ENTREVISTAS > CHATEANDO CON LOS ASTRONAUTAS EN LA ESTACIóN ESPACIAL
Ahí arriba, en la Estación Espacial Internacional, un ruso y un norteamericano cumplen su sueño de ser astronautas cuando fueran grandes. Todos los días, comparten la vida en unos pocos metros cuadrados, reciclan hasta la última gota de agua y dan la vuelta al mundo cada hora y media en una carcasa de lata de 2 milímetros de espesor. La semana pasada, chatearon con la Tierra a través de la NASA y Radar estuvo ahí para entrevistarlos.
› Por Esther Cross
Pavel Vinogradov y Jeffrey Williams nacieron en los años de la Carrera Espacial y la Guerra Fría. En 1975, un trasbordador de EE.UU. y una nave rusa se acoplaron en el espacio e intercambiaron tripulantes en una ceremonia que selló el fin de la escalada sideral entre potencias. Aunque de chicos vivían en países enemigos, hoy Pavel y Jeff viven juntos a 384 km de altura
Están en la Estación Espacial Internacional y hace un mes chatearon con miembros de la Comunidad State Alumni a través de una cámara conectada a la TV de la NASA y de ahí a las computadoras en todo el mundo.
Williams: Vamos hacia el extremo sur de América del Sur. Cada hora y media damos la vuelta al mundo.
Pavel y Jeff trabajan para “mejorar la vida en la Tierra y expandirla más allá de nuestro planeta”. Es que no estamos a salvo “de las fuerzas que existen en el espacio” ni del peligro de coma ecológico de la Tierra, imputable, en gran parte, a algunos de los países que conforman la alianza. La necesidad tiene cara de fusión aunque la unión no haya sido fácil.
Vinogradov: Usamos distintos lenguajes. Aprendimos inglés, checo y ruso, pero hablamos una mezcla, ni inglés del todo ni ruso al ciento por ciento. La tripulación está formada por integrantes de países y culturas distintos, pero es un equipo, como un organismo o una sola persona.
Ahí arriba parece que Babel funciona. El lenguaje de los astronautas es diferente porque sus ideas parecen distintas hasta cuando chatean en inglés. Aun cuando responden las preguntas con una corrección política que puede ser exasperante, y aunque sus frases se parezcan a las de los boletines de la NASA y las arengas ampulosas de Bush, cuando ellos hablan es distinto. Cuando ellos hablan de la necesidad de cooperar, o cuando llaman la atención sobre algunas cosas, se ganan de inmediato el beneficio de la duda. Nada de lo que dicen suena a fácil propaganda. Para ellos la vida en la Estación y la exploración espacial no son un medio de poder, sino una causa.
Vista desde abajo, la Estación es una estrella. Vista en las fotos, es un mecano hecho de módulos plateados. El proyecto de Rusia, EE.UU., Canadá, Japón, Brasil y los países de la Agencia Espacial Europea pesa 440 toneladas y mide 120 metros. Pavel es el comandante y Jeff es el ingeniero de vuelo. Trabajan juntos pero por la complejidad de la estación y dadas las dos secciones principales, la rusa y la norteamericana, quedaron asignados, por default, cada uno a su segmento.
Williams: Nuestra rutina se parece a la de cualquier persona que trabaja. A lo mejor es un poco más larga que en la Tierra. Nos levantamos a las 6, tenemos nuestro tiempo de aseo y desayuno, discutimos el plan del día. Terminamos a las 7 de la tarde. Registramos lo que hicimos, informamos de cualquier problema y planeamos el día siguiente. Un día normal, como el que tiene toda la gente que trabaja en la Tierra.
Cada día tiene un horario que considera los mínimos detalles (los diez minutos de chequeo no bien se levantan, el desayuno, los reportes médicos privados, hasta los ratos de distensión y el tiempo antes de irse a dormir). En la Estación hay 18.000 objetos y se la pasan ordenando porque ahí arriba es mejor no perder nada. Los astronautas reciben un horario que cumplen al pie de la letra. Lavan su ropa –adentro de una bolsa–, se arreglan para pasarla bien con la comida deshidratada. En cuanto al agua, es mejor no saber mucho pero vale decir que todo se recicla.
Aunque llena de riesgos y dificultades, la vida arriba tiene sus compensaciones. Las caminatas espaciales se cuentan entre lo mejor. Con sus trajes de 130 kg flotan en el espacio, hacen arreglos, preparan la Estación para la llegada de otras naves y más módulos, y se divierten.
Williams: Vimos todo el mundo durante las 6 horas que duró la caminata. Muchas salidas y puestas de sol, las partes iluminadas de la Tierra, lo que quedaba bajo las nubes, fue increíble.
Arriba hay que vigilar y gravitar. Sacan fotos del océano y también de la atmósfera cuando se forman huracanes.
Vinogradov: Los resultados de la actividad humana no son siempre positivos. Hay polución en el océano. Vemos incendios impresionantes y otras cosas que nos dicen que mejor es que evaluemos lo que le hacemos al planeta. Nosotros, la humanidad, somos los guardianes de la Tierra. Desde arriba podemos ver lo que no puede verse ahí abajo.
Pero los guardianes de los guardianes de la Tierra también se observan a sí mismos.
Williams: Investigamos cómo mitigar los efectos que la ingravidez provoca en el cuerpo. En un futuro cercano el hombre trabajará en la superficie de otros planetas y estamos preparando el terreno para eso.
Se mantienen en forma con dos horas de gimnasia al día. Corren atados con un arnés a una cinta que flota unos centímetros a ras del suelo. El cuerpo de los astronautas se convierte en un campo de experimentos. Los astronautas son monitoreados desde tierra aunque a la noche los centros de control “no enfocan mucho el interior de la nave por respeto”.
Vinogradov: La parte más importante de la expedición son el reingreso y el aterrizaje. Cuando la nave entra en el aire denso de la atmósfera, es un momento muy crucial para la tripulación y los que la esperan en la Tierra. La nave tiene que tolerar mucha presión. Su superficie se recalienta muchísimo (más de 1500 grados centígrados). En esta etapa somos especialmente cuidadosos.
Pero antes de pasar esa prueba está el momento de dejar la estación y adentrarse en un jet lag incomparable. Dicen que es como irse del hogar. Aunque aterrizar sea prioritario, aunque la familia y los amigos y la vida sean importantes, si uno estuvo en la Estación quiere volver a ella. La tristeza queda relegada porque hay que concentrarse para cruzar la atmósfera sin morir en el intento como un pollo rostisado.
Jeff se postuló como astronauta en 1985 y lo aceptaron recién en 1996. Pavel es héroe de la Federación Rusa. Además de pilotos y paracaidistas, son ingenieros. Se entrenaron durante 18 meses y pasaron cuarentena en Kazastán. El viaje en el cohete Soyuz a la Estación tomó más de dos días. Viajaron pegados en posición fetal hasta que la nave empezó a rastrear la Estación por el espacio. Ahora viven en pocos metros cuadrados en un lugar en que resulta imposible irse dando un portazo. Se someten a una disciplina rigurosa, rinden cuentas, se juegan cada día el cuerpo entero. Son conscientes de que su misión es sólo un paso para la historia de la exploración del espacio. Saben que el futuro del proyecto por el que apuestan tanto depende de decisiones políticas y financieras. Saben que en más de una ocasión la Estación ha estado amenazada de quedar incompleta. Pero siguen. ¿Qué los mueve? ¿Adónde nace ese deseo tan fuerte y a prueba de pruebas?
Para Pavel la respuesta está en la infancia, cuando sus héroes eran Gagarin y Armstrong. “Soñaba con eso y aunque parecía imposible porque los astronautas y cosmonautas eran personas únicas en esa época, igual creía que podía convertirme en uno.” En cuanto a Jeff: “Siempre me interesó la ciencia, por eso quise estudiar ingeniería. Fui a la Academia Militar de West Point, y ahí leí un libro, Lo que hay que tener, de Tom Wolfe, que es una historia de los pilotos de prueba y los primeros programas espaciales y los primeros astronautas. Si tengo que elegir un libro que me haya hecho querer hacer un viaje espacial, fue ése. También me inspiraron y ayudaron muchas personas”.
Pavel y Jeff tienen lo que hay que tener: el poder de subir y subir y saber cuándo parar y después seguir subiendo, como lo definió Wolfe, de pasar pruebas cada vez más difíciles por una causa que significa algo para la humanidad –humanidad formada hasta ahora solamente por un puñado de países–. “Hace un par de años que el gobierno de Rusia y los congresales de EE.UU. no demuestran el mismo interés de antes”, comenta Pavel, y es seguro que Jeff está de acuerdo. “Muchas cosas se olvidan y pierden atractivo, hasta el punto de que hoy casi nadie sabe quiénes están en el espacio”, dice Pavel. Su comentario queda flotando en el aire como una pregunta difícil. Seguramente prefieren no pensar en eso, como no piensan “en que sólo 2 milímetros de metal nos protegen de los peligros del espacio”. Siguen orbitando la Tierra en el intento de “entender el mundo que nos rodea y sobre todo de entendernos”. Es que ellos apuntan a la luna pero el idiota, como siempre, mira el dedo.
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