Domingo, 16 de abril de 2006 | Hoy
MúSICA > QUIéN FUE JOHN JACOB NILES
A principios del siglo XX, John Jacob Niles construyó en la casa de sus padres en Kentucky un dulcimer absurdamente grande, y ese día nació una leyenda única de la música popular: un hombre de aspecto mefistofélico y voz de soprano que recopiló canciones populares en las granjas norteamericanas y en las trincheras de la Primera Guerra, y compuso un puñado de pequeñas gemas que recién ahora se rescatan en compact.
Por Rodrigo Fresán
El mismísimo Bob Dylan ya lo advertía, en el 2004, en las páginas de Crónicas Volumen 1, su brillante autobiografía y memorias selectivas: “También escuchaba mucho un disco de John Jacob Niles. Niles no era un artista tradicional, pero cantaba canciones tradicionales. Este personaje mefistofélico salido de California aporreaba un instrumento similar a un arpa y cantaba con una voz de soprano que te helaba los huesos. El estilo de Niles era inquietante e ilógico, tan intenso que te ponía la piel de gallina. Poseía la personalidad de un iluminado, casi como un hechicero. Su voz era como de otro mundo, y al cantar se desgañitaba como si formulara extraños conjuros. Escuché ‘Maid Freed from the Gallows’ y ‘Go Away from my Window’ infinidad de veces”.
Pero no fue sino hasta un año después cuando –en No Direction Home, el documental de Martin Scorsese– pudimos comprobar de primera mano a lo que se refería Dylan. Y también supimos que Dylan no mentía. Allí, en los alrededores del minuto 20 de película, Dylan citaba y leía de reojo el párrafo más célebre de En el camino de Jack Kerouac (aquello de “las únicas personas que me interesan son los locos, los que viven como locos, hablan como locos, están locos por ser salvados, deseosos de todo al mismo tiempo, los que nunca bostezan o pronuncian un lugar común y arden, arden, arden como fabulosos fuegos artificiales amarillos explotando como arañas a través de las estrellas y en su centro contemplas ese núcleo azul y todos exclaman ¡Awww!”) y entonces, ahí nomás, como claro ejemplo de “única persona”, aparecía John Jacob Niles.
Y sí: John Jacob Niles te helaba los huesos y te ponía la piel de gallina.
Porque lo que se veía allí –imágenes de un programa de televisión, dramática iluminación blanco y negro– era a un hombre de una edad imposible de precisar, delgado y aristocrático, acompañado por dos hombres y mujeres que lo acompañaban haciendo “hmmm” como si fueran miembros de una secta adorando a su gurú. El hombre –John Jacob Niles– acariciaba y rasgueaba dramáticamente las cuerdas de un dulcimer tamaño familiar construido por él mismo (cuando fue a pedirle dinero para comprarse uno, su padre le dijo que no molestara y que se lo hiciera, había madera de sobra, y le salió un poco grande). Y, claro, esa voz entonando “Go Away from my Window”, la más famosa de las pocas canciones compuestas por él. Una voz rara, fina y fuerte, que en principio suena como si no saliera de esa garganta pero después uno lo piensa mejor y descubre que sólo podría salir de adentro de ese hombre extraño con aspecto de pariente perdido de la familia Addams o personaje de Thomas Pynchon o de marioneta reconstituida de Tim Burton o de alguno de los frecuentadores del círculo roto de Ed Wood. Una voz como ninguna otra que recuerda a la de los castrati cuando se agudizaba para hacerse cargo de las baladas con protagonistas hembras de corazón destrozado y apalache.
Ahora, por fin –y cabe pensar que gracias a la ayudita de Bob Dylan– la voz de John Jacob Niles es rescatada de los depósitos de la memoria long-play de pasta negra y asciende por primera vez a la plateada digitalización del compact-disc en My Precarious Life in the Public Domain.
My Precarious Life in the Public Domain (completar el fenómeno con el también recién reeditado en USA Tradition Years: I Wonder As I Wander / Carols and Love Songs de 1957) no es otra cosa que la reedición del legendario álbum Folk Balladeer (de 1940, relanzado en 1965, durante la fiebre folk) y constituye la perfecta introducción y reintroducción al extraño mundo de John Jacob Niles, también conocido como “el decano de los baladistas norteamericanos”.
Niles (1892-1980, hijo de una de esas familias granjeras y “musicales” de Kentucky donde todos tocaban algún instrumento) descubrió desde muy joven que lo suyo sería “coleccionar canciones tradicionales”. Buscarlas y encontrarlas y registrarlas como un detective privado de lo popular y primitivo sin que esto le impidiera ser buen amigo de celebridades como Franklin Delano Roosevelt o vanguardistas como Gertrude Stein o transgresores como Henry Miller quien, en las páginas de Plexus, recordaba que su dulcimer y su voz “jamás fallaban a la hora de producirnos éxtasis. Tenía una voz que invocaba las memorias del rey Arturo, Merlín y Ginevra. Había algo de druida en él”.
En 1907, Niles compuso su primera canción –la hoy célebre “Go Away from my Window”, basada en líneas que le escuchó a un anciano ex esclavo africano llamado Objerall Jacket– y se la dedicó a “una rubia de ojos azules que no se mostró muy interesada en ella”. Lo que no impidió que Niles la cantara una y otra vez, en las alturas, mientras volaba como piloto de reconocimiento en los cielos alemanes de la Primera Guerra Mundial y que Marlene Dietrich no demorara en grabar su propia versión.
De regreso en Estados Unidos, Niles continuó juntando canciones y las recopiló en dos libros: Singing Soldiers (de 1927, canciones que recolectó en las trincheras) y Songs My Mother Never Taught Me (1929) y grabó los álbumes Impressions of a Negro Camp Meeting (1925) y Seven Kentucky Mountain Songs (1928). Enseguida Niles se inscribió en el Cincinnati Conservatory y no demoró en debutar como cantante lírico en la Opera en Chicago y en programas de radio patrocinados por la Westinghouse y, al mudarse a Nueva York, fue el maestro de ceremonias del nightclub Silver Slipper. Y grabó y cantó y escribió y giró –más discos y conciertos y libros– por el mundo entero. Conoció a muchos y fue reconocido por tantos, y su último trabajo, poco antes de morir, fue un ciclo de canciones basadas en los poemas del monje trapense Thomas Merton. Luego, regresó a donde todo había comenzado, como en una de esas canciones circulares que tanto le gustaban: Niles murió en una granja de Kentucky y fue enterrado junto a la tumba de Rena, su esposa, a quien solía cortarle mechones de cabello para atarlos al mango y decorar así el dulcimer gigante con el que se acompañaba para desgranar las estrofas de “Black is the Colour of my True Love’s Hair”.
Y ahora –atención fans de Anthony and The Johnsons y Devendra Banhart, aquí comenzó todo– John Jacob Niles resucita.
Y es nuestro turno y es nuestro el privilegio de exclamar –como Jack Kerouac, como Bob Dylan– “¡Awww!”.
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