Domingo, 25 de junio de 2006 | Hoy
NOTA DE TAPA
Hace 150 años nacía en Cuba un hombre modesto que sin ninguna formación musical incorporaría los instrumentos de los negros a una danza llegada de España que se bailaba “boleado” y le daría a Latinoamérica su máxima identidad musical. Un siglo y medio después de lamentos, amores y vidas hechas pedazos, Radar encontró a Armando Manzanero y al trío Los Panchos cantando en un semipoblado teatro boliviano y aprovechó para celebrar con ellos el cumpleaños del bolero.
Por Eduardo Febbro
Si alguien susurrara al oído “hay en tu vida una mística sombra...”, cualquiera se podría imaginar una obra de Shakespeare, o a Hamlet escuchando las voces interiores que lo atormentan. O tal vez una poema de Willam Blake, o de T. S. Eliot. Pero el origen de esa “mística sombra” es a la vez más íntimo y universal, más popular, más vivido carnal y sentimentalmente por cada habitante de esta tierra. Es una canción cubana, un danzón bolero interpretado por el trío Matamoros en las primeras décadas del siglo XX. ¿Quién no ha cantado un bolero sin sospechar que iba a vivirlo? ¿Quién no ha vivido un bolero sin saber que, un día, iba a encontrar esa vivencia en una canción? Cuna de desengaños, amparo para amores eternos, eco de lamentos y recuerdos, lúcida radiografía de nuestros vaporosos sentimientos, de nuestros fracasos y arrepentimientos, el bolero es un género genuinamente latinoamericano que acaba de cumplir 150 años de existencia. Como toda idea genial, la paternidad del bolero es objeto de una discusión entre Cuba y México. Pero la historiografía musical ha retenido a Cuba como la primera cuna del bolero y a un hombre, el costurero, compositor y guitarrista José “Pepe” Sánchez, como el autor del primer bolero de la historia, “Tristezas”, compuesto en la década de 1880 (aunque la fecha todavía es discutida). Sánchez “cubanizó” el bolero español y le dio la estructura única que forjó su leyenda y su permanencia en el tiempo.
Hombre modesto, sin cultura alguna sobre las leyes musicales, Sánchez elaboró la base estilística del bolero cubano. Popularizado durante los siglos XVIII y XIX, el bolero español llegó a Cuba junto con el fandango, los pololos o las tiranas, las otras danzas de la península española. Si bien el bolero “a la española” cayó rápidamente en el olvido en América latina, dejó sus semillas. La particularidad de aquella danza original, su movimiento circulante, “boleado”, inspiró el nombre de lo que más tarde sería el bolero cubano. Los compositores cubanos incorporaron la riqueza rítmica de los instrumentos tradicionales de la isla oriundos de Africa y adaptaron la estructura binaria común a la canción cubana de finales del siglo XIX. De esa combinación se desprendió “la síntesis” del bolero. Santiago de Cuba fue el eje de una síntesis cuyos protagonistas fueron los trovadores de Santiago que introdujeron en el bolero un ingrediente muy cultivado en las zonas rurales, el delicioso “son”. A su manera, el bolero es una música de la ciudad que surge en un momento en que las grandes urbes de América latina –La Habana, México y Buenos Aires– comienzan a constituirse como tales. El investigador chileno Agustín Fernández comenta que “los boleros tienen una memoria que se prolonga misteriosamente. Algo así como una obstinada resonancia cortés que cubre la voz presente y subsiste llena de recuerdos de cosas pasadas”.
Algunos llaman al bolero “la música del ayer”. Sin embargo, nada tiene de pasado. Muchos argentinos lo conocieron en los “albergues transitorios” sin adivinar que, años más tarde, esas músicas cifrarían muchos de los momentos de sus vidas. No hay hombre o mujer, por más aguerridos que sean, que algún día no le hayan gritado a sus entrañas: “¡Mi amor, cuánto te extraño!”. Qué escritor no hubiese dado años de trabajo a cambio de componer “Nosotros” (Pedro Junco), “Dos gardenias” (Isolina Carillo), “Tú me acostumbraste” (Frank Domínguez) o “Contigo en la distancia”, compuesto por César Portillo de la Luz en 1946. El autor de esa obra maestra de la canción sentimental dice hoy que “el bolero es la expresión de la vida sentimental del ser humano. No existe nada más extraordinario que lo común porque es lo más universal. Y el sentimiento amoroso, dichoso o desdichado, es universal”.
Tríos de guitarra, grandes orquestas tropicales, orquestas “big band”, solos de piano, todos los estilos instrumentales se arrimaron a las verdades del bolero. No hay hombre o mujer de América latina que no haya besado al compás de un bolero. Y tampoco existe país latinoamericano que no tenga sus propios intérpretes. Argentina tiene los suyos, conocidos y respetados por los más antiguos conocedores de ese género musical capaces de recordar hasta la respiración de los intérpretes. Mario Clavell, Mabel Nash, Leo Marini, Carlos Argentino, Hugo Romani, Roberto Yanés, Dani Martin, Chico Novarro, Los 5 Latinos, Estela Raval, Eduardo Farrel, Alda Regis, una atractiva cordobesa que interpretó en Europa y hasta en Turquía boleros ya inmortales. El bolero llegó a la Argentina recién en los años ‘30, traído por las voces de inimitables intérpretes mexicanos que le dieron al género un toque particular: Alfonso Ortiz Tirado, Pedro Vargas, Juan Arvizu o José Mojica. La Argentina tuvo incluso sus “boleros universales”, “Noviecita” y “Corazón a corazón”, dos éxitos compuestos por Roberto Lambertucci que en los años ‘40 dieron la vuelta al mundo. “Si hace poco nos vimos y ya nos queremos, qué será cuando hablemos corazón a corazón”.
Los mexicanos son, junto a Cuba, el país que ha dado los más grandes boleristas. Pero más allá de estas dos “cumbres” de la canción romántica, no hay país que no haya tenido su voz de ensueños y desgarros. Chile con Lucho Gatica, Ecuador con Julio Jaramillo, Bolivia con Raúl Shaw Moreno, país andino o caribeño, de costas o de planicies, el bolero “unificó” a América latina en un mismo sentimentalismo. No hay otra cultura que pueda expresar de esa manera el amor y sus imprevisibles desencantos. Quién podría cantar, como lo hace Javier Solís, “de noche cuando me acuesto / A Dios le pido olvidarte / Y a la mañana despierto / Tan sólo para adorarte”. Traducidas a otros idiomas, muchas de las letras de los boleros sonarían ridículas. En español no. Eso, “reloj, no marques las horas, haz que nunca amanezca”, eso, reloj, “yo no sé si tenga amor la eternidad, sólo sé que, acá o allá, en tu boca llevarás... sabor a mí”. Eso, reloj, “fui la ilusión de tu vida un día lejano ya...” Y “qué importa saber quién soy, ni de dónde vengo, ni a dónde voy”. Hasta el mismo cantante norteamericano Nat King Cole incursionó en los senderos del bolero y Diana Krall ofreció una de las interpretaciones más densas de “Bésame mucho”. Algunos países crearon cataratas de canciones, otros, como Puerto Rico, tuvieron menos intérpretes y cantantes pero de allí surgieron figuras que dejaron profusos repertorios. Es el caso de Rabel Hernández. El cantante puertorriqueño, con un estilo íntimo y sencillo, perfeccionó la poesía del bolero con piezas como “Enamorado de ti”, “No me quieras tanto”, “Tú no comprendes”, “Despecho”, “Silencio”, “Ausencia” y “Lamento borincano”.
A Cuba se le debe “la fundación mítica” del bolero y una impresionante galería de intérpretes y letristas que fueron variando el estilo sin abandonar nunca la filosofía del bolero. La voz delicada y calurosa de Antonio Machín (Cuba 1903-Madrid 1977) dio al bolero uno de sus momentos más altos, con canciones como “Angelitos negros”, “Dos gardenias”, “Corazón loco” o ese himno a la sed del otro que es “Toda una vida”: “Toda una vida / Me estaría contigo / No importa en qué forma / Ni cómo, Ni dónde / Pero junto a ti”. Ernesto Lecuona es otro de los más enamorados y geniales compositores de Cuba. Lecuona elaboró una síntesis única de la música de su tierra natal con registros más académicos. Su obras principales fueron: “Estás en mi corazón”, “Noche azul” y, claro está, esa perla que es “Siboney”: “Siboney de mi sueño / Si no oyes la queja de mi voz / Siboney si no vienes me moriré de amor”. Miguel Matamoros, genio del trío que lleva su nombre, forma junto a Lecuona el dúo de compositores cubanos más populares. A él le corresponden piezas románticas como “Dulce embeleso”, “Olvido y promesa” y la que brilla siempre con su luz fatal y conmovedora, “Lágrimas negras”: “Aunque tú me has dejado en el abandono / Aunque tú has muerto todas mis ilusiones / En vez de maldecirte con justo encono / En mis sueños te colmo de bendiciones / Sufro la inmensa pena de tu extravío / Siento el dolor profundo de tu falsía y lloro sin que sepas que el llanto mío / Tiene lágrimas negras como mi vida”.
México es la patria del trío Los Panchos, de Armando Manzanero, de Agustín Lara, María Grever, Ignacio Fernández Esperón, Luis Arcaraz, Jorge Negrete, Javier Solís, Fernando Fernández, Roberto Cantoral, Chucho Martínez Gil, Los Tres Reyes, Marco Antonio Muñiz, Sonia López y Luis Miguel. México es también la tierra natal de Consuelo Velásquez, la letrista que en 1941 compuso “Bésame mucho”, una canción interpretada en todas los idiomas y dialectos conocidos, ejecutada por todas las orquestas, desde Tierra del Fuego hasta Mongolia. Si en Cuba nació el bolero, en México se inmortalizó. Agustín Lara, por ejemplo, es al bolero lo que Cole Porter es al jazz: en su voz suenan los boleros más hermosos que se hayan cantado, la forma más romántica de decir “te quiero” o aceptar que ya no nos quieren. “Mujer”, “Noche de ronda”, “Solamente una vez”, “Arráncame la vida”, “Piensa en mí”, “Enamorada”, “Tus palabras de mujer”, “Pecadora”, “Cuando vuelvas”. Los mexicanos tienen una “elevación” bolerista para decir las cosas que ningún otro intérprete puede igualar. Si el trío Los Panchos se ha mantenido a lo largo de las décadas con sus inconfundibles voces y rasguidos de guitarras, Armando Manzanero es, entre todos los cantantes y compositores, uno de los pocos que ha sabido acercarse al amor a través de los elementos materiales de la vida. Apodado “el Rey del Bolero”, Manzanero ha compuesto e interpretado decenas de canciones. “Pero te extraño”, “Somos novios”, “Adoro”, “Esta tarde vi llover”, “Cuando estoy contigo”, “Voy a apagar la luz”... sería inabarcable resumir el repertorio de un cantante de 71 años que aún se sigue presentando en público.
Radar lo encontró en La Paz, junto al Trío Los Panchos, en el curso de un insólito concierto compartido organizado en el Teatro Abierto de la capital boliviana en ocasión del Día de la Madre. En Bolivia, el Día de la Madre es una institución por encima de las demás celebraciones. Hasta se venden pollos al spiedo que dicen “pollos certificados Día de la Madre”. En ese clima popular se presentaron las leyendas de la canción romántica. Manzanero y Los Panchos llegaron al teatro rodeados de un dispositivo de seguridad digno de un jefe de Estado. Hacía frío y había menos público que el que los cantantes presentes se merecían. Pero actuaron igual, como si fuera un estadio con 50 mil personas. “Esto es como la corrida de toros. A veces hay toros buenos y otras no. El público es igual”, decía Manzanero. Entre la gente se mezclaban las generaciones. Público joven y ya adulto. El Teatro Abierto es casi circular, con gradas que descienden abruptamente hacia el escenario. Había un montón de parejitas enamoradas que se conocían el repertorio de memoria y cantaban las canciones con la misma prolijidad que los intérpretes. Entre el público había también familias enteras, nuevas generaciones a menudo acompañadas por sus padres o abuelos que vivieron la época de oro de los boleros o que se habían conocido o amado bajo el calor íntimo de esas canciones. Los conciertos de música popular son especiales, sobre todo ésta, que no interpela la danza movida sino el centro del corazón y los recuerdos. Cuando Los Panchos lanzaron los ecos de esos punzantes rasguidos de guitarras muchos ojos se llenaron de lágrimas. El bolero es “la música del ayer” y todos sabemos que los grandes amores nunca mueren. Manzanero es afable, de mirada dulzona y de una habilidad mental que sus años no afectaron en nada. El cantante habla en ese idioma simple y real de la gente que lo aplaude de pie en cuanto aparece. Sus canciones se parecen a la gente que entona junta “Adoro la calle en que nos vimos...” Armando Manzanero dice que “el bolero es la historia que vivimos todos los días en pareja, que tarde o temprano, en un momento de la vida, nos toca vivir. Puede ser una historia nostálgica, una historia alegre, pero siempre es la historia de dos personas, es su historia cotidiana”. Manzanero canta el bolero más sensible, el que lamenta menos de lo que constata, el que dice “hay un café oliendo a ti en casa”, el que reconoce que “contigo aprendí que la semana tiene más de siete días”, el que constata que “te extraño cuando la aurora comienza a dar colores, con tus virtudes, con todos tus errores, por lo que quieras, no sé, pero te extraño”. En las canciones elegidas por Manzanero la vida real circula, los árboles, los pájaros, la luz, el tiempo que transcurre, la puerta de una casa, el olor extrañado del domicilio, la textura de una prenda, las calles y las cosas donde viven y mueren las historias. Aceptando las distancias literarias y estilísticas, hay una canción de Manzanero que, en su simple enunciado popular, cuenta la inmensidad del desasosiego que suscita una ausencia de una manera tan real como lo hace Borges en “El Aleph”. Escribe Borges: “La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita”. Ella ya no estaba ahí y el mundo seguía su curso. Armando Manzanero lo canta así: “Esta tarde vi llover, vi gente correr, y no estabas tú. (...) Ya no sé cuánto me quieres, si me extrañas o me engañas, sólo sé que vi llover, vi gente correr, y no estabas tú”. Muchos amantes del bolero –y de la vida– consideran que decir ese “y no estabas tú” requiere un coraje amoroso a toda prueba. Manzanero escucha la palabra “coraje”, pide repetirla y al final sonríe diciendo: “No, de ninguna manera. Yo creo que es todo lo contrario. Es un error. ‘Esta tarde vi llover’ es una canción nostálgica al ciento por ciento. Es la canción de una persona que ve un fenómeno tan bello como la lluvia y se da cuenta de que está solo, de que no tiene con quién compartirlo”. Manzanero asegura que la única canción “corajuda” que interpretó “la escribió un argentino que era como un hermano. La canción es ‘No’ y el argentino se llamaba Daniel Riolobos, un mendocino. Es la única de mi repertorio que tiene coraje, mis demás canciones tienen cierta nostalgia”. Y “No” carece de toda nostalgia. “La canción es como era Daniel, alguien que siempre decía no a todo”. La letra de “No” dice sencillamente que esto se acabó “porque tus errores me tienen cansado/
porque en nuestra vida ya todo ha pasado/
porque no me has dado ni un poco de ti.
No, porque con tus besos no encuentro dulzura/
porque tus reproches me dan amargura/
porque no sentimos lo mismo que ayer.
No, porque ya no extraño como antes tu ausencia/
porque ya disfruto aun sin tu presencia/
ya no queda esencia del amor de ayer/
No, aunque me juraras que mucho has cambiado
para mí lo nuestro ya está terminado
no me pidas nunca, que vuelva jamás”.
Armando Manzanero no cree que su “arte popular” tenga algo que ver con la “poesía literaria”. El cantante asegura que “la poesía que existe en la canción, precisamente porque es popular, es fácil de entender. No hay que estar averiguando, ni hay que ser un intelectual para entenderla. La canción ‘Adoro’ dice ‘adoro la calle en que nos vimos’ y eso lo entiende desde el más erudito hasta el más tonto. Ese es el encanto de la música romántica. Esa música es necesaria, porque existe con el deseo de tomar de la mano a la persona que amamos para manifestarle nuestro amor. Entonces la música romántica va a existir siempre”. Manzanero se considera un “trovador que va por todo el mundo diciendo sus canciones, que no tiene más que una crítica hacia su propia vida para ver cómo la hago cada día mejor. No soy de búsquedas, ni de formalidades ni de tanto revestimiento como existe ahora. Cuando los artistas de hoy hacen un contrato piden hasta la marca de agua que van a tomar. Viéndome a mí mismo soy inmensamente corriente y común, y ello a pesar de la gloria. Para mí, la gloria no es más que un algo que acompaña para vivir bonito. Nada más. Cuando estoy solo es cuando más tengo chances de estar acompañado. Siempre está uno acompañado por demasiados pensamientos y demasiados recuerdos”. La obra de Manzanero se “resume” en 400 canciones, “algunas sacadas de mi experiencia personal, otras no. Por ejemplo, ‘Parece que fue ayer’ me la encargaron para un presidente de la república en México. ‘Contigo aprendí’ es una canción cierta, de verdad. Yo aprendí a vivir, y no por locura amorosa, sino porque alguien me enseñó que yo podía vivir mejor”.
El trío Los Panchos representa la otra vertiente de la canción romántica. Los Panchos son “las horas más felices de mi amor fueron contigo”. Los Panchos nacieron “oficialmente un 14 de mayo de 1944 en el Teatro Hispano de Nueva York. Dos mexicanos, Chucho Navarro y Alfredo Gil y el puertorriqueño Hernando Avilés Negrón ofrecieron una interpretación distinta de la música romántica: a tres voces, guitarras y la incorporación del requinto, una guitarra más pequeña que las existentes, cuyo sonido les dio a las interpretaciones de Los Panchos y al mismo bolero una identidad inédita. Más de medio siglo después, Los Panchos se reencarnaron en sus sucesores. Gaby Vargas Aguilar, hijo adoptivo de Alfredo Gil, defiende la obra de sus predecesores: “Estamos haciendo una labor popular del corazón. La poesía musicalizada tendrá siempre una trascendencia muy grande. Luis Miguel y otros cantantes han retomado este carácter poético y musical. Es muy bonito que llegue a las nuevas generaciones. Estas corrientes musicales como el bolero han permanecido por su genuinidad. Hay géneros musicales espontáneos que se mantienen dos o tres años y luego desaparecen. El bolero no, permanece siempre. Lo que el bolero cuenta es eterno en el corazón del hombre. Por eso ha sobrevivido. Y Los Panchos crearon el bolero romántico, son los pioneros. El señor Alfredo Gil inventó el instrumento llamado ‘el requinto’. Gil abrió una página en la historia. De allí surgieron muchos tríos que adoptaron este instrumento y también las tres voces. Surgieron luego estilos característicos de cada grupo, pero considero que Los Panchos iniciaron toda esta corriente”.
¿Cuál puede ser el mejor tema después de 2500 canciones y 200 discos? “El bolero es como los tangos –dice Gaby Vargas Aguilar–. Cada bolero tiene su momento. ¿Qué tango nos gusta más? Todos tienen su momento, ese instante en que uno siente que es lo más lindo para escuchar, es la canción más linda. Hay una gama de canciones que en cada momento de nosotros va siendo nuestra consentida. Hubo muchos tangos de Gardel que dejaron huellas profundas. El bolero es igual.” Y será igual mientras haya alguien en la noche que en la tibieza de una almohada diga, reteniendo la respiración, “bésame, bésame mucho, que tengo miedo a perderte, perderte otra vez”.
1
Avilés, Navarro, Gil
1944-1951
2
Moreno, Navarro, Gil
1951-1952
3
Rodríguez, Navarro, Gil
1952-1956
4
Albino, Navarro, Gil
1958-1968
5
Cáceres, Navarro, Gil
1968-1972
6
Hernández, Navarro, Gil
1972-1976
7
Basurto Lara, Navarro, Gil
1976-1993
8
Basurto Lara, Sánchez, Sánchez
1993 al presente
9
Poster original autografiado
Letra y música: José “Pepe” Sánchez
Tristezas me dan tus quejas, mujer
Profundo dolor que dudes de mí
No hay pena de amor que deje entrever
Cuánto sufro y padezco por ti.
La vida es adversa conmigo
No deja ensanchar mi pasión
Un beso me diste un día
Lo guardo en mi corazón.
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.