en El vengador del futuro. Pero lo cierto es que para el momento en que Sharon Stone (Pennsylvania, 1958) se convirtió en la mujer más deseada del planeta, la chica ya no tan chica de por entonces 34 años llevaba más de una década de papelitos y papelones y roles de reparto en series de tv.
El personaje de Catherine Tramell cambió todo eso y Stone supo que así sería apenas leyó el guión. Y poco y nada importa que –vista hoy– Bajos instintos sea una película tan mala. Lo que importa es que Stone estaba y sigue estando formidable allí y muy pero muy por encima de las tan torpes como graciosas fantasías libidinosas del director Paul Verhoeven y su guionista Joe Eszterhas y, por extensión, del por entonces muy promocionado “adicto al sexo” Michael Douglas. En Bajos instintos, Stone es todo lo que alguna vez quiso ser y jamás será en una pantalla esa chica rica con tristeza y actriz risible que es Madonna. Después, ya se sabe lo que ocurrió: Douglas acabó casado y cazado por Catherine Zeta-Jones (quien siempre me pareció mucho más peligrosa que Catherine Tramell), Verhoeven & Eszterhas (quien le dedicó más de una escabrosa página a Stone en una novela autobiográfica) enloquecieron aún más en la demencial pero hilarante Showgirls. Y Stone filmó más películas malas donde se pretendía explotar su filón fatal –las pésimas Sliver y Diabolique–, cometió errores de alto calibre –pretender ser Gena Rowlands en la innecesaria remake de Gloria– y tuvo algún acierto como el western The Quick and the Dead (Rápida y furiosa), su laureada interpretación en Casino y, muy recientemente, el breve pero sustancioso segmento que le toca junto a Bill Murray en Broken Flowers de Jim Jarmusch.
Así, la carrera espasmódica de Stone puede leerse como las dificultades por las que pasa toda actriz hermosa y rubia que, además, es muy inteligente. Es bien sabido que Stone tiene un altísimo coeficiente intelectual de 156 y no es casual que, en su New Biographical Dictionary of Film, David Thomson se permita un guiño tan inteligente como ominoso. Si se busca en él la entrada correspondiente a Sharon Stone, lo que encontramos es lo siguiente: “Ver Frances Farmer”. Y yendo al párrafo correspondiente a esa otra rubia inteligente enloquecida por un sistema que nunca la comprendió (y biografiada por Jessica Lange, otra turbulenta de cabellos amarillos), Thomson advierte sobre “el peligro de querer ser una rubia hermosa en las películas”.
Aunque una cosa está clara: Sharon Stone –quien sobrevivió a años de pruebas de casting, a un cáncer y a un derrame cerebral, a dos matrimonios y a una demanda por no devolver las joyas que no le habían regalado sino prestado para una entrega de Oscars– es mucho más inteligente que Frances Farmer. Para decirlo en las palabras de Catherine Tramell: “Tengo cerebro, vagina y actitud. Una combinación mortal”.
De ahí, tal vez, que Sharon Stone haya protegido a su personaje con uñas y dientes durante todo este tiempo sabiendo que en él estaba la clave de una segunda oportunidad, y de un más que interesante cachet.
Así, a lo largo de los años, abundaron rumores y leyendas urbanas y marchas y contramarchas. Primero (enseguida) se pensó en un retorno del equipo de la exitosa primera parte recaudadora de 400.000.000 de dólares: Verhoeven & Eszterhas & Stone & Douglas. Después se dijo que tras la cámara estaría John “Duro de Matar” McTiernan. En algún momento se aseguró que David Cronenberg (lo que hubiera sido más que interesante) se haría cargo del proyecto. Los candidatos para el protagónico masculino fueron —en diferentes instancias del coito interruptus– Benjamin Pratt, Bruce Greenwood, Vincent Perez y Kurt Russell. Y, claro, se escribieron demasiados guiones rechazados por la actriz que, de tanto en tanto, florecían en Internet. En el 2000 Stone demandó a los productores Andy Vajna y Mario Kassar, quienes no querían cumplir un preacuerdo firmado con la actriz en el que se estipulaba que ella y sólo ella podía ser la escritora bisexual y quizás asesina. Por fin, en el 2004, las piezas encajaron de algún modo y se inició el rodaje.
Ahora bien: ¿se merece Catherine Tramell el celo con que la ha protegido y preservado Stone durante más de una década y media? ¿Es Catherine Tramell un rol a la altura del de Lady Macbeth? ¿Se la puede entender y admirar como si se tratara de un Tom Ripley con tetas? La respuesta –luego de ver Bajos instintos 2– es no, no y no.
Y se sabe que si hay dos gremios a los que el cine –no por malicia sino por incapacidad– suele faltarles el respeto son el de los escritores y el de los psicoanalistas. En Bajos instintos 2 –la comedia involuntaria más desopilante desde aquel delirio sobre buzos de la marina con Robert DeNiro y Cuba Gooding Jr.– hay una seductora y peligrosa escritora de thrillers (Sharon Stone como la ya mencionada Catherine Tramell, con quien los hombres se siguen acostando como si no supieran que, después de pasar por su cama, resulta difícil volver a levantarse y levantarla) y el inepto doctor Michael Glass (el inexpresivo David Morrisey, una especie de Liam Neeson de segunda fila, reemplazando a la opción ideal, Pierce Brosnan, quien se retiró del proyecto argumentando “elementos de mal gusto” en la trama) y, por supuesto, mucho diálogo sobre Lacan y Nietzsche y la adicción al riesgo y las pulsiones criminales y el modo en que la ficción se nutre de la realidad. Y sexo blando petendidamente duro. Y una Londres muy fashion en lugar de aquella San Francisco o de la Nueva York donde, se suponía, debía transcurrir este mamarracho: abundan las boites de última generación y –atención– ¡Glass tiene su consultorio en el “Pepino” diseñado por Norman Foster! Y Stone con voz de gata peligrosa y modelitos apretados y desnudeces varias, incluyendo lo que parece un fugaz full frontal de la rubia que, a la hora del DVD, hará las delicias de los adictos al cuadro-por-cuadro. Y lo más grave de todo, pero cabía esperar: el guión de Bajos instintos 2 –firmado por Leora Barish y Henry Bean– es tramposo, desafía toda lógica y hace parecer al del ya de por sí en su momento imperfecto de la primera Bajos instintos como una obra maestra de implacable ingeniería policial. Si éste es el mejor libreto de los que le ofrecieron a Stone, sólo queda temblar imaginando lo que serían los malos.
Lo triste de Bajos instintos 2 no es que sea una mala película. Sólo los muy inocentes imaginaban que sería otra cosa. Lo triste –más allá de los 70.000.000 de dólares de presupuesto– es que sea tan pobre y desganada y que su único atractivo –más allá de lo que ofrece Stone de taquito y taco alto– sea la presencia de Paul “Naked” Thewlis (alguna vez la gran esperanza del actorado británico) como el cuestionable inspector de policía Roy Washburn y la casi sonámbula actuación de Charlotte Rampling como otra psicoanalista que no se entera de nada y otro actor cuyo nombre no conozco, pero que también hace de psicoanalista y tiene el acento y el corte de pelo más extraños de la historia y yo me pregunto quién se arriesgaría a confiarle intimidades a semejante mostrenco.
La dirección de Michael Caton-Jones –director de las correctas Scandal, Memphis Belle y Vida de este chico– es puro piloto automático y masturbación desganada. Y él mismo se ha encargado de confesarlo sin resistencia en entrevistas en las que por estos días afirma cosas como “¿Qué razones me movieron a dirigir Bajos instintos 2? Bueno, tengo que pagar mi casa y mantener a mi esposa y a mis hijos. Es decir: lo hice por dinero”.
Bajos instintos, que le dicen.
Lo que nos lleva de regreso al principio: a ella, a esta mujer. David Thomson dixit: “Stone se ha dado el lujo de ser peligrosa en la pantalla y es una de las mejores entrevistadas que jamás ha tenido Holly- wood. Hablar con ingenio, con fuerza y con gracia en los reportajes no significa necesariamente que seas inteligente, pero sí que te convierte en alguien que puede ser una amenaza para sí mismo. Esto no quiere decir que Stone sea una víctima, pero sí que demoró lo suyo en triunfar. Fue reina regional de belleza, modelo, actriz en películas espantosas y, posiblemente, varias cosas que están más allá de incluso su propio candor”.
Y no sé si Stone es hoy más bella que a los veinte años, pero sí que luce mucho mejor y experimentada que Angelina Jolie o Charlize Theron o Halle Berry o cualquiera de esas jovenzuelas inexpertas. Stone es, hoy por hoy, una Mrs. Robinson sin escrúpulos. Alguien consciente de que el tiempo pasa y que mejor sacar provecho mientras aproveche. Alguien que sabe lo que quiere y que lo quiere ya y que hasta –en ruedas de prensa– se permite recordar sin ira, pero con sonrisa torcida cómo y cuándo fue su Big Bang y su respectivo agujero negro: “Jamás pensé que esa escena del cruce de piernas se utilizaría. Dicho esto, entiendo que yo, como artista –lo que Paul es sin lugar a dudas– lo hubiera utilizado. Peleé hasta el último segundo con él por este tema, porque creía sinceramente que estaba actuando de forma avasalladora conmigo. Pero ahora, visto desde la distancia, me encanta que incluyera esa toma porque, como digo, yo hubiera hecho lo mismo en su lugar. Tal vez me hubiera gustado que me tratara de mejor manera, porque sus modales no fueron los mejores, pero la escena era interesante y reveladora y ahí está y ahí quedó. Bajos instintos fue la película que me puso en el sitio en el que estoy ahora. Y la energía de esa película tiene mucho magnetismo. Atrae muchas cosas hacia ti. Y no todas son buenas. Es una fuerza que mueve de todo. Cosas positivas y negativas. Y ésa ha sido mi vida desde entonces”.
Lo único que desentona en semejante discurso y en tal carrera es que Stone se haya prestado a aparecer en esta continuación de Bajos instintos. ¿Habrá sido que se dijo ahora o nunca, que el tiempo no espera por nadie y que quizás se aproximaba la hora en que ya no podría sostener el mito o el cuerpo? ¿Toma el dinero y córrete corriendo? O tal vez sus maquiavélicas intenciones sean otras y tengan que ver con su definitivo lanzamiento como lo que, seguro, mejor sabe hacer: comedia. Quizás Bajos instintos 2 sea una gran comedia –ríanse conmigo y no de mí– y el principio de una explotación absurda de la franchise en plan Scary Movie. De ser así, aquí va una idea: Bajos instintos 3 comienza con un flashback en el que Catherine Tramell tiene veinte años y acude al consultorio de su primer psicoanalista, que no es otro que Hannibal Lecter. Tienen un affaire, Tramell queda embarazada (ya saben lo que pasa con Lecter) y sus padres dan a su bebé en adopción. Años más tarde Tramell la encuentra convertida en toda una señorita con ganas de hacer cosas feas. Lo que sigue es el entrenamiento de madre a hija en plan Karate Kid o Kill Bill y, juntas, salen en busca de Hannibal matando a diestra y siniestra por el camino. Su primera víctima –luego de seducirla y violarla à deux– será, por favor, Paris Hilton.
La actriz ideal para el rol de hija de Ca-therine no podrá ser otra, sí, por supuesto, sin duda alguna, que Scarlett Johansson.
De nada, Sharon.
Fue, sigue y seguirá siendo un placer.
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